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Alonso Caparrós: “Sin leer, estamos perdidos”

Alonso Caparrós: “Sin leer, estamos perdidos”

Alonso Caparrós (Madrid, 1970) suscribe esos versos de “Anthem”, la hermosísima canción de Leonard Cohen, en los que el genio canadiense salmodiaba: “There is a crack, a crack in everything, / that’s how the light gets in”. Hijo del periodista Andrés Caparrós, actor puntual y animal televisivo —presentó, entre otros formatos, Furor, Menudas estrellas o el Punto Pelota intereconómico post-Pedrerol; actualmente, colabora en Sálvame y en Sábado Deluxe—, acaba de publicar Un trozo de cielo azul (Planeta, 2021), un libro en el que aborda su viaje por un infierno sin Virgilio que guíe, su drama personal —que arrancó con una raya que se tomó a los 17 años y que, tal y como cuenta a Zenda, marcó “toda su vida”— y, sobre todo, su esforzada superación. Lector voraz, se muere de ganas de escribir una novela “con fuegos artificiales”. Conversamos en el Palace sobre su vida y sobre sus filias literarias:

—Señor Caparrós, cuando era niño, ¿qué quería ser de mayor?

—Médico, astronauta y caminante.

—¿Caminante?

"Mi padre me decía que, cuando se hiciera mayor, quería ser vagabundo. Y me gustó aquello"

—Mi padre siempre me lo decía. Hablábamos mucho y él me decía que, cuando se hiciera mayor, quería ser vagabundo. Y me gustó aquello. Se imaginaba que, llegado un momento en su vida, dejaría todo atrás y se dedicaría a caminar, a vagabundear.

—¿Alguna vez pensó en escribir algún libro?

—Siempre. Era un sueño. En Un trozo de cielo azul se cumplen muchas expectativas: la de superar toda una historia pero, sobre todo, la de escribir un libro. Me gusta muchísimo leer.

—¿Y alguna vez pensó en escribir un libro así?

—No. (Piensa) Me hace pensar mucho porque me gustaría muchísimo seguir escribiendo. Y, de alguna manera, me falta ponerme a prueba. Esta historia es mi vida. No he tenido que poner fuegos artificiales. Estoy en ese dilema.

—Le gustaría, entonces, escribir con fuegos artificiales.

"Desde mi punto de vista, es un libro humilde que está hecho para que le sirva a alguien"

—Muchísimo. He descubierto que escribir ese libro que siempre había querido escribir era infinitamente mejor de lo que había imaginado en todos los sentidos. Y no por el hecho de las ventas. Mucha gente me da el coñazo por las ventas. De hecho, estoy deseando que pase este periodo de promoción y que el libro se quede en su sitio. Desde mi punto de vista, es un libro humilde que está hecho para que le sirva a alguien.

—La redacción de Un trozo de cielo azul le sirvió para…

—Para abrir más puertas.

—¿Qué puertas abrió?

—Pensaba que con el libro iba a cerrar muchas etapas de mi vida, que iba a cerrar capítulos. Bien empaquetado y bonito, para poder mirarlo hacia atrás. Y está ocurriendo todo lo contrario: la respuesta que estoy teniendo, de gente que me escribe, sobre todo gente con un hijo en la cárcel, un hijo con problemas de drogadicción, etcétera, está haciendo que me replantee si debo cerrar esos capítulos o hacerlos útiles.

—El filósofo Antonio Escohotado es partidario de la “normalización” de las drogas. “Siempre me ha parecido —me dijo una vez— escandaloso que se legalicen. ¿También van a legalizarse el turismo, la pintura, la lectura?”. ¿Suscribe?

"Es cierto que es mi historia, que la droga tiene un protagonismo fundamental, pero el libro habla de las tragedias que tenemos todos"

—No estoy de acuerdo en que se centre todo el rato el libro en las drogas. Es cierto que es mi historia, que la droga tiene un protagonismo fundamental, pero el libro habla de las tragedias que tenemos todos. De que la tragedia está a la vuelta de la esquina: una enfermedad, un accidente de tráfico, maltratos… hay muchísimas tragedias que nos ocurren a los seres humanos, que se prolongan en el tiempo. Entonces, en realidad, es una historia de superación. No he querido escribir un libro sobre drogas, ni sobre cómo salir de las drogas. Ni soy un especialista en drogadicción. Es un testimonio de eso. Si me vais a preguntar qué son las drogas, sólo tengo una respuesta: no las tomes y vete a un especialista. Este es un libro de tragedia humana y de fortaleza humana.

—De tragedia humana… con final feliz.

—En este caso, sí. Pero no tiene por qué serlo. El libro se centra mucho en la esperanza y en la incertidumbre. Es muy difícil mantener la esperanza. Este libro no es de happy flower, de respuesta rápida. La esperanza existe y hay que trabajar por la esperanza, igual que por la felicidad. Hay que tener siempre esperanza, pero sabiendo que, como he visto en muchos casos, es muy difícil mantenerla. Te hablo de padres que nacen con un hijo enfermo, con una enfermedad terminal, y no tienen otra cosa que hacer más que ver y esperar. Es muy difícil decirle a esa persona: “La esperanza existe”. Existe pero, por ejemplo, en ese caso hay que trabajar mucho y conquistarla.

