A pesar de su experiencia como docente (es catedrática emérita honorífica de la Universidad de Salamanca y profesora adjunta del Departamento de Bioética en la Case Western University de Cleveland) y escritora (ha publicado cerca de una decena de títulos sobre filosofía, feminismo o bioética, su especialidad), Mª Teresa López de la Vieja llega a la entrevista con nervios. Me lo confiesa nada más vernos. En ese momento, sé que nuestra conversación va a ser real.
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—Mientras preparaba esta charla, estaba leyendo el libro Conversaciones sobre la escritura, de Ursula K. Le Guin, basado en entrevistas, y un pensamiento de la escritora me inspiró para empezar a preguntarte: “Los dictadores siempre temen a quienes se dedican a la poesía. Esto a muchos estadounidenses les suena rarísimo, porque creen que los poetas no son sujetos políticos, pero en Sudamérica o en cualquier dictadura saben perfectamente de lo que hablo”. ¿Y si cambiamos poesía por filosofía?
—Ya Platón intentó aconsejar a Dión de Siracusa, pero salió mal. En el siglo XX tenemos el ejemplo de Hans Georg Gadamer, un autor muy leído y muy bien considerado, pero con una parte política que es, cuanto menos, merecedora de preguntas. Primero tuvo que convivir con el régimen nazi, luego con las fuerzas ocupantes, y más tarde vivir en la República Federal alemana. Entonces, sí, esa vecindad con el poder es bastante problemática también en filosofía.
—¿Debería el poder temer a los filósofos?
—A algunos. También está el famoso caso de Heidegger, que se afilió al partido nazi. En filosofía tenemos ejemplos de compromisos políticos de muy diverso signo.
—Quizás de eso se trate, de pensar el mundo desde diferentes perspectivas y de conocer ideas de todo tipo para decidir si se está de acuerdo con ellas o no.
—A mí me interesa más la otra parte: no tanto cuestionar lo que no se debe hacer, sino intentar poner en primer plano lo que se debe hacer, ver lo positivo.
—¿Crees que la filosofía puede ser un antídoto contra los totalitarismos?
—Sólo la filosofía no, pero el mensaje de la filosofía puede ser asumido para interpretar la situación y buscar soluciones en el ámbito de la ciudadanía. La filosofía lanza su mensaje, como el mensaje en la botella arrojada al mar para ver si alguien la encuentra. Hay otras disciplinas, como la literatura y la poesía, que también emiten un mensaje. El mensaje llega a la ciudadanía por distintas vías o metodologías, y la filosofía es una de ellas. Si se la escucha, tiene una doble función de crítica y, sobre todo, de constructiva.
—¿Constructiva para no quedarse sólo en lo teórico y aplicarla a la vida?
—Obviamente. Yo me dedico a las éticas aplicadas, a esa parte de ¿cómo transformamos esto en acción? Ese es el reto y la pregunta que hay que hacerse en filosofía. ¿Esto es aplicable, o no lo es?
—¿Cómo lograr que la ciudadanía no se convierta en dominio? Estoy pensando en el auge actual de la extrema derecha, impulsada desde el poder y, en ocasiones, legitimada por las ciudadanas con su voto.
—Me encanta lo que planteas, porque nos fijamos sobre todo en el hacer, en quién colabora o no colabora con una forma de régimen político. Pero tenemos que pensar también que hay responsabilidad en el no hacer. Esto que señalas tiene que ver no solamente con quiénes han diseñado regímenes autoritarios y con quienes han colaborado para mantenerlos. Ha habido cosas que no se han hecho. Ahora nos parece algo nuevo, pero yo soy de la generación que vivió el franquismo. La línea que tú planteas tiene que ver con esa doble dimensión: lo que se hace y lo que no se hace.
—El no hacer también es un modo de hacer.
