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Gabinete de tinieblas

Gabinete de tinieblas

Gabinetes de curiosidades, cuartos de maravillas. O, lo que es lo mismo, esos lugares donde se exponían «cosas raras, nuevas o inusuales». No es de extrañar que muchos de los libros que publica la editorial Wunderkammer —”gabinete de curiosidades” en alemán— posean esta singularidad. Y es que hay libros que no se leen, sino que se presentan como vitrinas: se mira dentro de ellos y algo —una figura, una frase, una sensación— capta nuestra mirada, como si estuviéramos en un museo de fantasía. Así sucede con Museo negro, de María Negroni, un gabinete de curiosidades literarias, un atlas de lo oscuro, una colección de sombras con el contenido y la divulgación de los ensayos y la cadencia de lo poético.

Negroni, con la lucidez y la experiencia de quien ha atravesado los libros más oscuros, dispone ante nosotros una galería de criaturas, símbolos y lugares —sí, sobre todo lugares— que conforman el imaginario gótico. Pero no se trata de un catálogo erudito ni de una arqueología del miedo: es casi un viaje, un viaje a través de la imaginería gótica marcado por los espacios —castillos, laboratorios, desvanes que ocultan lo terrible, submarinos, jardines, ciudades futuristas…— donde reconoceremos el hogar de vampiros, científicos locos, nobles sangrientos o mujeres-máquina. «La estética gótica es, ante todo, una emoción del espacio…». Y así, lo que empieza siendo una visita guiada a un museo de monstruos termina convirtiéndose en una radiografía literaria de algunas de las obras góticas más importantes del XIX y del XX.

"María Negroni los convoca y nos los presenta en este gabinete de oscuridades donde despliega su historia, en muchas ocasiones a través del lugar al que han sido asociados"

Desde las primeras páginas, Museo negro declara su naturaleza híbrida: ni ensayo académico ni mera antología, sino un artefacto literario que respira en la frontera. Y en lo poético: «He desplegado algunos argumentos para apoyar la idea seguramente descabellada de que estos seres se parecen a los poetas. No es mi intención convencer. Sí, en cambio, transmitir algo de ese imaginario fascinante…», escribe Negroni. Y con esa frase nos concede la clave de todo el libro. Los héroes del gótico —Drácula, Dorian Gray, el Fantasma de la Ópera, Heathcliff, Frankenstein, el capitán Nemo— son quizá poetas del abismo, criaturas que encarnan la condena de la belleza y la oscuridad.

María Negroni los convoca y nos los presenta en este gabinete de oscuridades donde despliega su historia, en muchas ocasiones a través del lugar al que han sido asociados. No hay aquí cronología ni jerarquía, sino un método más antiguo y acaso más íntimo: el del coleccionista. Como un Horace Walpole contemporáneo —escritor de El castillo de Otranto, quien construyó la mansión de Strawberry Hill para habitar su propio delirio neogótico y a quien se menciona en el primer capítulo—, Negroni colecciona ruinas, obsesiones, secretos perversos. Su museo es también una casa encantada: cada sala comunica con otra por un pasadizo invisible y así pasamos de las «escenas del crimen» a las «moradas negras», a los «huérfanos, vampiros, coleccionistas», «cajitas musicales», «opus nigrum» o el «monstruo femenino», las siete partes en las que está dividido el libro.

"En el fondo, Museo negro es una elegía por esos seres desplazados que sólo encuentran refugio en el arte. La autora teje entonces una red de correspondencias inesperadas"

