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Arturo Barea, activista político

Arturo Barea, activista político

Es bien conocida la faceta de Arturo Barea como novelista. Su trilogía La forja de un rebelde goza de gran popularidad y es citada con frecuencia. Sabíamos de su vida, por el carácter autobiográfico de su obra. Y sabíamos, incluso de su defensa incondicional de la República,  a la que sirvió como censor de los corresponsales extranjeros en el edificio de Telefónica durante la guerra, a lo que se refiere con detalle en La llama. Sin embargo, sabíamos muy poco de su pensamiento político.

La editorial Espasa ha cubierto ese vacío al publicar sus dos únicos textos “explícitamente políticos»: Lucha por el alma española y España en el mundo de la posguerra, aparecidos ahora en un volumen bajo el título de Contra el fascismo. No sólo eso, si no que, además, con la edición de esos textos se completa la publicación de toda la obra de Barea en español. Ha sido posible gracias al “tesón” —en palabras de Antonio Muñoz Molina— de William Chislett, histórico corresponsal en España del Times de Londres durante la Transición, autor de obras como Microhistoria de España contada por un británico (Espasa, 2020) y comisario de la exposición dedicada a Barea por el Instituto Cervantes en 2018.

"Barea escribió Lucha por el alma española en 1940, bajo los bombardeos nazis de Londres y solo un año después de finalizada la Guerra Civil Española"

Arturo Barea ya había dejado constancia de sus ideas políticas en su faceta de locutor de radio. Primero en España, durante la guerra, bajo el seudónimo de ‘La voz incógnita de Madrid’. Y más tarde en la BBC, como ‘Juan de Castilla’, donde emitió, desde el año 1940,  856 charlas semanales para el servicio de América Latina, en las que principalmente hablaba de asuntos relativos a Gran Bretaña. No pudo hacerlo para la emisión española, porque la cadena lo consideraba “demasiado comprometido”. Desgraciadamente, sólo un guion de esos programas sobrevivió a la destrucción, por motivos de espacio, lo mismo que ocurrió con las alocuciones de George Orwell.

Barea escribió Lucha por el alma española en 1940, bajo los bombardeos nazis de Londres y solo un año después de finalizada la Guerra Civil Española. Lo primero que sorprende de su lectura es la ecuanimidad, teniendo en cuenta las circunstancias y su inequívoca militancia republicana. Con su estilo prístino y con la brillantez literaria que le caracteriza, relata cómo se pasa horas pegado a su aparato de radio “escuchando incorpóreas voces de mi país”. Su narración resulta un valioso y, con frecuencia, estremecedor testimonio del primer año de dictadura en España.

"Barea recurre a sus propias vivencias para analizar diversos aspectos de la vida y las instituciones españolas"

Como si de un periodista se tratara, y no un contendiente recién derrotado, justifica sus fuentes y evita dejarse llevar por el dolor de las heridas aún abiertas. “La prensa y la radio española nos descubren este año de hambre”, escribe. “Me he limitado a mencionar hechos que he tomado de fuentes españolas oficiales o de testigos independientes, aunque tampoco hay otro modo de saber lo qué está acaeciendo en España tras la (no demasiado eficaz) pantalla de humo de la censura y la intimidación, la fantasía y la torpe propaganda”.

Más sorprende, si cabe, los términos en los que se refiere a Franco, a quien considera “un excelente estratega”. Según advierte, nos ofrece “mi propia imagen” del dictador, pues ha tenido ocasión de verle en acción. “Le he visto muchas veces al frente de la Legión en África. Pertenece a la categoría del hombre que nunca ha sentido el miedo y para quien la valentía es una condición natural y el miedo, una cualidad desconocida y ajena”.

“Personalmente —cuenta en otro pasaje— tengo la impresión de que ha sido un hombre honrado toda su vida; honrado en el sentido de su corrección e incorruptibilidad en el plano financiero y económico (…) Su valentía  y la integridad le valieron a Franco la simpatía de quienes servían bajo su mando y lo diferenciaron de sus superiores. (…) Su genialidad militar y su valentía hacía que los sublevados estuvieran encantados de tenerlo de su parte.”

