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‘Gentleman Jack’: Define tu propia vida

‘Gentleman Jack’: Define tu propia vida

Nacida en 1791, Anne Lister era una terrateniente británica que durante su vida escribió varios diarios, totalizando unos cuatro millones de palabras en menuda y apretada letra, en los que describía, a menudo con puntilloso detalle, múltiples aspectos de su vida. Algunos de ellos eran asuntos públicos, como sus actividades comerciales o la reconstrucción de la mansión familiar, y otros privados, como sus relaciones lésbicas. Esta última parte, entre un quince y un veinte por ciento del total, fue escrita en un código secreto usando elementos de álgebra, signos del zodiaco, símbolos matemáticos y griego antiguo, que fue descifrado más tarde por un descendiente suyo, a quien se le aconsejó que los quemara. En 1988 y 1992 fueron publicados en dos volúmenes, entre infundadas sospechas de ser falsos, y hay también ediciones posteriores, ampliadas. A Lister se la considera la primera lesbiana moderna, si es que tal etiqueta puede aplicarse, y vivía su realidad sexual si no abiertamente, al menos sin disimular, tanto que en su Yorkshire natal la llamaban «Gentleman Jack». En 2019, una coproducción de la BBC y la HBO en ocho episodios ha contado una parte de su vida, junto a un libro publicado a modo de acompañamiento, y la serie ya ha sido renovada por una temporada más.

[Aviso de destripes en todo el texto]

Lister empezó a tener clara su sexualidad desde el principio, y consta que a los 13 años, en un internado de York, conoció a su primer amor, Eliza Raine, hija de un rico cirujano de la East India Company. Fue aquí donde empezaron los mensajes en código secreto, en pequeñas notas para apuntar los paquetes que se enviaban. Dos años después, Anne fue expulsada del colegio, y aunque Eliza quería continuar la relación con ella, incluso planeando vivir juntas, Anne empezó nuevos affairs con otras dos mujeres. Ya desde niña, a Lister le encantaban la literatura y la historia antiguas, sobre todo la griega, y desarrolló gran pasión por los viajes, pero viajes no solo a Bath o Londres y vuelta, a lo Jane Austen, sino por toda Europa, incluyendo escalar el Monte Perdido, en el Pirineo oscense. El estatus acomodado de su familia le permitía estas aficiones, con las cuales además lograba evitar disputas con su padre y hermana, y cuando se hizo cargo de la casa familiar, Shibden Hall, a los 35 años de edad, antes de heredarla diez años más tarde (su hermano mayor había muerto de pequeño), su riqueza e independencia aumentaron.

Es en este punto donde comienza la serie, con Anne estupendamente encarnada por la actriz Suranne Jones. En ella se nos muestra, como era en realidad, como una mujer que nunca fue de las de recaudar a fin de mes y dejar las cosas de la hacienda a un capataz, secretario o primo de la familia: Anne planeó y supervisó los trabajos de remodelación de la casa y dirigió la parte comercial de la familia personalmente: agricultura, industrias de transporte fluvial y ferroviario, minería, canteras, propiedades inmobiliarias urbanas… incluso cobro de rentas, con tintero y libros sobre la mesa, cuando el encargado estaba enfermo. Además, para acabar de confundir a la gente que pueda hacerse ideas preconcebidas sobre ella antes de saber más, no era ningún tipo de pionera social por la igualdad: era muy conservadora en lo político y defensora de los privilegios de la aristocracia terrateniente. También era ferviente anglicana, lo cual no le impidió «tomar comunión» un domingo de Pascua junto a una de las mujeres más importantes de su vida, Ann Walker, y considerarse casadas desde entonces, a falta de protocolo oficial para hacerlo de verdad. Después, simplemente se fueron a vivir juntas a Shibden Hall, cuyas mejoras Walker había ayudado a financiar, tras luna de miel por Francia y Suiza. La iglesia donde esto ocurrió en 1834 (Holy Trinity, en York), muestra hoy en día una de esas famosas placas azules británicas al respecto (con borde arcoíris), y es un lugar icónico para el movimiento gay. Aquí es también donde acaba la primera temporada de la serie, que solo cubre un par de años.

