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Los 80: aquella entelequia

No vamos a descubrir la relevancia que en la historia de la literatura tiene el conocido Bildungsroman, o novela de aprendizaje, pues recorre ese enorme trayecto desde sus principios hasta nuestros días. Tampoco vamos a caer en la trampa del dicho popular cuando proclama que cualquier tiempo pasado fue mejor, a pesar de que el presente, a todas luces, tampoco lo es. Lo cierto es que hay una pulsión en nosotros que nos anima a regocijarnos, desde la añoranza, en la idealización de nuestros años de aprendizaje; es decir, nuestra infancia y juventud. Alguien señaló que vivimos presos de los recuerdos, llegando a ser casi una necesidad su uso para que no se disipen, para que no nos olviden. Lo hace Daniel Vázquez Sallés en Los felices ochenta, pero en su caso con una intención sincera y desmitificadora, de ahí el subtítulo de su libro: Crónica de una generación desconcertada.

Que un libro lleve por título Los felices ochenta —lo que en términos coloquiales podríamos definir como «título algodón», pues el algodón no engaña— de inmediato nos sitúa en el contenido de esas páginas, por lo que llegamos a ellas inequívocamente avisados.

Por supuesto, el hecho de haber sido igualmente jóvenes —aunque algo menos que el autor— en aquella década y en este país nos anima y nos autoriza a leer e interpretar dicho libro desde la proximidad y la experiencia compartida.

"Vázquez Sallés no solo hace la crónica de un tiempo, sino que partiendo de su experiencia personal nos habla de su paso por esa época que pareciera exclusiva de la juventud"

El famoso fenómeno de «los ochenta» en España es bien conocido y alardeado, sobre todo, a partir de la renombrada «movida». Lo más importante de aquella eclosión fue descubrir, no sin cierta dosis de inocencia, que España también podía ser —con sus glorias y sus penas— moderna, divertida, democrática y canalla. A lo mejor, incluso modélica pese a cierto exceso de maquillaje.

Pues bien, nos llega este libro de Daniel Vázquez Sallés (Barcelona, 1966) y con él la grata invitación, para quienes hemos vivido esos años presuntamente felices, a rememorar una época alimentada de anécdotas no tanto personales como colectivas. En cuanto a los demás lectores, los que no vivieron el momento, esta crónica, pespunteada por todas partes del punto de vista personal y crítico del autor, ha de resultar igualmente aleccionadora y amena, al menos en tanto fuente de información y cuestionamiento de unos años capitales en la historia democrática de este país.

Vázquez Sallés no solo hace la crónica de un tiempo, sino que partiendo de su experiencia personal nos habla de su paso por esa época que pareciera exclusiva de la juventud (éramos todos tan jóvenes). Salvando las insalvables distancias, uno piensa que los años ochenta en España fueron algo así como los estimulantes años sesenta en el mundo. Fue como si, por arte de magia, mandasen los jóvenes. Magia pura. Se impuso la rebeldía al menos a efectos estéticos. La música y el cine se hacían en casa sin complejo alguno, pero también sin filtro. El cambio se convirtió en una moral. Las voces acabaron afónicas de tanta reivindicación callejera, bronca doméstica y porro… Por primera vez Madrid —centro magnetizador de la Movida— produjo modernidad, aun adelantando en ello a la «europeizada» Barcelona, que fue como si se quedara atrás, absorta en sus prejuicios identitarios. La diferencia, pienso yo, fue colocar a los ciudadanos de Barcelona al servicio de la política, en tanto que en Madrid la política se puso al servicio del ciudadano. Para explicar mi idea sin más prosa, valga la comparación entre estos dos popes de aquellos años: Jordi Pujol («peix al cove») y Tierno Galván («más libros, más libres»). Uf…

"Fue un tiempo donde era posible que un padre y su hijo compartieran un solo ángel caído; en este caso, Marc David Chapman, el asesino de John Lennon que leía a Salinger"

La nueva generación de jóvenes se olvidó, de la noche a la mañana, de Franco y decidió echarse a la calle para vivir, saludar la llegada de la democracia y, como diría Paul Verlaine, et tout le reste est littérature, liberados al fin de aquel complejo carpetovetónico que precisamente sus más locuaces enemigos se empeñan, aún hoy, en no permitir que lo olvidemos.

En el libro que comentamos, su autor hace una crónica pormenorizada de aquella década a partir de la muerte del dictador, abundando tanto en el detalle como en la generalidad. Desde el teléfono de baquelita hasta la caída del muro de Berlín, desde los videoclubs hasta el Citroën de Johan Cruyff. El cine, los payasos de la tele, la música y los libros. O sea, un Bildungsroman compartido y, desde luego, en absoluto novelesco. Años en los que, como leemos, la fama ya no necesitó del talento para sobrevivir. O dicho de otro modo: años que recogen nuestros recuerdos en analógico. Buenos o malos, aquellos años fueron nuestros años.

Fue un tiempo donde era posible que un padre y su hijo compartieran un solo ángel caído; en este caso, Marc David Chapman, el asesino de John Lennon que leía a Salinger. El padre se llamaba Manuel (Vázquez Montalbán).

"Finalmente, en un arrebato con trazas confesionales, Vázquez Sallés enumera sus odios como quien confiesa sin pudor sus conmensurables fobias"

La profesionalidad del autor, en tanto periodista, queda de manifiesto a cada párrafo, apoyando toda argumentación en fechas, nombres, confidencias, etcétera, que sostienen lo contado con la robusta contundencia del dato que se hace, aquí, imprescindible, porque entonces «ser realista era pedir lo imposible». Pero asimismo, el autor no se esconde ni disimula sus criterios personales, su opinión acerca de personas, colectivos, ciudades y acontecimientos. Casi siempre preso de un sesgo desenfrenado. Su animadversión queda expresada con toda franqueza y en absoluto se muestra encubierta, lo cual siempre invita al debate y aminora el comportamiento peligrosamente woke que hoy nos atrapa. Porque en este libro sobresale la sinceridad con que el autor expone sus opiniones contra esto y lo otro. De los descargos apenas sí se salvan ese padre, de nombre Manuel, John Lennon, Freddie Mercury y paremos de contar, pues lo cierto es que nos sorprende tanto dicterio dedicado contra lo humano y lo divino, llámese papa Wojtyła, Samaranch, Carmen Balcells, Vargas Llosa, Madrid, los Rolling Stones, la música de la «movida», los hijos de papá o el sursuncorda.

Finalmente, en un arrebato con trazas confesionales, Vázquez Sallés enumera sus odios como quien confiesa sin pudor sus conmensurables fobias. Recopila esos odios y los pone en boca de «un adolescente crónico» que quizá se esté haciendo pasar por un adulto cascarrabias y algo resentido.

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Autor: Daniel Vázquez Sallés. Título: Los felices ochenta. Editorial: Folch & Folch. Venta: Todos tus libros.

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