—Hay responsabilidad en el dejar pasar, en responder con el silencio. Lo vivimos durante el franquismo, ese “tiempo de silencio” al que se refería Luis Martín-Santos. El no hacer es uno de los pilares sobre los que se asienta esta forma de poder que poco a poco va ganando adeptos para, finalmente, imponerse de manera cruda, exigiendo obediencia.
—Hablando en nombre de mi generación, a mí me ha pasado que antes de la guerra de Ucrania o de la ocupación de Gaza pensaba: “Es imposible que ahora suceda algo como lo que sucedió en la Guerra Civil Española o con el nazismo, porque el mundo no lo permitiría”. Pero está sucediendo y el mundo lo está permitiendo.
—La guerra de Ucrania tuvo precedentes, como la anexión de Crimea, y no hubo reacciones. Alemania ha desempeñado un papel importante de pacificación y de tolerancia con el régimen de Putin durante años. Esas señales que ya se enviaban desde Rusia no se atendieron, precisamente, porque Alemania hizo de cortafuegos. El reto está en escuchar lo que se está transmitiendo que va a ocurrir, antes de que ocurra. Yo he trabajado bastante el argumento de la pendiente resbaladiza, que trato en otro libro publicado por Plaza y Valdés. Consiste en que hay cosas que ocurren pasito a pasito y no te das cuenta o no te quieres dar cuenta. Pero eso tiene consecuencias. Nos fijamos en la actualidad y en las noticias impactantes, pero hay cosas que ocurren gradualmente y que también se pueden leer y escuchar.
—¿Se ve más claro al mirar atrás? También hablas de tiempos en Dominio o ciudadanía: de pasado, de futuro y de un presente en el que debemos permanecer para hacer buenas políticas. De que es en el ahora donde están la razón y el pensamiento comprometido.
—Es el momento del compromiso, que a cada generación le toca en su contexto y a su manera. Parece que he escrito Dominio o ciudadanía anteayer, pero no, llevo años con él. Al ser de esa generación que vivió lo anterior, se detecta cualquier retroceso. Se detecta que hay algo que no va en una dirección que favorezca a la ciudadanía. Me gustaría añadir algo con respecto a la escritura, también pensando en la poesía. Para mí lo más difícil ha sido encontrar un estilo de escritura para el libro. Por eso aparecen metáforas que lo vertebran. No están para despistar, sino justamente para darle forma. Puedes tener ideas más o menos asimiladas pero, al pasarlas al papel, has de pensar: ¿cómo? Creo que le pasa lo mismo a cualquier escritor de poesía o de otro género.
—Sé de lo que me hablas, yo también escribo. Y quisiera preguntarte algo desde el punto de vista de la lectora, porque siento que a veces es difícil leer filosofía. ¿Cómo se lee filosofía?
—Me gustaría saber la respuesta (risas). En mi caso, hay libros de filosofía que leo con más gusto que otros. Creo que se trata de dejarte seducir. La proximidad con un texto surge cuando el autor ha pensado bien en cómo contarlo. Hay una elaboración de los conocimientos, de los contenidos; y para ello debe existir una forma que permita transmitirlos. Quizás hay otras personas con más fluidez a la hora de manejarse con la forma, pero yo me lo he pensado y me lo sigo pensando mucho. Reitero que el mayor reto para mí ha sido la escritura. Durante años he dado clase de Filosofía Política, que además es una asignatura muy especial y estimulante porque los alumnos siempre reaccionan, para bien o para mal. Dando clase me lo he pasado en grande y he aprendido muchísimo. Nunca es igual una clase que otra. Pero llevarlo al papel ha sido un desafío.
—Dando clase enseñas y aprendes.
—Sí, eso es. Y también ha habido cosas difíciles, que cuento en el prólogo. Yo he llegado a poner denuncias e ir a los tribunales. Estamos hablando del dominio en el ámbito geopolítico, pero en las instituciones también hay micropolítica que puede ser cívica o de dominio. Una de las cosas de las que más orgullosa estoy es de que no pudieron conmigo. He sobrevivido, precisamente, porque me apasiona mi trabajo. Me dije: “A mí esta fiesta no me la van a aguar”.
