Creo que el primer libro que leí de Rafael Chirbes fue La buena letra. Se trata de una novela breve que abarca, sin embargo, un largo espectro temporal. Va de la Guerra Civil hasta bien entrada la década de los sesenta, encerrado todo ese periodo en una historia familiar narrada desde el punto de vista de una madre que ve cómo su entorno va ampliándose y cómo la vida sigue un curso que dista de ser lógico y mucho menos justo. Como ella misma descubre, intentar escribir con buena letra no salva a nadie, porque con buena letra se han escrito todo tipo de castigos e infamias a lo largo de la Historia. La novela no avanza a partir de meditaciones sino de acontecimientos, a veces de una manera tan comprimida que uno puede pasar de largo por sucesos o rasgos de los personajes importantísimos. Yo, de hecho, debí de perderme muchos porque nunca tuve en gran estima La buena letra, aunque tampoco me pareciese baladí. Mientras la leía, me dio la impresión de que era más un lamento que una meditación. Luego, al pensar en ella y reparar en su falta de escenografía, llegué a la conclusión de que se trataba de una de esas novelas históricas que uno escribe sin haber vivido de primera mano la materia narrativa, una novela en la que uno recrea una época que no conoce bien y que, por tanto, relega más a una cuestión ideológica que a una cuestión histórica, real, materialista. Pero lo peor es que me dio por pensar que la novela de Chirbes era solo una de esas novelas sobre la guerra y la posguerra que uno escribe porque sabe que de entrada generará interés ya solo por el tema: basta con adherirse a un bando, a ser posible el de los perdedores. Eso me empujó a olvidarla muy pronto y a no sentir en adelante demasiada curiosidad por otros libros del autor, aunque algunos se alzasen con los premios más prestigiosos de la literatura española e incluso acabasen convertidos en series de televisión.
La cineasta Celia Rico, no obstante, puso fin a mi ofuscación y a mi ceguera con su brillante adaptación de La buena letra (2025). No solo me conquistó por su precisión visual y al mismo tiempo por su falta de énfasis y su austeridad, sino que además me ayudó a entender la complejidad argumental de la novela y sobre todo la complejidad de los personajes. Esto lo logró con una película que seguramente a algunas personas les resulte demasiado literaria y poco cinematográfica, y que a mí me resultó la traducción perfecta del estilo de Chirbes a imágenes, como si la literatura y el cine se hubieran fundido de una manera perfecta, alimentándose mutuamente. Fui consciente, claro, de que lo que para mí había sido epifánico y clarificador, quizás para otros espectadores no tendría el mínimo sentido y hasta es posible que no les interesase la película, sobre todo a quienes no hubiesen leído la novela de Rafael Chirbes. Porque con esta película sucede lo mismo que sucede con una adaptación del Quijote o Hamlet, por poner un par de casos: sucede que no es fácil de entender y más aún de apreciar si uno no ha leído antes esas obras. Todo esto lo vemos con más claridad cuando nos referimos a un libro japonés o senegalés, ante el que los mecanismos que aplicamos a la lectura de libros de nuestra propia cultura ya no bastan y hace falta algo más. A veces para ver necesitamos haber leído y a veces para leer necesitamos haber visto. Necesitamos «algo más».
