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Carme Chaparro: no es lo mismo intención que resultado

Carme Chaparro: no es lo mismo intención que resultado

Hay crímenes de muchas clases y eso incluye los crímenes editoriales. Uno de ellos es creer que porque alguien conduzca un informativo con relativa solvencia, también es capaz de conducir una trama literaria sin despeñarse por la curva de la verosimilitud. Carme Chaparro se mueve hace tiempo por esos discutibles territorios, pero debemos señalar en justicia que no está sola. No es un versito suelto del negocio, sino que pertenece a esa tendencia mediática de presentadoras televisivas que, tras pasar años comentando noticias ajenas, deciden escribir las propias. La industria editorial, siempre hambrienta de nombres reconocibles (desvergonzadamente voraz en los últimos tiempos en ese sentido) les pone alfombras rojas con mercantil entusiasmo. No importa si la trama cojea o si el estilo huele a guion de talk show: importa que el rostro sea familiar y que haya una foto profesional para la solapa.

En este ecosistema tan de moda, tan de ahora mismo, la literatura deja de ser un arte y se convierte en un spin-off del prime time. El público compra lo que ya conoce, como quien sigue a una presentadora en otra red social. Y el libro, más que leído, se exhibe, es un accesorio de estantería, tan brillante como una portada de revista.

"Porque Delito, Castigo y Venganza, señoras y señores, no es una trilogía sino una campaña publicitaria de tres actos"

Hay trilogías narrativas (todas en principio respetables, aunque no siempre en final) que nacen del fuego interior de una autora que necesita escribir y otras que nacen del fuego de plató, de ese resplandor televisivo que confunde el foco con el talento. Delito, Castigo y Venganza, la trilogía (escrita en tres años, ojo, a libro por año) de Carme Chaparro, pertenece al segundo grupo: novelas que parecen escritas más para justificar una gira de promoción que para sostener una historia. Porque Delito, Castigo y Venganza, señoras y señores, no es una trilogía sino una campaña publicitaria de tres actos. Su delito es la pretensión literaria, su castigo es la reiteración, y su venganza el éxito de ventas, que en el caso de Carme Chaparro resulta muy razonable para estos tiempos. Porque en la era del influencer, escribir bien es opcional, incluso accesorio. Lo esencial, lo que de verdad vende el libro (ciertos libros) es salir mucho en la tele y dar bien en la foto de firma de ejemplares.

Pero vayamos por partes, como Jack el Destripador.

Delito (Planeta, 2023), o cómo matar dieciocho pájaros de un tiro

Dieciocho personas se lanzan al vacío desde un hotel. Es un comienzo que haría babear a cualquier productor de Netflix, y hasta algunos de mis alumnos y yo babeamos con las primeras líneas al comentarla en clase. Pero conforme una avanza empieza a sospechar que el verdadero misterio es por qué nadie detuvo esta novela antes de publicarla. O por qué un editor solvente no le dio unos toquecitos que la adecentaran, o por qué antes de ponerse a escribir novelas Carme Chaparro no leyó algunas de las imprescindibles para quien se atreva a eso. A los maestros, quiero decir, de antes y de ahora, que escribieron novela negra o de misterio en diferentes registros pero todos dominando su oficio, desde Conan Doyle a Ellery Queen o Dickinson Carr, desde Hammett a Chandler o Elmore Leonard o Dan Brown. Y es que los personajes chaparrescos tienen la profundidad emocional de un filete de ternera poco hecho, subtitulado para los informativos, y los diálogos (ay, Carme) suenan como si los personajes llevaran pinganillo. Dieciocho personas saltan a la vez desde un hotel. Impactante, sí, pero también profundamente impostado si no lo desarrollas después. Chaparro abre con un golpe de efecto de manual, de esos que parecen diseñados por un productor de informativos que ha aprendido que la atención dura menos que un titular. La novela promete profundidad psicológica y crítica social pero se queda en la superficie de un thriller con alma de prime time. Todos en la historia hablan como si fueran locutores de su propio programa y la prosa se cuida tanto de sonar bien que olvida sonar verdadera. Y es que en la novela o en la vida nadie pone lo que no tiene. Salamanca no da lo que el talento no concede.

