[17 – 30 noviembre]
Durante la semana trabajas las voces que te faltan por introducir en la novela. Las tenías esbozadas, pero ahora las desarrollas. Es el pensamiento de algunos personajes que aparecen en la historia. También un ejercicio metaliterario. Disfrutas escribiéndolas, metiéndote en la mente de todos, haciéndolos hablar como si fueras un ventrílocuo. Pero conforme avanzas en la escritura te asaltan las dudas. Rompen la voz de la narradora principal. Algunas son tan violentas y duras que es difícil que no interfieran con el tono de la novela. Otras están en el límite de la caricatura. La razón de todo se explica al final. Eso lo hace demasiado arriesgado y que más de un lector se pueda perder. No tienes claro que vaya a funcionar.
Aun así, las escribes. Mañana y tarde. Sólo descansas para las clases de la universidad y las reuniones de departamento. Ahora mismo, todo lo vives como si formara parte de la novela. Los pasillos, los compañeros, los estudiantes…, todo está atravesado por la misma lógica. Las voces que escribes, la novela de campus de la que no puedes salir.
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El martes por la noche tienes un sueño extraño. En mitad de una escena, aparece un libro azul. Cuando despiertas es lo único que recuerdas: el libro azul. No le das demasiada importancia.
Al entrar en el despacho, encuentras un libro en el suelo, debajo del escritorio, abierto por la mitad, boca arriba. ¿Cómo se habrá caído de la estantería y habrá llegado hasta ahí? No es normal. Aunque lo más extraño llega cuando te agachas para cogerlo. Entonces lo ves: el libro azul. El mismo azul del sueño. Es el libro de Cristina Oñoro, El jardín de las americanas. Te gustó cuando lo leíste y escribiste un blurb elogioso. Lo tenías en la estantería frente a la mesa del despacho. No sabes por qué ha podido entrar en tu sueño. Y mucho menos cómo se ha caído de la estantería y se ha colocado, así, abierto por la mitad bajo la mesa.
Lo cierras y lo vuelves a colocar en su sitio. Y justo cuando lo haces, piensas que quizá el libro te estaba dando algún mensaje. Como en la película Interestelar. ¿Por qué no te has fijado en la página por la que estaba abierto? ¿Cómo se te ha podido pasar eso? Lo vuelves a coger, pero ya no encuentras la página. Si alguien se estaba intentando comunicar contigo, el mensaje se ha perdido.
Esa misma mañana, en la universidad, entras en el despacho de Carmen a que te devuelva un libro que le prestaste. Tus ojos se van inmediatamente al libro que tiene sobre la balda frente a la puerta: el libro azul. El jardín de las americanas. ¿Te está diciendo algo? Al llegar a casa, vuelves a abrir el libro. Pasas por las páginas que están medio dobladas por la caída. Las lees. Pero allí no hay nada. Bueno, nada aparte de esa historia preciosa y necesaria que narra Cristina Oñoro y que hace de este un libro inolvidable. Desde luego, tú no lo vas a olvidar. También esperas que el fantasma que quería hablar contigo busque otro medio de entablar contacto. Mejor un audio de WhatsApp.
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El viernes tienes prácticas de Teoría del Arte por la mañana. Visita al Museo de Bellas Artes y después a la Sala Verónicas. La exposición de Xavier Mascaró. Allí hablas del anacronismo, de los tiempos entrelazados, de la pervivencia del origen mágico del arte en cierta escultura actual, de la necesidad de entender que el pasado y el presente se encuentran conectados. Algunos estudiantes visitan la sala por primera vez. Puedes ver en sus caras la emoción al entender y experimentar las obras. Con eso, la mañana ha tenido sentido.
Por la tarde, entrega de premios del concurso de relatos del Club Renacimiento en Estrella de Levante. Este año preside Jacobo Bergareche. Vas con Leo a recogerlo en la estación y ya no os separáis hasta la madrugada. En la entrega, en la cena y sobre todo en las copas de después, en El Parlamento. Quedáis al final Yayo, él y tú. Y Pedro, uno de los dueños. La noche se alarga. Bajan la persiana. Pero la conversación sigue. Te gustaría que no se acabara nunca. Una noche bonita. Bastante más agradable que la resaca del día siguiente.
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El sábado intentas ver Caza de brujas, la película de Luca Guadagnino. El tema te interesa. Acoso y cancelación en la universidad. Pero no la puedes aguantar. La película no avanza tampoco hacia ningún lugar. Pero lo peor, sin duda, es la música. Nunca te había ocurrido que una banda sonora te resultase tan molesta. Te incomoda hasta el punto de que ni siquiera la ves terminar. Tal vez sea la resaca, piensas. Pero Raquel, que anoche no bebió, también te pide por favor que la quites, que eso no hay humano que lo soporte.
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El domingo, desde bien temprano, continúas insertando las voces en la novela. Ya está todo escrito. Ahora es cuestión de poner cada cosa en su sitio. Contra todo pronóstico, antes de que acabe el día, lo terminas todo.
Es una versión provisional. Las cosas pueden cambiar de sitio. Pero sirve para hacerte una idea general. Y para cerrar por fin este tercer borrador. Sigue habiendo algo que no te convence. Pero necesitas ya una visión externa. Por eso, preparas un archivo PDF y lo envías a tu agente. Quieres dejar el mensaje preparado para que se envíe mañana lunes temprano. No vaya a pensar que eres un obseso y envías un mensaje a las doce de la noche de un domingo. Pero por error pulsas donde no es y acaba enviándose. Te avergüenzas durante un instante. Pero luego se te pasa.
