Inicio > Blogs > Ruritania > Vázquez-Figueroa, 89 años
Vázquez-Figueroa, 89 años

Alberto Vázquez-Figueroa ha cumplido hace poco 89 años. Leo en estos momentos su nueva novela, Viva Palestina (Edhasa), que él me iba contando cómo la escribía en un dilatado proceso de un año, año y medio, quizá más, muy largo para lo que acostumbra nuestro querido autor. Vázquez-Figueroa suele ser muy rápido a la hora de escribir y publicar.

El escritor me contaba que era muy difícil escribir sobre algo que se estaba desarrollando en aquellos mismos momentos, y que tan pronto pensaba que ya había terminado la novela como volvía a ella para revisarla y retocarla.

Es un libro muy interesante, con información y candente narración, ágiles diálogos. El novelista está en forma a los 89 años, aunque esta vez el esfuerzo, creo yo, ha sido mayor, más de lo normal. Después de este libro pensaba descansar, tal vez escribiera una segunda parte, quizá no. “Escribe algo que te divierta”, le decía. “Sí, eso me dice la editorial. Creo que me voy a dedicar a descansar, a pensar, durante una o dos semanas”. Generalmente Vázquez-Figueroa empieza una novela nada más terminar la anterior, pero esta vez ha sido diferente.

Yo vuelvo, quizá para celebrar sus 89 años, a Anaconda, su autobiografía, que es posible que fuera el primer libro que leí de él, aunque también pudiera ser Tuareg. Recuerdo que un amigo, el padre de unos amigos míos, el doctor Evaristo Sánchez Yus, que leía mucho a Vázquez-Figueroa, me lo recomendaba encarecidamente: “Nadie presenta a los personajes como él. Cuando lees sus novelas ves a los personajes”. Me dijo que empezara a leerlo por Anaconda, y lo compré (mejor dicho, me lo regaló un hermano), y lo leí.

Y sigue siendo uno de sus libros que más me gustó, aunque lo que se lleva en España sea la ficción. El mismo Vázquez-Figueroa, es cierto, prefiere con mucho las novelas, dice que con la autobiografía se aburre escribiendo. También dice, precisamente, que para escribir una novela “hay que olvidarse de uno mismo”, y quizá sea ésa una de sus claves como escritor.

Otra cosa que me dijo hace años, cuando escribí Confesión, que se puede considerar mi primera novela, es que “hay que escribir sobre lo que se conoce”. Yo lo entendí y ambienté mi novela en Galicia, que es uno de los lugares que mejor conozco, quizá el que mejor conozco, porque lo conozco también desde un punto de vista mítico, al menos en lo personal.

Me dio muchas enseñanzas Alberto, sencillas y efectivas, como que en la novela había que escribir frases largas y envolventes —esto de “envolvente” lo digo yo—, porque la frase corta, tipo Azorín, para que nos entendamos, vale más para los artículos. Me parece un muy buen consejo.

También me dijo que escribiera narración tradicional, que no hiciera cosas raras (yo escribía cosas “raras” en aquel tiempo), y que hiciera como Picasso, que había demostrado antes que nada que sabía dibujar y hacer pintura tradicional.

En fin, no quiero hablar de mí en este artículo, pero creo que de este modo también hablo de Alberto, y de forma muy destacada.

Me parece mentira que casi tenga 90 años. Yo lo conocí hace 25 años, y me dijo lo siguiente cuando me despedí de él en la puerta de su apartamento: “Te doy todo lo que tengo y todos mis libros si en mi documento nacional de identidad pusiera tu fecha de nacimiento”.

Sin embargo sigue teniendo la cabeza como entonces, su salud es excelente, salvo algunos baches muy normales, y sigue escribiendo libros a un ritmo envidiable, como si fuera un tren, o un avión.

“Es que a mí escribir novelas es lo que más me divierte”, me dijo en una ocasión, y creo que ése es uno de sus mayores secretos. Cuando te divierte algo hacerlo, cómo no hacerlo, y si encima es útil, práctico… porque él vive de ello, pues mucho más. Pero lo haría aunque no lo pagaran.

El gran cineasta George Lucas declaró una vez, o lo habrá dicho más veces, que él estaba en el cine porque le divertía. Insisto, cuando algo nos divierte lo hacemos una y otra vez, y yo creo que lo hacemos bien o muy bien, o de tanto hacerlo, divirtiéndonos, lo acabamos haciendo bien o muy bien. Aprendemos en el proceso, mucho.

Aunque él, Alberto Vázquez-Figueroa, suele decir que “el mejor libro es el primero”. En su caso el que más le gusta es Arena y viento, que escribió con 17 años, una belleza de libro, pero precisamente autobiográfico, sobre sus años infantiles o adolescentes en el desierto.