—Y aquí está el libro como prueba de ello.
—¡Claro! Si yo no hubiera disfrutado con mi trabajo habría sido mucho más doloroso. Pero hice frente a aquello. Tanto en docencia como en investigación, he tenido mucha suerte porque he encontrado grupos de gente de primer nivel y además muy generosa.
—¿También había gente a la que no le convenía que estas ideas se difundieran?
—Tiene que ver con una cuestión de machismo. Empezó a la semana de ganar la cátedra y de salir el nombramiento en el Boletín Oficial. Yo me vine a Madrid con mis maletas y sin pedir permiso para opositar. Nunca pedí permiso y eso no me lo perdonaron. Mi salvavidas fue disfrutar de mi trabajo. Por un lado estaban las instituciones y las autoridades, donde unos hicieron y otros no hicieron, y por otro el contacto con los alumnos. Muchos se han convertido en colegas. Ha sido una vivencia muy positiva, y eso me ha protegido de otras situaciones duras muy sórdidas y muy de dominio micropolítico, y que hacen mucho daño. No consiguieron quebrar esa experiencia fabulosa que he tenido como profesional. Pero he tenido que defenderla, sí.
—Como profesional y como mujer.
—Todavía hay mucho que hacer para defender los derechos de las mujeres. Nos queda mucho por delante.
—En el libro también profundizas en el dominio desde una perspectiva de género, asociándolo al tema de la violencia sanitaria.
—Es un sesgo fuertísimo que tiene cualquier institución y, por supuesto, el ejercicio del poder. Supongo que esto lo sabéis incluso las más jóvenes.
—Volviendo a las metáforas: si lo personal es político y lo político es personal, ¿qué podemos hacer como ciudadanas para que esa ciudad donde la razón y la democracia están en peligro no se hunda del todo en nuestras vidas?
—Lo de la ciudad sumergida hace referencia a Hannah Arendt. Ella defendía la idea de que política es crear un espacio para los ciudadanos a través del lenguaje. Yo también entiendo que esa es la ciudad democrática, comparto su idea. Pero a ella le reprochaban que esto era algo asociado a la antigüedad, a la polis antigua. Lo que pasa es que, si vacías los sistemas democráticos de esa acción ciudadana, la ciudad se sumerge. Sacarla a flote es activar el tejido cívico y las actividades cívicas. Por ejemplo, en el caso de la sanidad, es vital atender no solamente a la legislación sobre salud pública y funcionamiento del sistema sanitario, sino también las iniciativas de las asociaciones de familiares de enfermos. Ese tejido cívico existe.
—¿Te refieres a hacer comunidad?
—Sí. Otro ejemplo relacionado con el tema de la vivienda: ¿quién está poniéndolo en el centro de la agenda política? La ciudadanía, las asociaciones. Por eso también uso la idea del triángulo. Estamos mirando una parte de la política que es el ámbito institucional, pero tenemos que fijarnos en qué hacen los agentes porque esa parte es la más dinámica. Y si la quitas, ¿qué significa democracia?
—¿Crees que la democracia actual es una verdadera democracia? Considerando este sesgo de género o las malas políticas migratorias, que también tratas en el texto.
—Las reglas sí son democráticas y alguna institución también puede serlo. Piensa en instituciones que sí funcionan. Pero, si no se da esa participación ciudadana en otras instituciones, no es democracia. Democracia no es únicamente seguir un procedimiento o votar. Es participar. Donde no hay participación ciudadana, el sistema no funciona.
—A veces me da la sensación de que muchas personas, incluidas las más jóvenes, piensan que con ir a votar cuando toca es suficiente y depositan ahí toda su defensa de la democracia.
—El procedimiento democrático es sólo una parte del triángulo junto con la institución y la participación ciudadana. Todo debe funcionar de manera relativamente simultánea o armonizada. Si falta alguna de las partes, no hay democracia real. Por eso, en los últimos años se habla de declive, de hundimiento, etc. La clave está en ver dónde hay participación. Donde la haya, se revitalizará el sistema y donde no la haya, no.