Transitamos a través de los capítulos por castillos, mansiones, catacumbas, laboratorios, guetos, jardines envenenados o desvanes malditos: cada uno actúa como un espejo donde lo gótico se manifiesta y desarrolla. Negroni nos conduce por la mansión de Otranto, la cuna del género; por las ruinas de la Casa Usher, que se derrumba junto a su linaje; por los corredores de El fantasma de la ópera, donde el arte y el horror se abrazan bajo la máscara; por el ático donde Dorian Gray esconde su retrato corrupto; por el castillo del conde Drácula, con su hospitalidad de ataúd; o por el Nautilus del capitán Nemo, que se convierte en barco-féretro, laboratorio y refugio del desencanto. En todos estos lugares, el horror es el eco interior de lo reprimido, la prueba de que la materia también siente miedo. Negroni escribe: «Lo importante es que, en ambos casos, se elimina un saber intolerable: que afuera del cuerpo está su adentro». Ese saber intolerable sostiene toda esta arquitectura del espanto. Por eso, incluso cuando el libro se adentra en algunos espacios urbanos —las calles brumosas de Londres o los guetos de Praga donde habita el Golem—, lo que late es siempre la intimidad del miedo: la casa que encierra, el cuerpo que oculta, la ciudad que se vuelve laberinto.

Pero también hay espacio para las criaturas góticas. En la sección titulada «Huérfanos, vampiros, coleccionistas», Negroni reflexiona sobre las figuras que, como los vampiros, necesitan habitar lo oscuro para sobrevivir. Todos ellos, dice, están unidos por la misma orfandad: carecen de lugar, de pertenencia, de luz. El vampiro necesita la noche; el poeta, el poema; ambos, la herida. En el fondo, Museo negro es una elegía por esos seres desplazados que sólo encuentran refugio en el arte. La autora teje entonces una red de correspondencias inesperadas: Baudelaire y Drácula, Pizarnik, Valentine Penrose, Elizabeth Báthory o Carmilla. Mujeres, hombres y personajes que hicieron del exceso una forma de lucidez.

"Una de las claves de Museo negro es la que concibe la estética gótica como una emoción del espacio. Y la otra es la forma en la que se expresa Negroni"

La última parte del libro, dedicada al monstruo femenino, cierra este museo oscuro. Negroni se adentra en la representación de la mujer en el gótico, no desde la víctima ni la musa, sino desde el abismo. Su mirada rescata a las autoras que transformaron el horror en libertad: Ann Radcliffe, Mary Shelley, Pizarnik, Penrose. Y recuerda que, si el gótico ha sido siempre un género de espacios clausurados, es también el que mejor ha entendido el deseo de huida. «Soy libre como un pájaro», dice Jane Eyre; pero el pájaro, en este museo, tiene alas de sombra. Esa reflexión final devuelve al lector al punto de partida: si todos los lugares del gótico —castillos, laboratorios, ataúdes— son metáforas del alma, quizá lo que teme el ser humano no es al monstruo, sino al espejo. En ese sentido, Museo negro no es solo una cartografía de lo tenebroso, sino una ética del mirar. Nos invita a reconocer la belleza en lo roto, la ternura en lo siniestro, la poesía en lo maldito.

Una de las claves de Museo negro es la que concibe la estética gótica como una emoción del espacio. Y la otra es la forma en la que se expresa Negroni. En todas las páginas se percibe la tensión entre el ensayo y la ensoñación, entre la lucidez y el delirio. Negroni cita, cruza, reinterpreta, pero sobre todo imagina: convierte la lectura en una experiencia sensorial. Cada lugar —sea el hielo de Frankenstein, el jardín venenoso de la hija de Rappaccini o las catacumbas del Fantasma de la Ópera— se nos muestra como una miniatura en un gabinete de curiosidades.

Museo negro es una obra que se lee con la misma fascinación con la que uno observa una mariposa disecada o una reliquia maldita. Su prosa es elegante, cadenciosa, cargada de imágenes sensoriales. Cada capítulo es una puerta entreabierta a otra oscuridad. Un festín para quienes amamos lo gótico y lo tenebroso. Pero también —y sobre todo— para quienes sospechamos que, bajo el brillo de la razón, sigue latiendo un corazón romántico, desbordado y oscuro. Ese corazón que, como todo museo, necesita conservar lo que ya se ha perdido.

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Autor: María Negroni. Título: Museo negro. Editorial: Wunderkammer. Venta: Todos tus libros.

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