Cecilia Rico fue mi «algo más» para entender a Chirbes, por mucho que él fuese un escritor español, como yo mismo. Gracias a ella pude entender una novela que, pese a su brevedad, merece atención, y a un autor que hasta entonces solo había tenido por un opinionador, alguien más interesado en la ideología que en la literatura. La coincidencia quiso que todo esto sucediese poco después de la publicación del último volumen de sus diarios, que le concedieron una segunda vida literaria, y casi al mismo tiempo que Paula Bonet aceptaba el proyecto de ilustrar con cuarenta pinturas una reedición de El año que nevó en Valencia. Pero no quisiera seguir sin aclarar antes que, si Celia Rico hizo un trabajo de objetivización del mundo de Rafael Chirbes, Paula Bonet va por el camino opuesto y lleva un texto autobiográfico al terreno de la abstracción. Tampoco me gustaría continuar sin aclarar que, mientras Celia Rico es sevillana y trabajó a partir del material literario de Chirbes sin que entre ellos hubiese una simbiosis demasiado estrecha, Paula Bonet, que es valenciana como Chirbes, sintió que el texto que ilustró con sus pinturas se refería a la vida de su autor y al mismo tiempo a la vida de ella. Se trata de una pieza narrativa breve que expresa asombro hacia el uso del valenciano en los pueblos y del castellano en las ciudades de lo que hoy es la Comunidad Valenciana, un asombro que comparte Paula Bonet. Y se trata asimismo de un texto en el que un niño se siente extraño ante el mundo de los adultos, algo que también le sucede a Paula Bonet, a quien además le resultó muy bien traída la metáfora sobre una extraña nevada que hubo en Valencia, que casi coincidió con la marcha de Chirbes a Galicia, poco después de que su madre fuese a comenzar una segunda vida matrimonial, tras la muerte de su primer marido, el que fuera padre del escritor valenciano. También Paula Bonet conoció esa especie de pérdida identitaria, primero al irse a vivir a Nueva York poco después de licenciarse y posteriormente a Cataluña. Para ambos, Valencia es algo así como un pasado sepultado por una gran nevada, pero al mismo tiempo por el desarraigo, por la búsqueda de su identidad en otras latitudes y por la comprensión de su historia familiar bajo otra luz. Esa otra luz es lo que aporta Paula Bonet en este maravilloso proyecto, con el que la Editorial Anagrama comienza una serie de libros ilustrados que en breve tendrá su continuación con una obra de Philippe Sands y otra de Mariana Enriquez.
El año que nevó en Valencia, en términos literarios, es la narración de un año en el que la historia de una familia tomó un rumbo seguramente dramático pero al mismo tiempo necesario, para que el narrador que nos cuenta los hechos pudiese llegar a ellos y años más tarde nos los pudiese entregar. El año que nevó en Valencia, en términos pictóricos, es una particular versión de un álbum fotográfico, en el que no todos los acontecimientos son figurativos, en el que la mayor parte de lo que se muestra es abstracto, aunque siempre sepamos que se refiere al poder del color blanco para borrar el mundo y también para dotarlo de una base cromática para volver a emerger de esa nada. Los dos proyectos son, cada uno por su lado y los dos a la vez, una forma de experimentar las palabras y una forma de experimentar las imágenes, una forma de ver cómo ambos lenguajes tienen la capacidad de representar el tiempo y que solo cuando lo hacen codo con codo resultan efectivos porque uno descubre los aspectos a los que el otro no llega.
Una de las obsesiones recurrentes en el Renacimiento era la construcción de «heterocosmos», mundos en paralelo al nuestro, donde los artistas (disfrazados de mad doctors) pudiesen experimentar con posibilidades no aceptables ni aceptadas en el coto vedado de lo real. No se trataba de crear espacios foráneos a la mirada sino de añadírselos a los paisajes de siempre, pero marcando las distancias entre unos y otros. La apariencia de ambos espacios, el real y el ficticio, no tenía por qué ser muy diferente; de hecho, el punto estaba en que fuesen bastante parecidos y que aun así no se tocasen, ni se mezclasen. Quizás el verdadero punto era que no se invalidasen, tan solo que fueran capaces de existir al mismo tiempo, como mundo y como espejo del mundo, como realidad y como su imagen. De ese modo, cuando se introdujese un elemento disyuntivo en uno de ellos, se podría observar mejor su pertinencia y su significado a partir de su ausencia en el otro o de las diferentes perspectivas desde las que se lo observaba en ambos. Rafael Chirbes y Paula Bonet son las dos caras de una misma moneda, son mundos en paralelo con otros mundos. Si se los compara, no se encuentran diferencias; pero, por separado, cada uno nos cuenta la misma historia de una manera diferente, enriqueciéndose mutuamente.
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Autor: Rafael Chirbes y Paula Bonet. Título: El año que nevó en Valencia. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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