—La espiritualidad fue una de sus tablas de salvación.

—Cada uno tiene su propio camino. Me ha cambiado la vida 180 grados. Ha sido una experiencia, y sigue siéndolo, fundamental. Para armonizarme y mantener la compostura.

—Tengo entendido que estuvo a punto de morir; que acabó, por una sobredosis, en un hospital al borde de un infarto. ¿Cuándo y, sobre todo, por qué decidió apostar por la vida?

"La droga es lo que es: no tiene nada de salvaje, nada de romántico, como nos han hecho creer en las series como Narcos o Scorsese"

—(Piensa) A partir de determinado momento, no es una cosa que busque yo: ocurre. Aparece una persona en mi vida, que es mi mujer, Angélica, y es, por un lado, la mujer de la que estoy enamorado, y por otro, una persona con una belleza espiritual poco habitual. A partir de ese momento, seguramente por su influencia, empezó a sucederme una serie de cosas: el viaje a Marruecos, el viaje a Filipinas, los voluntariados… fueron apareciendo en mi vida de una forma aparentemente casual, pero no lo es. Simplemente creo que es una cuestión de conciencia. La forma de ser de Angélica y su manera de comportarse me hicieron darme cuenta de que era fundamental prestar atención a la gente que me rodeaba. Y resulta que, en contra de lo que yo pensaba, tenía muchísimo cariño. De hecho, ahí quedó refugiada la poca esperanza que me quedaba en la vida: en el cariño de los demás.

—Ya me ha dicho que no es un experto sobre el tema y que su libro es una historia de fortaleza, pero permítame hacerle una serie de preguntas sobre la droga.

—Por supuesto.

—Robin Williams definió a la coca como “la manera que tiene Dios de decirte que estás ganando demasiado dinero”. ¿Lo comparte?

—Todo eso son fuegos artificiales. La droga es lo que es: no tiene nada de salvaje, nada de romántico, como nos han hecho creer en las series como Narcos o Scorsese. El mensaje con el que hay que quedarse es el de Roberto Saviano, el escritor de CeroCeroCero. Lo demás es un engaño.

—La cocaína eleva, regala diversión instantánea y, después, te hunde, ¿verdad?

"La primera vez que yo tomé una raya, con 17 años, ese acto tan aparentemente insignificante, marcó 27 años de mi vida"

—Es una sustancia ajena a tu cuerpo que no te da absolutamente nada bueno. Ni durante un segundo, ni durante cinco minutos ni durante nada. Es una gran mentira eso de que al principio mola mucho y luego no mola. Es veneno. Y ya está. No hay que darle más vueltas. Es veneno desde el primer momento. La primera vez que yo tomé una raya, con 17 años, ese acto tan aparentemente insignificante, marcó 27 años de mi vida. Ha marcado toda mi vida. No es algo que me he inventado. Y no sólo me ocurre a mí. En una de las fases de mi recuperación, estando en un centro de internamiento dándoles clases, unos talleres de televisión, a unos chavales menores de edad, había cientos, chavales con 15, 16 ó 17 años enganchados a las drogas y cometiendo delitos de sangre. Echando su vida por la borda. Ostras… No hay ni romanticismos ni tonterías: es veneno. Es una maldición.

—¿Le visita con frecuencia la tentación de la reincidencia?

—Estos días, por ejemplo, la siento. Me va todo muy bien, he renacido, en televisión me va de maravilla, estoy recuperando popularidad, fama, poder… hace que la sienta latir. Con lo cual, sí, siempre está ahí esa sombra, pero la veo, la veo latir. Nunca desaparece. Pero es un enemigo al que has perdido el miedo. Le tienes respeto, muchísimo respeto, pero lo tienes identificado, sabes cómo es, sabes cuándo empieza a venir, y siempre es A, B y C.

—Y ahora, ¿cómo se encuentra?

—Feliz, muy feliz. Vigilante, como te digo, pero estoy viviendo un momento maravilloso. Se han cumplido tantas expectativas… Pero, sobre todo, es un nuevo punto de partida. Visualizo mi futuro totalmente en blanco. No quiero ni ver qué voy a hacer dentro de dos semanas. Ni como plan vital ni nada. Porque me estoy dando cuenta de que el devenir es mucho más creativo que yo.

—Al principio de la entrevista, me dijo que le gustaba mucho leer. Hablemos, pues, de libros y de lecturas.

—Tengo todos los libros que he leído desde pequeño. No sé por qué extraña razón, siempre he ido guardando todo lo que he leído. Los tengo todos en la buhardilla.

—¿Recuerda el primer libro que leyó?

