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A cielo abierto

El 21 de marzo de 2019 entrevisté a Pedro Mairal por su libro de artículos, Maniobras de evasión (Libros del Asteroide), mientras Daniel Mordzinski le fotografiaba metido en un antiguo mueble metálico para guardar equipaje. Ocurrió el mismo día en que empezaba la primavera, que Mairal inauguraba también, haciéndonos sentir de nuevo el placer de la lectura. Libros del Asteroide, su editorial en España, publicó dos novelas espléndidas: La uruguaya y Una noche con Sabrina Love.

Habrá más libros de Pedro Mairal. Los esperamos con verdadera fruición. De momento tenemos la suerte de celebrar Salvatierra, la novela de la que en aquella entrevista le habíamos pedido que nos contara su argumento y que Mairal contó así: “Salvatierra es la historia de un pintor que pinta toda la vida un cuadro continuo, y la novela empieza cuando los hijos heredan un galpón lleno de esas pinturas y no saben qué hacer con eso. Está la vida entera de un tipo ahí pintada. Tiene que ver más con el arte y con el hecho de no mostrar la obra, de no publicar. Y la búsqueda de un hijo con respecto al padre”.

En Zenda hemos vuelto a pedirle a Pedro Mairal que buceara en la memoria y escribiera unas líneas que acercaran a los lectores sus recuerdos desde que su padre decidiera comprar tierra en la provincia de Entre Ríos.

(Miguel Munárriz)

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En los años ochentas un amigo de mi padre lo convenció de que era un buen negocio comprar tierra en la provincia de Entre Ríos. Entonces compraron a medias un campo cerca de Gualeguay. El negocio terminó siendo malo, porque dos tercios de la superficie se inundaba varias veces al año, y la parte cultivable era muy poca. Pero mi mamá se enamoró del lugar. Uno de los límites era uno de esos lentos ríos de llanura que parecen mansos pero son una fuerza indetenible.

Yo empecé a ir con ella los fines de semana. Cuando iba el amigo de mi padre yo viajaba atrás en la caja abierta de su camioneta, envuelto en mantas en pleno invierno. Eran más de tres horas de viaje. Después me empecé a quedar casi todo el verano. A los 15 años ya iba solo, en ómnibus, haciendo dedo en un trayecto y caminando los últimos kilómetros por un camino de tierra donde cruzaban iguanas y cuises veloces. Me creía Wan Chan Kein, el protagonista de Kung Fu, el viajero silencioso llegando a pueblos desiertos.

Aprendí a estar en soledad y también a hablar con extraños que de a poco en la conversación dejaban de serlo. Conocí a mucha gente en ese tiempo andando por Gualeguay, por sus alrededores, trabajadores de zonas agrícolas y ganaderas, pescadores, gente del río, boteros, canoeros, y hombres a caballo, gauchos, cosecheros, gente de granjas, de costumbres antiguas.

"De pronto estar ahí, a cielo abierto, cuidando animales, montando a caballo por primera vez fue como despertar, como entrar en otra forma de la existencia"

Yo era un niño criado en la ciudad, en habitaciones. Un niño de rincón, de jugar con autitos bajo la cama. De pronto estar ahí, a cielo abierto, cuidando animales, montando a caballo por primera vez fue como despertar, como entrar en otra forma de la existencia. Es difícil de describir la sensación de subirse a la energía viva de un animal. Yo, tan apocado, tan niño tristón, tan tímido, inseguro, llorón. De pronto me sumaba a una bestia enorme y buena, subido a su lomo, al galope, como volando en mi dragón.

Algo se manifestó para mí en ese tiempo. La sensación de que no estoy solo, de que soy parte de algo vivo que continúa, no se detiene, sigue sin mí, pero no es indiferente a mí, algo de lo cual participo, lo quiera o no. La naturaleza me dijo algo que sigo tratando de entender. Mi novela Salvatierra intenta descifrar esa voz.

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