Ciudades en venta es una exploración en las transformaciones estéticas, morales y políticas que se están produciendo en un mundo globalizado. Esta poesía habla de la libertad personal frente a todas las tiranías. Habla del amor frente a la injusticia. Y habla de la grandeza de vivir frente a las derrotas históricas que padecemos los seres humanos.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de Ciudades en venta (Visor), de Manuel Vilas.
***
LONDRES
Para María Lynch
El desayuno del hotel era un cuadro de Turner,
y la gente iba y venía con platos en las manos
y el pintor Turner estaba allí,
como un alma en ofrecimiento de bienes espirituales,
platos con fruta, con cruasanes, con dulces de Navidad,
y se acercaba el año en que yo cumpliría los sesenta y tres.
Qué suerte tuvieron los poetas que aquí nacieron.
Escribieron y pensaron en la lengua elegida por la vida.
Qué gran poeta inglés habría sido este que ahora
en castellano escribe alabando los rostros y la luna.
Todo estaba carísimo.
Qué orden más maravilloso la ausencia de orden español.
Siempre huyendo de ese país equivocado.
Tan equivocado en una esfera como yo en otra,
convertidas las dos equivocaciones en un matrimonio
de esferas, un bello matrimonio
buscando el gran beso bajo el esférico sol.
Caminaba por Londres en un silencio corporal,
como pidiendo la conversión en aire de mi presencia,
con mis oraciones a cuestas,
mientras la gente bebía en las calles
cervezas, licores y champán,
y el frío calaba hasta en la memoria
que se quedaba dañada, rota,
hielo que gotea.
Había policía por todas partes.
Caballos percherones con oficiales de cara inocente.
Y yo rezaba: Turner, caballero que pintaste
la desintegración de lo visible,
¿dónde estás sino en la invisibilidad definitiva?
Y las esferas matrimoniales y el pintor Turner
ascendían hacia los cielos para romperse
al final de la atmósfera.
Muchedumbres de seres humanos se dirigían al Támesis
para ver los fuegos artificiales del fin de año.
Esa muchedumbre anunciaba no los frutos de la vida,
sino otra cosa, tal vez el horror que habrá de venir un día futuro,
y ese día puede ser el día de hoy, un día de sangre,
de regreso a la sangre;
retiradle a la democracia la representación de vuestras vidas,
no os quieren, no nos quieren,
solo es vanidad y egolatría,
retiradle vuestra inocente confianza,
haced eso,
ya es tarde.
Me fui a dormir a las nueve de la noche.
Longtemps, je me suis couché de bonne heure.
La cama sin una arruga, las sábanas tersas y estiradas,
la almohada blanca.
A las doce no me despertaron los estruendos del año nuevo.
A las ocho de la mañana de otro uno de enero
(¿cuántos me quedan?, ¿cuántos nos quedan?)
me levanté y fui a la ventana
y estaba lloviendo.
Y en la silla de mi habitación
estaba sentado
William Turner
con las manos enlazadas,
y la vista dirigida al infinito naufragio.
Ve siempre con la cabeza alta, me dijo Turner.
No se merecen otra cosa esos canallas
que te han tocado en el azar del tiempo y las épocas.
***
ZAGREB
Para Cristina Consuegra
Me deslumbró el aeropuerto de Zagreb,
parecía una nave espacial llena de tubos blancos
que sugerían una modernidad sofisticada y un futuro mejor.
Paseé por las calles de Zagreb
y noté una presencia inquietante
que venía del fondo de la historia.
Eran los restos inmateriales
del imperio austrohúngaro: un ejército de sombras
que aún se agarraban
a las fachadas de los edificios.
Nunca he sabido qué fue el famoso imperio austrohúngaro,
con esas tres palabras tan sonoras
que levantaban una nube de oro, de muertos áuricos.
En Zagreb el café, milagroso como el italiano,
se convirtió en mi ángel de la guarda.
En la parte alta de la ciudad
visité el Museo de las Relaciones Rotas.
Es el museo más humilde que he visto en mi vida.
Es el museo más verdadero que han visto mis ojos
que arderán en la nada como los vuestros.
Me enamoré de todo lo que veía: desde una bicicleta
a una cafetera, desde unos guantes de fregar
hasta una caja de cereales,
desde una colección de bolígrafos de plástico derretido
hasta un vestido de novia,
desde un álbum de cromos de cantantes antiguos croatas
hasta una botella encontrada en una playa,
y todos los objetos eran símbolos de una ruptura amorosa.
Leí carteles que decían en inglés:
Con este vestido de novia me iba a casar,
pero no lo hice porque un día antes
descubrí a mi novio en la cama con mi mejor amiga.
Con esta cafetera bebía café con mi amor todas las mañanas,
hasta que un día se fue y me quedé a solas con la cafetera.
Todos esos objetos que veo de nuevo
están llenos de desengaño y aceptación.
Detrás de cada uno de ellos hay una historia de amor en llamas.
El amor triunfa en Zagreb o, al menos, el recuerdo del amor.
Me marché de Zagreb el día que entraba
por la puerta de mi hotel la premio nobel rusa Svletana
y el apellido ya me era impronunciable,
me crucé con ella en la recepción,
y vi bailar a su lado el fantasma de Dostoievski,
y vi a un nuevo zar clamando por ser dueño de Europa,
y vi el fantasma de Rusia devorando a todos sus hijos,
y vi el amor a la guerra y a la muerte como una forma de vida,
el fantasma de un imperio que siempre lo fue de viento y humo,
como lo es el país de la poesía,
compuesto de vacío y vanidad.
