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Adriana Murad: «Sería un error que hubiera una explicación para todo»

Adriana Murad: «Sería un error que hubiera una explicación para todo»

En la penumbra de la floristería y cafetería el Salón des Fleurs, mientras humea una infusión, Adriana Murad Konings (Madrid, 1997) se acomoda entre flores secas a la luz de un candil. La escena, más que un decorado, parece un fragmento de su novela: hay algo fantasmagórico en el ambiente, una calma antigua donde las presencias se sienten más que se ven. Sobrevuela el duelo, como lo hace en Los idólatras y todos los que aman (Anagrama, 2025), su segunda novela. Y ella lo habita con la naturalidad de quien ha hecho del dolor una herramienta narrativa. En la conversación —en ese rincón de Chamberí—, Adriana habla con una mezcla de pudor y lucidez. Se ríe con frecuencia, pero es una risa que a menudo encierra ecos. «Quise escribir un cuento de fantasmas al revés», cuenta la entrevistada. Y esa inversión no solo estructura el relato: lo define como un espacio en el que lo emocional va mutando hasta volverse espectral. Porque no hay más espectros que los del afecto mal resuelto.

En la novela, Rita adopta a Kurt, un perro que, más que compañía, funciona como salvavidas: una forma de resistir la intemperie emocional y económica de la vida adulta. Todo comienza con una escena perturbadora: Elizabeth, la casera, llega a la casa con el cuerpo muerto de su gato Douglas. Desde ahí, el relato se desliza por una tensión no declarada, donde los vínculos se vuelven híbridos, difíciles de nombrar. «Me interesa mucho generar relaciones que no se pueden definir», dice Murad, «ni amistad ni parentesco ni amor, pero algo que exige implicación». La novela avanza en esa dirección: los personajes habitan la soledad como un espacio común y sospechan del otro como un gesto de defensa. En esta historia cotidiana pero transfigurada, Murad pone a circular el dolor, el duelo y la obsesión, dibujando con precisión quirúrgica el modo en que la ficción, repetida muchas veces, puede convertirse en realidad. Una historia en la que todos creen estar solos, pero ninguno lo está del todo. Como escribía Stephen King al comienzo de Cementerio de mascotas, «la muerte es un misterio y el entierro, un secreto».

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—¿Por qué el gato Douglas es blanco? ¿Es un fantasma?

"Si quieres vengarte de un ex, cambia el género. Si quieres hablar de tu madre, pues habla de un padre"

—Sí, es un fantasma. La razón por la cual es blanco es mucho menos interesante y es que mi gato era negro y yo no quería pegarme al personaje de Douglas como si fuera mi gato. Yo he sido alumna de talleres de escritura creativa y una cosa que decían es que si no quieres hablar de tu vida pero te interesa hablar de algún tema, dale la vuelta. Si quieres vengarte de un ex, cambia el género. Si quieres hablar de tu madre, pues habla de un padre.

—¿Y la casa en la que vive Rita, la protagonista? ¿Es un personaje más? Es Elizabeth, su vecina y la dueña de Douglas, quien le alquila la casa.

—Sí, la casa es un elemento fundamental para crear un desequilibrio de poder entre ambas y para que las consecuencias de que su perro haya desenterrado al gato sean mucho mayores que si solamente fueran vecinas. Hay que poner un juego en la narrativa para que funcione y avance. Los personajes tienen que tener miedos, como temer perder cosas, y ese desequilibrio de poder de que sea la inquilina y la casera y no simplemente vecinas era crucial para activar la narrativa. Es un cuento de fantasmas. El principio de la novela empieza con la llegada de Elizabeth con un cadáver en los brazos, entonces, cuando estaba escribiendo, pensaba: «¿Qué le da más miedo a Rita? ¿El gato muerto o que sea su inquilina llamando a la puerta? ¿Qué da más miedo en la sociedad actual?». La idea del casero como un ser un poco terrorífico que nos medio acosa y está ahí como una presencia fantasmal.

