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A las cinco de la tarde

El marco, Sevilla

Es noviembre también en Sevilla, aunque en esta ciudad el frío se templa con un cielo velazqueño bajo el que ya cuelgan las inevitables luces de Navidad. Cuando cae la tarde estrecha del invierno, las calles se espesan con el humo de las castañas asadas y el bullicio de las compras cede paso al tapeo, que es una alternativa de calor en las terrazas atiborradas.

A los pies del rey San Fernando en la Plaza Nueva, la Feria del Libro Antiguo expone su valiosa mercancía, muy cerca de la sede de la Fundación Cajasol, donde ha tenido lugar la V edición de Letras en Sevilla, cuyo tema, como en otras ocasiones, aspiraba a no dejar indiferente a nadie: Toros sí, toros no: ¿Cultura, tradición o barbarie?

"Enfrentar a taurinos y antitaurinos en Sevilla no era, en principio, tarea fácil"

La propuesta, inevitablemente polémica, no pretendía en ningún caso enjuiciar voluntades ni catalogar gustos, ni mucho menos ofrecer respuestas. Procurando el conocimiento y apelando a la razón, los expertos que han pasado por el patio de la Fundación exponían sus razones técnicas, jurídicas, literarias o filosóficas con ecuanimidad y lucidez sobre un suelo de albero traído de la Maestranza y ante un público presente que, elevando el respeto a un nivel que ellos mismos se habían impuesto, se reveló atento, expectante y leal al compromiso de escuchar con atención y preguntar con curiosidad. El propio Arturo Pérez-Reverte, que junto con Jesús Vigorra coordina estas jornadas, felicitó a los presentes por aquella admirable actitud.

Rosa Montero

Rubén Amón

Porque todos sabíamos que enfrentar a taurinos y antitaurinos en Sevilla no era, en principio, tarea fácil. En esta ciudad donde la plaza de toros de la Maestranza es una catedral, el toreo una liturgia, los toros son los tataranietos legítimos de Gerión, y los toreros, además de esculturas, refranes, literatura y hagiográficos retratos, dan nombre a las calles de la centenaria ciudad de casetas que se levanta al otro lado de la portada de la Feria de Abril una vez al año, es evidente que, con toda esa carga, resultara especialmente difícil la ecuanimidad del aficionado taurino, que en Sevilla lo es de muchas maneras: por tradición familiar, por respeto a la memoria, por sevillanismo estético y conceptual, por amor al arte. Pero, ante el respetuoso público que llenaba hasta la bandera un patio de la Fundación Cajasol engalanado de albero y almagre, el capitán Reverte, por fortuna, no tuvo que requerir la espada; caló el chapeo, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Primera jornada, de grana y oro

Precisamente de eso se trataba: de exponer, durante dos días, un diálogo entre la voz alzada y el silencio reflexivo, y verdaderamente la inauguración no pudo tener mejores representantes: el periodista y escritor Rubén Amón y la novelista Rosa Montero.

"No eran las cinco de la tarde, pero la media luna del patio de la Fundación Cajasol aplaudía como si lo fuera"

No eran las cinco de la tarde, pero la media luna del patio de la Fundación Cajasol aplaudía como si lo fuera, entusiasmada, al finalizar la intervención de Rubén Amón que, vestido de oscuro, señoreó un monólogo erudito, tranquilo y retador, abanicando un capote de aforismos: “El escándalo está consolidado en nuestra sociedad”. “No voy a pedir perdón por ser aficionado”. “Esta sociedad infantilizada es incapaz de asumir la trascendencia, y la tauromaquia, en su esencia de vida y muerte, muestra todo aquello que la sociedad no quiere ver”. Tótem del toro y tabú de la muerte presentados en un coso singular de ideas casi freudianas por el que el periodista se paseó con naturalidad ofreciendo como sacrificio supremo el desprecio legítimo al término manoseado de cultura. Al final, el insistente aplauso del público le obligó a un bis, como en la ópera: “Modernistas, ya que no matáis toros, sed artistas”.

Espido Freire

Rafael de Paula y Antonio Lucas

La novelista Rosa Montero subía al escenario armada de argumentos incuestionables, estadísticas de muerte, estudios médicos o cifras de dinero público que mantienen lo que hoy es ya injustificable, pero nada de toda aquella verdad fue tan verdad como el relato con el se ganó el silencio emocionado del público: “Yo soy hija de un popular banderillero de la posguerra, Pascual Montero, que me enseñó a amar a los animales”. Los recuerdos de aquella niña que veía desaparecer, tras la puerta del cuarto de baño de los abuelos (ellos no tenían aseo en casa) a un hombre vestido de padre y aparecer a un torero, mientras el Citroën que lo llevaba a la plaza de toros se alejaba, un poco antes de las cinco de la tarde, y ella se quedaba allí agazapada en aquel gineceo orante entre mujeres de luto, preguntándose cosas que solo la mujer en la que luego se convirtió supo responderle: “El toro no es un depredador, se abalanza sobre el torero aterrorizado de miedo y de angustia”. “He ido a muchas corridas hasta que crecí, no en edad, sino en conciencia, por encima de todo eso”. “De aquí a treinta años, la fiesta taurina se habrá extinguido por muerte natural”, concluía, serena.

"Con una toalla blanca de hotel al cuello, Rafael de Paula se secaba el sudor, como un boxeador noqueado de lucidez"

Por la tarde, el encuentro entre los escritores Antonio Lucas y Edu Galán se materializó en el manejo de los difíciles conceptos de belleza y arte, que el poeta Lucas transformó en una defensa estética del toreo, opuesto al argumento de las cifras, más que elocuentes, en las que se posicionaba Edu Galán. Ciertamente no hubo debate, sino exposición de los hechos, aunque un comentario de Edu Galán acerca de la Semana Santa, expuesto “por polemizar”, encendió las redes sociales.

