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Amuleto

Hay una historia relacionada con un tanatorio, una ilusión y una llave a la que siempre vuelvo. Vuelvo como quien regresa a casa después de pasar la noche en una cama que no es la suya, pero también como quien tiene un sueño, un sueño o una destreza y, de repente, se acuerda. Con la misma ropa de ayer y cierta sensación de alivio. Escribiendo. Pero tú. ¿Alguna vez has leído a la luz del agujero donde debería estar la bombilla? Me refiero al momento del chispazo. A que, del susto, se te rompan las pupilas, cubriéndote con un silencio negro que no se puede contener, y que te chorrea por el cuerpo hasta llegar al suelo, hasta apagar la calle, hasta vaciar la luna. Me refiero a la tinta. Me refiero a cuando dejas que se te derrita la vela. Hoy he prendido una en su honor. Hoy, cuatro años después del principio de esta historia, pulso el interruptor.

"Esa flor sonríe demasiado, a ese dinosaurio le sobra una pata: despídete"

A mi abuela la enterraban al día siguiente y en el tanatorio ya sólo quedábamos mi madre, mi tía, mi prima y yo. Habíamos decidido no dejarla sola. Ella así lo habría querido. “A los muertos hay que velarlos”, nos dijo años atrás, en esa misma sala, desde aquel lado del cristal. Ahora, una barrera transparente pero hermética la separaba de nosotras, como para poner distancia entre la vida y su recuerdo igual que una niña es obligada a dibujar a lápiz para así poder borrar aquello que únicamente existe en la imaginación. Esa flor sonríe demasiado, a ese dinosaurio le sobra una pata: despídete.

Recuerdo que acabábamos de tumbarnos en los sofás, dispuestas a dormir un poco, cuando un ruido cercano nos lo impidió. “¿Lo habéis oído?”, “sí”, “se os han caído las llaves”. Guiándonos por nuestros sentidos, examinamos el centro de la habitación en busca de lo que parecía ser un llavero que había resbalado desde un bolsillo y chocado contra el suelo de mármol. Pero allí no estaba. Examinamos el resto de la estancia. Tampoco. Por último, tal vez persiguiendo un giro que nos devolviese al razonamiento lógico, tal vez abandonándonos ya de forma definitiva y para siempre a la espiral de realismo mágico en que de repente nos encontrábamos, nos aseguramos de que todas teníamos nuestras llaves a mano.

"En los pensamientos una cosa lleva a la otra y, al final, inverosimilitud se convierte en verdad"

Un pensamiento es un fenómeno atmosférico extremo que se alimenta de fuerzas opuestas para crecer. Crecer, creer, crear. Cambia y va deprisa. En los pensamientos una cosa lleva a la otra y, al final, inverosimilitud se convierte en verdad. Un pensamiento se parece a Bill Paxton tratando de alcanzar el tornado, pero también a la huida. En el vórtice del pensamiento no puedes distinguir a Bill Paxton tratando de alcanzar el tornado de la huida. Lo único que puedes hacer en el vórtice del pensamiento es crecer. Creer. Crear. La tormenta se aleja y tú permaneces. Permaneces como si, en cualquier instante —ala de mariposa papiro del Antiguo Egipto pompa de jabón supernova en suspensión— fueses a desintegrarte al entrar en contacto con el tiempo.

Pero quizás haya un modo de trascender. Una corriente. Un mensaje. Un amuleto.

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