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Antonio Lucas: «La Mancha tiene un punto magnético»

Antonio Lucas: «La Mancha tiene un punto magnético»

El Quijote es un libro y una ruta, un viaje y un camino, una lección y una bendita locura. Sus protagonistas están imbuidos de un heroísmo, un arrojo y un trastorno impropios de este mundo. Todo eso los agiganta. El territorio de este maravilloso desquiciamiento es La Mancha, una geografía labriega y horizontal, poética y silenciosa, moteada de plazas mayores, molinos de viento, ventas, lagunas y cuevas donde cualquier aventura, por novelesca que resulte, es posible. En La Mancha el Quijote no se acaba nunca. Conversamos con Antonio Lucas por la publicación, junto a Ana Jarén, de Los caminos del Quijote

—Titulas esta guía Los caminos del Quijote, pero se trata de un libro cuanto menos peculiar…

"El Quijote no tiene guía alguna; todo lo contrario, es un libro muy desgobernado"

—Una guía desde luego no es, pues no se concibió como guía propiamente dicha, ni yo he pretendido, al escribirla, que lo sea, entre otras cosas porque el Quijote no tiene guía alguna; todo lo contrario, es un libro muy desgobernado. En él no hay brújula, tan solo cierto itinerario físico que en casi nada se corresponde con el psíquico de los dos personajes que lo circunvalan y que a veces son príncipes y a veces fantoches.

—¿Entonces qué es este libro?

—Pues yo diría que más que una guía es una forma de tomar conciencia de un territorio que tiene la significación que le dio Cervantes, pero en el que hay mucho más. Los siglos se han encargado de ensanchar un lugar que sigue siendo quijotesco por obra y gracia de Cervantes, pero que ya antes de él tenía una condición de paraje hipnótico con un punto casi lisérgico. Recuerdo que me puse en camino, en contra de toda advertencia, en verano, cuando La Mancha se abre en pueblos silenciosos y duros como el hueso de una fruta y los senderos vibran, ásperos, bajo el sol. Esa experiencia es muy difícil de incluir en una guía al uso, así que decidí transmitir en los textos que componen el libro algo más untuoso, asestar al territorio una mirada personal.

—¿Pero tu libro se puede usar para viajar por La Mancha?

"La idea de esta guía es que su lectura previa sirva de lanzadera o anfetamina antes de aventurarte a la incertidumbre de los caminos de La Mancha"

—Se puede usar, pero yo no lo cogería como mapa sino como estímulo antes de salir. Realmente el itinerario que traza mi libro es, digamos, un itinerario loco con una condición excéntrica, como la del propio Quijote. La idea de esta guía es que su lectura previa sirva de lanzadera o anfetamina antes de aventurarte a la incertidumbre de los caminos de La Mancha.

—¿Cómo surge el proyecto de escribir esta guía-lanzadera?

—Pues de una manera bastante imprevista. Yo estaba en una casa rural en la Sierra de Gredos el año pasado, pasando unos días de vacaciones cuando me llama Manuel, el director de la editorial Tinta Blanca, para proponerme el proyecto de una guía sobre La Mancha de don Quijote. Y claro, en pleno verano, de vacaciones en aquella casa rural con mis amigos, en un mundo post pandémico pero cargado aún de miedos y cautelas, yo no sé por qué demonios le dije que sí, seguro que me pilló con un golpe de calor… (risas). Hablando ahora en serio, le dije que sí con toda la ilusión del mundo porque yo conocía muy bien esa bella editorial y su magnífica colección de guías literarias, que más que libros son bellísimos objetos de disfrute, y claro, ante esa realidad no puede haber nadie que ame la literatura y que ame viajar que se niegue a participar en un proyecto propuesto por Tinta Blanca. Además, compartir con Manuel y con César, responsable de la misma, la excelente complicidad editorial que ellos saben trazar como nadie con sus autores, pues es una experiencia muy enriquecedora.

—Y acto seguido, ¿te lanzaste al Quijote o directamente al camino?

—Yo había estado ya en ese camino hacía algunos años, así que lo que hice para este libro fue acudir a algunos de los lugares que me apetecía revisitar o ampliar y eso sí, miraba mis notas de entonces y las complementaba con nuevas experiencias y nuevos textos. En ese proceso de revisión me di cuenta de algo singular, y es que el camino que había recorrido diez años atrás no se parecía en nada a este al que había regresado, pero no porque aquello hubiese cambiado, sino porque yo era quien en todo este tiempo me había movido interiormente, con nuevos contornos, con ganancias, pérdidas, extravíos, hallazgos… y claro, encontrarme en ese territorio tan solitario, tan hacia dentro, me hizo reflexionar no solo sobre el Quijote, Cervantes y La Mancha, sino también e inevitablemente sobre mí mismo.

