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Tal como éramos

Tal como éramos

“Por todas partes se percibe, a la vez, poder e incertidumbre. Emergen fuerzas que no han encontrado todavía sus cauces, como el agua en los torrentes dudando en desviarse a un lado o a otro, al mismo tiempo que hay también actividades más controladas”. —José Luis Sampedro, La vieja sirena.

Cuando Manuel Fraga Iribarne fue nombrado en el año 1962 ministro propagandista de Franco su único objetivo era asegurar la continuidad de la dictadura, lo que exigía, entre otras cosas, darle una mano de pintura al régimen e intentar blanquear los principios del Movimiento Nacional, cuya expresión populista era el llamado Fuero de los Españoles. Con ese objetivo nació la Ley de Asociaciones de 1964, si bien un año antes Fraga ya había dado muestras de su impronta “aperturista” al defender ante las democracias europeas el fusilamiento del militante comunista Julián Grimau, a quien despectivamente calificó como “ese caballerete”, o manipular cinco años después la muerte del estudiante Enrique Ruano, perteneciente al clandestino Frente de Liberación Popular, asesinato cometido por la policía política del régimen, aduciendo que se había suicidado lanzándose por la ventana de un séptimo piso y utilizando al diario ABC para imponer un falso relato periodístico de lo sucedido. Por el medio estuvieron los cinco estados de excepción (1967-1971) declarados por la dictadura a causa de las huelgas obreras, creando así un ambiente que en el caso de Asturias se expresaba con una intensa represión, en forma de torturas, despidos laborales y deportaciones.

Pese a todo, antes de que la nueva ley franquista permitiese la creación de asociaciones que no estaban controladas directamente por el régimen, ya existían iniciativas que apuntaban en la dirección de romper con el miedo y la abulia, características esenciales de aquel tiempo de silencio. De hecho, en Oviedo, a través de la Federación Universitaria Democrática (FUDE) se promovían actividades e iniciativas culturales bajo la batuta de jóvenes airados como Juan Cueto, Ignacio Quintana y Fernando Corugedo. Cerca de la FUDE, formando parte de otro pequeño núcleo de desafectos a la dictadura, estaba también el Teatro Español Universitario (TEU) con Carlos Álvarez-Nóvoa al frente, así como la Alianza Francesa, dirigida entonces por Pedro Caravia y Juan Benito Argüelles. Tal como recordaría años después Pepe Avello:

(…) había una inquietud crítica (en los jóvenes) a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero la política estaba presente en todo el ambiente cultural.

Así pues, tal como suele ocurrir con frecuencia a lo largo de la historia, no hubo por entonces cortes radicales que permitan identificar grandes cambios respecto a la cultura franquista imperante, basada en la censura y en las a veces estridentes limitaciones a la libertad de expresión (véase al respecto el regreso al pasado de la ley Mordaza de Rajoy que entró en vigor en 2015); pero por la misma razón puede asegurarse que la cultura española comenzó a ser posfranquista mucho antes de la muerte del dictador.

"Queda dicho que mientras las Asociaciones Culturales pugnaban por abrirse camino, la cultura oficial seguía secuestrada por el poder político"

Así que antes de que comenzasen a funcionar las Asociaciones existían ya iniciativas culturales bajo el paraguas de la Universidad de Oviedo, a través de otras entidades relacionadas igualmente con la enseñanza, con el incipiente movimiento ciudadano (las Asociaciones de Vecinos y de Padres), o con entidades ecologistas como los Amigos de la Naturaleza Asturiana (ANA). Llegado el momento, personas vinculadas a las organizaciones políticas clandestinas fueron quienes más impulsaron las Asociaciones Culturales, apoyándose en la ya mentada ley de 1964, mientras que grupos parroquiales de la Iglesia Católica hacían lo propio tras la apertura religiosa propiciada por el Concilio Vaticano II, a partir de 1965.

El listado de asociaciones que van surgiendo poco a poco arranca en Gijón con las de Pumarín, el Natahoyo, la Cultural Gijonesa y Gesto (inicialmente un grupo de teatro creado en 1964 que pasaría a ser asociación cultural); seguirán las de Amigos de Mieres, Amigos del Nalón en Sama, el Club Delta en Avilés, la Asociación La Amistad en El Entrego, y el Club Cultural en Oviedo, reforzando en este último caso el papel de las asociaciones ya existentes en la capital del Principado, sobremanera el Ateneo, en el que Juan Cueto era responsable del aula de cine y Pepe Avello de la de poesía; y por supuesto, la Alianza Francesa. Todo este entramado, de apariencia inicial dispersa, fue poco a poco conformando espacios de libertad en los que, tal como se recuerda en otras partes de este libro, los jóvenes de entonces tuvimos acceso a un mundo político y cultural radicalmente distinto al que ofrecía la vida cotidiana en los barrios y pueblos, ya fuese bajo la tutela intratable del alcalde franquista surgido de las filas del Movimiento, la mirada desconfiada y severa del sargento de turno que asentaba sus poderes desde el cuartel de la Guardia Civil, y —en menor medida— del cura párroco, toda vez que la evolución del clero a raíz de las huelgas mineras de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, con el añadido del cambio de actitud en el Vaticano durante y después del papado de Juan XXIII, habían situado a muchos curas en el bando de las organizaciones políticas clandestinas que luchaban por la democracia y el fin de la dictadura.

Posteriormente, se añadirían al cambio sociocultural otras entidades, como los Ateneos que habían sido creados bajo la tutela del Opus Dei pero que acabaron en manos de grupos de trabajadores, cambiando radicalmente de orientación y actividades.

