Un bel morir tutta la vita honra
Petrarca
De la muerte heroica, o estúpida, de Yukio Mishima se han escrito ríos de tinta. Decía Sánchez Dragó que escribir es un oficio de samuráis, consistente en dejar la vida, las tripas decía él, en negro sobre blanco. Este destino del escritor, metafórico en principio, lo han llevado algunos hasta el extremo. Ese fue el caso de Mishima, quizás el último héroe clásico. Menos, casi nada, se ha hablado de su fascinación por España.
De esta forma tan simple, a Mishima, poco a poco, le va creciendo el interés por nuestra cultura. Manifiesta estar obsesionado con un bailarín, que el profesor Ferreiro Posse identifica con el gran Antonio “el bailarín”, dice que quiere aprender a bailar flamenco, su esposa sí llegó a tomar clases, y propone a una famosa bailarina nipona el escribir obras de teatro de inspiración flamenca.
Pero el gran momento que acabó por dotar a nuestro país de un espacio en el pensamiento del escritor fue su encuentro con el historiador Luis Díez del Corral. En 1962, el español llegó a Tokio para dictar unas conferencias sobre la España de los Austrias. Autor de la obra El rapto de Europa: Una interpretación histórica de nuestro tiempo, Díez del Corral disertó sobre conceptos como “el buen morir” o “el código de honor calderoniano”, dos temas que interesaron a Mishima y que provocaron el surgimiento de una amistad basada en la admiración mutua. Tiempo después, cuando le preguntaron durante una entrevista a quién salvaría si una bomba atómica fuera a barrer Europa, el japonés respondió: a Martin Heidegger y a Díez del Corral.
La búsqueda de la belleza y el honor en la muerte, que Mishima cree algo propio de su país, dice Ferreiro Posse, llama su atención y conecta las dos culturas, tan lejanas, y tan parecidas, en un tema tan trascendental. En este sentido, el toreo fascina al japonés, en tanto en cuanto hace de parapeto frente al proceso de homogeneización cultural que vive Europa desde entonces. España conserva la tauromaquia frente a la doble moral puritana anglosajona, que sí ha triunfado en Japón, un código propio que resiste frente a las críticas de los países del entorno.
En una conversación con Díez del Corral, publicada en los medios japoneses en formato entrevista, Mishima muestra su fascinación por el orgullo y la valentía española, unas cualidades que cree que se han perdido en su país tras la Segunda Guerra Mundial. Así mismo, como forma de demostrar lo parecido de ambas culturas, afirma que el teatro de García Lorca llega a los japoneses por las similitudes entre el arte popular español y el japonés, que el flamenco es el único baile europeo que puede parecerse al teatro kabuki y que la canción española posee una profunda tristeza, cercana a la música folclórica japonesa.
En agosto de 1969 un joven ataca con un arma blanca al secretario de Estado norteamericano en el aeropuerto de Tokio. Tras el incidente, Mishima publica el artículo A problem of culture, en el Times de Londres. En él explica cómo aquel atentado fue un intento de vengar las heridas infligidas por soldados norteamericanos a los activistas que protestaban contra la existencia de bases norteamericanas en Okinawa. Aquel suceso, así como el asesinato de un líder comunista, cometido por un joven compatriota que se suicida posteriormente, son “erupciones” del carácter japonés, un efecto secundario producido por haber sacrificado la tradición propia en favor de la modernidad occidental.
En ese texto, el autor nipón habla del espíritu español del samurái, destacando la conciencia popular española de la muerte, el ideal del “buen morir” de la Legión, bajo la proclama del “¡Viva la Muerte!”. No por nada Millán-Astray se inspiró en el bushido y la defensa de la tauromaquia como último bastión de la resistencia ante la invasión cultural extranjera. También afirma que solo un español podía haber dicho que era “mejor honra sin barcos que barcos sin honra”, una actitud estúpida y suicida para el resto de las naciones.
En Mishima o el placer de morir, Juan Antonio Vallejo-Nájera intenta acercarse a la figura desde su óptica psiquiátrica y nos habla, como características fundamentales de su personalidad, de sus sentimientos de inferioridad, de su carácter exhibicionista narcisista y de “su discutido homosexualismo”, pero parece que no acaba de entender del todo el sustrato cultural de su suicidio. Mishima, en el artículo antes mencionado, añadía que se veía a sí mismo como “un Don Quijote bueno, un Don Quijote menor contemporáneo”. Por eso, quizás, acabó arrasado por los molinos.


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