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Así se hizo «Ciudad sumergida»

Así se hizo «Ciudad sumergida»

Ciudad sumergida surgió de una forma casual, en diciembre de 2013, dos años después de morir de cáncer mi padre, con el que tenía una relación difícil y de quien no sabía nada anterior a mi existencia. Mi madre encontró el informe de la defensa de un juicio al que se le sometió por «pertenencia a banda armada» (es decir, por haber atendido las heridas de un miembro de una banda armada muy activa en Turín, Prima Linea), y en el que fue absuelto de forma definitiva en 1988, un año después de mi nacimiento. Leer ese texto burocrático, en el que mi padre se me aparecía como un desconocido, donde se movía por una ciudad oscura, leer sobre su importancia como militante de izquierdas, despertó algo en mí: un interés, una atención que antes no tenía, o que había rechazado. En los años siguientes hablé con muchas personas que lo conocieron y que a menudo habían compartido militancia con él, encontrando siempre una respuesta conmovedora, como si la luz que aquel chico tenía en esa época brillara todavía en el corazón de esas personas, que a lo mejor hacía cuarenta años que no lo habían vuelto a ver. Consulté expedientes de juicios, archivos de periódicos, y lentamente, con muchas lagunas, reconstruí la historia que lo había llevado desde un pueblo de montaña de la Apulia hasta Roma, donde participó en las protestas del 68, y luego hasta Turín, donde luchó en los años setenta en pequeños grupos en favor de los inmigrantes, de los pobres, del derecho a la vivienda, licenciándose en medicina y luego abandonando una carrera que parecía brillante para trabajar como obrero. Había tantos misterios en su movimiento de un espacio a otro que, de pronto, sentí el deseo de seguir a ese joven fantasma idealista y autodestructivo, de intentar comprender qué lo llevó a tomar ciertas decisiones en lugar de otras. Mientras tanto, yo misma iba cambiando, y cuando llegó el momento de plasmar sobre el papel esa historia tan inmensa, tan compleja, que hablaba del idealismo, de la inocencia, de la violencia de los “años de plomo” en Italia, me di cuenta de que debía romper todos los esquemas. Por tanto, empecé a escribir las piezas de su historia y de la mía, la experiencia por la que había pasado, los temas que dominaban en el libro —tiempo, memoria, olvido, política— en hojas sueltas que numeraba y luego recombinaba cuando la historia lo requería. Quería escribir un libro “despedazado”, como la historia que me habían contado, y darle una línea subterránea, donde yo mismo pasaba de tener unas férreas convicciones, en esa juventud llena de rabia por el duelo, a una nueva conciencia como escritora, de la ceguera a la visión, por decirlo de algún modo. Quería un lenguaje elevado, literario, fruto de mis lecturas, pero también algo que fuera completamente distinto de los reportajes habituales sobre los “años de plomo”, algo que dejara claro que se trataba de un libro experimental, una tentativa de escritura que tuviera una nueva nota  dentro de una narrativa ya consolidada y casi siempre de tono periodístico. Quería que los temas fluyeran dentro de esta extraña comunicación entre un chico de cincuenta años atrás y su hija, una comunicación fallida cuya responsabilidad asumía yo. Por eso son dos las ciudades sumergidas (y son metafóricas, son personas, no la ciudad de Turín): por esta tentativa de encuentro a través del tiempo, a través de los flecos y los agujeros del tiempo, un acto de amor duro y severo como mi personaje, una mano tendida hacia la otra a medio siglo de distancia, quizá, al fin, para rozarse en la oscuridad.

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Autora: Marta Barone. Título: Ciudad sumergida. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon

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