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Pícaros en la literatura (XVII): El Periquillo Sarniento, pícaro criollo y nacimiento de la novela hispanoamericana

Pícaros en la literatura (XVII): El Periquillo Sarniento, pícaro criollo y nacimiento de la novela hispanoamericana

En 1816, en los estertores del periodo colonial de Nueva España, José Joaquín Fernández de Lizardi publicó El Periquillo Sarniento, obra considerada la primera novela de Hispanoamérica. Lizardi, periodista combativo y liberal (conocido por su seudónimo “El Pensador Mexicano”), aprovechó la forma picaresca clásica para presentar un vívido retrato satírico de la sociedad novohispana de su época. Las primeras tres partes de la novela aparecieron en 1816, y una cuarta y última parte se publicó póstumamente en 1830-1831, ya consumada la independencia de México. Con esta obra, el “pícaro” cruzaba el Atlántico: El Periquillo Sarniento adopta el modelo del Lazarillo y el Guzmán de Alfarache pero lo transpone al contexto criollo americano, añadiéndole nuevas capas de crítica social —castas, racismo, poder colonial, Iglesia— y un marcado afán moralizante propio de la Ilustración.

Un pícaro criollo en tiempos de transición

Lizardi escribe El Periquillo Sarniento en un momento de enorme agitación histórica. Nueva España vivía la guerra de independencia (1810-1821) y la caída del orden virreinal. El autor, nacido en México en 1776, fue testigo y partícipe de estos cambios: apoyó ideas insurgentes, sufrió cárcel por criticar a las autoridades coloniales y fue excomulgado por enfrentarse al clero reaccionario. En 1812 había fundado el periódico El Pensador Mexicano aprovechando una breve libertad de imprenta, pero la censura volvió pronto a imponerse. Impedido de hacer periodismo abierto, Lizardi optó por canalizar sus denuncias sociales en forma novelada. Como señala una reseña del Instituto Cervantes, El Periquillo Sarniento nace del propósito de su autor ilustrado de “observar la realidad social contemporánea y criticarla en forma novelística, para evitar censuras”. Es decir, la novela picaresca le sirvió de vehículo encubierto de crítica, en sustitución de un periodismo doctrinario que había devenido imposible.

"No es casual que la novela tenga un tono didáctico predominante y que su protagonista acabe reformándose y predicando virtudes; esta confianza moralizadora refleja la huella del siglo XVIII"

El resultado es una obra literaria a la vez tardía y pionera. Tardía, porque retoma un género nacido en España dos siglos antes —es un claro “eco tardío” de la picaresca clásica—; y pionera, porque inaugura la narrativa hispanoamericana moderna, con temas, personajes y sensibilidades propias del Nuevo Mundo. El Periquillo Sarniento se sitúa en la frontera entre dos épocas: está escrita “dentro de los límites de la Nueva España”, pero con un espíritu progresista, crítico y sentimental muy hijo de la Ilustración tardía. Lizardi, “corifeo de la razón y la ciencia; rebelde… cristiano” en palabras de Yáñez , aporta al molde picaresco su fe ilustrada en la educación y la moral como motores de cambio social. No es casual que la novela tenga un tono didáctico predominante y que su protagonista acabe reformándose y predicando virtudes; esta confianza moralizadora refleja la huella del siglo XVIII en el pensamiento de Lizardi.

De Lazarillo a Periquillo: herencia picaresca y novedades americanas

Aunque concebida con fines reformistas, El Periquillo Sarniento bebe directamente de la tradición picaresca española. Ya Alfonso Reyes lo señaló con su famosa afirmación: “creemos… que la novela picaresca es responsable de nuestro Periquillo Sarniento; que de aquellos Guzmanes vienen estos Periquillos”. En efecto, la novela de Lizardi cumple con las convenciones del género picaresco clásico: es la autobiografía ficticia de un antihéroe narrada en primera persona; una serie de episodios enlazados por las andanzas del protagonista, quien sirve sucesivamente a muchos amos y ejerce diversos oficios, hilvanando sus desventuras en un relato unitario. Al igual que Lázaro de Tormes o Guzmán de Alfarache, Periquillo dirige su relato a un destinatario concreto —en este caso sus propios hijos, a quienes quiere aleccionar con el ejemplo de su vida—. También comparte con sus antecesores una lista de vicios y pecados muy familiares: pereza, gula, mentiras, robos, trampas, juegos de azar… todo narrado con tono burlón y desenfadado, en la mejor línea de la picaresca tradicional.