—Con respecto al rearme al que estamos asistiendo en la actualidad, mientras a las ciudadanas nos dicen cosas como que preparemos nuestra mochila de emergencias, ¿crees que crear cierta alarma social es un modo de justificar la militarización? ¿Podría considerarse dominio disfrazado de ciudadanía?
—Una de dos: o no se nos ha explicado bien cuál es la situación, que probablemente sea muy dramática, y entonces entenderíamos por qué hay que destinar recursos y tiempo a prepararnos, o no es cierto. Hasta este momento parece que no ha habido una explicación. Y por eso desconfiamos. Me recuerda a lo que sucedió durante la pandemia, que parecía algo nuevo y que de la nada teníamos que encerrarnos en casa. Si no se explica, si no participamos, por supuesto que es criticable. En este caso, para que podamos participar en una política de rearme, necesitaríamos tener todos los datos y que se pidiera nuestra participación.
—Necesitaríamos conocer esa información para poder decidir. Porque no tener todos los datos crea confusión y, como bien dices, desconfianza.
—A lo mejor estaría bien escuchar no solamente las noticias de lo que está pasando en el frente de Ucrania, sino informarse acerca de cómo viven los ciudadanos ucranianos. O en Estonia. Tenemos que saber más. Y, después, podremos decir si esa política de rearme es correcta; participar o no.
—Y decidir si nos alarmamos o no. De algún modo, el concepto de la información como poder planea a lo largo de todo el libro.
—Eso es. Para que no nos limitemos simplemente a obedecer, pues en eso consiste el dominio, debemos saber y participar sabiendo. Parece sencillo, pero implementarlo no es tan sencillo. Si no se cumple esa condición, va a ser difícil que nos entusiasmemos con las propuestas de rearme. Además, como mujeres tenemos objeciones. Porque ¿a quién se militariza? ¿Sólo a los varones? ¿Volvemos a separar roles, entonces?
—Tal vez podríamos terminar con un mensaje de esperanza…
—Sí, toda ciudad sumergida sale a flote (risas).
—… porque parece que al final la filosofía puede cambiar el mundo para bien. ¿Trazamos ese camino?
—Como cito en el libro, nos encontramos en un barco a la deriva que tiene muchas averías y que no sabemos si llegará a puerto. Pero podemos arreglar el barco. Porque además estamos subidos en él. La ciudad puede salir a flote y, en el barco a la deriva, podemos hacer reparaciones. En filosofía hay otros mensajes similares. No hay que ver la acción como algo imposible.
—Yo creo que si alguien se interesa por la filosofía, por pensamientos que intentan explicar o mejorar el mundo, inconscientemente hará más. Se alejará de ese no hacer.
—Hay pensamientos intentan cambiar el mundo para bien. Yo soy feminista y quizás las teorías más claras en ese sentido, ligadas a la experiencia, son las feministas. Las ideas no solamente sirven para cuestionar los prejuicios de género, sino también para entrar en ellos y modificarlos.
—Se trata de vivir las ideas.
—Sí, de vincularlas a la experiencia. Eso lo he aprendido de las teorías feministas. La filosofía ha de tener algún tipo de traducción práctica.
—¿Qué lecturas filosóficas recomiendas para transitar el momento actual?
—Los escritos políticos de Thomas Mann, por quien empiezo en Dominio o ciudadanía. Toda esa generación, que pasó por el trance del deterioro del sistema y el auge del totalitarismo, por el exilio o por la persecución, tiene mucho que decir todavía. A pesar de ello, esa generación fue increíble. Supo volver a Alemania y transmitir sus ideas. Los mensajes que lanzaba Thomas Mann por la radio a los alemanes son especiales. Hannah Arendt también concedió muchas entrevistas donde se expresaba con toda claridad y a partir de vivencias durísimas. También hay escritores españoles de entreguerras que contaron cómo era aquello. Leer a quien tuvo que pasar por lo que nos provoca miedo ahora, como la guerra, ayuda.
