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Álex Grijelmo: «La mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos en lo verosímil más que en lo cierto»

Álex Grijelmo: «La mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos en lo verosímil más que en lo cierto»

Cruzado amable del castellano, Álex Grijelmo (Burgos, 1956) es, desde junio de 2018, el director de la Escuela de Periodismo UAM-El País. Un debate recurrente entre quienes ejercemos «el mejor oficio del mundo» (García Márquez) es el de si se aprende o no a escribir en las facultades —o sucedáneos— de ciencias de la información —suele ganar el no—. El creador de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), en este sentido, no puede tener mejores credenciales para la enseñanza: suyos son el Libro de Estilo de El País, ensayos lingüísticos como Defensa apasionada del idioma español o La gramática descomplicada, u obras estrictamente periodísticas, como La información del silencio.

Ahora, el expresidente de la Agencia Efe pasa de la «orilla» del ensayo a la de la ficción y publica su primera novela, El cazador de estilemas (Espasa, 2019). Sus protagonistas son un policía tosco pero intuitivo, un profesor resabidillo en paro y, sobre todo, el lenguaje. Libro entretenido y simpático, en su trama subyacen, como acuíferos, dos constantes de la obra ensayística de Grijelmo: el estudio de las palabras y una reivindicación discreta, pero urgente, del buen periodismo.

El cazador de estilemas justifica esta conversación: 

—Me cuentan que usted es un portero de la leche.

—Y tienen razón (Risas). 

—¿Qué es lo que más le gusta del fútbol?

"Me gusta la imaginación de los futbolistas que ven huecos donde, aparentemente, no los hay"

—Ganar (Risas). Me gusta la imaginación de los futbolistas que ven huecos donde, aparentemente, no los hay. Me gusta todo del fútbol, pero me fijo, sobre todo, en los porteros, claro. Siempre he jugado de portero.

¿Y qué es lo que más le gusta del estudio del lenguaje?

—La capacidad de comunicarse mediante el disfrute de la palabra. Normalmente, eso está en la lengua escrita y en la literatura. El lenguaje es comunicación. Se puede disfrutar de la comunicación, que también puede ser señales de humo, las señales del faro de una costa… pero también hay una manera que permite disfrutar de la comunicación misma. 

—Por curiosidad, ¿cuál es su palabra favorita?

«Ultramarinos». Me parece que es una especie de mecano muy divertido. También, por las viejas tiendas de ultramarinos. Fíjate: es una palabra larga, «ul-tra-ma-ri-nos», que se forma sobre una raíz muy pequeña, que es «mar». Todo lo que está por delante y por detrás son elementos morfológicos del español que hacen al final una palabra larga, y cada trozo del mecano, cada partícula, implica un significado adicional. Me gusta ese mecano. Hay muchas más así, por supuesto. Pero también la asocio, como te he dicho, a las viejas tiendas de ultramarinos que había en Burgos cuando yo era pequeño. 

—¿Qué tuvo —o tiene— el Libro de Estilo de El País que, amén de ser una referencia para ese diario, lo es para muchos otros?

—Creo que lo más importante del Libro de Estilo de El País es la coherencia. Si se toma una determinada decisión sobre una palabra, todas las que forman parte de esa familia, todas las analogías, reciben el mismo trato. Creo que es la coherencia interna del Libro de Estilo. Por eso, a veces es difícil cambiar algo en concreto: si cambias una palabra, tienes que cambiar doce o trece que forman parte del mismo criterio. 

—En un momento de El cazador de estilemas, se habla de alguien que abusa de los adverbios en «–mente», que pone una coma entre el sujeto y el predicado… En un principio, creí que se refería a un periodista. Puede que a más de uno.

—(Risas) No, no. No he escrito la novela contra nadie ni hay mensajes escondidos. Eso forma parte de la ficción. Pero es verdad que hay gente que llena sus textos de adverbios en «-mente», que no están mal, pero cuatro o cinco en el mismo párrafo… 

—Stephen King, en Mientras escribo, dice que los malos escritores llenan sus textos de adverbios terminados en «—mente».