"Con todo, Lizardi no oculta la filiación literaria de su pícaro. En la novela abundan las referencias al término pícaro, aunque curiosamente evita usar la palabra local lépero para referirse al protagonista"

No faltan paralelismos específicos con obras precedentes. El propio Lizardi parece guiñarle el ojo a Mateo Alemán (autor del Guzmán) repitiendo motivos: Periquillo intenta entrar a la vida monástica sólo por buscar comodidades mundanas, exactamente igual que Guzmán; ambos pícaros, además, se casan con mujeres amantes del lujo que les arruinan rápidamente, precipitándolos de nuevo en la miseria. Otro episodio claramente espejado es cuando Periquillo se une a una cofradía de mendigos, describe sus tretas y lenguaje secreto, en directa correspondencia con la experiencia de Guzmán entre pícaros italianos —la cual a su vez evocaba a los rufianes Rinconete y Cortadillo de Cervantes—. Incluso la trayectoria vital de Periquillo culmina, igual que la de Guzmán, en un proceso de conversión y arrepentimiento final que le permite salvarse y dar una lección moral. Cabe recordar que El Guzmán de Alfarache (1599-1604) ya había incorporado un desenlace devoto, con sermones al lector; Lizardi lleva esa fórmula didáctica a su extremo lógico, haciendo que Periquillo literalmente escriba su vida para educar a sus hijos con “consejos útiles”. Esta base moral deliberada es, según la crítica, el rasgo distintivo que diferencia la picaresca de Lizardi de la española: más que un personaje realista, Periquillo es “un producto abstracto de la ideología social” ilustrada del autor, creado ante todo para encarnar una lección moral.

Con todo, Lizardi no oculta la filiación literaria de su pícaro. En la novela abundan las referencias al término pícaro —Periquillo se llama a sí mismo así en numerosas ocasiones—, aunque curiosamente evita usar la palabra local “lépero” (jerga mexicana para el vagabundo callejero) para referirse al protagonista. Este detalle no es trivial: los léperos (pordioseros y malvivientes urbanos) pululan por la novela, pero Lizardi prefiere reservar a Periquillo la etiqueta literaria de pícaro, quizás para darle un cierto prestigio dentro de la tradición y marcar una sutil distancia entre su héroe y la simple delincuencia común. En suma, El Periquillo Sarniento reafirma su parentesco con los modelos peninsulares. Como resumió el crítico Valbuena Prat, Lizardi “sin duda, aprendió de Alemán el sentido de intentar una inmensa atalaya de la sociedad, en su caso la última etapa colonial de la Nueva España”. Es decir, igual que las novelas picarescas españolas pintaban un fresco de la sociedad de su tiempo, Lizardi ambiciona retratar todo el mosaico social novohispano desde la mirada astuta (y a ratos cínica) de un pícaro.

Crítica de una sociedad colonial: raza, clero y burocracia bajo la lupa

Si la forma narrativa de El Periquillo Sarniento sigue el canon picaresco, su contenido satírico apunta a nuevas dianas propias del contexto americano. La novela traza un “amplio cuadro de la sociedad mejicana de su época” visto a través de los ojos del pícaro. Todos los estamentos, oficios y razas desfilan por sus páginas y todos reciben su parte de crítica. De hecho, Lizardi “no perdona a nadie” —como apunta Nancy Vogeley—, pero reserva “sus juicios más cáusticos” para aquellos en posición de autoridad o poder. El propio Lizardi sostenía que el humor útil de la sátira funciona mejor ridiculizando a los poderosos que a la gente humilde. “Quizás excusamos los vicios de la plebe, por su falta de educación… En las personas distinguidas no hallamos esta excusa y sus defectos nos escandalizan más”, escribió. Fiel a esta premisa, El Periquillo Sarniento desenmascara principalmente la hipocresía, la incompetencia y la corrupción de las clases altas novohispanas, aunque sin idealizar tampoco al pueblo bajo. Al final, la moraleja es universal: la sociedad entera —desde el mendigo hasta el virrey— aparece atravesada por la mentira, la desigualdad y el abuso de unos sobre otros.