—Así podemos sentirnos menos solos.
—Es que incluso me remitiría a Platón como símbolo de todos aquellos autores que volvieron de Siracusa fracasados. Tuvieron malas experiencias, aprendieron de ellas y transmitieron mensajes valiosos. Pero yo todo esto lo recomiendo en voz baja, con modestia. Soy como cualquier otra ciudadana, aunque ya de cierta edad.



Hay que trabajar siete días por semana para pagar un alquiler y mantener un hijo o dos. Cuando vuelves a casa molido y cabreado, ves a un montón de gente sentada en bancos, que tiene hijos y paga alquiler como tú, pero sin trabajar. Pero el problema es la extrema derecha, toda esa gente que se cabrea por eso, en vez de trabajar, pagar y callar. Fascistas.
Magnífica entrevista. Felicitaciones a ambas, entrevistada y entrevistadora. Solo dos notas:
1) Heidegger es detestable por su admiración y colaboración con el criminal Adolf Hitler. Fue un racista, un supremacista de “la raza aria”, un nazi de uniforme y soplón de la Gestapo. Sus “Cuadernos Negros” revelaron su irremediable mediocridad intelectual y humana. Y como “filósofo” (“amigo del conocimiento”) fue un embaucador repetidor de pazguatadas disfrazadas de lenguaje hermético. En el futuro los historiadores se asombrarán ante la pleitesía que muchos le rindieron.
2) Platón, como Filósofo Político, es creador de una utopía filotiránica que excluyó a los poetas y filósofos, una utopía totalitaria porque se inspiró en el Espejismo Espartano, admirar a la sociedad totalitaria de la antigua Esparta de Licurgo, una sociedad esclavista, militarista y totalitaria, la primera en la Historia de Occidente aunque no lo estudió Hannah Arendt en su clásico “Los Orígenes del Totalitarismo”, porque ella solo estudió el Totalitarismo hasta el Medioevo y ligado a la persecución de los judíos.
El Espejismo Espartano inspiró a Platón en su utopía totalitaria consignada en “De las Leyes” y “De la República”, con efectos en Graco Babeuf y su utópica “República de los Iguales” y su “Manifiesto de los Iguales”, publicado en París en 1794, que será plagiado por Karl Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista” de 1848. Y como El Espejismo Espartano también inspiró a Benito Mussolini para crear su ideología Fascista para enfrentar desde la extrema derecha al Comunismo Marxista de la extrema izquierda, ambos son ideologías totalitarias, bases de Estados Totalitarios con tantas semejanzas. El Fascismo y el Comunismo Marxista (también utópico y presuntuoso de “científico”) son hijos bastardos del Totalitarismo Espartano, así que el cacareado “Hombre Nuevo” existió durante casi 700 años siglos antes de Cristo en la Esparta de Licurgo, los llamados “Homoi”, “Los Iguales”, y de allí tomó el nombre y la inspiración Francois “Graco” Babeuf para crear el “Movimiento de los Iguales” y buscar establecer “La Dictadura de los Trabajadores”, un gobierno represivo contra los propietarios para establecer la sociedad igualitaria. Babeuf fue guillotinado en 1797 y medio siglo después Karl Marx leyó su Manifiesto de los Iguales en la Biblioteca del Museo Imperial Británico en Londres, lo plagió, cambió el nombre de “Dictadura de los Trabajadores” por el más impreciso de “Dictadura del Proletariado” y escribió su Manifiesto Comunista, arrancando la marcha de la utopía del Comunismo Marxista.
La Filosofía está muy presente en la vida cotidiana. Desde la Antigüedad, hoy y lo estará mañana. Aunque muchos no están enterados. La ignorancia es un arma que usan los poderosos para afianzar su Dominio, para mantener a las mayorías en la ignorancia y lejos de la Ciudadanía.