Castigo (Planeta, 2024): cuando el giro sustituye al guion

"Salta a la vista que Chaparro escribió su asunto con el rabillo del ojo puesto en el rating de audiencia"

El segundo volumen intenta más: más sangre, más misterio, más titulares. A una madre le llega la oreja de su hijo en una caja con lazo (detalle que parece pensado para el tráiler, no para la trama). Es una historia que busca la lágrima fácil y la indignación rápida, un true crime americano (mal) disfrazado de literatura española donde el suspense se mide en likes y el dolor humano se administra a ritmo de storytelling. Aquí Chaparro se lanza al barro del thriller psicológico, pero lo hace con tacones y focos encendidos. Todo está medido para el prime time: cada giro, cada lágrima, cada frase que parece escrita para sonar bien en una entrevista de El hormiguero.

Y sí, el libro se vendió estupendamente, porque el lector medio, o sea, el lector, no nos engañemos, confía más en las presentadoras jacarandosas que en los novelistas de pata negra que no salen en la tele ni presentan informativos o frivolités mañaneras o vespertinas. Salta a la vista que Chaparro escribió su asunto con el rabillo del ojo puesto en el rating de audiencia, tirando a pichón parado. Cada capítulo es una pieza de telediario emocional: corto, sensacionalista y olvidable en cuanto llega la siguiente noticia. Fugaz como la vida misma.

Venganza (Planeta, 2025): el cierre por agotamiento

La tercera entrega, que acaba de salir, calentita, a mesas de novedades, y seguramente también y en breve a listas de más vendidos, intenta unir los hilos de un tapiz que nunca tuvo dibujo. El libro llega con olor a cierre de temporada. Chaparro intenta cuadrar todas las piezas, pero el resultado, de nuevo, se parece más a un informativo sin escaleta. Hay moralina, sí, pero servida con tanta autoindulgencia que parece publirreportaje. La trama promete catarsis, pero lo que llega es un desfile de personajes reciclados, giros previsibles y moralinas sobre el poder mediático pronunciadas por alguien que lleva toda la vida beneficiándose de él. La novela quiere denunciar el poder de los medios, los abusos de las élites, las cloacas de la información. Y sin embargo, lo hace desde dentro del mismo sistema que explota, aprovechándose de él. Es como si un tertuliano hiciera un documental sobre el ruido de las tertulias: honesto en teoría, autoparódico en la práctica. Y el resultado es una historia que se toma muy en serio a sí misma, con el dramatismo de quien lleva toda la vida narrando tragedias a cámara, y el ritmo (una vez más) de una escaleta de prime time.

"Chaparro confunde realismo con referencia: si menciona periódicos, platós o fiscales reconocibles, cree que el lector se sentirá dentro de la historia"

Y el caso es que el punto de partida parece potente: un magnate de los medios aparece muerto en circunstancias sospechosas, y su desaparición desencadena una tormenta de secretos, chantajes y venganzas cruzadas. Hasta aquí, el lector respira con ilusión: “Por fin, algo con jugo”. Pero pronto descubre que el crimen es lo de menos. La verdadera víctima aquí es la verosimilitud. Es la típica novela que se promociona en tertulias literarias donde nadie se atreve a decir lo evidente: que su mayor mérito no está en las páginas, sino en la campaña de prensa y en la imagen mediática de la autora. En cuanto a los personajes, no viven, posan. No dialogan, declaman. El forense (supuestamente el alma moral del relato) habla como si estuviera preguntándose cuál de las cámaras del estudio es la que lo saca más guapo. El resto son caricaturas funcionales, más sobadas que las señoritas mercenarias del ex ministro Ábalos: la periodista valiente (cómo no), el magnate podrido (cómo tampoco no), la mujer rota pero fuerte (cómo no y mil veces no), el poder judicial ambiguo… todas figuras recicladas de thrillers anteriores propios y ajenos, solo que aquí, en honor a la verdad, están mejor iluminadas. Porque cada uno parece diseñado para la foto de promoción, no para la emoción lectora. Chaparro confunde realismo con referencia: si menciona periódicos, platós o fiscales reconocibles, cree que el lector se sentirá dentro de la historia. Allá ella con sus intenciones, tan respetables como las de cualquiera. Pero no es lo mismo intención que resultado, y lo que logra es un decorado de cartón piedra, un Madrid televisivo donde nadie come, nadie suda y nadie habla sin frase subrayable.