Testimonios de la época describen a Lister como «de apariencia masculina», aunque viendo retratos suyos, como el hecho por Joshua Horner, tampoco es que intentara parecer un hombre. Llevaba el cabello más corto que la mayoría de las mujeres de su tiempo, pero aún con abundancia de rizos sobre las sienes, y más que pantalones usaba una especie de faldón largo, vertical y sin fruslerías que permitía caminar rápido y cómodamente. Posiblemente era la chaqueta ceñida de cuello alto la que le daba ese aire, y también su sempiterno color negro en la vestimenta. En definitiva, da la impresión de persona decidida, pero indudablemente mujer sin disimulo.

En la serie hay tres hilos principales: uno es el del intento de Lister por empezar a explotar las reservas de carbón que hay bajo las tierras de la familia, contra la competencia desleal de los hermanos Rawson. Esto en otras manos sería aburrido y burocrático, pero a través de este par de villanos se resumen las dificultades que Lister tenía en un mundo de hombres hecho para hombres, sobre todo cuando se metía en algo que consideraban su terreno. Por supuesto que los Rawson habrían intentado las mismas trampas con el hermano de Anne, pero el ser «derrotados» por una mujer, ante el escarnio público, los espolea aún más contra ella. El segundo hilo es el de las relaciones sexuales y sentimentales de Lister, aquí ya una treintañera experimentada con muchas seducciones (así contadas por ella misma) a la espalda, además de unas cuantas lágrimas e inestabilidad emocional (a veces provocadas, a veces sufridas). Tras acabar de ser abandonada por su última amante, Vera Hobart, a la que conoció en París, comenzará a frecuentar a su tocaya Anne Walker, reflejada aquí como una mujer con las mismas inclinaciones sexuales que ella, pero mucho menos preparada, con sus bonetes de cintas y sus vestidos en tonos pastel, para enfrentarse a la oposición familiar, social y económica que se le viene encima. Walker incluso se las tiene que ver con las atenciones de un capellán anglicano que la pretende, y que en otras circunstancias habría sido un buen partido, digno de Orgullo y prejuicio. Y el tercer hilo, un tanto decepcionante en cuanto que nos aparta de la magnética Lister, es el de Eugénie, la criada francesa de la casa, a quien corteja, de forma un tanto torpe y rural, el bienintencionado currito John Booth. En esta parte de lo que ocurre en el «piso de abajo» también está Sam Sowden, un obrero borracho con esposa e hijo que acaba «yéndose para América», que en realidad significa «como comida para cerdos» (y como secreto peligroso para que los guionistas puedan meter tensión a la historia cuando sea necesario).

Trasladar la prosa de un autor a la pantalla es siempre uno de los retos de cualquier adaptación, y aquí se resuelve con Anne rompiendo la cuarta pared y mirando directamente a cámara para hacer algún apunte irónico al espectador, obviamente sacado de los diarios originales. Suranne Jones da una gran energía al personaje, hablando mientras da largas zancadas, que era costumbre habitual de Lister, y actuando también con las manos además de con el rostro. En un momento como el actual, en el que parece elogiarse más a quien es capaz de expresar mil matices con una ceja, Anne/Suranne transmite con todo el cuerpo carisma, seguridad en sí misma y capacidad de acción, decidida pero no caótica, incluso cuando está sentada.

La responsable del proyecto, Sally Wainwright, creció en Halifax, al lado de la mansión de los Lister, ya hizo hace tres años una película para televisión (To Walk Invisible) sobre la familia Brontë, otra gran fuente literaria de Yorkshire, y llevaba veinte años intentando poner en pie este proyecto sobre Anne Lister. Según ella, si le hubieran aprobado su primera versión, habría acabado emitido a las tantas de la madrugada en la BBC 4, mientras que ahora la HBO la estrenó en Estados Unidos incluso antes que la tita Beeb en el Reino Unido. Series como esta, y la atención que reciben, son un nuevo testimonio de que algo está cambiando, y para bien, en la cultura occidental, al menos.

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