Truman Capote escribió una parte de A sangre fría en la Costa Brava entre 1960 y 1962. Se alejó de Nueva York, de sus fiestas y adicciones, pero también del frío de Kansas, donde documentó el asesinato de la familia Clutter en ese estilo paradójico que bautizó como non-fiction novel. Para escribir necesitó un triple enfriamiento de la sangre: rastrear el crimen, intimar con los asesinos y asistir a su ejecución en la horca. Con ello elevó el periodístico a género literario, pero nunca pudo escapar de la compañía de los fantasmas.
Décadas más tarde, en uno de sus últimos cuentos, “Un día de trabajo”, el protagonista acompaña a una trabajadora de la limpieza durante su jornada por diversos apartamentos de Nueva York. Allí aparecen fragmentos de vidas heridas: una inquilina que acaba de sufrir un aborto, un piloto derrotado por el alcohol… En todas las habitaciones los objetos hablan con una elocuencia espectral. La narración no describe personas, sino huellas, presencias que inflaman la imaginación del lector.
En La dificultad del fantasma: Truman Capote en la Costa Brava, Leila Guerriero sigue ese mismo impulso: camina tras los pasos de Capote en los pueblos de Palamós, Platja d’Aro y Calonge. El escritor llegó allí seis años después del suicidio de su madre, una mujer que mercadeó con su cuerpo y que intentó escapar del frío por medio del alcohol y los barbitúricos, legado que Capote asumió como propio.
La madre dejó a Truman al cuidado de parientes en Monroeville, Alabama. Allí creció bajo un ambiente religioso, protegido por su tía soltera, que se convirtió en su mejor amiga. Con ella cocinó tartas, le contó historias y acarició su pelo antes de dormir. Su padre, fugitivo de la ley por numerosas estafas, apenas fue una sombra. El testimonio de su infancia aparecerá en cuentos de ternura desolada como “Un recuerdo navideño”, “El invitado de Acción de Gracias” y “Una Navidad”, donde el niño intenta conjugar con dulzura la frialdad del desamparo.
Imagino a Truman como un niño rubio, bajito, amanerado, con un lenguaje precoz y un deseo ardiente de ser querido. Su infancia fue una plegaria de amor. Y en cierto modo fue escuchada: pronto se convirtió en un escritor de éxito colosal. Pero la adoración del público no sustituyó nunca la carencia de los abrazos maternos y paternos.
En la adolescencia se trasladó a Nueva York, donde vivió con su madre y padrastro —de él adoptó el apellido Capote—. La madre fue una figura ambivalente: detestaba sus gestos afeminados y la voz infantil que lo caracterizaba. Su vida disoluta inspiraría Desayuno con diamantes. Antes de ese libro, Capote fue un lolito, pareja de hombres mayores; entre ellos Newton Arvin, profesor de Literatura en Smith College, veinticuatro años mayor que él. Arvin corrigió su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, en la que Capote escribió abiertamente sobre la homosexualidad. En la cubierta trasera aparece posando como una Venus fatale.
Su última obra, inacabada, Plegarias atendidas, parece brotar de la decepción de un amor que nunca encontró. El título procede de una frase de Santa Teresa de Ávila: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Su sufrimiento se convirtió en fama, y su éxito en una forma pública y paulatina de autodestrucción. Tras publicar algunos capítulos de Plegarias atendidas, donde reveló los secretos de sus “cisnes”, aquellas damas de la alta sociedad neoyorquina, Capote fue cancelado y condenado al ostracismo. Con esos textos, Capote mató simbólicamente a su madre, arremetiendo contra aquellas mujeres adoptivas. Como escribe Guerriero: “La escritura es el rastro de un cuerpo y el cuerpo es su víctima gozosa”.
La escritura, como el arte, nace de este movimiento paradójico: primero, la huida; después el reencuentro con los propios fantasmas. Guerriero nos muestra esa imposibilidad de fijar un testimonio veraz, capaz de sostener una identidad clara. La madre de Capote es un fantasma; también la familia Clutter, también sus asesinos. Y el que escribe ya no es Capote, sino una vida atravesada por espectros. Lo mismo le ocurre a Guerriero cuando entrevista a quienes aseguran haberlo conocido: testimonios confusos, falsos, turísticos, más próximo al ego que a la verdad. Su búsqueda trasciende a Capote: es el retrato de la frustración de la escritura cuando intenta atrapar algo consistente: ecos de un tiempo fósil sin autopsia posible.
La sangre fría es una utopía. Capote lo intentó, pero siempre se tropezó con las vísceras de su vida: ningún testimonio puede conquistar el territorio helado de la verdad, y ninguna ficción puede alejarse demasiado del dolor propio. Ese dolor con el que inevitablemente construimos el mundo. Capote buscó a su madre en su vida y en sus páginas. Capote se buscó a sí mismo y rezó para ser amado. Esa plegaría fue escuchada, pero el amor recibido devolvió por multiplicado el sufrimiento. Guerriero busca a Capote y se encuentra con un fantasma: ese reflejo del que intenta escapar. Non fiction-novel no es solo un género acuñado por Capote, es la paradoja que todos habitamos cuando buscamos la verdad de una historia.
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Autor: Leila Guerriero. Título: La dificultad del fantasma: Truman Capote en la Costa Brava. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.


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