Hay libros que nacen de una herida y otros que, además, aprenden a narrar esa herida sin convertirla en espectáculo. Astillas: Una historia de amor diferente, de Leslie Jamison, pertenece a esta segunda y más difícil categoría: la de los relatos que se atreven a mirar de frente la fractura —conyugal, emocional, corporal— sin decorarla, sin regodearse en el dolor, sin convertir la intimidad en mercancía. Lo que Jamison entrega aquí no es solo la crónica de un matrimonio que se desmorona al mismo tiempo que emerge una maternidad inesperada y arduamente conquistada; es, sobre todo, una meditación lúcida sobre lo que significa amar cuando todo tiende a romperse.
El eje narrativo es aparentemente sencillo: un matrimonio joven en Nueva York; un proyecto de embarazo que requiere recurrir a la fertilización in vitro; un vínculo que se va agrietando mientras el cuerpo se somete a hormonas, espera y frustraciones; una hija que finalmente nace cuando la pareja ya no es una pareja. Sin embargo, lo que Jamison logra a partir de ese esqueleto argumental es infinitamente más complejo: una exploración del amor como campo de fuerzas contradictorias, de la maternidad como experiencia que mezcla euforia y desamparo, y de la escritura como única forma posible de ordenar lo que se desordena.
El título no podría ser más certero. Astillas remite a pequeños fragmentos, a restos que se clavan bajo la piel, a partes de algo mayor que ya no existe como antes. La vida conyugal, la identidad de pareja, incluso cierta idea romántica del amor queda reducidas a fragmentos sueltos que duelen cuando se mueven, cuando se los intenta ignorar, cuando se los saca. El libro adopta esa misma estructura quebrada: no avanza de manera lineal, sino por escenas, saltos temporales, recuerdos que se incrustan en medio del presente como una esquirla inesperada.
Uno de los mayores méritos de Jamison es evitar el lugar común de la víctima y del verdugo. No hay aquí una repartición cómoda de culpas. El exmarido no es un villano de cartón; ella tampoco se presenta como inocente absoluta. Lo que hay es una colección de malentendidos, silencios, expectativas divergentes, miedos que no encuentran palabras a tiempo. En ese sentido, Astillas resulta profundamente adulto: entiende que las relaciones importantes no se rompen por un solo gesto, sino por acumulación de pequeñas fisuras.
La maternidad, lejos de aparecer como una tabla de salvación sentimental, es narrada como lo que realmente es: una experiencia radical que transforma el cuerpo, el tiempo y la percepción del yo. Jamison escribe sobre el embarazo, el parto y la crianza sin sentimentalismo: habla del agotamiento, del aislamiento, de la sensación de habitar una identidad nueva que todavía no termina de reconocerse en el espejo.
Pero escribe también —y esto es crucial— sobre el amor brutalmente físico por su hija, sobre el modo en que esa nueva vida reorganiza todas las prioridades sin pedir permiso. La maternidad no viene a cerrar una herida: convive con ella.
Uno de los pasajes más conmovedores del libro ocurre cuando la autora se enfrenta a una paradoja que atraviesa toda la obra: la hija nace del mismo proceso que aceleró la separación. El deseo de ser madre y el deterioro del matrimonio avanzan en paralelo.
La vida nueva llega desde un territorio de pérdida. Jamison no intenta resolver esa contradicción; la habita. Y en esa incomodidad se juega gran parte de la fuerza del libro.
Desde el punto de vista estilístico, Astillas confirma a Jamison como una de las prosistas más finas de la no ficción contemporánea. Su escritura es precisa sin ser helada, reflexiva sin volverse abstracta, poética sin caer en el ornamento innecesario.
Cada escena parece sostenida por una inteligencia emocional que no evita el conflicto ni la incomodidad. El texto respira tanto en la descripción de un departamento casi vacío como en la sala de un hospital, tanto en una discusión doméstica como en la contemplación solitaria de una hija dormida.
Hay, además, un diálogo constante con la tradición literaria y con otros textos sobre el amor, el divorcio, la maternidad. Jamison cita, piensa, contrasta, se apoya en lecturas para comprender su experiencia sin refugiarla en la teoría. Lo hace con una naturalidad que nunca interrumpe el pulso narrativo. La cultura aparece como una herramienta más para entender la vida, no como un podio desde el que mirarla.
Uno de los núcleos más interesantes del libro es su reflexión sobre el lenguaje. ¿Cómo se nombra una ruptura cuando todavía se ama? ¿Qué palabras existen para describir una familia que se forma al mismo tiempo que se disuelve? ¿Cómo se escribe sobre alguien que ha sido tan íntimo sin traicionarlo del todo? Jamison no ofrece respuestas cerradas, pero expone las preguntas con una franqueza que desarma. Cada página parece preguntarse hasta dónde se puede contar sin convertir lo vivido en un objeto frío.
En ese punto, Astillas también es un libro sobre los límites de la autobiografía. Jamison es plenamente consciente de que convertir la vida en material literario implica siempre una forma de violencia simbólica: hacia uno mismo y hacia los otros. Y sin embargo, asume ese riesgo con una ética que se percibe en cada decisión narrativa, en cada omisión, en cada giro de la mirada.
La dimensión política es también importante, aunque nunca se presente como un manifiesto. La experiencia de la fertilización asistida, el peso de las expectativas sociales sobre la maternidad, la precariedad emocional que atraviesa incluso a quienes poseen cultura y una economía medianamente desahogada: todo eso aparece entre líneas como parte de una radiografía discreta de nuestra época. Jamison no convierte estos temas en consignas, sino en tejido vivo de su experiencia. El divorcio, en este libro, no es una catástrofe espectacular, sino una erosión lenta. La separación no llega con un portazo, sino con una conciencia paulatina de que ya no se habita el mismo proyecto. Esa manera de narrar la ruptura —sin estridencias, sin dramatismo forzado— es una de las mayores virtudes de Astillas. El dolor existe, pero nunca se vuelve melodrama.
Quizás el mayor logro de Jamison sea haber escrito un libro profundamente triste que, sin embargo, no deprime. Astillas conmueve sin hundir porque no se recrea en el sufrimiento, porque entiende que la pérdida y el amor pueden coexistir en el mismo espacio, en el mismo cuerpo, en el mismo día. Es un libro atravesado por una forma de esperanza modesta, no épica: la esperanza de que la vida, aun fracturada, sigue siendo habitable.
En tiempos de sobreexposición emocional y relatos confesionales fabricados para el impacto inmediato, Astillas destaca por su reserva, por su complejidad, por su negativa a simplificar los afectos. No busca moralejas, no promete redenciones fáciles, no ofrece figuras ejemplares. Lo que ofrece es algo más raro y valioso: una verdad emocional que no se deja reducir a eslóganes.
Al cerrar el libro, queda la sensación de haber asistido no solo al derrumbe de una historia de amor, sino también al nacimiento de una voz que se vuelve más honda al atravesar la pérdida. Astillas no enseña cómo evitar que las cosas se rompan. Enseña, con una belleza sobria y persistente, cómo se puede seguir viviendo entre los restos.
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Autora: Leslie Jamison. Título: Astillas. Traducción: Rita Da Costa. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.


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