"Barea se muestra muy crítico también con las democracias liberales europeas, que, con la excusa de la no intervención dejaron caer a la República española"

Barea recurre a sus propias vivencias para analizar diversos aspectos de la vida y las instituciones españolas. Así, del Ejército dice: “Sólo con mis propias experiencias personales podría llenar un libro entero de pequeñas y grandes anécdotas sobre la podredumbre interior del Ejército español en Marruecos”. Para explicar la progresiva penetración de los grandes empresarios alemanes en la economía se sirve de su paso por la oficina de patentes. Para profundizar en el atraso de la España agraria recurre a su trabajo como gestor en una latifundio de la Castilla profunda. O para ofrecer una visión de la educación antes de la República recurre a sus propios años de colegio.

No elude críticas a los errores cometidos en el banco republicano. “Lo que comenzó siendo un sólido movimiento contra el fascismo —explica— se vio pronto corroído por las luchas partidistas fratricidas entre grupos y entre individuos por los que al pobre Juan Español le tocó pagar el pato con su propia vida”. O al papel desempeñado por los comunistas. “Una España libre y democrática tendría que aprender cómo el Partido Comunista perdió su influencia entre las masas de la España republicana en cuanto se le identificó con el aparato burocrático de la vieja escuela”.

Tampoco los intelectuales escapan a sus críticas. “Los intelectuales de izquierda españoles, que tan exageradas y, en muchos casos, inmerecida publicidad recibieron en este país [Gran Bretaña] apenas han conseguido integrarse en este núcleo del movimiento democrático (…) Muchos de ellos eran unos rebeldes ensimismados y egocéntricos que sentían no poco desprecio por los anodinos sindicalistas, pero a quienes no les resultó difícil abrazar la causa del comunismo según ellos lo entendían, porque este les proporcionaba un marco de referencia intelectual… y una tribuna. El fantástico auge de la educación entre las masas republicanas fue, en mi opinión mejor entendido y canalizado por los anarquistas en Cataluña y por los funcionarios de las organizaciones de las juventudes socialistas y de los sindicatos que por la Alianza de Intelectuales Antifascistas y sus espectaculares actividades pseudomarxistas”.

Barea se muestra muy crítico también con las democracias liberales europeas, que, con la excusa de la “no intervención” dejaron caer a la República española. Las acusa de dejar el campo libre a los nazis alemanes y a los fascistas italianos para desequilibrar las fuerzas de los contendientes.

"La mayor diferencia entre aquel plan nada descabellado de los años 40 y la Constitución española de 1978 es que entonces se excluía por completo la idea de una monarquía parlamentaria"

Eso no le impide deshacerse en alabanzas a Churchill, a quien admiraba. “Inglaterra —escribe— está dirigida hoy por un hombre como Winston Churchill que, como conservador que es, puede defender en política interior muchos postulados que van contra mis ideas, pero que, cuando menos, es un hombre. Por decirlo con toda franqueza: es un hombre con agallas. Puede que los españoles antepongamos la hombría descarnada a todo lo demás”.

El segundo texto incluido en el volumen, España en el mundo de posguerra, tiene un carácter claramente más panfletario. Fue publicado por la Sociedad Fabiana, una fundación vinculada al Partido Laborista. Lo escribió en 1945 junto con su mujer, Ilsa, cuando la Guerra Mundial ya había concluido en Europa con la victoria de los Aliados. La intención era animar al nuevo gobierno Laborista a emprender acciones contra el régimen de Franco. Una misión casi imposible después de los acuerdos de las grandes potencias de 1944 en Yalta, que según escribe Chislett en el prólogo, posibilitaron que Franco siguiera en el poder.

Aunque Barea reconoce que “tal vez, al exponer este ideal de futuro, me esté dejando arrastrar por un utopismo ingenuo”, ofrece todo un plan detallado para una transición pacífica, una vez derrotado el Eje, de la España de Franco a una República democrática. Muchos de los puntos recogidos en la propuesta democratizadora no serían posibles hasta 30 años más tarde, tras la muerte del dictador. La mayor diferencia entre aquel plan nada descabellado de los años 40 y la Constitución española de 1978 es que entonces se excluía por completo la idea de una monarquía parlamentaria.

Arturo Barea, como John Reed o Chaves Nogales, fue un activista. Como ellos, nunca ocultó sus ideas y luchó por ellas sin dejar de ser nunca un gran escritor. Incluso en estos textos, decididamente políticos, es capaz de mantener la ponderación y la lucidez así como su innegable brillantez literaria.

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Autor: Arturo Barea. Traductor: Albino Santos Mosquera. Título: Contra el fascismo. Editorial: Espasa. VentaTodos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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