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Amor cortés y amor carnal

Amor cortés y amor carnal

Delicada cosa es el amor. A mi alrededor veo discurrir el amor en sus diferentes fases, desde la hoguera crepitante de los gloriosos comienzos hasta las yertas cenizas de los tristes ocasos: parejas locamente enamoradas con un amor que vencerá la muerte como en la película Ghost, parejas eventuales que se aman como tigres hasta que el amanecer nos separe, parejas que se quieren reposadamente y sin alharacas («Pásame la sal, amor». «Aquí la tienes, cariñito»), parejas invadidas por el tedio, parejas ya indiferentes, sin nada que decirse, parejas que se soportan, parejas que se detestan, parejas que se descalabran con la variedad de objetos arrojadizos que les regalaron los invitados al enlace, parejas que se degüellan con el cuchillo de cortar el pan…, todo ese complejo asunto de los sentimientos y de las relaciones entre hombres y mujeres.

El amor romántico, ese que conlleva olvidarse de uno mismo para solo vivir en el otro, abnegadamente, atolondradamente, esa locura transitoria que nos arrebata y nos hace vivir un cielo en la tierra, ese lo inventó una poetisa griega, Safo de Lesbos.

Safo nació en la isla de Lesbos a finales del siglo VII a. de C., cuando todavía la mujer griega acomodada no estaba confinada al gineceo, a la rueca y a lavar pañales. Esta circunstancia, y el hecho de que naciese en una familia con posibles, explica que recibiera una razonable cultura y pudiera dedicarse a la poesía (su producción debió de ser extensa a juzgar por los nueve libros en que los gramáticos alejandrinos compilaron sus odas. Lástima que solo se haya conservado un poema completo, una parte de otro y algunos fragmentos aislados del resto. Pocos versos y, ade­más, muy contaminados y en ocasiones prácticamente ininteligibles o de difícil interpretación).

"El amor que inventó (o que inventarió) Safo crece en la literatura a partir de ella y florece especialmente en el tiempo mítico de los trovadores."

Safo inventó el amor o, al menos, es la primera persona que expone sus glorias y sus tormentos, la pasión, los celos, el dolor de la ausencia, su gozosa plenitud y sus desdichas.

Juzgue el lector por estas pocas muestras: «Al verte pierdo la voz, se me quiebra la lengua, súbitamente un fuego sutil corre bajo mi piel; se me ofusca la mirada, me zumban los oídos, sudo, tiemblo, y más verde que la hierba me siento morir…»; «Eros ha quebrado mi alma como el viento quiebra las encinas del monte cuando las acomete»; «Eros me descoyunta los miembros, de nuevo me agita invencible fiera agridulce»; «Semejante a los dioses me parece aquel hombre que se halla sentado a tu lado y te escucha de cerca y con dulzura hablar y reír amorosamente. Esto me hace temblar el corazón en el pecho».

No sabemos cómo era Safo. Las noticias sobre ella son bastante tardías y contradictorias. En un poema se confiesa «pequeña y negra», lo que ha dado pie para suponerla fea. Ya se sabe, el inveterado prejuicio machista que se empeña en que detrás de toda lesbiana haya una fea.

El amor que inventó (o que inventarió) Safo crece en la literatura a partir de ella y florece especialmente en el tiempo mítico de los trovadores.

"Enterado de los amores de su esposa, el celoso mató a Guillem, le sacó el corazón, lo asó y se lo sirvió a su esposa."

Desde el siglo XII, los trovadores pusieron de moda, en algunas cortes de Europa, el amor cortés, un amor platónico que rendía culto a la mujer y cantaba alabanzas a la dama en un plano meramente teórico, porque cuando se pasaba al práctico (como a veces sucedía) ocurrían tragedias. Es conocida la historia de Macías El Enamorado, un trovador gallego que se enajenó de amor por doña Elvira, una dama de la marquesa de Villena. Para su desgracia, el marqués casó a Elvira con un rico hidalgo, pero Macías no desistió por ello de cortejarla. Lo supo el marqués y recluyó al trovador en un calabozo de su castillo de Arjonilla con la esperanza de que el encierro atemperara su pasión, pero el poeta seguía cantando su amor detrás de las rejas.

Ofuscado por los celos, el marido de doña Elvira se acercó a la ventana donde el poeta cantaba con acompañamiento de vihuela y arrojándole un venablo lo mató. Tiempo atrás, Macías había escrito unos versos premonitorios: «Aquesta lanza sin falla / ¡Ay coytado! /Non me la dieron del muro, /nin la prise yo en batalla / ¡mal pecado! / Mas viniendo a ty seguro /amor falso e perjuro / me firió, e sin tardança, /e fue tal la mi andança /sin ventura».

No menos terrible es la historia del trovador Guillem de Cavestany. Después de participar en la batalla de las Navas de Tolosa (hemos de suponer que más como animador de las tropa que como hombre de armas), regresó a su Rosellón natal y se enamoró de una dama de alcurnia llamada Saurimonda, esposa del caballero Ramón de Castell Roselló, hombre esquinado y violento, nada aficionado a trovas ni troveros. Enterado de los amores de su esposa, el celoso mató a Guillem, le sacó el corazón, lo asó y se lo sirvió a su esposa. Cuando la dama lo hubo comido, le preguntó si sabía de qué era la carne y ella respondió: «No lo sé, pero estaba muy buena y sabrosa».

