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Alejandra: 85 voces amigas se abrazan al privilegio de celebrar tu 85 aniversario

Alejandra: 85 voces amigas se abrazan al privilegio de celebrar tu 85 aniversario

El pasado 2020, ya conocido como «año de la pandemia», nos dejó, además de asombro, mucho dolor y demasiadas incertidumbres con las que todavía vivimos. Pero como en el desierto de Atacama, en Chile —el más árido del planeta—, aparece una gran diversidad de flores en los años en que las precipitaciones son inusuales, así esta situación, para quienes no hemos querido que nos detenga la tristeza, también ha sido la simiente de algunos proyectos que empiezan a crecer.

Es el caso del libro que verá la luz en abril, Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces.

Editaba yo el libro La perfecta casualidad de seguir con vida, de Luciana Prodan, cuando esta autora, ya parte de los afectos que me habitan, comenzó a hablarme de Alejandra Pizarnik: me hacía llegar poemas, textos de sus diarios, fragmentos de sus cartas… Así fue calando poco a poco esta monumental escritora nacida el 29 de abril de 1936 en Buenos Aires, que con solo treinta y seis años se suicidó en su misma ciudad, un 25 de septiembre de 1972.

Confieso que adquirí toda su obra, la poesía, los diarios, la prosa, la correspondencia. La he leído casi en su totalidad, con pasión, abducida por todo lo que ella engendra. Y es que, a pesar de tanto dolor, Alejandra engendra la maravilla.

El suicidio siempre es motivo de reflexión. Más de una vez he meditado sobre las causas que pudieron llevar a Alejandra a tomar esta decisión, o para ser más justa, a vivir con ese sentimiento instalado desde muy joven. Y aunque no me corresponde a mí hacer conclusiones, siempre me asalta la sensación de que no contó con sólidos afectos que le valieran como asideros a la vida.

Estoy en las antípodas de Alejandra en este sentido, aunque en mucho de lo que he leído encuentro puntos de conexión, pero yo amo la vida y he cultivado mis jardines con esmero para que sean siempre motivos de amanecer.

Poco tiempo después, experimenté la necesidad de rendirle un homenaje por el 85 aniversario de su nacimiento y que esta ponderación estuviera a cargo de escritoras de distintos países, aunque básicamente fueran en mayor proporción de España y Argentina. Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces es, sobre todo, un acto de amor. Creo, como un sentimiento único, en la amistad, y muy especialmente en la que crece entre las mujeres. Por eso en el subtítulo de este libro puse: «85 voces amigas se abrazan al privilegio de celebrar tu 85 aniversario».

A Alejandra el suicidio le jugó «una mala pasada». No contó nunca con que su muerte la convertiría en inmortal.

Gracias, Alejandra, por permitirme, como diría mi querida Marifé Santiago Bolaños, «entrar en el bosque para encontrar los claros que todo bosque guarda».

Y sí, Chantal, tengo la certeza de que los hados nos han visitado. Que la magia existe.

Si no, cómo se explica que un 29 de abril de 2016 se fundara Huso editorial y que sean exactamente 85 autoras las que hayan abrazado esta quimera, las que acompañen a Alejandra en su 85 aniversario. No digo más. Yo soy la voz 86, la de una mujer que observa emocionada cómo hace realidad uno de sus más nobles sueños.

Y junto a nosotras sonríe feliz, sí, por una vez feliz, nuestra querida Alejandra.

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Alejandra entre las lilas, Cristina Peri Rossi

He de morir de cosas así

Alejandra pizarnik

(suicidada el 27 de septiembre de 1972)

I 

Quizás fuera el nombre

dulce de Alejandra

o esas lilas de los muros

soplando en la noche densa

o fuera

la nocturna cacería

de palabras deslizándose

en el vidrio

que te precipitó a la muerte

en la solitaria

duración de un grito

a medianoche

cómplice de nombres oscuros

impronunciables.

III 

Si palabra

a palabra

hacías la noche

susurrándola

—los sonidos más hermosos—

¿Cómo fue que aquella noche

no acudieron las palabras?

¿Cómo fuiste desterrada

desasistida,

dónde estaban los lilas cenicientos

de los parques,

dó las enredaderas de los muros

dónde las damas púrpuras y misteriosas,

dónde tu padre y tu madre?

—Acaso fuera el nombre dulce de Alejandra,

acaso las ceremonias de los parques—.

Acaso una dama roja que faltó a la nocturna

fiesta de palabras

acaso una que no cumplió su promesa

acaso alguien que no acudió a una cita

o un hastío de palabras —a veces pasa—

te precipitara más allá de los sonidos

una vez que todo lo hemos dicho

—lo hemos dicho todo—

y se yergue tenebrosa

la soledad de Alicia en el espejo, otrosí

Alejandra.