García Márquez, a partir de un determinado momento, decidió no escribir ni un adverbio terminado en «—mente». Él decía que si evitabas ese adverbio y buscabas otro, la frase mejoraba. Y puede ser. Pero vamos, yo los utilizo, ¿eh? (Risas). Intento que no sea con reiteración. 

—¿Se escribe bien hoy en los periódicos?

—Hay gente que escribe bien y gente que escribe regular. Creo que en todos los periódicos hay muchos textos mejorables, con cantidad de descuidos, de reiteraciones, de puntuación deficiente… 

—¿Hay diferencia, en este sentido, entre el digital y el papel?

—Pues sí, porque la versión digital se hace con más rapidez. De todas formas, hay veces que ves errores en textos en la web, van pasando las horas, y no se han corregido. A veces, la rapidez no es la excusa.

—Centrémonos en El cazador de estilemas. Es su primera novela. ¿Cómo ha sido el viaje del ensayo a la ficción?

"El puente que construí para pasar a la orilla de la ficción fue el del lenguaje, porque me daba la sensación de que podía sentirme más seguro en ese tránsito en un terreno que ya conocía"

—Iba por una orilla de las dos posibles que se me ofrecían, iba por la orilla del ensayo, y siempre miraba la otra orilla con curiosidad. ¿Cómo será el otro lado del río? Y un día me decidí a cruzar el río, pero lo hice con el puente del lenguaje. El puente que construí para pasar a la orilla de la ficción fue el del lenguaje, porque me daba la sensación de que podía sentirme más seguro en ese tránsito en un terreno que ya conocía. Pensaba: «Por este puente no me voy a hundir en medio del río. Cuando esté en la otra orilla, ya veremos». El protagonista de la novela sigue siendo el lenguaje, como era el protagonista de mis libros de ensayo. Eso sí, desde el punto de vista de la ficción. 

—En la obra encontramos aquello de lo que hablaba en La información del silencio: se puede engañar sin mentir.

—Bien visto. Es una de las teorías que desarrollaba en ese ensayo, de cómo se puede mentir con datos verdaderos. Y esto es la demostración en sociedad de que esto no sólo pasa en los periódicos, sino que te puede pasar en tu vida normal. Te haces una conjetura con cuatro datos, y con cuatro datos llegas a una conclusión falsa porque te faltan otros cuatro datos. Sí que es verdad que hay una influencia de aquel ensayo, La información del silencio, en esta novela. Es una de las cuestiones que más me interesan. El silencio: cómo cuando faltan datos, en seguida rellenamos los huecos. Con la imaginación, con la suposición, con el sobrentendido, con la conjetura… Entonces, pasamos de movernos en un terreno de certezas, cuando conocemos una parte de la realidad, y el resto la convertimos en suposición. Es pasar de lo cierto a lo verosímil. Y la mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos en lo verosímil más que en lo cierto. Y juzgamos a los demás a partir de datos verosímiles que nos hemos imaginado. Y eso me preocupa mucho porque sucede en la vida y somos muy injustos con los demás. 

—Qué buen nombre para un grupo era el de Héroes del Silencio.

—Efectivamente, efectivamente. 

—¿El ciudadano se deja engañar a conciencia?

"Ha habido una parte de la sociedad que no ha tenido filtros, que ha recibido las mentiras directamente"

—Una parte de los ciudadanos sí. Una parte de los ciudadanos sólo quiere oír aquello con lo que está de acuerdo. Y sólo sigue en las redes a aquellas personas con las que está de acuerdo. Y sólo lee los periódicos con los que está de acuerdo. Y así sucesivamente. Y no quieren exponerse a ideas contradictorias con las que tienen. Y esto está llevando a ciertos errores de la colectividad, como hemos visto en el Brexit, en la elección de Trump en EEUU, como seguramente ocurrió, aunque me queda más lejos y no me atrevo a juzgarlo, en el caso del acuerdo de paz en Colombia, que en el referéndum ganó el «no»… Claro, cuando ves opciones razonables y la colectividad toma caminos de cierta irracionalidad, dices: ¿qué ha pasado aquí? Ha habido una parte de la sociedad que no ha tenido filtros, que ha recibido las mentiras directamente. Y esto es lo que sucede ahora. Los seguidores de Trump siguen a Trump y lo que dice Trump les llega a ellos directamente. No hay un filtro de medios informativos serios, como sucedía antes. La información ya no va de arriba a abajo por capas que van filtrando: llega directamente desde los políticos a los electores. Y las mentiras, sobre todo las políticas, circulan con mucha facilidad. Entonces, una parte de la gente prefiere vivir en la mentira si es su mentira, y no quiere estar en contacto con la verdad si considera que es la verdad de otros. Creo que eso está pasando y es bastante obvio. 

