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El hombre que hablaba con las bestias

El hombre que hablaba con las bestias

La ecología, como todas las disciplinas, necesita sus locos egregios. Personas que llevan a cabo lo que nadie en sus cabales se atrevería a hacer, porque en la sociedad hay un baúl de leyes no escritas que te dicen qué es normal y qué no. Convivir con una familia de gansos (incluyendo que uno de ellos pase la noche en tu cama), dejar que una rata circule a voluntad por tu domicilio o llevar al piso de tus padres un mono capuchino (y dejarlo libre al poco tiempo) son algunas de las cosas que la sociedad te dice que no debes intentar. Y sin embargo pueden hacerte feliz. Sobre todo si te llamas Konrad Lorenz y estás decidido a cambiar el rumbo de la etología, la disciplina que estudia el comportamiento de los animales.

La temporada pasada la editorial Tusquets tuvo el acierto de volver a poner en librerías Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros, su libro imprescindible. El título más inspirador de los que dio a imprenta y el que despertó desde su publicación (un ya lejano 1949) una corriente de admiración e imitación que ha hecho más por el amor a los animales que tantos encuentros en la cumbre de políticos a los que, a fin de cuentas, les interesa más la foto en prensa que la suerte que pueda correr el ganso europeo.

"Konrad Lorenz no subraya lo suficiente que el único animal que parece haber perdido en la evolución ese control de la violencia es el ser humano"

El prólogo a la edición lo escribió Miguel Delibes de Castro, quien completa desde la ciencia lo que su padre comenzó en la literatura. Sus palabras son un conmovedor testimonio del impacto que, en sus años de facultad, tuvieron los textos de Lorenz. El título elegido por Delibes no puede ser más acertado ni sincero: “Queríamos ser Konrad Lorenz”.

En el primer capítulo, nombrado “Los animales pueden resultar incómodos”, Lorenz relata con genuino candor algunas de las situaciones disparatadas que la convivencia en igualdad con animales produjo en casa: ratas que devoran la ropa, pájaros que bombardean las habitaciones con sus despojos, monos que causan averías eléctricas, y un largo etcétera de años de compartir espacio con los animales más variados, a quienes se les concede la misma libertad que a un hijo. El propio Lorenz incluye en su texto la pregunta que todo lector se hace ante tanto testimonio de animal libérrimo: “¿Es absolutamente necesario todo esto? Y mi respuesta será un «¡sí!» rotundo y categórico (…). Sólo se puede conocer a los animales superiores y de mayor inquietud psíquica cuando se deja que puedan moverse con entera libertad.” (p. 27)

"La extravagancia puede ser bendita, si sirve para que aparezcan figuras como la de Konrad Lorenz"

Mi capítulo favorito probablemente sea «La moral y las armas» (todos poseen títulos sugestivos), en el que el naturalista se ocupa de los mecanismos de defensa de los animales, divulgando que todos los seres dotados de armamento (colmillos, cuernos, veneno) mantienen un código de autocontrol que impide que la violencia se propague. Konrad Lorenz no subraya lo suficiente, y eso que el libro se escribió poco después que la Segunda Gran Guerra acabase, que el único animal que parece haber perdido en la evolución ese control de la violencia es el ser humano. Nuestro naturalista tendría que haberlo escrito en mayúsculas, avergonzando a todo aquel que todavía se atreva a llamarnos la especie elegida.

Lorenz quería más a los animales que a la propia ciencia, y ahí es donde cifro yo el máximo valor de su legado. Lo afirma al final de ese primer capítulo de Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros, en el que se encuentra comprimido todo Lorenz: “¿Comprenderá ahora el lector por qué los enfados y los dispendios no sólo son compensados por los resultados científicos obtenidos, sino por algo más, por algo que vale mucho más?” (p. 35). A mí me interesa sobre todo, como al maestro, ese “algo más”, que me conduce al principio, a mi alabanza de los locos egregios. La extravagancia puede ser bendita, si sirve para que aparezcan figuras como la de Konrad Lorenz. La cultura sería muy aburrida si no hubiera  personas que saltan la valla de la sensatez. Ellos son quienes de verdad dan pasos de gigante en campos que otros desprecian, mientras nosotros, en la cobardía de una vida ejemplar, nos limitamos a seguirles, aprender de su testimonio y disfrutar imaginando sus vidas, recreando en casa sus experiencias de lunático inspirado. No nos atrevemos a imitarles, pero al menos les admiramos. Algo es algo.

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Autor: Konrad Lorenz. Título: Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros. Prólogo: Miguel Delibes de Castro.  Editorial: Tusquets. Venta: Amazon

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