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Ana Obregón, el idilio del verano

Desde que gobiernan los hooligans, los columnistas se han convertido en funcionarios de ventanilla (vuelva usted mañana). De la prensa escrita (el papel) dicen que va a desaparecer, que tiene los días contados. Que incluso los medios digitales están sufriendo otro mal que les obliga a publicar piezas no demasiado extensas para que los lectores no se cansen al hacer scroll más de tres veces. Mientras tanto, las revistas del corazón siguen llegado cada miércoles al quiosco y hay quien ha amenazado con manifestarse frente a la sede de Mediaset por la cancelación de Sálvame después de catorce años en antena.

La prensa rosa en España es el capitán Edward Smith asistiendo al hundimiento de su propio barco. Ya se encargarán los Schettinos del oficio de manejar la situación desde la costa. En internet, las secciones de «jaleos», casi un ramal de las de cultura, se juegan el trending topic a costa de Ana Obregón por la presentación de El chico de las musarañas (Harper Collins, 2023), el libro comenzado por su hijo Aless Lequio que ella continuó redactando tras la muerte del joven el 13 de mayo de 2020. 

FLOR DE PRIMAVERA

El evento se celebra a las doce del mediodía del pasado miércoles 7 de junio en el hotel The Westin Palace, a muy pocos metros del Congreso de los Diputados. Desde la editorial han advertido que la autora hablaría únicamente sobre El chico de las musarañas. Se entiende que no iba a hacer declaraciones acerca de Ana Sandra Lequio Obregón, su hija legal por gestación subrogada. Pero también se preveía que, a pesar del aviso, habría cuestiones referidas a la pequeña (como así fue). Pero la presentadora achacaría al jet lag, a los biberones y a una avispa que se había colado en la sala su pérdida del hilo con ciertos temas.

Dice Ana que está ahí dispuesta a responder todas las preguntas que se hagan sobre el libro. Se puede empezar a pasar los micros. Hay muchas manos levantadas. Otras son el eco de la ovación a la protagonista a su llegada al salón Neptuno. «Alberto, ¿se me ha corrido el rímel?», pregunta Ana Obregón recibiendo un pañuelo y un ramo de flores. Ha dejado de vestir de blanco y de negro y hoy se ha presentado con un florido modelo de Rubén Hernández. «¿Tú has visto más flores juntas en tu vida?», le responde Obregón a la periodista que se ha interesado por su atuendo. La «afición» ríe, incluso Rosa Villacastín. «Mi corazón estaba de luto, pero yo no lo sentía. Le dije a Rubén que me buscara una tela llena de flores, que pusiera todos los colores que hay en la vida y flores por todos lados». Hasta los pendientes. Quiere que su nieta la vea así, con colores.

UN RAYO DE LUZ

Nueve meses después de la muerte de Aless, Ana perdía a su madre (Ana María Obregón) y a su padre (Antonio García Fernández) en un plazo de nueve meses también entre uno y otro. Y siete meses más tarde del fallecimiento de su hijo, el 21 de diciembre «se iba de pena» Luna, la perra de la familia. Había pasado con ellos dieciséis navidades.

Ana Obregón lloraba la ausencia de su hijo y de su «amiga peluda». La trágica sucesión de acontecimientos en la vida de Ana la convirtieron en una especie de víctima injustamente tratada e infravalorada (no hay que olvidar que es bióloga, aunque Javier Cárdenas diga lo contrario). Es un icono transversal en lo que a generación y clase se refiere. Está en las revistas de alto copete y en las peluquerías de barrio. No en vano presentó las campanadas de Nochevieja los dos últimos años en Televisión Española. Ana era «la madre de España», una mujer de la que apiadarse por su dolor. No tardaría la opinión popular en cambiarse la chaqueta.