Al día siguiente, nada más levantarte, recibes la contestación. Lo leerá esta semana en el viaje a Guadalajara. Comienzas la semana entre aliviado —por el trabajo hecho— y expectante —por los nervios de su lectura—. En Instagram compartes la captura de pantalla con el número de palabras de este tercer borrador: 76.470. Nunca habías escrito tantas. Once mil más que El dolor de los demás.
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El martes charlas con Javier Cercas en la Biblioteca Regional. Supuestamente tenéis que hablar sobre algunos libros canónicos para él. Ha propuesto El Quijote, Madame Bovary, El Proceso y Ficciones. Pero al final, tras algunas preguntas que relacionan estos libros con su obra, conversáis sobre El loco de Dios en el fin del mundo. Lo has leído estos días. Por el tema, no era un libro al que te apeteciese demasiado acercarte. Pero en cuanto lo has abierto has encontrado ahí al mejor Cercas. Al que echabas de menos tras su paso por la novela policiaca. El Cercas que es capaz de cruzar géneros y convertir un encargo del Vaticano en una mezcla entre thriller teológico, crónica política y taller de escritura. El Cercas que ha conseguido que una pregunta —¿Se encontrará mi madre a mi padre después de la muerte?— atraviese el libro y sostenga toda la tensión.
Las últimas páginas te emocionan. Convierten la obra en un extraño y hermoso libro de duelo. Acabas con lágrimas en los ojos. Y aunque solo fuera por ese final, la lectura merece la pena.
En la conversación, te sientes a gusto. Cercas recoge todas las preguntas que le lanzas y se te hace más corto de la cuenta. Habías preparado material para varias horas.
Después, continuáis la charla en la cena. Con José María y con Leo. Cuando regresas a casa, caminando despacio, piensas en el privilegio de esta velada. En lo que aquel joven que cayó rendido ante Soldados de Salamina jamás habría podido imaginar. Esta complicidad, cariño y amistad.
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El miércoles, después de clase, comida con los estudiantes de cuarto. Celebran lo que antes era la fiesta de San Eloy. Después, no te puedes quedar a la fiesta porque tienes que salir para un club de lectura en la Biblioteca Regional. Hablas sobre El dolor de los demás. Vas con el piloto automático y no entras del todo en la conversación hasta la segunda pregunta. Pero a partir de entonces todo fluye. Luego, te invitan a cenar. Y de vuelta a casa pasas por la fiesta. Tienes la sensación entonces de ir algo desincronizado. No tardas demasiado en marcharte.
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Terminas Querido capullo, la novela de Virginie Despentes. La tenías sobre la mesa prácticamente desde que apareció, pero apenas habías leído unas páginas. Ahora entras por fin en ella. La querías leer para comprobar cómo había tratado la cuestión de la cancelación. Pero conforme la lees te das cuenta de que en realidad hay mucho más ahí. Es una novela sobre la soledad, sobre las adicciones, y sobre lo importante que es encontrar alguien con quien conversar. Despentes, además, tiene una capacidad sorprendente para crear voces distintas. Aquí está plenamente conseguido. Tres narradores con tres voces singulares. Algo así es lo que te hubiera gustado hacer en los pequeños monólogos que has insertado en la novela. Pero reconoces aquí la distancia. Y conforme lees su novela, tienes menos claro que funcione lo que tú has escrito.
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El sábado, cumpleaños de Jota. Comida, tardeo y nocheo. Encuentro con amigos, risas y baile. De nuevo, la cosa se alarga.
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El domingo, con una resaca aceptable, terminas de preparar la conferencia para el congreso sobre Estéticas de la lentitud que tienes el próximo viernes en Madrid. Vas a hablar de la mirada lenta y la transformaciones de la atención contemporánea. Y para eso lees, entre otras cosas, el libro de Claire Bishop Atención trastornada: formas de ver arte y performance hoy. Te ha gustado siempre cómo escribe Bishop y este libro te interesa especialmente. Sobre todo porque le da una vuelta a ciertas ideas nostálgicas e ingenuas sobre la recuperación de modos de ver antiguos. Según explica, la figura del espectador ideal —aislado, silencioso, inmóvil ante la obra, completamente absorto en la contemplación— no es universal ni neutral. Responde a un modelo histórico y social muy específico. Un modelo ligado a una tradición burguesa, moderna, que separa radicalmente el arte de la vida cotidiana y que establece reglas muy precisas sobre quién puede mirar, cómo debe hacerlo y en qué condiciones.
Frente a esa tradición, Bishop propone algo distinto: aceptar que la atención contemporánea es, inevitablemente, múltiple, fragmentada e interrumpida. No porque seamos peores espectadores que los de otras épocas, sino porque vivimos en un mundo radicalmente distinto. Un mundo que requiere una atención híbrida y en ocasiones una mirada de sobrevuelo y muestreo. Tratar de recuperar modos de ver anteriores es una impostura. Es necesario aceptar que la tecnología nos ha cambiado para siempre y ya no hay vuelta atrás. Solo desde esa toma de conciencia de la transformación es posible pensar de otro modo.
Mientras lees el libro de Bishop, sientes algo de nostalgia del historiador del arte que fuiste y has dejado un poco de lado por la literatura. Todavía llevas bastante en la mochila —referencias, obras, autores—, pero percibes cómo se va vaciando poco a poco y te vas quedando desfasado en muchas cuestiones. Eso te lleva hoy también a ponerte algo nervioso al pensar en la conferencia de la semana que viene. ¿Tendrá sentido lo que vas a plantear o sonará a ya dicho, sabido y citado? Por un momento, se te pasa por la cabeza la posibilidad de cancelarla. No estás ya en ese mundo. Al menos no con la intensidad de antes.
Y sobre todo tienes la cabeza en otro lugar. Sigues esperando la lectura de tu agente. Todo lo demás, ahora, estorba.


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