De distinto origen pero con un potencial económico enorme, la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias impulsaba por entonces numerosas actividades cinematográficas, musicales, pictóricas y teatrales, que en buena medida compartían público con las Asociaciones Culturales.

Persiguiendo fantasmas (Marx, Engels y compañía)

Queda dicho que mientras las Asociaciones Culturales pugnaban por abrirse camino, la cultura oficial seguía secuestrada por el poder político, manteniéndose el desfase típico y tópico de los sistemas autoritarios entre lo escrito, lo comunicado y la realidad circundante. Sujetos al ordeno y mando, los funcionarios del régimen, además de prohibir los actos considerados ilegales, también realizaban registros frecuentes en los locales de las Asociaciones, requisando libros, carteles y murales, bien porque estaban firmados por Marx, Engels o Palmiro Togliatti, o simplemente porque aludían a la guerra de Vietnam o a la historia del Movimiento Obrero, actuaciones que en algunos casos extremos podían terminar en cierres temporales y en multas. De alguna manera, las Asociaciones, además de reivindicar una cultura democrática, apostaban por “la política de lo pequeño”, alejada de las grandes iniciativas y proyectos culturales, muchas veces simple reflejo de los intereses propagandísticos de las administraciones. Por otra parte, el a veces manido concepto de “democracia cultural” defendido por André Malraux, animando y corrigiendo iniciativas de los grupos que conviven en una determinada sociedad, encajaba mucho más con lo se hacía desde las asociaciones que con lo que se impulsaba desde la Diputación provincial o los Ayuntamientos franquistas, remitiéndonos a las sociedades libres europeas en las que, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las clases populares alcanzaron un gran desarrollo de las políticas culturales y que, superado el ecuador del siglo XX, desembocarían en la llamada  “Animación Sociocultural” promovida por la UNESCO.

Superadas las dificultades iniciales, y a rebufo del evidente declive de la dictadura, las asociaciones asturianas deciden poner en marcha un proyecto que marcará posteriormente buena parte de su historia: la “Fiesta de la Cultura”, centralizada en Gijón por el impulso de las sociedades existentes en la ciudad. El periodista José Luis Argüelles señala al respecto que en Asturias los dos hitos del antifranquismo fueron las huelgas mineras de 1962 y el “Día de la Cultura”. En mi opinión acierta plenamente, toda vez que tanto en un caso como en el otro se trataba de luchar contra la dictadura reivindicando las armas propias de la democracia: los derechos civiles, sobremanera los de expresión, reunión, huelga y manifestación, es decir, la esencia del magisterio que impartían las Asociaciones Culturales. Y es que entre ambos hitos había puentes de comunicación evidentes: en palabras del profesor Elías Díaz, “zonas reales de encuentro entre las éticas de los principios, los deberes y las convicciones, por un lado, y las éticas de responsabilidades, utilidades y resultados, por otro”. La libertad y la democracia.

"Muchos de los que habían dirigido la lucha cultural desde las asociaciones, manteniendo a su vez la militancia política en los partidos de izquierdas, eran reclamados por sus organizaciones para iniciar una nueva etapa"

Así pues, cabe asegurar que la primera parte de la Transición fue una época magnífica para las Asociaciones Culturales, si bien las cosas comenzaron a cambiar tras legalizarse las organizaciones políticas y sindicales y aprobarse la vigente Constitución en 1978, dando paso a una nueva etapa en aquellos pequeños templos laicos que permitían ya sin cortapisas el ejercicio de los derechos democráticos básicos, por los que tanto y tan intensamente se había luchado. Ocurrió entonces que muchos de los que habían dirigido la lucha cultural desde las asociaciones, manteniendo a su vez la militancia política en los partidos de izquierdas, eran reclamados por sus organizaciones para iniciar una nueva etapa en la administración pública como concejales, alcaldes o asesores. No fue la única razón, cierto, pero sí de las más importantes; el hecho es que los locales fueron languideciendo poco a poco, algunos hasta su desaparición, realidad que tuvo su reflejo más evidente en la muerte de uno de sus símbolos más relevantes, la “Fiesta de la Cultura”, en 1984.

Suele decirse que la realidad cambia cuando se entrecruzan dos mundos que nunca habían estado cerca antes, o que, cuanto menos, se habían rozado pero sin mirarse: uno, el de las generaciones nacidas en los años 50 y 60, aquellos jóvenes irredentos que intentaban cambiar el pasado sombrío y triste a través de la información y la participación, y otro el de las Asociaciones Culturales, creadas por el resistente aliento del antifranquismo militante a través de los partidos y sindicatos clandestinos, de los cristianos progresistas, de los maestros, profesores, artistas y creadores comprometidos, así como de todas aquellas personas que sin pertenecer a ninguno de esos grupos supieron defender con toda dignidad las ideas democráticas a través de la cultura y la educación. Las ansias de unos y las esperanzas de otros les empujaron hacia un mismo punto de encuentro.

De ahí venimos, cierto, pero no hay el menor atisbo de nostalgia ni melancolía al recordarlo, aunque sí agradecimiento a cuantas personas, unas conocidas y reconocidas, otras —las más—anónimas, cuyos nombres, rostros, palabras y gestos, perviven en nuestra memoria.

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Autor: Benigno Delmiro Coto. Título: La rebelión de la cultura en Asturias: Las sociedades culturales frente al franquismo. Editorial: KRK. Venta: Amazon

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