En el encuentro con la prensa, poco antes de entrar en directo con Susanna Griso en Espejo público, otro reportero aprovecha su turno destacando el capítulo en el que Ana detalla cómo de planeado tenía su suicidio («si mi hijo moría antes que yo, no sufriría ni un segundo: me iría con él […] Salí al balcón. Un séptimo piso, la decisión era firme. Me empiné sobre la barandilla, que no era muy elevada. Saltar hacia el abismo era mi única opción para seguir viviendo»). «Habíamos elegido un apartamento en Barcelona al que solamente iba a ducharme porque no me separé de mi hijo durante los meses que estuvo ingresado allí. Yo estaba en un tercer piso y lo tenía planeado. Cuando llamé al hospital y me dijeron que no había nada que hacer, me cambié al séptimo y… Lo veía claro, pero el suicidio es una cobardía. Al final siempre hay un rayito de luz que entra por algún lado. Hay que ser valiente y aprender la lección de vida». Fue Alessandro Lequio quien evitó que su ex se tirara, recordándole cuál era la última voluntad de su hijo. 

Cada noche, añade la actriz, vive su momento más bello del día. A eso de las nueve menos cinco, Ana y su nieta miran al cielo y ella le pide que repita «bendito seas, Aless».

LA LLAMADA DE ALESS

En la página ciento treinta y uno de El chico de las musarañas, en el capítulo «Mamá, quiero vivir», Ana Obregón recuerda el último Día de la Madre junto a su hijo. Ella y Aless observaban a una «tropa de juventud» engominada y perfumada con minifaldas de lentejuelas de todos los colores imaginables. A su lado, el joven casi no se tenía en pie. Vestía el chándal de las quimios y una extrema palidez en el rostro. Miraba a los chavales con «una lágrima de tristeza». Ana escribe que no era de rabia, ni de queja ni de envidia, ni siquiera de «la tremenda injusticia» que estaba viviendo tan joven: «Su cara de adulto se transformó en la misma cara de cuando era un niño de cuatro años». Podía ver, tal y como describe, sus rizos de oro, su ternura e inocencia, y entonces Aless le susurró: «Mamá, ¿por qué me pasa esto a mí, si soy bueno?». No le pudo responder.

La pregunta de Zenda continúa el relato, citando el extracto mencionado:

—Ana, ¿sigues creyendo?

Ana toma aire, agarra el micro con las dos manos y apoya los codos sobre las rodillas:

—Pues mira… te voy a contestar a esa pregunta: yo soy creyente… Cuando ocurrió lo de mi hijo me enfadé muchísimo con Dios. Muchísimo. Pero a unos niveles como no te los puedes imaginar. De hecho, a los nueve meses falleció mi madre, y nueve meses después mi padre. Todo eran funerales y misas y yo estaba en la miseria. No quería saber nada. Me di cuenta de que somos energía y decidí que mi religión iba a ser mi corazón. Pero con la llegada de Anita, creo que Dios existe.

No sabía Ana Obregón si iba a reunir las fuerzas suficientes para seguir escribiendo el libro que Aless tecleaba mientras pasaba la noche en vela en el hospital. Ponerse a ello le haría revivir momentos «profundamente dolorosos». Se detiene. Toma aire. El ruido del disparo de las cámaras se intensifica cuando Ana se pasa el pañuelo blanco por los ojos. Agradece que en ese momento estén presentes su editora (Olga Adeva) y su representante (Susana Uribarri) porque lo que va a contar a continuación podía resultar increíble.

Todo pasó en un restaurante el día que las tres se reunieron para hablar del libro. «Cuando llegamos a esa comida, comenzó a sonar mi móvil. Miro y la llamada era de Aless… Sí, de Aless. Pero no podía ser, porque el teléfono de mi hijo estaba guardado en un cajón desde hacía dos años. Dije: “Esto es una señal”. Hay gente que está ciega y dice “ver para creer”… Y mira. Esto me dio fuerzas y me dije: “Tengo que hacerlo, esto es lo que quiere mi hijo”».

—¿No contestó nadie a la llamada de Aless?

—No. Sé que parece de locos… Si yo llego a contar esto aquí sola… No sé. Pero me han pasado muchas cosas. Muchas señales. 

