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Aurora Saura: Antes, vivir

Aurora Saura: Antes, vivir

Se hace el océano gargantilla dúctil en su cuello. Se mueve como esas olas que van hacia la orilla y nunca, nunca, nunca rompen. Su voz es parecida, pero hay espuma. Una mirada adusta que duele con la misma dulzura con la que la luz sobre la arena. Severamente digna. Elegante. Viento que mece el tiempo y, en forma de brisa, mueve las hojas de una biografía convertida en palabra.

En ella todo es verso: el inicio del verano, la madrugada súbita, una flor de jazmín que entrega su aroma, dos hermosos muchachos con la pasión derramada por sus cuerpos, la belleza intrigante de la noche en que Leonardo pudo pintar lo que apenas existe, una fruta madura que se empeña en seguir pegada al árbol…

Antes que escribir, vivir para contarlo. Vivir para que el poema no sea un objeto estético, un engendro artístico, sino que palpite de algún modo, solo perceptible cuando se abre el libro y se lee el poema. Esa es la vocación verdadera de la obra de esta escritora. Porque la poesía de Aurora Saura (Cartagena, 1949) no es sino una extensión más de sí misma: la palabra encarna un recuerdo, un pensamiento, una experiencia, un deseo que oprime el pecho hasta que le nace en versos. Como en LA MANO DE DANIEL:

Lo más notable

es esta perfección de los dedos

que alcanzan un borde, que rodean

tu dedo, buscando

encerrarlo, anillo delicado.

 

Qué admirable perfección esta

de los dedos del niño

que aún no sabe

del poder que tienen al cerrarse

en tu mano, anillo

más claro y deseable

que cualquier otro de los que

tanto brillan y vanamente

esperan un poco de atención,

la caricia que sólo

estos dedos merecen.

“Me parece que los que escribimos poesía, los que tenemos una imagen poética del mundo, estamos como más atentos (o deberíamos). La idea que yo tengo es que el que quiera escribir poesía tiene que estar más atento a la realidad y dejar que la realidad te toque mucho y se te introduzca hasta hacerla tuya y poderla dotar de esa mirada atenta. Por eso empleo mucho el verbo mirar, la palabra mirada, la idea de ver… porque, en cierto modo, es como una «visión» en el doble sentido: al mismo tiempo lo que ves y lo que tú imaginas a partir de lo que ves, de cómo asimilas eso como si fuera algo traspasado por ti”.

"Aurora Saura mira el mundo en toda su complejidad, bucea en lo más profundo de lo cotidiano para encontrar lo que solo ven los verdaderos ojos del poeta"

Lo dice la poeta, voz serena, en una entrevista hace ya demasiado tiempo. El joven entrevistador, nervioso ante la presencia de esta “dignísima escritora de versos”, como algunos la describen, es consciente de la relevancia de ese instante: aquella casa, los recortes de periódicos, unos pocos libros de poemas, un balcón preñado de macetas que crecen ante el generoso sol de Murcia…

Aurora Saura mira el mundo en toda su complejidad, bucea en lo más profundo de lo cotidiano para encontrar lo que solo ven los verdaderos ojos del poeta. Ama la palabra, con ella construye la Belleza, pero esta solo es posible cuando parte del mundo y cuando vuelve, inevitablemente, a él. Así lo escribió en un poema dedicado a Jaime Gil de Biedma, uno de sus maestros, padres y hermanos en la palabra: “Que la vida podía ponerse por escrito, / mirándola de modo / que ella se diera cuenta / y se dejara descubrir de esa manera”. Y a eso ha entregado toda su escritura.

Construir con la palabra

Como ocurrió en el caso de Dionisia García, como se contará en la biografía de Julia Uceda y de otras tantas autoras, la «carrera literaria» de Aurora Saura comienza tarde. Es ya con 36 años cuando publica su primer libro de poemas, Las horas, en 1986. Un libro que la crítica de la época, firmada en este caso por el catedrático Díez de Revenga, calificó de “poética del tiempo, poética de las horas” en el que la normalidad del día a día se torna en extraordinaria.

Después vinieron De qué árbol, Si tocamos la tierra y la exquisita plaquette Mediterráneo en versos orientales. Una producción recogida parcialmente en la antología Avivar el fuego, publicada por Renacimiento, y que demuestra cómo la escritora decanta la propia vida y la deja macerar hasta que por sí mismas las vivencias se convierte en imagen y pasan al taller que son sus manos, las hojas, el bolígrafo.

Y comienza el trabajo artesano.