De su libro Diáspora. Editado por Lumen

 

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Fragmento de Masticando asfalto, Juana Vázquez 

Nunca debiste entrar por la puerta que se abre sola, ni ponerte máscara alguna ni quitártela, ni correr y estar sentada. Debiste ser araña tejiendo tus flores-poemas sin pensar en la extrañeza del ser, en lo Único. Pues se vuelve el dolor granada de sangre, y lo dulce se confunde con lo ácido. Pero no llores, pues, aunque tus brotes no llegaran a tener pétalos como estatuas florecidas, al final quedaste en mitad de la PLAZA DEL MUNDO. Y estate segura de que te nevará en el cuerpo y en el tiempo. Y tus manos repetirán copos de palabras-poemas por los siglos de los siglos. AMEN.

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Un fragmento del ensayo Alejandra Pizarnik: la obstinada endechadora, de Fanny Rubio 

La experiencia solitaria de Pizarnik toca su fondo, como anuncia en su libro La extracción de la piedra de locura. La poeta ha pasado al otro lado del espejo y deja por sujeto un vacío insuperable que reduce una de las dos voces al silencio, la otra reproduce el lamento, la endecha. La ilusión de final está servida.

Poco antes de morir-se, Alejandra escribe una misiva a Cortázar en la que reconoce que «tu vieja Alejandra tiene miedo de todo salvo —¡oh, Julio!— de la locura y de la muerte…». La respuesta no inmediata de Cortázar, que estaba de viaje, incluye llamadas a la cordura a quien le ha confesado que ha tenido un fracasado intento de suicidio. Pero Pizarnik no es Maiakovski y Cortázar recuerda la distancia que ha de mantener Alejandra con los viejos suicidas: «El poder poético es tuyo […]; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida y ésta el verdugo del poeta… Yo te reclamo […]: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria…». Cortázar no logró que la poeta siguiera su consejo porque Pizarnik está viendo llegar su cadáver como trofeo de la renuncia y del esfuerzo. Terminaría inmortalizándose a sí misma como la «pasajera obstinada de la ausencia» que definió el amigo.

Al escribirle Julio Cortázar que «ya no vivimos aquellos tiempos», está marcando la línea divisoria en la que cabe la contestación con nuevas alianzas. Pizarnik se separa de ellos: no frecuenta esa manera de compromiso colectivo. No le bastó, o no la compensó porque está situada en el espacio matricial de un tipo de escritura que a su entender le exige absoluta entrega. Para que las palabras logren decir «lo que impide vivir». Así lo verbaliza en «A plena pérdida»:

Los sortilegios emanan del nuevo centro de un poema a nadie dirigido. Hablo con la voz que está detrás de la voz y emito los mágicos sonidos de la endechadora. Una mirada azul aureolaba mi poema. Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?

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Fragmento de Alejandra Pizarniky sus muchas voces, de Cristina Piña

Cuando me pidieron un homenaje sobre Alejandra, pensé en titularlo «Alejandra Pizarnik y sus muchas voces», porque pensé, sobre todo, en la manera en que se ha transformado y multiplicado a lo largo del tiempo la voz que Alejandra tenía para sus lectores en el momento de su muerte. Porque los casi cincuenta años transcurridos han tenido una singular riqueza en relación con el corpus de sus escritos, que no ha cesado de crecer desde 1972 y que, seguramente, seguirá haciéndolo en función de lo que todavía queda sin publicar tanto de sus papeles depositados en Princeton como de los textos en prosa y en verso diseminados por diversas publicaciones de América y Europa.

En este preciso sentido, creo que si la que murió el 25 de septiembre de 1972 era considerada fundamentalmente una poeta, cuando hoy en día la leemos es, además de esa poeta deslumbrante, la prosista, la crítica literaria, la autora de textos narrativos profundamente transgresores, la dramaturga, la autora de un diario, la corresponsal.

Sin duda, dicho incremento exponencial tiene que ver, ante todo, con los avatares de su legado y las posibilidades de acceso a su obra, que pasaron por diversos momentos fundamentales que fueron dando pie a las sucesivas voces que hemos tenido la suerte de ir escuchando.

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Rosana Acquaroni 

Señor

La jaula se ha vuelto pájaro

Qué haré con el miedo. 

Alejandra Pizarnik

 

Detrás del ventanal

miro tu árbol,

mitad seco

mitad en flor

y pienso en las cenizas

que habitan sus raíces.

Tu cuerpo cobra forma.

Persiste en su decir de tierra endurecida.

 

Qué haré con el miedo

Qué haré con el miedo

 

Han venido a posarse tus pájaros de pronto.

Eligen el alambre que se hinca en la rama.

Duele el viento que rompe los estambres

de esa única vara florecida,

mientras las otras

permanecen inmóviles.

 

Transito tus palabras.

Ahora es nunca o jamás

o simplemente fue,

 

como las hojas

que brotan en los márgenes

de la noche,

deslucidas

insomnes.

 

Y tu nombre, Alejandra,

también tu nombre esconde su ceniza,

corazón claudicante

como un fruto caído

en medio de la nieve.

