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Aprende a escribir con… Cristina Rivera Garza

Fotos: Marta Calvo

Cuando alguien preguntaba a Juan Rulfo por qué no escribía más libros, él siempre respondía lo mismo: «Lo que pasa es que yo trabajo». Realmente, el escritor mexicano era un hombre que se levantaba por la mañana, lustraba sus zapatos y se iba a la oficina. Primero, a la de la compañía de neumáticos Goodrich-Euzkadi, y después, a la de la Comisión de Papaloapan. Para él, eso era trabajar. Y lo de escribir, bueno, lo de escribir era otra cosa.

Cristina Rivera Garza ha dado muchas vueltas a la respuesta que solía dar su coterráneo. Tantas que incluso escribió una no-ficción, Había tanta neblina o humo o no sé qué (Literatura Random House, 2016), en la que trataba de sonsacar todas sus implicaciones. Y la conclusión a la que llegó es que las palabras de quien considera su maestro generan una pregunta fundamental para la comprensión de la Historia de la Literatura: ¿se puede entender la obra de un autor sin analizar las condiciones de vida en las que la escribió? Evidentemente, la respuesta es no.

"Una forma distinta de enseñar el oficio generará necesariamente un nuevo tipo de literatura"

Pero Rivera Garza no sólo publicó aquel libro, sino que además se puso manos a la obra para impedir que ningún otro escritor volviera a decir jamás que su actividad literaria no era realmente un trabajo, de manera que cogió las maletas, se plantó en la Universidad de Houston y convenció a sus rectores para que apoyaran la creación del primer doctorado de escritura creativa en español de todo Estados Unidos, segundo país con la mayor comunidad hispanohablante del mundo que, sin embargo, carecía de un plan académico de esas características. Así pues, en 2017, y mientras Donald Trump eliminaba el castellano de la página web de la Casa Blanca, la mexicana inauguraba un doctorado que no sólo habría de concentrar toda la energía creativa de los migrantes centro y sudamericanos, sino que además habría de poner los pilares de un nuevo tipo de escritor: el del siglo XXI. Y es que, según cree Rivera Garza, una forma distinta de enseñar el oficio generará necesariamente un nuevo tipo de literatura.

En su opinión, el escritor del mañana ya no será un varón de clase alta que se pasa el día encerrado en su Torre de Cristal, ni tampoco un señor cargado de manías que necesita tener una rosa amarilla sobre su escritorio o que ordena a su esposa que sólo entre en su despacho para servirle el té de las cinco. Nada de eso quedará en el futuro. Porque los auténticos autores del mañana rechazarán todos los tópicos que envuelven a la profesión e incluso les parecerá inconcebible que todavía haya compañeros que sigan hablando de la inspiración, del genio particular o de cualquiera de esas chorradas derivadas de una visión romántica del oficio.

"En el doctorado de Cristina Rivera Garza enseñan a los alumnos que el concepto de aislamiento creativo es una reliquia del pasado"

En el doctorado de Cristina Rivera Garza enseñan a los alumnos que el concepto de aislamiento creativo es una reliquia del pasado y que los nuevos escritores habrán de tener, por fuerza, una visión comunitaria de su actividad. Los artistas plásticos ya aprendieron durante el Renacimiento que era mejor montar un taller con aprendices que pasarse el día encerrados en una habitación, y abandonaron la soledad como forma de trabajo. Sin embargo, la literatura se resiste a esta idea. De hecho, se podría decir que es la única disciplina artística que continúa aferrada a conceptos tan añejos como el de aislamiento, sufrimiento, locura o incluso alcoholismo, y que a lo largo de los siglos ha defendido esos términos con tanta vehemencia que hoy se necesita una espátula para desincrustarlos de la sociedad.

Además, las voces más jóvenes —o más avanzadas— de la literatura contemporánea empiezan a asumir una idea hasta ahora inédita en la profesión: el aislamiento conduce a la precariedad. Los escritores se han dado cuenta de que el concepto de soledad creativa es una trampa puesta por el mercado para explotarlos a placer. Porque vivir lejos del mundanal ruido puede ser muy inspirador, pero impide que los creadores hablen entre ellos y, en consecuencia, que comparen las condiciones laborales a las que el mercado les tiene sometidos.

Cristina Rivera Garza es una de las máximas representantes de esta nueva forma de pensar el oficio, y hace todo lo que está en su mano no sólo por erradicar los arquetipos románticos con los que los alumnos llegan a sus aulas, sino también por hacerles entender que la profesión a la que aspiran, la de escritor, tiene un poder político extraordinario. Quiere que los chicos y chicas que se inscriben en su doctorado dejen de concebir su trabajo como una forma de lanzar obras de arte al mundo para luego ver qué pasa, y que empiecen a verlo como uno de los artefactos más subversivos de cuantos existen en la actualidad, como una forma francamente eficaz de alterar el status quo, como una vía de comunicación directa con todas esas individualidades (los lectores) que conforman la sociedad. El día en que los autores se vean a sí mismos como armas de intervención política, concluye Rivera Garza, la profesión adquirirá el rango que sin duda merece.

"Lógicamente, es absurdo preguntar a esta autora por sus fetiches, sus manías y sus horarios de trabajo"

Lógicamente, es absurdo preguntar a esta autora por sus fetiches, sus manías y sus horarios de trabajo. Considera que todo eso son tonterías que nada tienen que ver con el oficio y, para dejar clara su posición, pone el ejemplo de un albañil que le dijera a su jefe de obra que hoy no sube al andamio porque le falta inspiración. Hace años, cuando era joven y, por tanto, cuando no tenía la cabeza puesta en el futuro, Rivera Garza creía que sólo podía escribir con una determinada intensidad de luz y, cuando buscaba una nueva casa a la que mudarse, andaba siempre obsesionada con la ubicación de las ventanas. Pero todo eso quedó atrás. Ahora escribe en cualquier sitio, donde la vida se lo permite, sin sentirse oprimida por unas circunstancias externas que, en realidad, nunca jamás tuvieron nada que ver con la profesión. Porque mirar el oficio de escritor desde una óptima romántica es hermoso, francamente hermoso, pero también es un truco pensado para impedir que escribamos. Piénsenlo.

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La última novela de Cristina Rivera Garza es El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021).

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