Hay un momento en que Venganza parece querer ser algo más, y eso estimula el interés de la lectora común (muchas, pronostico), el lector común (pocos, pronostico) o las lectoras y los lectores exigentes (prácticamente ninguno, pronostico también): un ajuste de cuentas con el poder, una denuncia de la manipulación mediática y la corrupción sistémica. Suena muy bien, pero el mensaje se ahoga en su propio tono declamatorio y en una evidente ausencia de verdadero talento narrativo: Chaparro escribe con una solemnidad que asfixia cualquier chispa de autenticidad. Cada reflexión sobre la ética del periodismo suena a “especial fin de temporada” del informativo. Y al final, el lector no siente indignación; siente que lo están aleccionando, que le están leyendo la cartilla moral (como con Muñoz Molina, pero en versión ligera). Y lo más curioso es que el discurso resulta tan previsible que termina anulando la tensión del thriller. Cuando todo está explicado, moralizado y subrayado, no queda misterio, solo mensaje. Y los mensajes, como los telediarios, caducan al día siguiente.

"La venganza de Carme Chaparro no es contra el sistema, sino contra el prejuicio de que las presentadoras no pueden escribir"

Una termina Venganza con la sensación de haber leído un making of de sí mismo: todo está tan calculado que ni siquiera el suspense se atreve a improvisar. Porque eso sí, reconozco que Chaparro es minuciosa: no deja espacio al azar, ni a la duda, ni a la sombra. Todo está planificado con precisión televisiva: el ritmo, los giros, las pausas para el impacto emocional. Lo paradójico es que en esa obsesión por controlar el relato la novela pierde lo más valioso que tiene la ficción, que es la ambigüedad. La autora no se fía del lector; lo lleva de la mano, le explica cada cosa, le recuerda qué debe sentir y cuándo. No hay riesgo narrativo, y lo que empieza prometiendo una gran exclusiva acaba repitiendo lo que ya sabías, pero con más dramatismo.

Por suerte para la autora, Venganza se venderá bien (quizá mejor que los dos anteriores) porque en las mesas de novedades atiborradas de nombres y rostros famosos por otros asuntos ya no se expone literatura, sino reputación narrativa. El nombre Chaparro ya es una marca, aunque limitada, y la editorial lo sabe: garantía de thriller accesible, portada limpia, promoción en todas las radios, entrevistas en las televisiones. El lector, cómodo, no busca que le remuevan, sino que le confirmen que está leyendo algo con su floripondio trascendente. Y Chaparro le da exactamente eso: una novela que habla de poder y corrupción sin incomodar a nadie, un espejo donde el público puede verse indignado sin ensuciarse las manos.

En el fondo, Venganza no trata de la muerte de un magnate ni de los secretos del poder. Trata del propio acto de mirar: del deseo de verse como una autora seria, comprometida, literaria. La venganza de Carme Chaparro no es contra el sistema, sino contra el prejuicio de que las presentadoras no pueden escribir. También, en cierto modo, contra reseñas como ésta. Y, en cierto modo, lo logra: ha construido una trilogía tan pulcra, tan formal, tan calculada, que podría emitirse en horario de máxima audiencia sin que nadie cambie de canal. El problema es que la literatura, cuando se parece demasiado a la televisión y a quienes la hacen, deja de ser literatura.

