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‘Sentido y sensibilidad’: Amor y dinero

‘Sentido y sensibilidad’: Amor y dinero

En 2017 se cumplen 200 años de la muerte de Jane Austen, y con ese motivo traemos hoy a Zenda una de las mejores adaptaciones de su obra, la escrita y protagonizada por Emma Thompson en 1995. Y es de las mejores a pesar de que, según ella misma, no contiene más de seis o siete frases originales directamente del libro. Su trama contiene las preocupaciones típicas de la novelista inglesa en toda su obra: miembros de tres o cuatro familias de los condados rurales del interior del país, relacionadas entre sí en mayor o menor grado, en busca de solucionar su futuro amoroso y económico, en medio de una sociedad decimonónica de limitadoras convenciones. Brillan especialmente los personajes femeninos, a menudo de mente aguda e inteligente, pero también sumergidas en un mar de dudas e indecisiones, producto de defectos de personalidad muy concretos. En este caso, seguimos a las hermanas Dashwood, Elinor (Thompson) y Marianne (Kate Winslet), que pasan de una situación acomodada a quedar casi en la pobreza tras la muerte de su padre, justo cuando están entrando en la edad casadera, y pronto empiezan a aparecer en sus vidas parientes más o menos bienintencionados, hombres apuestos y «elegibles» y rivales por los afectos de dichos caballeros.

Ganadora del Oscar al mejor guion adaptado (Emma Thompson). Seis otras nominaciones, a mejor película (Lindsay Doran), actriz (Emma Thompson), actriz secundaria (Kate Winslet), fotografía (Michael Coulter), vestuario (Jenny Beavan y John Bright) y música (Patrick Doyle)

[Aviso de destripes en todo el texto]

Mr Dashwood es un terrateniente rural de clase media-alta en Sussex, viudo, con un hijo de su primera mujer (John) una segunda esposa (Mrs Dashwood), y tres hijas de este segundo matrimonio (Elinor, Marianne y Margaret). John está a su vez casado, con Fanny Ferrars, y cuando Mr Dashwood muere, Fanny quiere echar de la casa a la madrastra y hermanastras de su marido, ya que la herencia le corresponde solo a John, el hijo mayor. Antes de que esto ocurra, el hermano de Fanny, Edward (Hugh Grant), conoce a las Dashwood y hace amistad con Elinor, pero Fanny bloquea cualquier posibilidad de que la cosa vaya a más, porque Edward sería desheredado si se casara con alguien de tan poca monta como Elinor. Aparece entonces John Middleton, anciano primo de la nueva viuda Dashwood, que les ofrece un pequeño cottage en Devonshire para sacarlas del apuro. Allí las Dashwood conocen a un amigo de los Middleton, el maduro coronel Brandon (Alan Rickman), que enseguida se fija en la segunda hermana, Marianne, de 16 años de edad. Esta rechaza sus atenciones por ser él demasiado mayor.

Atentos, porque vienen curvas ahora. Un día, Marianne y Margaret están dando un paseo por la campiña, cuando se pone a llover, y de tamaño desastre las rescata un jinete en caballo blanco, John Willoughby (sí, ya van tres Johns en esta novela), del que Marianne se enamora ipso facto. Pero antes de que pensemos que por fin ha aparecido alguien en la historia sin relación alguna con las Dashwood o alguien que las conozca, resulta que no, que Willoughby es el amante de la hija adoptiva del coronel Brandon, a quien acaba de dejar preñada y que acaba de quedar a su vez desheredado por la fechoría. Seguimos tirando del manojo de cerezas: la suegra de John Middleton (recuerden, el primo de la madre de las hermanas Dashwood que les dejó la casa en Devonshire), tiene una hija y un yerno, los Palmer, que un día vienen de visita con una chica pobre a la que tienen acogida, Lucy Steele, y que (sapristi!) lleva cinco años de noviazgo secreto con Edward Ferrars (o sea, Hugh Grant). Cuando esto se descubre, Edward es desheredado y su fortuna pasa a su hermano Robert. ¿Cómo saldrán de tamaños apuros todos estos parias de la tierra? Vean o lean para averiguarlo.