—Hace unos días, entrevisté a Alfonso Guerra y este diferenciaba entre «información» y «conocimiento».

—Claro. Ahora la información nos llega por todas partes. El conocimiento es información estructurada. La información puede ser desestructurada, que es lo que empieza a pasar ahora. Mucha gente recibe muchísima información, caudales de información, pero sin una estructura. ¿Qué es lo bueno que tiene un periódico? Que estructura la información. Dice, para empezar, lo que es de hoy y lo que es de ayer. Ya llegan informaciones que son de hace años, y vídeos y noticias de hace años que nos las presentan como si fueran de hoy. Aquí pasó, en el periódico: de repente, una de las noticias más leídas fue la de la muerte de Miliki, el payaso. Había fallecido cinco años antes, pero alguien encontró la noticia, la puso en circulación en las redes y, todo el mundo diciendo: «Qué pena que se ha muerto Miliki». Se empezó a retuitear y fue de las noticias más leídas del día, cuando había sucedido cinco años antes. O sea, que ahora mucha gente no tiene ni siquiera la estructura del tiempo. Imagínate la estructura de la jerarquización que implica un periódico: lo que es importante, lo que no, lo que va en una página muy secundaria, lo que va en un breve… A mucha gente le llegan las noticias por redes sociales, por búsquedas en Google, pero desconoce cuál ha sido su jerarquización en un medio. Entonces, estamos recibiendo continuamente información desestructurada que hace que una parte del público no tenga conciencia de la importancia o de la trivialidad del mensaje que recibe. Y hay mucha gente que se mueve en la trivialidad todo el día.

—¿Qué papel juegan, en este sentido, las redes sociales? En la novela, por cierto, hay un caso de acoso virtual.

"Las redes sociales, para mí, tienen muchísimas ventajas, pero uno de los problemas es el anonimato, incluso la falsificación de una personalidad"

—Las redes sociales, para mí, tienen muchísimas ventajas, pero como de las ventajas ya habla todo el mundo, hablemos un poco de sus problemas. Uno de los problemas es el anonimato, incluso la falsificación de una personalidad: alguien puede tomar tu nombre y hacerse pasar por ti y empezar a decir cosas. Eso sucede. Y luego otro problema es que la información llega desordenada: si tú, previamente, tienes una estructura intelectual, de conocimiento, todo lo que te llega por las redes sabes colocarlo en el cajón adecuado, porque ya tienes esa estructura, pero si tú careces de esa estructura porque la vida no te ha dado la oportunidad de tener estudios o por lo que sea, eres muchísimo más influenciable por lo que te llega desestructurado, sin verificación, sin filtros. Entonces, quizá vamos a un mundo en el que va a haber muchísima información desestructurada. Y va a haber menos gente con una estructura suficiente como para absorber bien la información y transformarla en conocimiento, que a eso íbamos, a la diferencia entre información y conocimiento. El conocimiento es la información estructurada.

—Uno de sus protagonistas, Eulogio, es un profesor con problemas económicos que fue despedido «por culpa de los recortes» en educación. En la novela, tilda la palabra «recorte» de «eufemismo». Recuerdo que el Gobierno de Rajoy iba más allá: los llamaba «reformas estructurales necesarias».