El broche de oro de la primera jornada lo puso el maestro Rafael de Paula, el último de los toreros aclamado por los intelectuales. Su presencia en silla de ruedas, con una toalla blanca de hotel al cuello con la que se secaba el sudor, como un boxeador noqueado de lucidez, y acompañado por Antonio Lucas, precedió un monólogo ensimismado en el que el matador viajó errabundo desde la Florencia del Renacimiento a los vestidos (que no trajes) de los toreros; desde sus rodillas de trapo a “los ojos transparentes del toro cuando te mira”; desde “el canto de los ángeles que se oye cuando un pitón te roza la femoral”, a la grandeza de Belmonte, El Gallo u Ortega y Gasset.

Arturo Pérez-Reverte y Espartaco

Espartaco

Arturo Pérez-Reverte resumía con brillantez aquel viaje surrealista: “Oír hablar a Rafael de Paula es como verlo torear: tensión, tensión, tensión, y de repente… la magia”.

Segunda jornada, en corto y por derecho

La razón y el derecho fueron los argumentos académicos esgrimidos durante esta jornada, que enfrentó por la mañana a Juan Ignacio Codina, periodista y doctor en Historia, cuya tesis versa sobre el pensamiento antitaurino desde la Ilustración a nuestros días, y a Beatriz Badorrey, profesora de la UNED y autora de un documentado estudio sobre la historia de la tauromaquia y los toros en el contexto del derecho y la sociedad. Por la tarde, Nuria Menéndez de Llano abogada y directora del Observatorio de Justicia y Defensa Animal, desde donde ha liderado la promoción de una propuesta de ley para que los animales pasen a ser reconocidos como seres sintientes en la legislación española, se sentaba frente a Joaquín Moeckel, abogado de la Maestranza de Sevilla, así como de algunos toreros, que habló de la actual realidad del toreo como “un arte para minorías y que, por tanto, también tiene derecho legítimo a la protección”.

"Espido Freire hizo honor al título de su charla: La elegancia de no ser taurina"

El punto de inflexión entre los razonamientos encontrados e incluso un tanto acalorados de los profesionales en los campos jurídico, moral e histórico, fue la serena y bella intervención de Espido Freire. Ciertamente, la novelista hizo honor al título de su charla, “La elegancia de no ser taurina”, pues con la fría dulzura de la narradora profesional que es, engarzó las instantáneas del miedo infantil frente a un toro que anda suelto por las calles con la conmoción poética de una muchacha soñadora ocasionada por la muerte de aquel torero destrozado por el asta del animal al que la vida se le fue yendo frente a las cámaras de televisión, en directo, grabando sus hermosos ojos azules de moribundo y sus palabras de hombre valiente en la memoria colectiva de medio mundo. Espido Freire terminaba, sin abandonar su elegante dureza, con una frase absoluta: “No es admisible un espectáculo que requiera el sufrimiento de un ser vivo».

Pérez-Reverte y Espartaco, treinta años después

“Los toreros creen en Dios” fue el título elegido por Pérez-Reverte cuando hace algo más de 30 años escribió un reportaje para XL Semanal sobre el torero Antonio Ruiz, Espartaco. Durante varios días, el escritor acompañó al maestro en viajes, hoteles, ventas de carretera y plazas de toros, y en ese tiempo la audacia del reportero de guerra, acostumbrado a la tensión y al peligro y adiestrado en reconocer a los hombres valientes, se mezcló de manera singular con la mirada del novelista que ya era, dando como resultado un texto más literario que periodístico, donde el arte del toreo o la valentía del torero trascendían hacia algo singular explicado a través de los ojos de un torero; una manera especial, sincrética, de mirar el mundo; a la vez elemental, de guerrero antiguo manchado de sangre, y elevada, como de anciano filósofo que comprende la vida porque ha aceptado con naturalidad las múltiples opciones de la muerte.

"Invocando en esa mágica noche sevillana, la presencia inmortal de Chaves Nogales y Juan Belmonte"

Sentados frente a frente, periodista y torero, esenciales en ser lo que siempre fueron, charlan ante a un público que tras la ovación ha enmudecido, atento al veterano escritor que indaga en su propio asombro y a un torero retirado que todavía habla del toro como si se mirase en un espejo: “El toro muere para que su familia, su madre, su abuela, sus hermanos, continúen libres y a salvo en la dehesa; acepta el sacrificio de la plaza a cambio de la continuidad de su estirpe”.

Ellos no podían saberlo, pero las palabras de aquella conversación interrumpida hace treinta años, trazaban cruces en la arena de un coso invisible invocando en esa mágica noche sevillana, la presencia inmortal de Chaves Nogales y Juan Belmonte. 

Emilio Buale

Lecturas y ausencias

Como fin de fiesta, leían el actor Emilio Buale y Jesús Vigorra, una selección de textos literarios a favor y en contra de los toros, seleccionados y ordenados por Carmen Camacho.

A esta espectadora le faltó durante las jornadas, el calor inteligente del gran periodista Chapu Apaolaza, así como la mirada lúcida de la periodista y escritora Karina Sainz Borgo; y por entre los textos olvidados, estos versos llameantes de Miguel Hernández:

Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo
y dejas mi deseo en una espada.

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José Manuel
José Manuel
2 años hace

Maravillosa crónica de una, sin duda, maravillosa jornada. Ojalá hubiera más muestras de verdadera cultura…