—Sin embargo, parece que Elizabeth y Rita son madre e hija, cuando no lo son.

"Me interesa mucho (en general) en la narrativa generar estas relaciones entre personajes en las que no se puede poner nombre a la relación"

—Hice a propósito esa idea, la de cómo te relacionas con tu casera, con la que tienes una relación de interés económico, pero resulta que se genera otro tipo de vínculo para el que no hay nombre. Elizabeth y Rita tampoco son amigas, pero hay algo más, aunque no tiene nombre. Me interesa mucho (en general) en la narrativa generar estas relaciones entre personajes en las que no se puede poner nombre a la relación y se mezclan muchos tipos de vínculos que ninguno termina de ser solo uno. Crea una ambigüedad y una expectativa en la relación que luego evidentemente no siempre se cumple; la relación no es vista de la misma forma por todos los personajes.

—Elizabeth mira a Rita con algo de lástima porque está distanciada de su familia, pero resulta que su propio hijo, Florian, es un tipo oscuro que le oculta cosas. Sin contar la relación de Elizabeth con sus nietos y su nuera…

—Sí, es una familia… No me gusta mucho decir «familia disfuncional» porque creo que todas las familias son disfuncionales de algún modo, y es como no decir nada. Y creo que no aporta demasiada información decir eso. Pero sí que creo que había una especie de contrapunto a propósito entre la idea de las relaciones, cómo nos las imaginamos y cómo realmente son. Y en concreto Elizabeth es una mujer que en muchos aspectos de su vida aspira a algo, y el lector se da cuenta de que ese algo no lo tiene a nivel material, a nivel familiar… En el caso de su familia, su percepción de cómo es su familia o cómo ella quiere que sea y cómo se comporta para que sea es casi como un pensamiento mágico. Ella quiere que esto sea así y entonces piensa que su hijo es adorable. Pero en realidad todo el rato contrasta con la realidad; el lector puede acceder a ello porque el narrador permite mostrarnos… Como la historia no la cuenta Elizabeth, tenemos una visión un poco más privilegiada.

—De hecho, no hay un narrador omnisciente, que suele ser lo clásico. No sé si eso puede un poco distraer o confundir a los lectores.

"Creo que el lector, si se confunde o se distrae, también depende de lo entrenado que esté en leer este tipo de narrador"

—Creo que el lector, si se confunde o se distrae, también depende de lo entrenado que esté en leer este tipo de narrador. También es un homenaje a Henry James, y el narrador es casi un personaje que no solamente observa, sino que toma decisiones, toma partido… Se va metiendo, va decidiendo en qué cabeza se mete. Es un narrador que está focalizado en Elizabeth, en Rita… Va alternando. Me interesaba generar esa idea del narrador casi como un ser omnipotente que puede un poco decidir en qué recovecos meterse, qué ocultarnos. Para mí no es algo que sea malo que llame la atención, porque es parte de la intencionalidad de la novela que la voz narrativa sea un personaje madre.

—Mark le dice a Elizabeth, después cavar el hoyo, que el duelo es algo que debería pasar sola. Pero ella en realidad no está sola…

—Sí, era como una especie de premonición. Si pasas un duelo solo, no vas a poder contrastar con nadie las apariciones que tengas, y es como depositar un poco esa semilla. Al final, para construir un fantasma en una novela, necesitas ir depositándolo poco a poco, porque si no es un poco burdo. Para mí es crucial en la novela, creo que hay una frase explícita que lo dice, que la ficción, si la cuentas muchas veces, se hace realidad. Es un poco la idea.

—Rita, por su parte, no vive sola, pero con una compañera de piso… ¿muy rara?

—Es muy rara. Este personaje servía un poco para contrastar el hecho de que Rita quiere socializar con ella, y ella claramente no quiere socializar con Rita. Le dice que no habla mucho inglés, y luego la oye hablar inglés con la pareja. Para mí era como poner a Rita ante situaciones en las que el lector se dé cuenta del tipo de persona que es. Requería salir del triángulo de Elizabeth y de Florian, que es como muy viciado los tres todo el rato, y esa voz nueva es como algo ajeno, porque cuando introduces a un personaje que no está en el meollo de la acción, le da al lector una perspectiva para contrastar.