***
VENECIA
Para Adrián J. Sáez
El sexagenario cansado no debería volver a Venecia.
¿Cuántas veces vine de joven?
Intento recordar y me atoro.
Recuerdo una vez, fue hace veinticinco años.
Quería encontrarme con Ezra Pound.
Era verano, subí al vaporetto
y me fui a la isla-cementerio
de San Michele, la brisa en la cara,
como un pañuelo del sol.
Venecianos muertos,
las fechas, las tumbas,
el recuerdo, las flores,
las fotos en mitad de una sonrisa,
gente muerta en la nada detenida
y por la nada sostenida y yo lloré;
un espectáculo solar, eso es San Michele,
sol sobre la muerte,
sol de barro sobre el barro donde vive la muerte.
Y allí busqué la tumba de Ezra Pound.
Largos paseos por aquel cementerio
en una mañana de fuego.
Y me costó encontrar su tumba.
La tumba de un hombre en una mañana
en que otro hombre,
sin ningún cometido,
le busca para decirle algo.
Me ayudé del consejo
de los empleados del cementerio
y tras un largo y errático paseo
me encontré con una lápida de suelo
muy parca en explicaciones.
Solo estaba el nombre y nada más:
Ezra Pound.
Acerqué mis labios a la tumba y le dije:
Ezra, ayúdame, te lo suplico.
Acógeme como a un hijo perdido, no tengo a nadie.
Sé tú mi maestro, en la vida y en la poesía.
Tú, que viste al dios de las aguas y de la belleza.
Ezra, en verdad he venido a avisarte
de que Venecia también está en venta.
Subí al vaporetto y regresé a la Fondamenta Nove
y en una terraza del Campo Santi Giovanni e Paolo,
rodeado de turistas codiciosos de la luz adriática,
me comí unos espagueti con gambas,
calamar, pulpo y almejas,
con mucho vino blanco, frío,
bañado en una cubitera con hielo grande,
mientras mi rostro se doraba bajo el maduro sol del cielo.
***
ROMA
Para Ángeles Albert de León
Yo te amé, pero tú a mí no demasiado.
Fue en el año diecinueve, cuando vivimos juntos,
recién casados, haciendo el amor a diario,
como dos veinteañeros, capaces
de correrse con una caricia en el sexo
dentro de la Capilla Sixtina.
Nos casó Jesucristo, quién si no.
Ciudad de mi vida, ciudad de mi alteración molecular,
me convertiste en un pez solitario del Tíber,
con dos mil años de existencia.
Me convertiste en un gato del Trastévere.
Fiero y maligno, besabas a un gato
cuando me besabas a mí.
Tomando café cada veinte minutos.
Las noches de invierno, cruzando ya la madrugada,
te pedía consuelo y amor, un beso de madre,
pero tú solo me ofrecías el resplandor
de la belleza absoluta, la cual me castigaba,
y me hice adicto al castigo.
Soy adicto a tus castigos, eso es amor también.
***
FLORENCIA
Para Pepa Fernández
Pasé el día comiendo pasteles.
No comí ni carne ni pescado ni ensaladas ni legumbres
ni espagueti ni lasaña ni mandarinas ni uvas,
solo me alimenté de pasteles,
un cannolo aquí,
un tiramisú allá,
un amaretto con un espresso doppio,
un panforte con un capuchino,
un ricciarelli con un machiato,
y así iba cayendo el día,
herido por una dulzura imaginaria.
La miel, la avellana, la nata se acaban pronto,
en tres minutos la dulzura se marchó para siempre,
es mucho más larga la vida.
Todo el día caminando por Florencia
mis pasteles y yo.
En un bar una tarta de almendras,
en otro un bizcocho con el nombre
de una santa que olvidé.
No tienes que sentarte frente a un plato.
Ni esperar a que se enfríe.
No hay ceremonia, ni cubiertos.
De pie en las pastelerías de Florencia,
eligiendo con el dedo índice el pastel más hermoso.
De pie en el puente de la Santa Trinidad,
comiendo una sfogliatella,
mientras miraba pasar las aguas del Arno.
Dejé caer unas migas
para que los suicidas y los ahogados
subieran a la superficie
y lograran alimento y memoria.
Y el espíritu de aquellos seres doloridos
ascendió de entre la oscuridad y el olvido
del barro y de las piedras
y pude ver sus cientos de rostros
tristes y solitarios, convertidos en peces
cuyas bocas luchaban unas contra otras
por los regalados restos de mi sfogliatella.
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Autor: Manuel Vilas. Título: Ciudades en venta. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros.
BIO
Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es poeta y narrador. Como poeta ha obtenido premios tan importantes como el Gil de Biedma, el Generación del 27 o el Ciudad de Melilla. Algunos de sus libros son Resurrección (2005), Calor (2008), El hundimiento (2015) y Roma (2020). Como narrador ha sido finalista del Premio Planeta con la novela Alegría (2019), Premio Nadal con Nosotros (2023) y Premio Femina a la mejor novela traducida al francés con Ordesa (2018). Su última novela se titula El mejor libro del mundo (2024).


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