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La higuera y la parra

La higuera y la parra

Ellas son habitantes legítimas de la casa, más antiguas y constantes que nosotros. No se apartan de aquí. Sus viajes suceden milimétricos en lo oscuro de la tierra a través de las raíces; y, a través de las ramas, se estiran en el aire con la paciencia de un yogui.

Nosotros, en cambio, nos ausentamos a menudo y, un día, ya nunca regresamos. Ellas nacieron antes que nosotros y morirán mucho después, cuando nuestros ojos hayan perdido el verde de la memoria.

Pero ellas recuerdan. Saben quiénes estuvieron aquí antes que nosotros, quiénes alzaron sus manos para escoger uno de los higos negros o desgajar un racimo rojo de azúcar. A quiénes alimentaron con su sabor. Quiénes durmieron bajo su sombra.

Ambas se enraizaron en la parte delantera de los muros, para no perder la gravedad de las piedras construidas y al mismo tiempo flotar hacia el horizonte.

"Lanzan su aroma a un lugar escondido de nuestra mente, donde se guardan los secretos de la expansión de la vida"

Ambas son frondosos prodigios de septiembre, explosiones de frutos que asombran los ojos y lanzan su aroma a un lugar escondido de nuestra mente, donde se guardan los secretos de la expansión de la vida, de su recolección cíclica de dones y muerte.

La higuera es el árbol más misterioso de este lugar. Su tamaño es inmenso, rival de la casa. Quiere ser casa también. Nos la ofrece. Es mejor esta casa en el verano, nos tienta. Solo tenéis que atreveros a entrar en el abrazo repartido de hojas gigantescas y retorcidas ramas blanquecinas que se alargan hacia las ventanas y las puertas.

Y, al dejarnos convencer un mediodía, entramos en una caverna de verdor dorado, donde lo vegetal se confunde con algo dulcemente carnívoro, enigmático, envolvente, que nos hace salir de allí antes de tiempo, y que luego, semanas más tarde, reconocemos en el higo que nos comemos.

Es sutil ser nosotros al mismo tiempo alimentados y alimento.

"Siempre el amor es la savia. Por eso, tanto la higuera como la parra, son las favoritas de Dioniso"

La parra, sin embargo, es un atrio que nos abre a las estrellas. Bajo la parra, conversamos por las noches sabiéndonos protegidos por ella. No hay mezcla de energía más hermosa que la que entrelaza la luz de la vía láctea con el verde nocturno de unas hojas de parra. De sus ramas se deslizan los zarzillos que recogen el fulgor de las palabras, y allí se funden y así se sigue fortificando el emparrado.

Somos, seremos la uva que nos invita hacia el otoño. Al morderlas sabemos qué dulce es la carne de la vida, y probaremos la dureza que también hay en su núcleo y que, sin embargo, aunque sea áspera en los dientes, es buena para el corazón.

Siempre el amor es la savia. Por eso, tanto la higuera como la parra, son las favoritas de Dioniso.

Un árbol, la higuera, es sombra de luz y el otro, la parra, es luz que da sombra.

Son eros vivo. Son el orgasmo lentísimo de Hades en su encuentro con el Sol. Son la celebración de la Tierra.

Y, cuando nosotros echamos raíces en este lugar, son ellas las que aletean —una mínima vibración perpetua— con sus ramas.

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JMMS
JMMS
2 meses hace

Una preciosidad de artículo. Pocas cosas tan mediterráneas como los higos y las uvas. Junto con el olivo y la miel, los 4 pilares básicos de nuestra sabiduría. Alimentos naturales que nos hacen evocar la Grecia clásica. Nada más grande en algo tan sencillo……..