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Revisitación de “Lo sabes aunque no te lo he dicho”

Revisitación de “Lo sabes aunque no te lo he dicho”

Hoy traigo una reseña. O algo que sin pretenderlo se le puede parecer.

Lo cierto es que no tengo aires de crítico literario. Ya me dediqué a eso en otra web, donde las editoriales me enviaban sus novedades para reseñar. Hasta que resultó que no buscaban un crítico, sino un vocero, y yo me aburrí de sus libros estrella. También en otro sitio, en Córdoba, se me aconsejó —he de decir que más bien se me ordenó, a pesar de la mentalidad supuestamente liberal de la persona que lo hizo— que cerrara el pico sobre el trabajo de mis compañeros.

De aquí se puede colegir que no me gusta dar mi opinión, que cuando lo hago sube el precio del pan, y que además en unas pocas frases puedo ser cicatero, preciso, hiriente y un cretino. Con todo esto, es lógico que no me guste opinar de obras ajenas. Guardo esa dureza de juicio para mi propio trabajo.

"Lo primero que puedo decir de esta obra es que estoy del todo seguro de que estaría entre la lista de libros y obras gráficas recientemente prohibidas en el cuarto Reich"

Por tanto, si hoy he decidido comentar una pieza de creación no es porque ser crítico me interese, ni es porque conozca a la autora, ni por el Premio Nacional del Cómic que ha recibido en 2025. Lo cierto es que estaba en la tienda de cómics, adquiriendo un par de ejemplares de grapa de dudosa calidad pero que sirven al homónimo propósito intelectual de la comida basura al cuerpo en lo que los amiguitos del gimnasio llaman cheat day, cuando vi en el mostrador un estilo de ilustración que me resultó muy familiar. Una pila de ovejas, nunca mejor dicho, porque una de ellas se erigía sobre las baldosas de lana y caras rosadas, y una pegatina poco discreta anunciando el premio.

Yo no sé al lector, pero a mí las fajas, las pegatinas, los elogios en la contraportada, o donde sea que las editoriales los endosen, hacen que ni toque el libro. Pero fue reconocer el estilo de ilustración lo que me llevó a buscar el nombre de su autora, en pequeñito. Bajo el título Lo sabes aunque no te lo he dicho firmaba Candela Sierra. Se fue directo para la bolsa de papel.

Lo primero que puedo decir de esta obra es que estoy del todo seguro de que estaría entre la lista de libros y obras gráficas recientemente prohibidas en el cuarto Reich… esto en la tierra de los valient… no, cómo era, el sitio este donde un cheto repulsivo gobierna sobre una ingente masa de carne indiferenciada en su borreguismo —no he buscado el paralelismo con la portada a caso hecho—, su triste historial de crédito, estrés, corta esperanza de vida, paranoia y esclavitud inopinada. Que sí, este sitio que se vanagloria de “salvar” a Europa de Hitler, mientras prohíbe una de las mejores novelas gráficas sobre el holocausto, dan poder a supremacistas blancos, y hacen la vista gorda del netanyuju creando su propio holocausto —¿alguien ha comprobado que este otro sepa que no está jugando al Minecraft?—. Bueno, ese sitio. Candela, mi mejor elogio para ti es que tu libro nunca pisará una biblioteca pública ni un centro educativo en el país de la cocacola, al menos por un tiempo. O quién sabe si jamás, que este señor tiene el botón de la soda al lado del de los misiles nucleares, y entre las pachangas con el Epstein y el cocainómano del JFK yúnior pinchándole agua con oro… pies pa’ qué os quiero.

"Los personajes son seres pequeños, don nadies. Son el que escribe, el que lee, el que no termina el texto. Son cualquiera"

La comparación con obras de Orwell, Spiegelman o Burgess no viene a la ligera. Que esta clase de elogios, por desmesurados, pueden caer en saco roto, y de ser así no podría ser más injusto. Porque el trabajo de la autora malagueña se eleva sobre una mirada profunda, que sabe desmontar con aparente sencillez, y clara habilidad para despejar lo innecesario, los topes y trabas en las relaciones humanas del mundo contemporáneo. Elementos como el apego al yo, completamente divorciado del conocimiento del yo, pero antepuesto al prójimo. La dolorosa influencia de la tecnología en nuestras vidas y no como objeto del mal, sino como una herramienta mal entendida, que emborrona nuestra habilidad para percibir al que tenemos enfrente. Le decadencia de los momentos más preciados y los vínculos más sagrados, bien por descuido o entropía. Esto es algo en lo que otro tipo de ilustraciones, Disney, han hecho flaco favor.

