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Bellas durmientes, de Stephen King y Owen King: una distopía feminista aceptable, pero no redonda

Bellas durmientes, de Stephen King y Owen King: una distopía feminista aceptable, pero no redonda

La edición española de Sleeping Beauties (Bellas durmientes, Plaza y Janés, 2018), el último libro de Stephen King, escrito junto a su hijo Owen King, oculta con una faja el nombre del segundo. “¿Qué pasaría si las mujeres abandonaran este mundo? La nueva novela del maestro Stephen King”, reza su frase gancho. En la portada, el nombre de Owen aparece al mover el papelito decorativo —vale, también está en el lomo—. ¿Es cosa deliberada? ¿Teme la editorial vender menos al tratarse de una obra mestiza? Basándonos en criterios literarios, no tiene por qué.

Hace unos días, en un encuentro con la prensa, Stephen King explicó que, al escribir Bellas durmientes con su hijo Owen, sintió como si la hubiera hecho “una tercera persona. Dos sensibilidades han producido una tercera voz”. Al lector tradicional del autor de títulos tan imprescindibles como El umbral de la noche, Cujo o It (Eso) le costará muchísimo encontrarla. La fórmula narrativa es similar a no pocas novelas suyas anteriores: pueblo pequeño al que llega un tipo X que desata la destrucción local y que puede provocar el apocalipsis. Para bien o para mal, la voz de Owen apenas se distingue, si bien hay que reconocer que la idea de la trama es suya, y esta es buenísima.

"Bellas durmientes es una distopía feminista aceptable, pero no redonda. Stephen y Owen King aciertan cuando, a través de sus personajes, denuncian y caricaturizan usos, costumbres, dejes, excesos y delitos machistas."

Una especie de enfermedad —en realidad, no lo es— llamada gripe de Aurora —por la protagonista de La bella durmiente— afecta a todas las mujeres del mundo. Cuando estas se quedan dormidas, un capullo sedoso les envuelve la cabeza, y ay de aquellos que osen despertarlas: serán atacados con brutalidad y perderán un ojo, la nariz o la vida. En este ecosistema, sólo una joven llamada Evie Black es inmune al hechizo. Hilando más fino: más que inmune, es la representante de quien o quienes —esto no se aclara— lo han provocado. Por su parte, el resto de mujeres no están muertas: el capullo las traslada a una realidad paralela en la que se les brinda la oportunidad de reiniciar la civilización creando una sociedad matriarcal. Para que todo vuelva a la normalidad: 1) Evie debe vivir unos cuantos días, y 2) las mujeres deben decidir si permanecen en su nuevo y femenino mundo o si vuelven al viejo y macho.

Bellas durmientes es una distopía feminista aceptable, pero no redonda. Stephen y Owen King aciertan cuando, a través de sus personajes, denuncian y caricaturizan usos, costumbres, dejes, excesos y delitos machistas, pero, en ocasiones, fallan —no sé si este es el verbo más adecuado, de ahí la cursiva— cuando ofrecen la vacuna. