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Aldous Huxley entre Sansepolcro y Caracas

Aldous Huxley entre Sansepolcro y Caracas

No sé si hoy los alumnos de Eton se contemplan mutuamente con curiosidad. Con la curiosidad que otorga el hecho de que alguno de ellos será en el futuro un escritor de renombre, un político memorable, un aristócrata con páginas centrales en las revistas del corazón o un científico aludido de este ancho y ajeno mundo. Porque la escuela pública de Eton, concebida como escuela pública porque está abierta a todo aquel que pueda costear sus onerosas anualidades, ha sido la cantera tradicional del poder creativo de las islas británicas. Baste decir que diecinueve de los primeros ministros del Reino Unido han vestido su uniforme. Después de Eton, la tradición indica en esta élite militante dos posibilidades: los claustros de Oxford o de Cambridge, la biblioteca Bodleian o los anaqueles de Cambridge que atesoran los papeles de Isaac Newton. Hay cierta rivalidad entre los dos centros que no sólo se expresa en la competencia de regatas sino de premios Nobel o del peldaño que ocupan cada doce meses en el listado de las mejores universidades del planeta. Aldous Huxley (1894-1963) pasó por las aulas de Eton y luego se matriculó en Oxford. Fue escritor, periodista, novelista, ensayista y, como buen inglés, un tanto aburrido de sus alrededores: un viajero impenitente. Quienes se asomaron al mundo, como él, a fines del siglo XIX y el XX, vivieron todo lo que de contradictorio y monstruoso exhibió el planeta, especialmente a partir de la Primera Guerra Mundial.

"Un mundo feliz, titulada originalmente en inglés como Brave New World, es la representación de un mundo planificado con jerarquías y castas establecidas. No hay amor sino sexo y la creación intelectual ha dejado de existir"

Algunos novelistas ingleses comenzaron a imaginarse el mundo bastante peor de lo que era, y situaron su república literaria en el futuro, un futuro tan atroz como inhumano, lleno de uniformes, uniformidades y un orbe concebido desde los laboratorios. Anunciaron un régimen de constructos, invariaciones, controles, muchos controles, y déspotas ungidos de ángeles exterminadores. No en balde podríamos hablar de un tándem británico distópico [1], formado por George Orwell y nuestro amigo Aldous Huxley, aunque pueda incluirse con cierto humor y reservas a H. G. Wells. Cruzamos el Atlántico y agregamos a un americano, Ray Bradbury, menor en edad que los anteriores pero también de militancia distópica. Huxley y Orwell tuvieron algo en común más allá del destino en el que domiciliaron sus páginas: ambos fueron a Eton. Los tres escritores (Huxley, Orwell y Bradbury) se dieron a imaginar el porvenir y los tres coincidieron que no había buenas noticias para lo venidero. Que el universo tendría gobiernos tiránicos, avanzados en el totalitarismo, producción genética manufacturada y una sociedad más fabril que humanizada en la que el arte ni existiría: ¿para qué perder el tiempo en proposiciones estéticas, inmersa como debía estar la humanidad en la subordinación a un orden superior, jerárquico y de pensamiento único? Las novelas que imaginan ese orden distópico del futuro son 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

Un mundo feliz, titulada originalmente en inglés como Brave New World, es la representación de un mundo planificado con jerarquías y castas establecidas. No hay amor sino sexo y la creación intelectual ha dejado de existir. El mundo lo dirigen los planificadores y hasta conciben que los menos aptos consuman sus dosis ocasionales de soma, una droga que los desconecta de tanta realidad impecable. El sexo se ejerce como un deporte con un total carácter de aceptada promiscuidad, en celebración de una comunidad entregada a la concepción orgiástica de las relaciones. Sin embargo, se trata de una sociedad estéril, y por ello los humanos se conciben en las fábricas en distintos grados de estupidez o sensatez. Cabe esperar, sin caer en la tentación de trazar paralelismos con el mundo de la historia, que abunden los estúpidos y cada épsilon esté clonado noventa y nueve veces. Pasado y futuro no existen, sino que impera un presente desinfectado. En la novela de Orwell 1984 también domina un gobierno mundial, pero coexisten con ese mundo feliz de Huxley, más allá de sus límites, unas reservas exteriores de incivilización. La curiosidad de unos personajes los lleva a esa reserva, y allí termina descomponiéndose la versión aséptica y ordenada del mundo, porque entrarán en juego tanto la literatura como el amor. La perfección se acusa de imperfección y allí termina todo con un dejo de sátira irrenunciable.