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Alejandra Pizarnik entre lobas, de Nancy Morejón

Como si estuvieras dormida,

vas deambulando entre altos muros finos

que llegan casi al cielo, sin rumbo fijo.

 

Estás bordeando las entrañas de un laberinto de piedra.

 

Yo miro tus ojos sin lágrimas

porque, detrás de cada párpado,

anidan sueños indescriptibles y, en ellos,

una loba amamanta a sus hijos y los expulsa de su seno,

uno por uno,

con un hocico frío como la luna llena sobre los muros

mientras los va exponiendo frente al cenit de esa luz

y los incita a que deambulen,

sin cesar,

entre los altos muros sonámbulos,

siguiendo ellos también

la luz de un rayo azul, sin rumbo fijo.

 

Caminas, corres, en tu sueño escogido,

buscando amparo y sombra y luz.

El silencio,

cabalgando en la noche,

como un puñal sonámbulo que la luna reclama.

 

Tu poema es una loba aullando entre esos muros.

 

¿Serás tú la eterna loba contra un paisaje lunar?

O ¿serás tú la otra loba danzante

bajo la luz eterna de la luna y hasta su propia sombra?

 

¿Habrá dos lobas en la escena

recorriendo las dos el laberinto opaco

mientras persiguen a sus almas gemelas?

 

¿Cuál loba mata? ¿Cuál loba llora?

 

O ¿será tu escritura el disfraz de las lobas

aullando, solas, en el horizonte?

 

Un verso salta de la página tuya

recobrando su canto de trabajo,

deteniendo su paso ante la noche de la creación.

 

Una loba está aullando en la noche de 1972:

 

¡Alejandra Pizarnik, ven a tu espacio, ven a tu destino!

Despierta:

tu poema es otra loba aullando entre los muros.

 

¿Cuál de las lobas serás tú, sentada sobre ciertos papeles de seda,

cuando vuelves a armar un castillo de naipes que es tu vida?

 

Tu poema emprende la búsqueda de un puerto mío y,

sobre una fragata,

el agua de los mares va salpicando las arenas.

La luna hierve.

Tu voz canta en la noche antillana.

El paisaje desnudo va entrando al agua sin color

mientras un pez aletea su dolor en tu boca sedienta.

 

Alejandra Pizarnik, escucha:

El agua y el silencio forjaron tu palabra.

Alejandra Pizarnik mira y vuelve a escuchar tu última palabra:

Alejandra Pizarnik…

******

Otra cosa, de María Rosa Pfeiffer 

¿De dónde vino tu dolor?

¿Tu miedo?

Tanto miedo

Tanto dolor

 

De qué lugares

dibujados en ningún mapa

De qué carnes

de qué almas de todos los reinos

creció la forma de tu paso

huyendo del mundo

 

Qué día podía amanecerte

si el vacío te mordía

cada mañana

partiendo el sol en pequeños soles negros

Qué noche podía acunarte

si las estrellas

eran astillas de luz

 

Quisiera

surcar el tiempo

Abrazarte

Alejandra niña

Ofrecerte

               corazón

para que el tuyo no duela tanto

Ponerte el cuerpo

vestido

nuevo y perfumado

 

Decirte que son posibles las alas

que las plumas son palabras

elegidas y silentes

capaces

también de acariciar

 

Y contarte en secreto

que tu muerte

te salvó de la muerte

que al fin

no es más que una palabra

de esas que dicen

otra cosa.

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Fragmento del ensayo Alejandra y su muerte (De la mano de Cioran), de Alina Diaconú 

No sé cómo era personalmente Alejandra Pizarnik, pero en los retratos que vi de ella, siempre intuí un abismo existencial, una mirada perdida y sin consuelo.

Este hundimiento cada vez más profundo es lo que la lleva finalmente a darse muerte. Y, como otros suicidas, admiradores de sus antecesores, ella le escribe un poema a Janis Joplin, una de las más grandes cantantes de rock, estadounidense, que murió a los veintisiete años por una sobredosis de heroína. El dramático hecho que conmocionó al mundo de la música sucedió el 4 de octubre de 1970, justo el año en que Alejandra había hecho su propio intento de matarse, que no prosperó, pero que la condujo a su internación. En este poema, ella entabla un diálogo con Janis, llamándola al final «una niña monstruo» e identificándose claramente con el personaje de la cantante y con su muerte.

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Fragmento del ensayo De ángeles y de demonios en dos poemas de Alejandra Pizarnik, de Ana Alcolea 

Ángeles amados y deseados, que están dentro de una, y a los que se ama porque salen del interior para convertirse en reflejos, en proyecciones que no son de luz, sino de sombra. De sombra eterna. De una sombra que sale de ese volcán que es el alma de la voz poética. Una sombra que es fuego devorador procedente directamente del averno:

Siniestro delirio amar a una sombra.

La sombra no muere.

Y mi amor

solo abraza a lo que fluye

como lava del infierno.

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Autor: Mayda Bustamante. Título: Alejandra Pizarnik y sus múltiples voces. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros y Amazon

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