Los personajes son seres pequeños, don nadies. Son el que escribe, el que lee, el que no termina el texto. Son cualquiera. Y se fluye en sus historias, de una a otra, sin necesidad de transiciones claramente delimitadas, porque aquí no es necesaria ninguna apoteosis o clímax. Las cosas cotidianas son las que componen la mayor parte de nuestro día a día y de nuestras vidas, y como tales terminan. Estamos tan hechos a ellas que ni nos damos cuenta, y por eso mismo el lector no reclamará cambios de un arco al siguiente. El cambio, como el envejecer, igual que las arrugas en la frente, simplemente ocurrirá. Antes incluso que buscar clímax son frecuentes las situaciones que en Lo sabes aunque no te lo he dicho empiezan en alza y se van disipando como un puñado de arena al subir la marea, como una tristeza delicada, la del otoño, la de hoja de morera que ya no se aguanta en la rama. Como las mejores transiciones, que son las naturales.

La obra de veras hace reflexionar sobre los artefactos sociales en nuestras vidas —nada de frases ya usadas e inexactas como “invita”, aquí no hay invitación alguna—; si lee el trabajo de Candela Sierra su cabeza se pone a ello: le guste o no, escuchará el óxido de las ruedas caer. Es imposible leerlo, visualizarlo, olerlo —por favor, huelan las obras gráficas, toda esa tinta sin oler es un atentado de algún tipo no especificado— y no ver pasajes de la vida propia, o analizarse a uno mismo y cosas que ocurrieron, que quizás compongan una o dos piezas de lo narrado por Candela Sierra. No todo, ojo, no todo lo vamos a tener en común. Y creo que esta es otra de las maravillas de esta novela gráfica. Es muy complejo resumir lo compartido de la experiencia humana, pero escoger aquellos fragmentos que, al ser desplegados uno junto al otro, resultan lo bastante descriptivos como para que cualquiera se detenga antes de pasar la página, y piense en aquel amigo, familiar, amor… Esto es fruto de una visión profunda y analítica propia de un gran creador.

"Lo sabes aunque no te lo he dicho no es autoayuda, de lo contrario estaría en la hoguera —se sorry—, es un trabajo que merece el reconocimiento recibido"

Como dije al principio, no soy crítico literario, mucho menos crítico de novela gráfica —que leo DC y Marvel, por el amor del Jezuzo—, pero sí soy una rata de biblioteca, y si escribo estas líneas no es para recomendar la obra. Esta se recomienda sola, creo yo. Es para agradecer el leer un trabajo en el que he encontrado tantas piezas pertenecientes a un ser amado en situaciones corrientes, tantas piezas de situaciones que quisiera olvidar entremezcladas con otras que no olvidaría jamás. Es para agradecer, y disculpe el lector por la repetición de la fórmula, poder disfrutar de un trabajo en el que me encuentre y encuentre reflexiones contemporáneas a los tiempos pero, más importante para mí, a mi tiempo, sin necesidad de recurrir, como suelo hacer, a docenas de obras de autores ya muertos que, aunque comunes a mí, no supieron de los límites de una sociedad convertida en un imán supercargado, enganchado por redes de onda y tristemente abocado a temer lo animal de sí mismo a base de la peculiar convergencia de costumbres, perspectivas, sensibilidades y obligaciones de un mundo con más de nueve billones de humanos en el que reina lo ficticio, lo inventado. Y así, señores, ¿cómo lograr una experiencia real en la que se vea al de al lado y no se pierda al ser amado?

Lo sabes aunque no te lo he dicho no es autoayuda, de lo contrario estaría en la hoguera —se sorry—, es un trabajo que merece el reconocimiento recibido. Si el que firma aún fuera profesor, lo recomendaría con la esperanza de promover nuevas generaciones más agudas, menos sangre y herida. Como espero no volver a enseñar un carajo en mi vida, ojalá que algún lector le dé más que un merecido tiento.

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