"Los que nunca conocerán la indiferencia son sus libros, que tienen lo que podríamos llamar una prosa elevada. No cabe duda: Huxley hablaba y escribía un inglés muy superior. Tal vez este detalle fue el que despreciaron los ejecutivos de la Metro Goldwyn Mayer"

La vida de Aldous Huxley tiene algunas características muy particulares que merece la pena revisar, porque afectarán al resto de su vida. De adolescente —a los dieciséis años— se quedó ciego durante año y medio. Vivió el mundo de la oscuridad y aprendió a leer con el método Braille. Regresó al mundo de la visión, aunque uno de sus ojos nunca se repondría del todo —otro casi tuerto fue James Joyce—. Este niño que se quedó a oscuras se entregó con desenfreno, a su vuelta al mundo de los colores, a la lectura y la contemplación de los libros de la naturaleza, el arte y los hechos. Recorrió toda Europa en automóvil, viajó por África, Asia y América. En los Estados Unidos se estableció en California, alumbrado por las posibilidades del cine. Nunca tuvo éxito allí: su estilo puramente literario chocó con el estilo mercantilista de los grandes estudios. Dejó novelas, como la nombrada Un mundo feliz y La isla. Compuso crónicas de viaje, ensayos sobre arte, cartas, cuentos. Cultivó la mística y la curiosidad por los viajes mentales con sus experimentos con la mezcalina, a la cual se sometió bajo supervisión médica y de cuyas alucinaciones dejó constancia con la publicación de los libros Las puertas de la percepción, Cielo e infierno, y Moksha, ensayos que narran su viaje alucinógeno alrededor y al borde de sí mismo. Por cierto: otro alucinado genial, Jim Morrison, cuya temprana muerte en París la causó el consumo excesivo de las drogas y cuya tumba en el Père Lachaise es motivo de peregrinación de groupies y devotos, bautizó su grupo como The Doors en homenaje a las percepciones que dejó anotadas Huxley. A los sesenta y nueve años, Aldous se despidió de este mundo y, en su agonía, pidió consumir LSD. Tuvo la desdicha de no poder dar cuenta de su última experiencia psicodélica, además de que escogió irse el mismo día de 1963 en el que asesinaron al presidente Kennedy en Dallas, por lo que su muerte pasó casi desapercibida.

Los que nunca conocerán la indiferencia son sus libros, que tienen lo que podríamos llamar una prosa elevada. No cabe duda: hablaba y escribía un inglés muy superior. Tal vez este detalle fue el que despreciaron los ejecutivos de la Metro Goldwyn Mayer. Como viajero, cumplió la función que vive secretamente en la psique del escritor: se viaja para contarlo. De modo que un escritor, al estar de viaje, se comporta siempre como un anotador de memorias, un rastreador de los secretos del pasado, un coleccionista de sensaciones, un clasificador de los colores y los olores, un atento escucha de la música; todo eso fue Huxley al momento de su recorrido internacional. Dejó por sentado que quería conocer todo aquello que valiera la pena. Conocía las dificultades de la escritura para presentar simultáneamente esta experiencia. Sobre esto escribió:

Podemos ver más de una cosa a la vez, y podemos escuchar más de una cosa a la vez. Pero por desgracia no podemos leer más de una cosa a la vez. En cualquier buena metáfora, es cierto, hay una mezcla, casi en un punto y casi en un instante de diferencias armonizadas en un todo expresivo. Sin embargo, las metáforas no pueden ser concebidas fuera de sí mismas y no existe el equivalente en la literatura de un contrapunto sostenido o de una unidad espacial de diversos elementos reunidos para que puedan percibirse como un todo en cuanto a significado.[2]

Su método de aproximación al arte, que va desde las ruinas de Copán hasta el Taj Majal, viene anunciado por la literatura como testimonio de su tiempo. Su análisis es, sin embargo, personalísimo y descreído de los relativismos. Todo se resume, según nuestro autor, en una cuestión personal de gusto. Por ello dispara a quemarropa que la mejor pintura que ha conocido es La resurrección de Piero della Francesca. Repetimos sus palabras, que todavía resuenan en Arezzo:

Pero el ser que emerge de la tumba ante nuestros ojos parece más un héroe plutarquiano que el Cristo de la religión convencional. El cuerpo está perfectamente desarrollado como el de un atleta griego; tan formidablemente fuerte que la herida en su flanco muscular de alguna manera parece irrelevante. La cara es severa y pensativa, los ojos fríos. Toda la figura es expresión de la energía física e intelectual. Es la resurrección de la idea clásica, increíblemente mucho más grande y bella que la realidad clásica, de la tumba donde ha permanecido por cientos de años. [3]

De Arezzo nos devolvemos a Caracas, ciudad que Aldous Huxley visitó y de cuya estadía celebró la escena femenina de tacones, maquillaje, vestidos y enamoramientos. Fijó también en sus retinas al palacio presidencial de Miraflores, al cual le dedica unos latigazos reveladores:

El palacio presidencial en Caracas es pequeño pero representativo de su especie. La alfombra parece más pesada que en otros lugares y con un carmesí más oscuro; los bronces más amarillos y dorados, las esculturas muy adornadas y de un sorprendente de mal gusto. Es como un palacio de la última etapa del siglo XIX y sus características, miradas de cerca, son tan lamentables como las de cualquier teatro.

Detrás del trono en la sala de recepción principal cuelga un retrato gigantesco del actual gobernante de Venezuela, montado en un caballo blanco como un Dios para sí mismo. En otra sala su fotografía en tamaño real muestra a un sagaz y casi genial viejo caballero con anteojos, con una protuberancia alrededor de la cintura inferior. «Mira las imágenes». Pero no se trata de un jinete mitológico, sino del obeso anciano con anteojos que es el hombre fuerte de Venezuela, y que ha sido su hombre fuerte, casi ininterrumpidamente, durante el último cuarto de siglo. [4]

Con lo que este caballero de Eton, experto en distopías y con la alerta de su ojo crítico, satiriza en un par de párrafos una historia que resuena y parece prolongarse en el tiempo.

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[1] Nuestro querido DRAE define la distopía como: “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.”

[2] We can see more than one thing at a time, and we can hear more than one thing at a time. But unfortunately we cannot read more than one thing at a time. In any good metaphor, it is true, there is a blending, almost at a point and almost in one instant, of differences harmonized into a single expressive whole. But metaphors cannot be drawn out, and there is no equivalent in literature of sustained counterpoint or the spatial unity of diverse elements brought together so that they can be perceived at one glance as a significant whole. HUXLEY, Aldous, On Art and Artists, Meridian Books, New York 1960, p. 7. La traducción es mía.

[3] But the being who rises before our eyes from the tomb is more like a Plutarchian hero than the Christ of conventional religion. The body is perfectly developed, like that of a Greek athlete; so formidably strong that the wound in its muscular flank seems somehow an irrelevance. The face is sterne and pensive, the eyes cold. The whole figure is expressive of physical and intellectual power.  It is the resurrection of the classical idea, incredibly much grander and more beautiful than the classical reality, from the tomb where it had lain so many hundred years. Ibídem, p.199. La traducción es mía.

[4] The presidential palace at Caracas is a small but very choice specimen of its kind. The plush seems heavier than elsewhere, and more darkly crimson; the gilding more brassily yellow, the carving more ornate and in more strikingly bad taste. It is like a palace on the late nineteenth-century stage, and the properties are as shabby, when you look at them closely, as those of any theatre… Behind the throne in the chief reception-room hung a gigantic portrait of the present ruler of Venezuela, prancing on a white horse as god-like as himself. In another room his photograph, life-size, revealed a shrewd and almost too genial old gentleman in goggles, bulging pronouncedly about the lower waist. “Look here, upon this picture, and on this”. But it is not the mythological prance, it is the bulging and begoggled old gentleman, who is the strong man of Venezuela, and who has been its strong man, almost uninterruptedly, for the last quarter of a century. HUXLEY, Aldous. Beyond the Mexique Bay. Chatto & Windus. Londres 1950, p. 25. La traducción es mía.

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