Este es todo el ramillete de personajes que componen la historia, y que como se ve, están siempre intrincadamente relacionados entre sí por parentesco o matrimonio, y muy raramente por mera amistad o vecindad sin más (y cuando lo es, pronto acaba convertido en algo más). Austen era una verdadera orfebre en este sentido, poblando sus tramas de primos, medio hermanos, hijos adoptivos, familias doblemente enlazadas por boda y gente a la que siempre tienes que llegar a conocer solo porque alguien de confianza te la presenta. El caso de Willoughby que hemos visto más arriba resulta casi paródico en este sentido: no solo aparece en blanco corcel en medio de la lluvia a rescatar a la joven princesa, sino que luego resulta que no es un misterioso desconocido en absoluto, sino que está vinculado con la gente a quien ya tratan las Dashwood en su nuevo condado. Esto significa que las relaciones entre todos los personajes están complicadas no solo por lo que unos piensen de otros, o por cómo de compatibles sean sus personalidades, sino por toda la maraña de afectos y obligaciones familiares que se superpone por encima. Por ejemplo, a la hora de guardar un secreto o no, hay que tener en cuenta su gravedad, el daño que podría causar y también a quién afecta y en qué medida está emparentado contigo.

De toda la trama podría hacerse un análisis completo, y convincente, de que de lo que trata en realidad es del dinero y de cómo se utiliza para mantener las convenciones sociales o para medrar en esa misma sociedad. Como hemos visto, hasta cinco personajes resultan desheredados: las tres hermanas Dashwood, debido a la avaricia de su cuñada Fanny, y los dos hombres por quienes suspiran las dos hermanas mayores (Edward y Willoughby), ambos por entablar relaciones con otras mujeres que no son del agrado de sus padres o guardianes. Lucy es demasiado pobre, y Willoughby se tomó unas libertades con la hija adoptiva del coronel que socialmente no le correspondían. Incluso el propio coronel, en su juventud décadas antes, fue enviado al ejército por su propia familia, descontenta porque le gustara una chica pobre. En todos estos casos, la respuesta moderna sería: «Bueno, pues si te han desheredado, búscate la vida. De hecho, ¿qué haces esperando una herencia como modo de ganarte el pan? ¿Por qué no tienes un empleo ya?». Como es bien sabido, en aquellos tiempos de principios del XIX, las mujeres lo tenían muy complicado para poder ganarse la vida de manera decente y provechosa, y las oportunidades eran limitadas, físicamente agotadoras y a menudo mal pagadas. Pero los hombres no lo tenían tan mal, así que ¿cuál es su excusa? ¿La solución de Austen? El bondadoso coronel Brandon ofrece una parroquia a Edward de cuyo estipendio vivir, y Willoughby se liga a una rica heredera. Siempre se suele decir que un escritor debe escribir de lo que sabe y conoce, y este era el mundo de Jane Austen: gente que vivía de herencias o de empleos intelectuales como el de párroco, con unos cuantos apuestos soldados salpicados por ahí. En sus obras hay poquísima gente que trabaje en un oficio o con las manos, y son siempre muy secundarios. Cada nuevo personaje presentado es rápidamente fichado en cuanto a sus posesiones y circunstancias económicas y familiares. Recordemos, además, la primera y última escenas de la película: la discusión entre Fanny y su marido sobre cuánto dejarle a las hermanastras (¿500 libras? ¿1500? ¿20 de vez en cuando?), y el coronel Brandon lanzando unas monedas al aire al salir de su boda, para que la gente menos acomodada del lugar las recoja del suelo: Amor y dinero habría sido un título alternativo bastante apropiado para esta historia. Y para coronar el asunto, el gobierno británico acaba de colocar la efigie de la autora en su nuevo billete de diez libras esterlinas.