"El primer libro que me impactó de verdad fue Tarzán de los monos, de Burroughs"

—Lo primero que leí por mi propia cuenta, sin que nadie me lo dijera, fue Astérix gladiador. Y luego, el primer libro que me impactó de verdad fue Tarzán de los monos, de Burroughs. Tenía 13 ó 14 años, y me encantó por su historia con Jane. En ese momento en que estás despertando el amor, cómo describía Burroughs lo que sentía ella cuando la llevaba por la liana, o lo que sentía él… Me encantó ese libro por esa parte, que nunca pensé en encontrármela.

—¿Cuál es la Santísima Trinidad de su biblioteca?

—Esa pregunta es muy difícil. No puedo decirte tres libros. Te diría un montón. Soy incapaz de sacar, de entre los libros que me gustan, tres. Te voy a sacar los últimos tres con los que me he hecho. En la cafetería donde siempre voy a desayunar, la gente deja libros ahí y, entonces, tú coges y dejas. El otro día me encontré con Alas rotas, de Khalil Gibran. Y como había leído El profeta, que me gustó mucho, me lo pillé. Y luego, estoy leyendo uno de una afamada premio Nobel bielorrusa, que no te sé decir el nombre…

—¿Svetlana Alexiévich?

"Voces de Chernóbil. Es brutal, maravilloso. La primera historia que cuenta, la del bombero y la mujer, hablando de tragedias, es preciosa"

—Esa. Voces de Chernóbil. Es brutal, maravilloso. La primera historia que cuenta, la del bombero y la mujer, hablando de tragedias, es preciosa. Para ellos no, claro. Ella tiene 23 años y el bombero, su marido, es uno de los primeros que va a la central nuclear. Son los que cogen directamente el grafito y acaban muy contaminados, muriendo. Entonces, ella se cuela en el hospital para ir a verlo, en contra de todos los permisos, y ocultó que estaba embarazada. El marido murió, ella se salvó y el hijo murió porque había absorbido toda la radiación. Y decía, más o menos,: “¿Cómo se puede matar por amor? Es decir, por estar con mi marido, por no querer dejarlo solo, he sacrificado, sin darme cuenta, o mi hijo se ha sacrificado por mí”.

—¿Un personaje literario del que se haya enamorado?

—Levin, el amigo de Anna Karénina.

—¿Y uno al que hubiera matado entre terribles sufrimientos?

"No sé si sabes que Kunta Kinte existió realmente y que, de hecho, el libro lo escribió un descendiente suyo"

—Me revolvió muchísimo, me hizo sentir mucha rabia la historia de Raíces. No sé si sabes que Kunta Kinte existió realmente y que, de hecho, el libro lo escribió un descendiente suyo. Es una historia tan prolongada en el tiempo, de tanta impotencia, de tanta injusticia, que, si tuviera que hacer desaparecer a alguien, sería a todas esas personas que esclavizaron de esa manera tan brutal. De hecho, este tatuaje (enseña un tatuaje en su antebrazo izquierdo) es una frase que utilizan en la tribu ancestral de Kunta Kinte, los mandingas. Es del ritual que hacen ellos en el bautizo. Al tercer día de nacer el niño, cuando llega la noche, el padre coge al niño y se lo lleva fuera de la aldea. Le susurra el nombre por primera vez. Ellos creen que el primero que tiene que saber el nombre es el niño, y luego hacen una cosa muy bonita: cogen al niño, lo levantan hacia el cielo y le dicen la frase que llevo aquí: “Observa lo único que hay más grande que tú”. Es una frase preciosa que te sirve para cualquier momento de tu vida, cuando estás en la más absoluta soledad. Siempre puedes mirar arriba y decir: eso es lo único que hay más grande que yo.

—Bunbury tiene una canción que se llama “Más alto que nosotros sólo el cielo”.

—Está ahí, sí.

—¿Es mejor un hombre que lee que uno que no lo hace?

—Sin duda alguna. Es un hombre más infeliz, pero, sin duda, leer es fundamental. Hoy en día, el nuevo dios es la ciencia, ¿verdad? Y la ciencia tiene una característica: sólo tiene en cuenta lo cuantificable, lo que puede medir. Todo lo que no, está fuera de la evolución del hombre y tal. Y yo creo que la literatura es lo único que explora la subjetividad. Y la subjetividad ha tenido mucho que ver en lo que somos y en lo que queremos ser. Sin leer, estamos perdidos.

—¿Ha encontrado alguna verdad absoluta leyendo?

—Sí: que no hay verdad absoluta. Está todo en continuo movimiento. Creo mucho en la interdependencia. No es que crea, es que somos interdependientes en todos los sentidos. Los elementos, las circunstancias que hacen que estés aquí cambian continuamente: varía el eje de la Tierra, varían las estaciones, varías tú, porque vas creciendo… Esos elementos van cambiando. No existe verdad absoluta ni dios inamovible porque el Universo está en continuo movimiento. Yo no creo en un dios inmutable; sí en uno que está en proceso.

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