"A través de estas escenas humorísticas, Lizardi denuncia la pereza, la superficialidad y la falta de valores de la sociedad criolla acomodada"

A lo largo de las andanzas de Periquillo, José Joaquín Fernández de Lizardi construye una sátira amplia y demoledora de múltiples ámbitos de la vida colonial. Uno de los primeros blancos de su crítica es la educación y las costumbres burguesas. Periquillo, hijo de criollos “ni ricos ni pobres”, recibe una formación escolar deplorable a manos de maestros pedantes e indolentes: aprende latinajos inútiles, repite catecismos sin reflexión y no adquiere ningún conocimiento práctico. Esta burla del sistema educativo virreinal se enlaza con una crítica más profunda a la frivolidad de la vida burguesa: la novela ridiculiza la obsesión de las clases medias y altas por el estatus, su desprecio por el trabajo honrado y la extendida fantasía de “ganar dinero acostado y rascándose la barriga”. El propio Periquillo sueña con profesiones cómodas y poco exigentes, como convertirse en cura de parroquia solo para “vivir holgadamente”, sin ninguna vocación espiritual. A través de estas escenas humorísticas, Lizardi denuncia la pereza, la superficialidad y la falta de valores de la sociedad criolla acomodada.

La sátira se extiende también al clero y a la religiosidad. Fiel a la tradición picaresca anticlerical, Lizardi retrata a malos religiosos, curas ignorantes, frailes glotones y beatas supersticiosas. Periquillo intenta hacerse fraile no por devoción, sino por puro interés material, imitando a quienes ven la Iglesia como refugio de holgazanes. Asimismo, el autor ridiculiza la pompa vacía de los rituales, como en la escena mordaz sobre la vanidad exhibida en los funerales lujosos. Católico, pero profundamente ilustrado, Lizardi aboga por una fe sincera y una Iglesia menos hipócrita, denunciando la alianza entre el clero poderoso y el despotismo colonial. Estas críticas, muy presentes también en su obra periodística, le ocasionaron serios conflictos con las autoridades eclesiásticas.

"La crítica alcanza asimismo a la ciencia, la medicina y los oficios. Periquillo funge como impostor profesional en varias ocasiones, y cada una permite a Lizardi satirizar distintos gremios"

Otro objetivo satírico es la administración colonial y el comportamiento de los amos criollos. La novela expone la corrupción sistemática y la tiranía de los funcionarios, españoles o criollos, contra el pueblo llano. En uno de los episodios más contundentes, Periquillo entra al servicio de un subdelegado y descubre sus prácticas turbias: este funcionario acepta sobornos de hacendados ricos para permitirles violar las leyes, mientras oprime cruelmente a los indígenas. El narrador observa cómo, si un indio reclamaba su jornal o buscaba un amo menos cruel, el subdelegado y sus compinches lo golpeaban como si fuese un esclavo. La obra subraya repetidamente que “los indios son las víctimas masivas del despotismo criollo”, tema que Lizardi ilustra en distintos pueblos donde los indígenas enfrentan abusos de médicos incompetentes —como el propio Periquillo en su etapa de curandero charlatán— y de autoridades rapaces, situación que provoca rebeliones o denuncias judiciales. Esta representación de la injusticia colonial otorga a la novela un componente político esencial: influido por las ideas liberales, Lizardi cuestiona abiertamente el orden jerárquico heredado del régimen virreinal.

La crítica alcanza asimismo a la ciencia, la medicina y los oficios. Periquillo funge como impostor profesional en varias ocasiones, y cada una permite a Lizardi satirizar distintos gremios. El pícaro actúa como boticario improvisado y luego como médico fraudulento, provocando auténticos desastres entre pacientes crédulos. Estas escenas ridiculizan el atraso de la medicina colonial, dominada por curanderos sin escrúpulos y practicantes ignorantes. En otro episodio, Periquillo se desempeña como barbero y deja el rostro maltrecho a sus clientes, evocando las memorias del pícaro Estebanillo González, donde también se parodiaba a los cirujanos ineptos. De forma más amplia, Lizardi retrata una sociedad envuelta en el engaño: tenderos que timan con las medidas, escribanos coimeros, médicos que cobran por curas inútiles… Uno de los personajes lo resume con ironía: “¿Qué tiene de mejor robar con pluma, con vara de medir, con recetas o con papeles, que robar con ganzúas y llaves maestras? Robar es robar”. La deshonestidad aparece, así como un vicio transversal a todas las profesiones.

"Esta amplitud de miras, combinando lo cómico con lo crítico, es la gran aportación de Lizardi: usar la máscara del pícaro para revelar las verdades incómodas de una sociedad entera"

Finalmente, uno de los aspectos más novedosos de El Periquillo Sarniento es su representación del sistema de castas y del racismo. En coherencia con el pensamiento ilustrado, Lizardi sostiene que indígenas, mestizos y negros no son inferiores por naturaleza, sino que han sido marginados por falta de educación y oportunidades. En la novela se afirma claramente que la supuesta inferioridad de “indios, mulatos y demás castas” se debe únicamente a su “ninguna cultura y educación”, no a un defecto innato. Periquillo, como criollo, comparte inicialmente los prejuicios de su clase —llega incluso a considerarlos “aves de mal agüero”—, pero sus viajes lo transforman. Durante su destierro a Manila, convive con personas de distintas razas en relativa armonía, y un marinero negro le ofrece una de las lecciones morales más memorables: despreciar a los negros por su color es ignorancia; maltratarlos, crueldad; y considerarlos incapaces de virtud, un prejuicio absurdo. Este mensaje antirracista, excepcional en la época, motivó la censura del cuarto tomo del Periquillo, en el que Lizardi discutía abiertamente la esclavitud. Pese a ello, el autor logró que su obra transmitiera una idea fundamental en el nacimiento de la república mexicana: la necesidad de superar las barreras raciales y las jerarquías coloniales. Así, el pícaro criollo se convierte en portavoz de ideas igualitarias que anticipan un nuevo horizonte político y social.

En conjunto, la novela ofrece un fresco completísimo de la vida en el México de comienzos del siglo XIX. Desfila ante el lector un “carrusel de desventuras estrafalarias” y escenas de baja vida —mesones sórdidos, salas de juego, barrios de arrabal— pero igualmente los escenarios de las clases altas —escuelas, iglesias, hospitales, oficinas de gobierno—, mostrando que “en todos reina el engaño, la estupidez o el vicio”. Esta amplitud de miras, combinando lo cómico con lo crítico, es la gran aportación de Lizardi: usar la máscara del pícaro para revelar las verdades incómodas de una sociedad entera. Como observa Emma Ramírez, El Periquillo Sarniento expone la continuidad de la opresión colonial (los pobres siguen oprimidos, aunque sus opresores ahora nazcan en América) a la vez que siembra la semilla de una conciencia nueva en favor de los marginados.

Moral ilustrada y legado literario

Al final de sus peripecias, Periquillo Sarniento “ve la luz” y endereza su camino. Tras tantos tumbos y tropelías, reconoce que “la más difícil y a la vez más laudable de las conquistas es la de conquistarse a uno mismo y domar las propias pasiones”. Ya en su lecho enfermo, el antiguo truhan reformado insta a sus hijos-lectores a no tomar su historia como un entretenimiento vano, sino a extraer de ella “las máximas de sólida moral que he ido sembrando… imitando la virtud donde la vean, huyendo del vicio, y aprendiendo siempre en cabeza ajena las lecciones”. Este concluyente final, un tanto ingenuo si se quiere, refleja la convicción sincera de Lizardi de que la novela debía ser útil para mejorar la sociedad. Como buen ilustrado, creía ciegamente en el poder de la Educación y la virtud para remediar los males sociales. Por eso, El Periquillo Sarniento no solo divierte con sus picardías, sino que insiste en proponer un código ético (humildad, honestidad, laboriosidad, etc.) como camino a la nación recién nacida.

"Hoy, dos siglos después, El Periquillo Sarniento se aprecia no solo como fundación de la novela en América Latina, sino como un texto pionero en usar la literatura como arma de conciencia"

En perspectiva, la obra de Lizardi inaugura una senda fundamental: la de la novela hispanoamericana de crítica social. El Periquillo demostró que el género picaresco —nacido para retratar la desigualdad en la España imperial— podía trasplantarse con éxito a América para denunciar las injusticias del sistema colonial y postcolonial. La literatura hispanoamericana temprana, muchas veces continuadora de modelos españoles, encontró en esta novela un primer modelo autóctono: un pícaro “criollo”, con voz propia, que hacía de espejo satírico de la realidad americana. Su influencia se dejó sentir en obras posteriores del siglo XIX en México y otros países, donde surgieron novelas costumbristas y sociales con herencia de Lizardi. Incluso en el siglo XX, la figura del pícaro resurgiría en autores latinoamericanos (como Arlt o Puig, entre otros) para encarnar al marginado urbano y criticar las nuevas formas de inequidad. Hoy, dos siglos después, El Periquillo Sarniento se aprecia no solo como fundación de la novela en América Latina, sino como un texto pionero en usar la literatura como arma de conciencia. Lizardi logró, a través de las travesuras de un mangante amigablemente apodado “el papagayo sarnoso”, desnudar las taras de una sociedad profundamente desigual y anticipar el anhelo de justicia e identidad propia de una nueva nación. Su legado permanece vigente: mientras existan estructuras injustas, la risa punzante del pícaro —ya sea en la colonia o en la modernidad— seguirá siendo un espejo necesario y revelador.

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