Pero bueno, tampoco vamos a meternos con la señorita Austen (nunca se casó ni tuvo hijos) por no reflejar detalladamente en sus obras las miserias del naciente proletariado industrial. A cambio de eso, sus novelas están llenas de fina ironía, buen ojo para los matices del pensamiento humano y, por qué no decirlo, mano segura con el suspense romántico. Hablando del título del libro, lo de Sentido y sensibilidad no ha sido siempre la traducción empleada en español. También se la puede encontrar como Sensatez y sentimientos, Juicio y sentimiento o Juicio y sensibilidad. Una versión temáticamente más clara sería incluso Cabeza y corazón, ya que eso es lo que se supone que representan las hermanas Dashwood, lo neoclásico y lo romántico: la primera, Elinor, probablemente inspirada en Cassandra, la hermana mayor de Austen, es contenida, correcta, reflexiva, compasiva, con mucho sentido común, sin ser tampoco una siesa aburrida (al revés, es la más irónica de todas), y sufre pacientemente los sinsabores, comprendiendo el punto de vista de otros, incluso los que le hacen la vida difícil. La mediana, Marianne, es impulsiva, espontánea, romántica y, hasta cierto punto, rebelde, aunque su rebeldía se limite a una cierta grosería social, como hablar demasiado claro y alto, o mostrar sus sentimientos en público sin mucho recato, incluyendo sus opiniones sobre otros. Llega a decir que le gustan los hombres que actúan «sin moderación» e incluso cae enferma de fiebres tras el disgusto con Willoughby.

Si al final ambas obtienen su «recompensa» en forma de los hombres con los que se casan, se ve que Elinor acaba con quien quería desde el principio (Edward, abandonado por la cazafortunas de Lucy y rescatado económicamente por Brandon), mientras que Marianne atempera tanto su juicio inicial del maduro coronel que al final este acaba siendo su marido, aprendiendo así a añadir «sentido» a su «sensibilidad». Austen indica expresamente que ambas hermanas son igual de apasionadas (y ávidas lectoras), pero que simplemente Elinor, de 19 años por los 16 de Marianne, está más al tanto de lo que se considera más apropiado socialmente, está más preparada para hacer concesiones, y sobre todo entiende mejor a los que le rodean. En todos los relatos de Austen hay gente con motivos ocultos, o cuyo carácter verdadero no es el que parece ser al principio, o que lo esconde usando las corteses reglas establecidas del contacto social, y los poderes de observación necesarios para traspasar esas impresiones equivocadas son una habilidad que la autora consideraba extremadamente importante, recompensando a quien sabía usarlos, y penalizando, al menos hasta que se arrepientan, a quienes se dejan llevar por la irreflexión. De hecho, una de las conclusiones más paradójicas de la trama llega incluso a ser que una excesiva sinceridad como la de Marianne, lejos de ser recomendable, puede resultar egoísta, ya que puede ofender a otros. Al final de todo, está claro que Elinor es la que Austen ofrece como modelo que seguir, aunque se admira algunos rasgos de Marianne, entre ellos principalmente su decisión de corregir su impetuosidad, pero sin embargo el público moderno se suele poner en gran parte del lado de Marianne, mujer con sangre, pasión y remango, mientras que se critica a Elinor su aparente pasividad, mansedumbre y falta de iniciativa.

Una de las curiosidades principales de la película es que está dirigida por el taiwanés Ang Lee, alguien por completo alejado de la cultura del siglo XIX británico. Sin embargo, Thompson y la productora Lindsay Doran habían visto ya El banquete de bodas, una premiada película anterior suya, que trataba precisamente de las vicisitudes familiares de sus protagonistas, vistas desde un punto de vista de comedia social, y se pensó que el contratarlo le daría un valor internacional al film, en lugar de convertirse en la típica producción histórico-literaria inglesa solo para muy aficionados al género. Otra de las peculiaridades es la de que fuera una actriz sin experiencia como guionista, Emma Thompson, quien escribiera el guion, o mejor dicho, que se lo dejaran escribir y acreditar en pantalla. Thompson, que demasiadas veces aparece en papeles de mujer seria y circunspecta, es en la vida real muy graciosa y divertida, así que entendió como nadie la ironía, la sátira y hasta la risa que se le podía sacar a las historias de Jane Austen.