"Ahora el bronce es ya parte del cuadro, la mancha de color se endurece y rompe con las formas planas de la tela"

El poema toma la forma de una sombra. Va definiéndose poco a poco, como el amanecer limita los contornos del espacio, dibuja las montañas, construye cada vez el mundo. Así ella juega con la música, con los viajes, con la ciencia y el arte, con la idea de eternidad y el dolor del adiós, con la fuerza del mar…

Y crea sinergias: un bronce griego le permite dialogar con la obra de un pintor contemporáneo. Asienta ambas ideas, superpone las imágenes: ahora el bronce es ya parte del cuadro, la mancha de color se endurece y rompe con las formas planas de la tela. Y es poema. Y se llama «Niño a caballo». Y está dedicado al pintor Antonio Martínez Mengual, y a esa pieza de bronce que lo inspiraron:

Niño feliz,

criatura diminuta

que cabalgas desde hace siglos

sobre este caballo

a punto de saltar, tal vez

encabritado.

Puede que tengas miedo

—él es demasiado grande—

pero veo en tu rostro

temeridad, coraje,

la determinación de seguir

allá arriba, donde quiera que vaya.

 

Quién, como tú,

atrevido y magnífico,

pudiera con su gesto galopar

para siempre,

arriesgarse a vivir

en el filo inmortal.

Tus ojos, mar de tiempo

El Mediterráneo, con todo lo que implica, atraviesa el cuerpo de esta poeta que nació en Cartagena, en sus orillas únicas. Ese color distinto que reúne todos los tiempos, el original milagro del Mar Menor, ahora en continua agonía, pasear con los pies desnudos por la arena, mientras las gaviotas vuelan en círculos cerca de la playa…

La costa está presente en Aurora como lo está en su poesía. Es una mujer mediterránea, abierta y curiosa, con orillas en mil mundos y culturas, con tantas preguntas como tan pocas respuestas…

Cuadro de Antonio Martínez Mengual

Y sabe que en el gesto está la Verdad, que en lo mínimo se esconde lo Eterno. Mediterráneo en versos orientales es su última publicación de obra nueva. Concebida como un susurro, es una colección de haikus que apareció en 2015 a modo de plaquette.

En ellos es, quizá, donde Aurora se hace más presente. Con una tendencia hacia los poemas cortos desde los primeros libros, Mediterráneo en versos orientales es la sublimación del símbolo: mar, campo, noche, estaciones, aromas, colores… todo ese terruño en veintitrés haikus deliciosos, delicados, sinceros:

Una gaviota:

majestad contra el cielo

de la mañana.

 

Noche sin luna.

Luciérnagas las barcas

que la simulan.

 

Una palmera

sube por esta luz,

nos la revela.

Pero no es la única que vez que Aurora ha dedicado su lento hacer poético al Mediterráneo. Es algo común a muchos poetas de esa tierra, un don con el que obsequian los padres, los abuelos, y que ella entrega en Si tocamos la tierra como su herencia preciosa:

Te regalo

estas palmeras enmarañadas,

las apenas
sobrevivientes flores,

las aguas en apariencia

intocadas.

Te regalo también

la belleza de estas

conchas que en otros lugares nuestros

no se ven ya nunca.

Acarícialo todo, es decir
nómbralo.

Y después, te lo ruego,
vuelve a entrar en el mar.

Aquella vez en que tu sonrisa rompió con la noche

Pesimista como Camus, “no de manera absoluta”, hay siempre una leve tristeza cuando habla de su obra, de su producción mínima, a la que no ha dedicado el tiempo necesario por no sentirse “poeta profesional” y preferir otras ocupaciones —el trabajo, la familia… vivir, al fin—.

"El sabor a limón del verano. Y una sonrisa que rompió con la noche. Como un nuevo crepúsculo que todos sus lectores recorren"

Pero aquella noche no. La madrugada y un montón de amigos reunidos por la convocatoria de ese fénix que es Soren Peñalver: la poeta iba a ser homenajeada dentro del ciclo Trasnochando, que cada verano se ha venido celebrando en el Museo de la Ciudad de Murcia.

Y allí estaba ella: con su mar a cuestas, con su mirada húmeda, con tanta gente leyendo sus versos, leyéndole versos. El sabor a limón del verano. Y una sonrisa que rompió con la noche. Como un nuevo crepúsculo que todos sus lectores recorren.

Y leyó. Algún poema. Tal vez este, llamado Eternidad:

Todavía no te dejes caer,

espera un poco:

que mi piel toque aún

tu superficie viva;

que un momento mis ojos

retengan esa gracia que no puedo decir.

Permanece unas horas, no te pierdas

alegra hoy ese vaso,

anémona,

flor del viento.

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