—¿Cómo es esa Mancha del reencuentro?

"Es que la Mancha no digo yo que detenga los relojes, pero de alguna manera acompasa los pulsos"

—Es un territorio hacia adentro, como te decía; no es uno de esos territorios que pueden ser tan solitarios como el manchego pero que sin embargo tienen algo lúdico que te permite vivirlo desde afuera. Todo lo contrario, La Mancha se experimenta desde interior al exterior, y tal vez por eso  recorrer con mi edad y mis lecturas sus caminos me dio una sensación como de estar estrenando el mundo: aquellos amaneceres, o los atardeceres por Campo de Criptana; aquel pueblo maravilloso que es Villanueva de los Infantes, tan impresionante, o Almagro con su corazón abierto en forma de plaza… Toda esa condición de tiempo quieto en un mundo tan veloz, tan de prisas y disparatadas urgencias del que procedemos, me fascinó. ¡Caray! Es que La Mancha no digo yo que detenga los relojes, pero de alguna manera acompasa los pulsos.

—Para aquellos que no han leído el Quijote, ¿es La Mancha el lugar para iniciar esa lectura o hay que leer antes y comprender después ese territorio?

—Yo creo que, en este caso, hay que leer primero a Cervantes y después lanzarse a sus caminos. El Quijote no es un libro, es un atlas de vida que contiene comportamientos, daños, entusiasmos, ficciones, encantamientos… Sabes, cuando lo lees, que eso es una ficción, y que probablemente las huellas de don Quijote no existen, aunque eso es lo de menos, pues Cervantes, con su novela, inauguró un mundo, una forma nueva de ver un territorio, un pálpito de identidad que repercute en quien lo lee a través de los siglos, terminando por comprender que hay una forma de ser español que está ya inoculada en los personajes del Quijote, y que todos están milagrosamente concebidos como héroes incalculables de lo doméstico, lo pequeño, lo inmediato. Como todos nosotros.

—¿Te has encontrado con algún personaje quijotesco por el camino?

"Seres dispersos que presentan esa condición tan manchega de gente honesta pero dura como el pedernal, acogedora, pero suspicaz"

—Sí los hay, sí los hay. Recuerdo a un señor, un agricultor con el que me crucé por uno de los senderos de tierra que tomé cuando me dirigía a las cuevas de Montesinos. Un tipo que, por cierto, y para más más quijotesca figura, cabalgaba una Mobylette G.A.C., se detuvo a preguntarme si necesitaba ayuda o si me había perdido, y durante los escasos minutos de charla me di cuenta de que tenía esa suspicacia hacia el forastero que algunos de los personajes de Cervantes manifiestan cuando la gente de fuera llegaba a las posadas y las villas. Por eso la grandeza de este libro no está solo en la enorme audacia de desarrollar a Quijote y a Sancho, sino también, y sobre todo, está en esa artillería de seres dispersos que presentan esa condición tan manchega de gente honesta pero dura como el pedernal, acogedora, pero suspicaz.

—¿Hay modernidad en estos caminos, o es un viaje al pasado?

—Pues fíjate, yo diría que La Mancha es un territorio muy moderno precisamente por todo el pasado que acumula; y no te voy a decir que sea un territorio hipster, porque no lo es, pero sí es verdad que La Mancha no es una nostalgia, ni algo atávico, sino que allí los pulsos del mundo y la actualidad están muy presentes. Lo que sí tiene es otro tiempo. Mira, si llamamos antigüedad al “tiempo lento” nos equivocamos; yo creo que lo que hay es un espacio hecho de sabiduría, pues la Mancha se hace, fundamentalmente, de campo, tiempo, luz, sol y lluvia. Elementos eternos, inamovibles y por tanto, de máxima actualidad.

—¿Qué personaje cervantino te gusta más?

—A mí me gusta mucho la maléfica figura del cura, porque su retrato perfecto es terrible, inquisitorial e implacable; adjetivos que don Miguel llegó a padecer demasiado bien… También me gusta mucho el ventero, porque refleja ese ser humano que es bondadoso con los dos desgraciados que llegan a su casa, pero a la vez se comporta de manera ruin y miserable, contradicciones indisociables de la condición humana.