Thompson inclusó insistió en que todos los actores que pasaran el casting tenían que ser «funny», capaces de decir sus frases de una manera donde se notara la ironía de cada palabra. Uno de sus grandes hallazgos, por ejemplo, es ese momento en el que Edward revela a Elinor que no es él quien se ha casado con Lucy, sino su hermano Robert, y Elinor estalla en un llanto tan sentido y liberador que resulta imposible no reírse, de puro alivio y compasión, ante las continuas lágrimas de ella y el embarazo de Edward, que ha de seguir contando su historia mientras ella es incapaz de parar de llorar. Thompson tardó cinco años en ir completando el guion, escrito entre rodaje y rodaje, haciendo ese díficil tipo de modificaciones que son necesarias en el cine: el de cambiar todo lo que hacen y todo lo que dicen los personajes para así resultar «fiel al espíritu» de la obra adaptada. De hecho, alguien que no recuerde bien la novela puede dar como completamente «austenianas» escenas inventadas como la del atlas de la hermana menor o el paseo de Marianne a la casa donde Willoughby ya no está. Aunque seguramente donde más demuestra Thompson lo mucho que se metió en su papel de guionista y fan de Austen es en su redonda negativa a que hubiera un romántico beso entre cualquiera de los protagonistas. Se rodó, no pegaba, y Thompson mandó cortarlo del montaje ante el horror de los productores americanos, que ya tenían hasta pósters hechos con la foto.

Inicialmente, Thompson quería a las hermanas Richardson, Natasha y Joely, hijas de Vanessa Redgrave, como protagonistas, pero la Columbia quería a la propia Thompson, ya oscarizada por Howards End, a pesar de tener 35 años de edad. Esto hizo que en la película la edad de Elinor pasara a ser 27 años, y la de Marianne 19, los mismos que tenía Kate Winslet entonces, a pesar de que tanto ella como su agente mintieron a la productora diciendo que tenía 23. Otros cambios entre la novela y la película es que en esta la familia Dashwood empieza siendo algo más rica que en el libro, pasando de diecisiete sirvientes a «solo» dos, para así ilustrar la caída en desgracia de las hijas tras la muerte del padre (aunque siempre nos mantenemos dentro de territorio Austen, y no dejan nunca de tener sirvientes, ni de vivir en casas de campo que cualquiera consideraríamos un lujo. Desde luego, nunca se va a convertir esto en algo del estilo del descarnado y hasta desagradable naturalismo de Émile Zola). También desaparecen un par de personajes como los hijos de Lady Middleton, o Ann, una hermana de Lucy. Pero quizá lo más curioso es ver cómo un equipo mayormente femenino (productora, actriz, guionista basada en una novelista mujer) retoca a unos personajes masculinos que resultan un tanto bidimensionales. En la novela van y vienen y desaparecen durante semanas o meses de la vida de las Dashwood, así que había que hacer que pudiera verse por qué se sentían atraídas hacia ellos. El escoger apuestos actores como Hugh Grant, Alan Rickman o Greg Wise como Willoughby ayuda a entenderlo visualmente de forma rápida (uno tímido y sensible, uno cortés y paternal, otro jinete moreno y activo), pero también se los ha hecho más amables, más honorables, más atentos en su trato con las mujeres, y amantes de la música y la poesía.

Esta película, hecha en un año sin especial correlación con Jane Austen, en el sentido de que no coincidía con centenarios de nada, fue muy influyente, ya que desencadenó toda una serie de adaptaciones de casi todo lo que había publicado Austen, que tampoco fue tanto. Hacía 55 años que no se llevaba a esta autora a la pantalla grande, y de repente hubo una tv movie sobre Persuasión, una miniserie que en Inglaterra supera el culto sobre Orgullo y prejuicio (Colin Firth en camisa mojada), Emma con Gwyneth Paltrow en 1996 y Mansfield Park en 1998. Desde entonces ha habido otro Orgullo y prejuicio con Keira Knightley, varias reimaginaciones modernas, incluyendo cosas como El diario de Bridget Jones e incluso se le han añadido zombis. Dentro de otros cien años, quizá haya habido otras cien reinterpretaciones.

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