La repercusión de las declaraciones fueron inmediatas. El fenómeno paranormal de Ana Obregón dio para titulares, chanzas y memes. Incredulidad y asombro de aperitivo a la una menos cuarto de la tarde. «Me ha parecido escuchar en la rueda de prensa por su libro que Ana Obregón ha contado que cuando no sabía si hacerlo o no y estaba en una reunión sonó el teléfono y en la pantalla se leía “Aless”. Y que su teléfono llevaba tiempo en un cajón. Que le pareció una señal. No digo na», tuiteaba la periodista Rosa Belmonte, en cuya bio de Twitter cita —con irónico acierto— La vida amarga (Destino, 1967) de Josep Pla:

—¿Habla en serio o en broma? 

—¿Hay alguna diferencia?

VERANO CUCHÉ

De vuelta al Palace, Ana Obregón prosigue con su parlamento, respondiendo a la pregunta de Zenda a cerca de la llamada de Aless y su reacción: 

—Yo he leído todo lo que se puede leer para escribir este libro. ¿Sabes que el ser humano es todo energía? ¿Sabes a qué se reduce la materia de cada persona? A una puntita de alfiler. Somos energía y la energía se transforma, jamás muere. Las almas son eternas. Mi hijo también escribió «la vida es magia» y lo del móvil es una señal que me llegó. Sé que hay gente que necesita ver para creer. Pero… ¿tú crees en el amor?

Sí.

—¿Puedes tocar el amor?

No. 

—No puedes tocarlo. ¿Lo puedes oler?

Tampoco.

—Tampoco puedes oler el amor, luego no está en las dimensiones; no tiene altura, no tiene olor… Entonces, ¿por qué no creemos en que somos almas eternas? ¿Por qué no podemos creer en que existe la reencarnación? Si no podemos creer, todo esto no tiene lógica. Cuando estaba escribiendo, notaba la voz de Aless guiándome las manos y los pensamientos. Es así. Pero… bueno, sé que para esta rueda de prensa esto es un poco rollo, pero recomiendo leer libros, sobre todo de experiencias cercanas a la muerte. He leído todo sobre religiones, sobre budismo… En el fondo, cada religión es lo mismo: una energía que nos hace estar a todos unidos. Lo que pasa es que nos estamos intoxicando con tanto juicio y con tanta crítica y con tanta porquería y nos hemos olvidado del amor.

El ¡Hola! hizo saltar la liebre con la exclusiva el 5 de abril de este 2023: «Ana Obregón, madre de una niña por gestación subrrogada en Miami». Ana Sandra Lequio nació el 20 de marzo en el centro sanitario Memorial Regional Hospital de Miami, en Estados Unidos, y fue presentada una semana después en la mencionada revista: «Esta fue la última voluntad de Aless, la de traer un hijo suyo al mundo». En España, la Ley 14/2006 de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, regula los tratamientos de reproducción asistida en el país, pero no permite la maternidad subrogada, por lo tanto es ilegal a ojos legislativos, pero no todas las visiones comparten el mismo punto de vista, por mucho que lo recoja la ley.

Desde el Gobierno, la ministra de Igualdad, Irene Montero, le enviaba un recado a Ana Obregón atendiendo a los periodistas en los pasillos del Congreso: «La gestación subrogada es violencia contra las mujeres», «la gestación subrogada no es legal en España»… De igual manera, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, hablaba en plural para subrayar que no estaban de acuerdo y que así lo habían expresado en su programa político.

«Las críticas me hacen cosquillas, y cuantas más críticas más cosquillas», recalca Obregón en la presentación de El chico de las musarañas. «A los políticos les ha venido bien para no ver todas las chapuzas que están haciendo. Cuando tienes que enterrar a un hijo, las críticas me dan igual». Desde ese día, Irene Montero empezó a escuchar más a Federico Jiménez Losantos. Por su lado, Ana Obregón no ha faltado a su posado veraniego en el ¡Hola! mientras El chico de las musarañas superaba ya su cuarta edición, celebrándolo con una firma multitudinaria en la Feria del Libro de Madrid.

Ya es verano en tu quiosco.

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