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Somos lo que queda

Somos lo que queda

Di pantallazos en verano a numerosas noticias delirantes, quizá por la inercia de buscar asuntos con los que proponerme una columna. Casi todos los titulares eran tonterías, por eso de que yo escribo mucho de tonterías. Guardé por ejemplo uno sobre la gordofobia que alguien había detectado en llamar “gordo” al premio principal del sorteo de lotería de Navidad, y que le llevaba, muy seriamente, a iniciar una campaña contra este popular calificativo. En realidad, del “gordo” de Navidad va un poco esta pieza. De legados.

Otro titular que coseché era más cuco, pues no tenía la noticia un gran interés, no era, digamos, llamativa por sí misma. En el diario El País habían ido muy veraniegamente a ver qué comercios en la Puerta del Sol (si no recuerdo mal) seguían abiertos pasados los años y eran netamente madrileños o perpetuos o útiles y no modernos o franquiciados o tendencia. Una carnicería, pongamos, y no un puesto de alquiler de patinetes. Sólo quedaba uno, y así lo dijo su dueño: “Somos lo que queda”.

"Despejado de contexto, somos lo que queda decía mucho más, una verdad poética. Me dieron ganas de titular así un libro algún día: Somos lo que queda"

Me impresionó ese titular, escogido quién sabe si con gusto o suerte por el redactor, pues el dueño de la única tienda en Sol decía simplemente eso, que eran la única tienda en Sol, pero, despejado de contexto, “somos lo que queda” decía mucho más, una verdad poética. Me dieron ganas de titular así un libro algún día: Somos lo que queda.

De lo que queda me he dado cuenta con los años que soy muy aficionado, sobre todo si es poca cosa eso que queda. No una catedral, no una muralla o un acueducto. Un cartel, sin más, solo, “Peluquería”, cerrada, derruida, o no cerrada pero ya otra cosa, con el cartel de hace cincuenta años encima de la puerta, testimonial. Me gustan las cosas cutres.

Mi libro Elogio de lo cutre iba un poco de esto, como he ido sabiendo después de haberlo escrito.

"El título incluye necesariamente el topónimo, porque esto es un gran homenaje, una gran nostalgia por Madrid. Pero el ext. de exterior no lo acabo de ver"

No frecuento museos o exposiciones, pero no pude, por esto que digo, no ir a la titulada No va a quedar nada de todo esto. Hay mucha nostalgia coincidente en estas cosas, pequeñas cosas, cosas sin importancia, y en su tratamiento. Se abusa, ya vemos, del verbo “quedar”. Esta era una exposición de carteles arrancados a tiendas ya cerradas de comercios en Madrid. No exagero si digo que prefiero esos carteles a una sala entera del Reina Sofía llena de vídeo-arte.

Así que, cuando Instagram me mostró (tan sabio el algoritmo) el tráiler de una película titulada Madrid Ext., y lo vi, supe que yo era, con precisión casi magmática, el espectador exacto que requería esa película. Exacto.

Se trata de una cinta documental que, casualmente, me recuerda a otra cosa que ando viendo (son cinco horas) estos días: Shifty, de Adam Curtis. En ésta, como en el programa Cachitos (la cultura es endiablada, todo te recuerda a algo), se ponen uno detrás de otro trozos de televisión (la BBC) seleccionados por Curtis de entre las miles de horas almacenadas durante décadas en los archivos de la televisión pública británica. Es bastante curioso.

Juan Cavestany, director de Madrid Ext., hace algo parecido, pero con trozos que él mismo ha generado, cámara en mano, yéndose por las calles de Madrid. A lo mejor salen mil planos, mil trozos de Madrid.