—Era el corazón de Guillem de Cabestany —dijo el marido y le hizo traer la cabeza del trovador para que comprobara que no le mentía.

—Señor, me habéis dado tan buena carne que nunca jamás comeré de otra —dijo ella entonces. Y acto seguido se suicidó arrojándose por el balcón.

"Los crímenes pasionales eran en tiempos de los trovadores, más frecuentes que hoy. A decir verdad ni siquiera se consideraban crímenes."

Guillem de Cavestany asistió a la batalla de las Navas de Tolosa, de eso no hay duda, pero el celoso Ramón de Castell Roselló, casado con la bella Saurimonda en 1198, nunca pudo asesinarlo puesto que falleció antes que él y su viuda contrajo segundas nupcias en 1210. Esto quiere decir que nos quedamos con las ganas de saber qué hay de verdad en la terrible historia. ¿Le ocurrió con otra dama? ¿Ocurrió con otro marido? En la distancia, quién sabe lo que realmente ocurrió, pero se non e vèro, e ben trovato.

 

Los crímenes pasionales eran en tiempos de los trovadores, más frecuentes que hoy. A decir verdad ni siquiera se consideraban crímenes. La ley concedía al marido burlado la facultad de perdonar a los culpables o de ejecutarlos. Lo único que no se le permitía era castigar solamente a uno de ellos. Los Fueros de Castilla recogen el caso de un caballero de Ciudad Rodrigo que sorprendió a su mujer en flagrante delito de adulterio y echando mano de su rival «castrol de pixa et de coiones», es decir, le cortó aquellas partes con las que lo había deshonrado. Este marido fue condenado a muerte no por desgraciar al burlador, sino por perdonar a la mujer (a propósito de castrados, mencionaremos el título VIII, ley IV de la cuarta Partida: «Castrados son los que pierden por alguna ocasión que les auíene, aquellos miembros que son menester para engendrar: assí como si alguno saltase algun seto de palos, que travase en ellos, e ge los rompiesse; o ge los arrebatase algun oso, o puerco, o can; o ge los cortase algun ome, o ge los sacasse, o por otra manera qualquier que los perdiesse»).

"En aquellos tiempos recios, ser gay era vivir con la barba al hombro, porque la sodomía, al igual que el bestialismo, se castigaba con la muerte."

En solo dos casos se admitía el yacimiento de la esposa con hombre distinto del marido sin cometer adulterio: por violencia, «yaziendo alguno ome por fuerca, travando della rebatosamente», o, por engaño, por ejemplo si el esposo se ausentaba para una necesidad y otro ocupaba su lugar en la cama, y se ayuntaba con la confiada esposa mientras ella, medio dormida, se dejaba hacer pensando que se trataba de una gentileza del marido (la reina María de Montpellier recurrió a una estratagema parecida para conseguir que su esquivo esposo, Pedro el Católico, se aviniera a satisfacerle el débito conyugal. Se hizo pasar por una dama de la corte que accedía a acostarse con el rey bajo la condición de que fuera a oscuras y en silencio. Nueve meses después nació Jaime I el Conquistador).

En aquellos tiempos recios, ser gay era vivir con la barba al hombro, porque la sodomía, al igual que el bestialismo, se castigaba con la muerte: «Si dos omes yacen en pecado sodomítico deben morir los dos; el que lo face y el que lo consiente. Esa misma pena debe auer todo ome o muger que yace con bestia; pero ademas deben matar al animal para borrar el recuerdo del fecho» (título XXI, ley II). Sin embargo, la homosexualidad femenina se toleró en la Edad Media por razones doctrinales, puesto que su práctica no entraña derramamiento de semen.

"El amor pasional, aunque se exprese en lengua remota, conserva hoy la frescura de lo auténtico."

Vemos que en la Edad Media existían las suertes del amor que afligen al hombre de hoy, incluso el artero flechazo de Cupido que con el dardo del deseo hiende los broqueles de la virtud y se convierte en el loco amor que arrebata a los amantes vulnerando reglas y convenciones sociales. Es el caso del príncipe de Barcelona, Ramón Berenguer, quien, en 1054, de paso por Francia camino de los Santos Lugares, se hospedó en el castillo de Narbona donde se enamoró de Almodis, la esposa de su anfitrión. La pareja guardó ausencias hasta que él regresó de Tierra Santa y nuevamente se hospedó en el castillo. Aquella misma noche escaparon juntos y poco después se casaron tras repudiar a sus respectivos cónyuges.

El amor pasional, aunque se exprese en lengua remota, conserva hoy la frescura de lo auténtico: «Toliós el manto de los ombros/ besó me la boca e por los ojos, / tan gran sabor de mí avía, / sol fablar non me podía».

O la humana debilidad del gatillazo artero en esta composición del siglo XII: «Rosa fresca, rosa fresca/tan garrida y con amor /cuando vos tuve en mis brazos /non vos supe servir, non…».

En fin, el amor, uno de los dos grandes y únicos temas de la literatura. El otro es la muerte.

 

(del libro Enciclopedia Eslava, Ed. Espasa, 2017)

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