—Hay una teoría del dominó en los eufemismos, que formuló Dwight Bolinger, un ensayista estadounidense sobre el lenguaje, que dice que los eufemismos duran sólo un tiempo: al cabo de un rato o de unos años, acaban designando lo que pretendían ocultar. Lo conté en un artículo: la palabra «puta» fue un eufemismo. «Puta» era «mujer joven». Sin embargo, con el tiempo, se contaminó de lo que nombraba, aunque fuera indirectamente. La palabra «recorte» fue un eufemismo. Y «ajustes» también. Pero ahora ya ha acabado significando lo que pretendían ocultar. Los eufemismos duran sólo un tiempo.

—Eulogio, por cierto, es un tipo que pretende resolver casos a través de la observación y estudio de los estilemas.

"Los estilemas son los rasgos de estilo que todos tenemos sin darnos cuenta, las huellas dactilares que vamos dejando en un texto que escribimos"

—Los estilemas son los rasgos de estilo que todos tenemos sin darnos cuenta. Son las huellas dactilares que vamos dejando en un texto que escribimos en un ordenador. Huellas dactilares, obviamente, en sentido figurado. Ahora que todos tenemos la misma letra, los peritos caligráficos de la policía se van a ir quedando sin trabajo, porque los anónimos, las descalificaciones… todo se hace con corta y pega, con reproducciones digitales, etcétera. Entonces, gana importancia el análisis de los estilemas de un texto para averiguar su autoría. O sea, los estilemas son los rasgos de estilo. Es una palabra que, aunque no la recoge el diccionario, está en la familia de otros términos filológicos, en la familia léxica de morfema, fonema y todo eso. 

—¿Por las palabras se llega al alma de una persona?

—Sí. Eso lo dijo Andrés Bello, un filólogo venezolano que vivió en Chile. Decía que a través de la gramática podemos llegar al alma de una persona. Esa frase, que se la pongo a un personaje, Eulogio, está inspirada en Bello. Lo que pasa es que seguro que Eulogio no se acuerda (Risas).

—En El cazador de estilemas aparecen, entre otros, los nombres de dos autores. Uno es el de Agatha Christie. El comisario Contreras dice que «todo lo que yo necesitaba para mi oficio» lo aprendió de ella.

"Yo leí a Agatha Christie cuando era adolescente y me fascinaba"

—Seguramente la influencia de Agatha Christie se me note sin que yo sea consciente de ella. Cuando escribes, en tus manos está aflorando todo lo que has leído en toda tu vida. Y yo leí a Agatha Christie cuando era adolescente y me fascinaba. Las historias de Hércules Poirot me interesaban muchísimo. Entonces, cuando me pongo a escribir una novela policíaca, aunque posteriormente haya leído otras novelas policíacas, el recuerdo infantil está. No sé en qué ha podido influir, pero lo tengo presente en la memoria. 

—El otro es Vargas Llosa, a quien el policía conoce por «lo que se habla de él en las revistas».

—Claro (Risas). El policía no es una persona muy leída. Es un tipo muy sagaz, muy listo. Por eso ha llegado donde está, que sabe, además, ir por caminos secundarios para llegar a los sitios más rápidamente. Es una especie de chusquero de la policía, que ha ido ascendiendo a base de resolver casos con cierta destreza pero sin mucha cultura. Entonces, aquí encuentra al profesor, que le aporta lo que a él le falta y, a su vez, el policía rellena también aquellos vacíos que el profesor tiene, aquellas carencias. Ambos se complementan perfectamente. 

—También cita, y varias veces, al periodista Andrés Aberasturi.

—Sí. Es amigo. Le pedí permiso y le mandé la transcripción de lo que iba a poner en su boca. Me dijo que sí, entendiendo que es una novela, claro. Hay nombres reales porque intento situar la acción en un contexto que el lector puede identificar. 

—Para finalizar, ¿le gustaría trabajar como asesor de léxico en alguna serie?

—(Risas) Hacen falta. Yo no sería bueno en eso, porque se requieren unos estudios muy específicos que yo no tengo, pero a mí me llama mucho la atención cómo en las series hay anacronismos brutales que, claro, si estás un poco atento a las palabras, te das cuenta. Que en una serie que se desarrolla en mil novecientos veintitantos digan «farra»… Eso no estaba en el español de entonces. O que en una serie del siglo XV digan «están linchando a no sé quién».

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