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Profesionalmente los periodistas estamos mejor que los cantantes

Profesionalmente los periodistas estamos mejor que los cantantes

Iba a escribir que la clase periodística está tan mal como la industria discográfica. Pero, pensándolo bien, la comparanza es excesiva. Los periodistas estamos mejor que los cantantes, aunque tenemos algunas similitudes comunes. Por ejemplo, salen cantantes a punta pala, especialmente del género femenino, que no se han enterado todavía de que con un cuerpo escultural (que es lo que cuidan) no se hace una cantante de éxito.

Recordemos cómo era la rara belleza de Edith Piaf y la magnífica cantante que fue, sin necesidad de presumir de cuerpazo. Era menuda de cuerpo, pero tenía una voz cargada de sentimiento, e interpretaba creyéndose lo que decía en cada actuación. Pero esta ya no vale porque es una historia antigua.

El problema que tiene la industria discográfica moderna es que la técnica ha entrado en la industria para destruirla, y ya no se hacen discos con una amplia selección de canciones. Se fabrican singles, sencillos, con una sola canción de la que los productores quieren hacer el trampolín de lanzamiento de una cantante.

"Me viene a la memoria, ahora que escribo estas reflexiones, mi encuentro con Charles Aznavour en el Midem de Cannes, a finales de los años 60"

Las canciones de éxito programado se promocionan en los medios informativos y se escuchan en Spotify, porque cada vez hay menos tiendas especializadas en la venta de discos, salvo en las grandes superficies.

Los conciertos, al estilo de aquellos de Raphael o Rocío Jurado, ya no se montan, porque los cantantes de nuestros días tienen una manifiesta endeblez. Miguel Ríos es el único de los grandes que perdura. Eso sí, a trancas y barrancas, pues se ha despedido varias veces y ha vuelto otras tantas para mantener encendido el pebetero de la música rockera española.

Un redactor-jefe que tuve, muy sensible con la zafiedad, decía de estas cantantes aparentadoras “que cantaban como grillos cebolleros”. Las dos profesiones —el periodismo y el canto— están llenas de advenedizos con más voluntad que conocimientos. Afortunadamente, los periodistas ahora salen de la especialidad cursada en ciertas Universidades. Los cantantes, por el contrario y salvo excepciones, siguen saliendo por generación espontánea.

"La grabación de la entrevista la envié tal cual, de principio a fin, sin corte alguno. Lo que no sé es si se emitió en su integridad, pues don Francisco estaba muy vivo y en todo su esplendor"

Me viene a la memoria, ahora que escribo estas reflexiones, mi encuentro con Charles Aznavour en el Midem de Cannes, a finales de los años 60. Era menudo, flaco y exento de atractivos físicos. Pero tenía un Rolls Royce con conductor. Le pedí una entrevista para la radio (hablaba algo el español) y me dijo que al día siguiente me iría a buscar a mi hotel su coche para traerme al suyo, donde desayunaríamos y charlaríamos. Pensé que el desayuno sería tardío; pero no. A las ocho de la mañana desayunábamos, en el restaurante del hotel Majestic, algo que yo nunca jamás había soñado en desayunar: ostras con champán (me sentaron fatal, pero todo sacrificio es poco por una entrevista personal con semejante famoso). Me dijo que no era francés de nacimiento, sino armenio; que había luchado mucho por salir adelante como cantante y actor de cine; que todo se lo debía a la industria discográfica, aunque no era un buen cantante, pues le faltaba potencia de voz, que suplía con cierto buen gusto. Y me dijo también que amaba tanto a su profesión que no le importaría morir cantando. Y así fue. Hizo conciertos, ya muy mayor, con el mismo entusiasmo de un principiante.

Otro recuerdo, con cantante famoso, tuvo lugar en alguna otra de las ediciones a las que fui enviado. Recuerdo que Adriano Celentano, cantautor italiano, contestatario y vinculado también ya al cine, decidió que fuera este que ahora escribe el periodista español que le entrevistara sin tiempo limitado. Y en su camerino del teatro del Palacio de Festivales, de Cannes,  hicimos una buena entrevista que él remató diciéndome:

—Dele usted recuerdos a don Francisco.

— ¿A qué don Francisco, señor Celentano?

—A don Francisco Franco, amigo periodista…

La grabación de la entrevista la envié tal cual, de principio a fin, sin corte alguno. Lo que no sé es si se emitió en su integridad, pues don Francisco estaba muy vivo y en todo su esplendor. Claro que Celentano solo me transmitía saludos para el general Franco sin manifestar ninguna opinión política, que me pareció una cosa prudente por su parte, pues en Italia tenía fama de ser bastante revoltoso y crítico con las cuestiones sociales. Aunque en su intimidad lo que más le preocupaba era su galopante alopecia, que tapaba poniéndose gorras y sombreros.

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