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A vueltas con el Grial

A vueltas con el Grial

El episodio es conocido y causó furor en su momento. Habla de cómo un sacerdote llamado François Bérenger-Saunière se hizo cargo a finales del siglo XIX de una humilde parroquia rural del Languedoc y del modo en que, durante unas obras de reparación en la iglesia, dio con unos pergaminos que mandó examinar con detalle. A partir de ese instante, la parroquia, que siempre había sido pobre de solemnidad, pasó a disponer de unos recursos fabulosos. El párroco no sólo pudo culminar la restauración del templo a su antojo, sino que levantó a su alrededor una serie de edificaciones que cambiaron el perfil del pueblo y que conforman aún en nuestros días el principal atractivo turístico de una localidad que, de no ser por el bueno de Saunière, se habría visto absorbida ya por el olvido. ¿Qué encontró aquel pastor de Dios en los impracticables dominios de Rennes-le-Château? Hay teorías para todos los gustos. Algunos creyeron que se ocultaba bajo aquellas tierras el oro de los cátaros —la orden se había instalado en esa comarca allá por el lejano medievo— y otros manejaron teorías que se alejaban de los bienes materiales en pos de tesis más proclives a los misticismos. La principal es la que asevera que François Berénger-Saunière, en algunas de las excursiones que comenzó a realizar por los alrededores de la aldea una vez desentrañado el enigmático sentido de sus pergaminos, fue a dar con el mismísimo Santo Grial.

"Se han vertido, se vierten y se vertirán ríos de tinta sobre el asunto de Rennes-le-Château y sus implicaciones."

El tema ha generado mucha literatura. La espita quedó abierta cuando, en 1967, Gérard de Sède publicó El oro de Rennes, un volumen donde contaba con todo lujo de detalles la insólita vida del sacerdote al tiempo que iba recorriendo las pistas que le orientarían hacia el desvelamiento de un secreto que nunca llegaba a revelarse. Sí lo hicieron unos años después, en 1982, Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, quienes firmaron a seis manos en El enigma sagrado la que se podría considerar la madre de todas las teorías: en Rennes-le-Château, o en sus alrededores, se encontraba oculto el Santo Grial, y éste no era otra cosa que la confirmación de que Jesús de Nazaret había contraído matrimonio con María Magdalena y engendrado descendencia, dejando abierta de ese modo la posibilidad de que el árbol genealógico del Mesías se hubiese prolongado hasta nuestros días. De hecho, se ofrecía en las páginas del ensayo el nombre de un plausible sucesor: un individuo llamado Pierre Plantard que por esas fechas aparecía con cierta recurrencia en los medios de comunicación enarbolando su condición de gran maestre de un estrambótico colectivo denominado Priorato de Sión.

La Torre Magdala, uno de los edificios levantados por Bérenger-Saunière en Rennes-le-Château.

Era un caramelo tan goloso que sólo cabía degustarlo. Se han vertido, se vierten y se vertirán ríos de tinta sobre el asunto de Rennes-le-Château y sus implicaciones. También hay quienes, en España, se han desplazado hasta ese rincón remoto del sur de Francia para extraer sus propias conclusiones. Lo hicieron Lorenzo Fernández Bueno y Josep Guijarro Triadó en Rex Mundi y lo hizo Óscar Fábrega Calahorro en Prohibido excavar en este pueblo, un libro modélico por su empeño en desnudar los mitos surgidos alrededor de la figura de Saunière y dar explicación a las leyendas que se fueron desarrollando al compás de su biografía, que pudo haber sido mucho más corriente de lo que se ha venido contando. Este mismo año llegaba a las librerías Retorno a Rennes-le-Château (Almuzara), donde Enric Sabarich desarrolla un muy entretenido relato que, bajo la apariencia de un cuaderno de bitácora, recorre todas las claves de una historia que, previsiblemente, seguirá dando que hablar.