El título incluye necesariamente el topónimo, porque esto es un gran homenaje, una gran nostalgia por Madrid. Pero el “ext.” de exterior no lo acabo de ver. Hay muchos interiores, muchos rostros y muchas cosas pequeñas. No es un trabajo sobre calles o urbanismo, es un trabajo sobre márgenes. No es turístico (por tramos de cinco minutos pensaba que a Isabel Díaz Ayuso le iba a gustar esta película y luego pensaba que no le iba a gustar nada: es un Madrid tan íntimo que parece triste); no vende que vengas, vende que todos se han ido.

"Lo de Madrid Ext. no es tanto el viejo Madrid, como el Madrid que queda, muy exactamente. Todo lo que sale es tan solo Madrid, tan medular Madrid, tan de amar Madrid"

La película se promocionaba en Instagram como poema audiovisual, creo, por utilizar la fórmula de Godard. Me hubiera gustado que fuera más poema, de hecho. Hay momentos (minuto 15, según comprobé en el móvil) en que a uno casi se le saltan las lágrimas. La música de Guille Galván es fantástica, sale gente, salen calles, salen carteles, sale la vida minúscula de gente de clase media baja, y sobre ellos se va posando esa melodía épica, un poco techno, como de un techno tierno, y parece que toca uno (el director), por un instante, el corazón dormido de Madrid.

Digo lo de “dormido” porque una frase de González-Ruano me venía a la cabeza, de su libro Madrid entrevisto, en algunas secuencias del filme: “Me voy metiendo en el corazón dormido del viejo Madrid”.

Lo de Madrid Ext. no es tanto el viejo Madrid, como el Madrid que queda, muy exactamente. Todo lo que sale es tan solo Madrid, tan medular Madrid, tan de amar Madrid. Reconozco calles y carteles que están a dos minutos andando de mi casa, en Carabanchel. Reconozco una coctelería llamada Milford, pero el barrio de Salamanca y, en general, el Madrid bonito, no aparece. No hay postales, sino entremeses. No hay lujo, sino drama. Todo es periferia y gente con más de cincuenta años, peluqueros, vendedores de zapatos, fotógrafos de cuando la gente iba a que le sacaran un retrato, en el primero derecha.

"Sale gente muy fea, a veces con caras caricaturescas, como si no hubiera rostros bellos en Marqués de Vadillo o Pan Bendito"

La película no me gusta cuando habla la gente, ahí la jodimos un poco. La gente quizá no tiene nada que decir, o nada que decir más grande que su vida de zapatero o cocinero. Hay algunos discursos sonrojantes, infantiles; también, alguna anécdota hermosa (un peluquero sigue obsesionado cincuenta años después con que pudo ganar un concurso de peluqueros, pero quedó quinto por un error al peinar: demasiado calor en el pelo). Tampoco me gusta (o, dicho más críticamente: creo que no funciona) el plano fijo de las caras, durante largos segundos. A la manera de Warhol, Cavestany entiende que si dejas a la gente mirar una cámara durante más tiempo del que puede soportar una pose, al final aparece el rostro verdadero. Aquí hay algo incómodo de ver, gente que no tiene costumbre de salir en la tele tratando de mantenerse quieta, inexpresiva, no se sabe para qué.

Tampoco entiendo el feísmo de la película, con las caras. Sale gente muy fea, a veces con caras caricaturescas, como si no hubiera rostros bellos en Marqués de Vadillo o Pan Bendito. El director ha buscado esta zoología concreta, que tiene algo de inequívoco y tendencioso.

Pero, en fin, queda mucho, con todo; queda mucho, de estos 90 minutos de película, para el mañana, para ese futuro en el que alguien se preguntará cómo éramos sin modernidad ni tecnología, en el día a día menestral de ir tirando y echándose a perder.

Somos lo que queda, churros, rótulos, maniquíes; herrerías, toldos verdes, balcones acristalados. El corazón cansado, muy cansado, del Madrid eternal.

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fer
fer
2 meses hace

q hartazgo de madrid

J. Uas
J. Uas
2 meses hace
Responder a  fer

…ahí tienes la puerta.