—¿Y las mujeres del Quijote?

"Todas las mujeres del Quijote son poderosísimas"

—Son seres singulares. Si te fijas, todas ellas son poderosísimas, con una condición de resistencia y de dominio, de no dejarse jamás doblegar, de nunca permitir ser humilladas, que es de un anacronismo literario admirable; de una modernidad absolutamente rotunda.

—En Los caminos del Quijote, ¿hay más detenimiento en lo telúrico, o en los personajes que pueblan el territorio?

—Sin duda alguna, pongo foco en lo telúrico. Los personajes me importan menos. Tanto los reales surgidos en el proceso de escritura por encuentros accidentales como los de la novela han sido para mí accesorios en este proyecto, pues, entre otras cosas, las toneladas de interpretación que ya llevan encima son muy difíciles de superar con nuevas audacias narrativas. Además, a mí me interesaba contar lo telúrico, todo lo que contienen las atmósferas de paisajes que rodean la jurisdicción del Quijote y que son determinantes del ánimo, afectando inevitablemente también a la propia condición de visitante que visita por unos días esta tierra extraña y en algunos momentos hostil.

—¿Has consultado, en la preparación de esta guía, a los escritores modernos que pasaron y escribieron también sobre estas tierras quijotescas?

—Al único que he releído es a Azorín, pero solo para confirmar que, efectivamente, el libro de Azorín sobre La Mancha cervantina es imbatible. Y es que esa prosa es perfecta para el propósito de recorrer La Mancha con el Quijote como mantra o como psicofonía; su capacidad para fijar y retratar, como un entomólogo, lo pequeño; la frase precisa donde el adjetivo no equilibra, sino que determina…en fin. Imbatible, como te digo.

—Decía Pla, otro gigante, a propósito de viajar y escribir, que lo más difícil es saber mirar, y que como la mayoría no sabe describir, opina.

—Qué bueno, y qué cierto. Yo creo que en esta guía he descrito mucho; todo lo que he podido y lo mejor que he sabido.

—Pero qué difícil es describir La Mancha, ¿no?

"La Mancha yo la veo más como un espacio de sugestiones que de certezas"

—Bueno, es que La Mancha yo la veo más como un espacio de sugestiones que de certezas: un cielo infinito, unos campos de labranza muy extensos, la llanura, la magnífica, sorprendente Sierra de Alcaraz… Pero claro, de uno en uno esos elementos ciertos son lo que son y no hay nada más que añadir. Ahora bien, la capacidad de belleza que tienen combinados entre sí es única: la manera en que se combina la luz de la atardecida con la primera negrura de las noches de verano, o la combinación del cielo con la tierra en ese momento en el que los horizontes se confunden, de manera que no sabes si es el cielo el que se echa encima de la tierra o es la tierra la a que sube al cielo… Como todos los espacios sin acotar, La Mancha tiene siempre un punto magnético, y lo que no abarcas con la mirada se convierte en un referente de infinito que transforma la experiencia en un espectáculo abrumador. Todo eso es lo que he tratado de volcar en esta guía.

—En una lectura moderna, tal vez el Quijote nos devuelve esa conexión con el paisaje que, tras largos siglos de vivir en ciudad, hemos ido perdiendo

—Ciertamente, acudimos desde la ciudad al campo seducidos por la novedad de lo olvidado, pero yo tengo que matizar esa especie de idealización que me parece a mí que tiene más de tendencia o de moda que de otra cosa. Sinceramente pienso que no debemos fanatizar nuestro deseo de campo porque nosotros no somos de campo; no sabemos ser de campo. Sabemos, eso sí, llegar y marcharnos, mirarlo con asombro, admiración, lecturas, melancolía o idealización de casa rural o ruta quijotesca de una semana o diez días, pero la realidad es otra. La realidad es que los códigos del campo son muy duros.

—Y al final del Quijote, el mar. ¿Has llegado hasta el mar?

—No llegué hasta el mar porque lo que hicimos fue la primera parte del Quijote, que se acaba en Sigüenza. Al mar he llegado por otros lados y casi por azar; yo soy un quijotista esencial y un marinero accidental.

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Publicado en Publishers Weekly en español. Fotos, Nano Cañas.

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