"En la novela gráfica El misterio de la Sagrada Familia se aventuraba la posibilidad de que el arquitecto Antoni Gaudí hubiese dado con la fórmula de la piedra filosofal."

Quienes hayan llegado hasta aquí ya habrán adivinado que fue en este meollo entre religioso y esotérico de Rennes-le-Château donde Dan Brown halló la inspiración para su celebérrimo Código Da Vinci, por más que en sus páginas no se mencionara la localidad ni una sola vez. La presunta fuente de la vida eterna alimentaba la trama de su gran pelotazo editorial, pero no ha sido la única teoría conspirativa asociada a la Iglesia que le ha servido para engrosar su cuenta corriente. En su última novela, Origen (Planeta), vuelve a las andadas con su investigador Robert Langdon desentrañando un caso que, si bien no guarda relación directa con el Grial, sí se puede interpretar como una suerte de traslación científica del famoso cáliz. El libro, escrito con la plantilla habitual del autor estadounidense, se ambienta en España y pone el foco en la ciudad de Barcelona, lo cual resulta curioso si se piensa que ya en 1992 el tándem formado por Castelli y Alessandrini, padres del detective Martin Mystère, vinculó el nombre de François Bérenger-Saunière con la Ciudad Condal en la novela gráfica El misterio de la Sagrada Familia. Se aventuraba allí la posibilidad de que el arquitecto Antoni Gaudí hubiese dado con la fórmula de la piedra filosofal. También en la narración de Brown cobran los edificios del artista catalán, y muy principalmente el templo expiatorio cuya conclusión se prevé próxima, un protagonismo especial, aunque no se agoten en ellos los entresijos de un argumento que unas veces asombra por su precipitación y otras por su candidez, y en el que sorprende la relación inesperada, por osada y churrigueresca, que se establece entre los personajes que encarnan al rey Juan Carlos I y al cardenal Rouco Varela.

Ábside de la iglesia de San Clemente de Tahull

"La novela de Sierra, escrupulosamente fiel al esquema de las narraciones aventureras y escorada quizá de una manera excesiva hacia las derivaciones esotéricas, propone una vuelta de tuerca al propio concepto de grial."

Sí es el Grial, con todas las letras, el protagonista de la última novela de Javier Sierra, El fuego invisible, que le ha valido al autor aragonés —quien, por cierto, emparentó su obra con la de Brown en el vendidísimo La cena secreta— la última edición del premio Planeta y que tiene la gran virtud de rescatar la figura de Chrétien de Troyes, considerado por muchos el padre de la novela occidental y responsable de que la palabra Grial apareciese por primera vez en las letras universales. En este caso, la búsqueda del preciado cáliz (o lo que sea) vuelve a desarrollarse en tierras españolas, si bien el periplo arranca en un paraje tan improbable como la Montaña Artificial del madrileño parque del Retiro para desplazarse luego hacia el románico del Pirineo, con la iglesia de San Clemente de Tahull y su famoso ábside como núcleos irrenunciables, o a la catedral de Valencia, en cuyo interior se expone un Santo Grial que dan por bueno todos los que no piensan que la copa verdadera es la que se exhibe en la basílica leonesa de San Isidoro. La novela de Sierra, escrupulosamente fiel al esquema de las narraciones aventureras y escorada quizá de una manera excesiva hacia las derivaciones esotéricas, propone una vuelta de tuerca al propio concepto de grial, entendido ahora también como un nutriente de la imaginación. Una perspectiva inusual que tal vez no habría desagradado a aquel Bérenger-Saunière que colocó en su iglesia a un diablo sosteniendo la pila de agua bendita e hizo grabar sobre el pórtico la inscripción Terribilis est locus iste («Este lugar es terrible»), quizá para ahuyentar a los espíritus temerosos. Un giro de guion con el que queda demostrado que, por muchas vueltas que pueda dárseles, hay temas que parecen tan recurrentes como inagotables.

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