—No es la primera vez que tratas la soledad. En Los días leves es una idea recurrente.

"Me interesa que en la propia narrativa aparezcan personajes que leen novelas también y que saben cómo se comportan los personajes de las novelas"

—Sí. La obsesión, desde luego, es un tema recurrente y la incapacidad de distinguir la ficción de la realidad también es un tema que me interesa muchísimo. Solo he escrito dos novelas, pero sospecho que volverá a aparecer en algún otro libro porque me interesa mucho el poder de la ficción para bien y para mal, para generar locura, pero también para sobrevivir. Al final, las historias que se cuentan, los personajes mismos, son formas de crear su vida y una ficción. También me interesaba generar estos personajes que se comportan como personajes. Elizabeth había leído muchas novelas y muchos libros y sabía todas las formas en las que se podía comportar una mujer de su edad, pero había elegido la que más le gustaba y le daba igual si era un cliché. Y me interesa que en la propia narrativa aparezcan personajes que leen novelas también y que saben cómo se comportan los personajes de las novelas. Esos juegos de espejos me interesan mucho.

—Los personajes del supermercado van por otro lado, pero son fríos, impersonales, sobre todo cuando Elizabeth va a devolver la comida de gato. ¿Usted vivió ese ambiente?

—Yo trabajé en un supermercado en Inglaterra, pero muy poco tiempo. Para mí es un espacio extrañísimo en el que conviven y se cruzan muchas personas que no tienen nada que ver entre sí, y en el que los trabajadores observan a estas personas. Yo no estuve mucho tiempo, pero sabía perfectamente quién era cada cliente, porque muchos tienen patrones regulares. A veces, cuando voy al supermercado, pienso que soy muy imprevisible, que voy cuando lo necesito, que no siempre es lo mismo, pero al final no es así. Se genera una dinámica muy interesante, y también a mí me servía para contrastar el hecho de que Rita está allí haciendo un trabajo, pero en realidad está pensando en otra cosa. Y para ella es una necesidad constante de escapar de ese sitio, porque realmente no quiere estar ahí.

—Hemos empezado con el apego que tiene Elizabeth a Douglas. ¿Pero qué apego puede tener Rita con Kurt, un perro que ha comprado?

"Ella no está rescatando al perro, sino que se está rescatando a sí misma y casi como que es un salvavidas para ella"

—Lo ha comprado, sí, casi como que lo ha arrebatado de su familia. No sé si preguntas cómo puede querer a Kurt por haberlo comprado, a diferencia de haberlo adoptado, o por la adopción. En ese aspecto en concreto, ella no está rescatando al perro, sino que se está rescatando a sí misma y casi como que es un salvavidas para ella. Lo dice como de pasada; los folletos de la universidad dicen que no hay que estar solo porque es malo, las encuestas que dicen que de la gente que hace tesis doctorales tienen depresión, que es un periodo de la vida muy solitario… Para mí Kurt es su salvación. Además ella lo contrasta con tener un gato porque es que a Kurt se lo puede llevar a cualquier parte. Para mí era como un salvavidas que secuestra prácticamente.

—La sensación que tengo al final, cuando terminé el libro, es que todos sospechan de todos, nadie se fía de nadie. ¿Es así?

—Hay una cita de Muriel Spark de una de mis novelas favoritas, Las voces, que dice algo así como que todos sospechan de todos y así continuamos la vida. Y para mí era muy importante que no hubiera nada certero, que no hubiera nada a lo que aferrarse, y el lector tampoco pudiera aferrarse a nada. Pero no me parece una experiencia negativa de lectura; creo que es refrescante también que no siempre te den algo hecho y una respuesta cerrada.

—¿Siempre hay una explicación para todo?

—No, porque sería un error que hubiera una explicación para todo, sinceramente.

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