El verdadero fenómeno

Más allá de las tres novelas que comentamos, el caso Chaparro confirma una moda fascinante: la presentadora que escribe libros como quien se cambia de plató. Se apagan las cámaras, se enciende el portátil y, zas, nace otra autora “valiente, comprometida y feminista”. Lo curioso es que el talento literario parece venir de serie con el micrófono. Nadie se pregunta si hay oficio detrás, igual que nadie duda de que un futbolista puede escribir su autobiografía sin abrir Word. Y eso las editoriales lo saben: un nombre televisivo garantiza portadas, firmas y entrevistas donde todos fingen haber leído el libro. Lo llaman cultura, pero huele a cross promotion. Su público no busca emoción, sino confirmación: quiere que la tele también se lea. Y el milagro se cumple, porque esta autora, como buena profesional de la noticia, siempre da titulares. Aunque la noticia, en este caso, es que seguimos comprando novelas solo porque su autora pronuncia bien los apellidos extranjeros en directo.

"Las novelas de Carme Chaparro, en fin, presentan más que tensión, tirantez, como cuando te recogen mucho el pelo en una cola de caballo"

Las novelas de Carme Chaparro, en fin, presentan más que tensión, tirantez, como cuando te recogen mucho el pelo en una cola de caballo. Digamos que la tensión se logra más por insistencia que por refinamiento narrativo. Y es que lo del refinamiento no es su fuerte. Tampoco la sutileza: niño desaparecido, investigación relámpago, desenlace a lo Informe semanal. Toda una banda sonora de suspense en estéreo que pronto empalaga. La autora repite personajes y recursos formales: múltiples puntos de vista, saltos temporales, voces en primera y tercera persona, pasado y presente… puro caos tramposo. Un desparrame de defectos formales maquillados de eficacia.

Pero miren, con el corazón de profesora de literatura en la mano, les digo que para los que quieren novedad inmediata, no una narrativa seria, Carme Chaparro ha logrado hacerse un hueco con la estructura del thriller español para marujas. Ha reinventado ese thriller doméstico con presencia mediática, sin duda. Aunque esa misma impecable ejecución, limitada a lo que se limita, sea quizá su mayor tibieza literaria: precisión sin alma, giro sin raíz, denuncia sin atmósfera real. Pero eso es lo de menos. Como otras colegas mediáticas suyas, si vienes de la tele o sales en ella te percibirán como escritora. En ese sentido, Carme Chaparro es escritora, claro. Y no, ojo al dato, de las peores. Pero si usted, lectora o lector de verdad, es de los que esperan novela negra con poso, de las que no se tiran a basura y se olvidan para siempre una vez leídas, no encontrará en toda la ya considerable producción libresca de Carme Chaparro (Dios mío, ¿de dónde saca el tiempo esta gente?) más que titulares largos y mucho curro de tomar notas en camerino, mientras la maquillan a una para salir al plató. Que como todo el mundo sabe, es donde se imaginan y escriben las novelas.

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Francisco Menéndez
Francisco Menéndez
2 meses hace

Me ha gustado la crítica. Tiene ese punto de mala baba del mejor Olmos, aunque él siempre fue más sardónico. Lo mejor del asunto es que la autora se ahorra una pasta en el diván del sicoanalista—y encima le pagan por ello.
Desgraciadamente, y salvo contadas excepciones, la mayoría de las editoriales anteponen hacer caja a entregar un libro digno. De ahí esa pléyade de famosos reconvertidos en escritores. Técnicamente lo son. Otra cosa es que merezcan invertir un solo minuto en empezar a leerlos.
Carme no es más que un reclamo fácil para un público idiotizado.
Ayer me hice con Five Decembers. Hoy lo estreno. No soy talibán del canon, pero ya se sabe: como con la comida, somos lo que leemos.

Última edición 2 meses hace por Francisco Menéndez