También le gusta mucho Ébano, Tuareg, Cienfuegos y Océano, sus grandes éxitos. A mí me gusta mucho Ícaro, sobre el pionero de la aviación Jimmy Angel y su descubrimiento del Salto Ángel. Pero es muy exigente al enjuiciar sus libros, ya más de cien (unos ciento diez). Dice que el éxito literario es una lotería, que en su caso ha tenido éxito uno de cada diez libros, el diez por ciento, y que “el resto me los podría haber ahorrado”, aunque se hubiera perdido toda la diversión que le proporcionaron, y que proporcionaron a sus lectores, porque sus libros siempre son amenos y se leen muy bien. Son novelas que conectan con los lectores.

Han entrañado, no obstante, trabajo para escribirlos, porque Vázquez-Figueroa está siempre en su despacho trabajando, y es raro que le llames por teléfono y no esté delante del ordenador escribiendo su novela. Hay que decir que también le gusta, para descansar, ver el fútbol de vez en cuando, o ver una buena película, una buena historia que sin duda le ayudará a nutrir su fértil imaginación.

Por las mañanas lee el periódico “por encima”, si bien dice que un periódico trae cada día varias novelas, y que sus novelas son “periodísticas”. Sus libros convierten lo efímero en permanente, en perenne, como suele hacer la literatura con todo lo que toca.

En la primera entrevista que le hice me dijo que la imaginación era un músculo “que crece al ejercitarse”, y puse esta frase como titular. No la he olvidado nunca. Durante años escribió libros de viajes, y su hermano, su único y querido hermano, le animó a escribir novelas. “Yo no tengo imaginación”, le contestó.

Pero se puso a ello y escribió Manaos, que a mí me gusta mucho. Tenía tanta inseguridad que en vez de escribirla la grabó en un magnetofón, y si no recuerdo mal fue su primera mujer la que se la pasó a máquina.

Dice también que es importante escribir sobre lo que se ha vivido, lo vivido potenciado por la imaginación, añado yo, la imaginación, que es un gran trampolín que nos lleva lejos, muy lejos, a lugares insospechados y maravillosos.

También escribe sobre historias que le han contado o le parecen curiosas, tal vez “novelescas”, o sobre algo que ha leído, en la Historia, en el periódico, o en mil sitios. Él se considera un contador de historias, mucho más que un escritor. Hace unos años me dijo, conociendo muy bien mi vocación, que es la misma que la suya: “No es tan importante ser escritor. Yo soy un contador de historias”.

Desde luego que hay un matiz, pero en gran parte se puede considerar a un “contador de historias” un escritor, un gran escritor, como lo son Dumas, Stevenson, Walter Scott… A esta estirpe pertenece Alberto Vázquez-Figueroa. Y creo que ha tenido mucha suerte, con esfuerzo y talento, porque este tipo de escritor es el que más gusta al público. Y también al cine, que vive de las historias, es decir, de los narradores.

El fuerte de Vázquez-Figueroa no es el estilo, la prosa, aunque a los que lo leemos nos gusta, sino en las historias, en su capacidad para desarrollarlas y envolvernos en ellas, como si fueran una placenta cálida y fabulosa, si se me permite la comparación, identificación o metáfora.

Las historias de Vázquez-Figueroa acompañan, entretienen, divierten y hasta alimentan en cierto sentido, desde luego en el literario, porque se aprende mucho a narrar, a “contar historias”, en sus libros. Yo diría que se aprende imaginación, si es que esto se puede aprender, que yo creo que sí que se puede. Y mucho.

La vida condiciona mucho al escritor, pero no necesariamente. Es verdad que el escritor de aventuras normalmente ha vivido aventuras. Es el caso de Vázquez-Figueroa con sus experiencias en África y en América. Aunque él dice que al principio de su carrera escribía novelas muy psicológicas, hasta que se dio cuenta de que le gustaban más las novelas de aventuras.

Una mezcla de las dos cosas puede ser su novela Marfil, que me regaló en su casa y me la presentó como “una novela difícil”. Me dijo que no había tenido mucho éxito y que no había vuelto a intentar esa vía. A mí me gustó mucho.

4.5/5 (13 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

3 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Raoul
Raoul
1 mes hace

“Cuando algo nos divierte lo hacemos una y otra vez, y yo creo que lo hacemos bien o muy bien, o de tanto hacerlo, divirtiéndonos, lo acabamos haciendo bien o muy bien”: ni a Juan Benet le habría salido una frase como ésta…

Deusa Pérez
Deusa Pérez
17 ddís hace

Gracias por su artículo. Mi primera novela de él fue Bora Bora. No la superé hasta Sicario, y así una tras otra se ha convertido en un imprescindible para mí. Por fortuna, aun me queda mucho Vázquez -Figueroa por descubrir.

Eduardo Martínez Rico
Eduardo Martínez Rico
15 ddís hace
Responder a  Deusa Pérez

Gracias a usted. Hace años hice un libro sobre Vázquez-Figueroa que quizá le interese. Se llama “Alberto Vázquez-Figueroa o la aventura”, publicado en Plaza & Janés, aunque hoy quizá sea difícil de encontrar. Tiene bastante de antología, pero también de ensayo y de biografía.