Una dramaturga barcelonesa emprende un viaje, junto a su madre, su hermana y su sobrina, hacia la aldea gallega en la que descansan las raíces familiares. Será, por tanto, un viaje para rendir cuentas con el pasado y para afianzar los lazos entre tres generaciones de mujeres.
En este making of Mónica Sánchez reflexiona sobre el origen de Las lindes (Piezas azules).
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¿Y la novela para cuándo? ¿Vas a dar el salto? Hasta llegar a Las lindes (Piezas Azules, 2025), yo solo había escritos relatos. A menudo se considera el cuento como género de inicio de un escritor, y no debería ser así, porque éste necesita una técnica muy apurada. Exige la misma dedicación y entusiasmo que una novela. Un buen relato va más allá de la palabra fin y persigue al lector después de terminarlo. Esto mismo me sucedió con un cuento de mi libro Aquí para siempre (Piedra Papel Libros, 2021). Un wéstern gallego sería el preludio de Las lindes, ya que la novela nace de un cuento que contenía una historia que parece ser que necesitaba más espacio.
Las lindes es una novela que narra la historia de cuatro mujeres (Marina, su madre, su hermana y su sobrina) que emprenden un viaje de Barcelona a una aldea gallega. Después de un proceso largo, Blanca, la madre, ha recibido los mapas de la repartición de las fincas que le pertenecen y va a reencontrarse con su pasado. Es la historia de tres generaciones de mujeres que inician su propio viaje para rendir cuentas entre ellas y consigo mismas. Yo quería depurar la técnica que había utilizado hasta aquel momento, que tuviese aquello que el relato me había dado. Ir sembrando la escritura de todos aquellos elementos que construyen con detalle la trama, para luego recogerlos en la cosecha final.
La primera parte de la novela es un viaje en un Seat Ibiza por carretera. Casi a ciegas, me subí a aquel coche con cuatro mujeres para cruzar la península. Personajes que, aunque ya habían existido en un cuento, no conocía demasiado bien; pero que, al llegar a la segunda parte, a la aldea, ya sabría exactamente qué iban a hacer o decir cada una de ellas en todo momento. Se movían solas. Escribir implica un proceso de descubrimiento.
También era esencial encontrar una voz firme. Una narradora que pudiese jugar con las metáforas en la naturaleza, enlazar sentimientos de identidad, los vínculos familiares y el amor en un escenario de campos de maíz alto y bosques frondosos que guardan secretos bajo la tierra húmeda. Por eso, para que toda aquella mezcolanza tuviera sentido y sonase natural, hice a Marina dramaturga, y tal como ella comenta: “A veces pensaba que había querido ser dramaturga porque nunca me interesó conocer la verdad de ninguna historia. Era mucho mejor construirla. Sobre todo, los relatos de mis antepasados. Personas sin rostro de las que me habían llegado sucesos escurridizos y muchas veces contradictorios”. Marina entendía y reflexionaba sobre los puntos de vista. De esta manera, podría contemplar la vulnerabilidad y las fortalezas de los personajes que la rodeaban, incluso de los “malvados”, a los que quizá el contexto de aislamiento en una tierra dura y fría les había convertido en seres ambiciosos y sombríos. Quería alejarme de los estereotipos y que todos ellos tuvieran una cierta profundidad y dimensión humana.
La novela tiene una estructura clásica: inicio, nudo y desenlace. Si es que se resuelven los conflictos… El escritor barcelonés Pedro Zarraluki dijo una vez: “Todo queda siempre en el aire. Es la única manera de seguir hacia delante”. En Las lindes quizá todo cambia para que todo siga igual. Al principio de la historia, la narradora ya asegura: “Como si fuese cierto que en los viajes hay un antes y un después”.
En este marco de aparente quietud, en el que poco a poco el tono va in crescendo, aparecen dos temas cruciales: los orígenes y los sueños. El primero hace referencia al sentimiento de pertenencia a un territorio. Marina y su hermana no entienden por qué su madre le da tanta importancia a unas tierras que hace años que no visita. Pero, a medida que avanza la novela, la distancia generacional se rompe y hay una exploración conjunta de las heridas. Se traspasan las lindes de las tierras y las que llevamos dentro.
Mientras escribía vi muchos wésterns, clásicos y modernos; quería que aquel retrato de lo rural tuviera algunos aires insólitos y melancólicos del viejo oeste. La propiedad de las tierras, los códigos de honor, el conflicto de dominación hombre/naturaleza, las forasteras… Lo rural aparece retratado desde el punto de vista de mujeres que viven en la ciudad, que llevan vidas ajetreadas. Incluso la madre no se reconoce en aquel lugar. Sólo el personaje de Ramón ofrece ese contrapunto más romántico en aquel paisaje sin alumbrado público, donde hace decenas de años que los niños no van a la escuela y hay más casas en ruinas que en pie.
Cuando llegan a la aldea no tardan en aparecer los conflictos con algunos de los habitantes de la zona, pero es ahí donde conocen a Ramón, un hombre que sueña con rodar un wéstern en una de las fincas que le ha tocado a Blanca, donde todo es verde y nada tiene que ver con el desierto de Arizona. El tema de los sueños, en el sentido de seguir hacia delante y rendir cuentas con el pasado, recae sobre este personaje inspirado en una historia real, personificando así el optimismo y la tenacidad. Un contrapunto necesario para que las protagonistas se desarrollen.
Para que ocurriesen aquellos momentos inesperados, había que crear una atmósfera perfecta, que se alzase en la narración como un personaje más, un territorio místico y sombrío, donde algo cruje, atraviesa las lindes e inicia una revolución interior.
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Autor: Mónica Sánchez. Título: Las lindes. Editorial: Piezas azules. Venta: Todos tus libros.
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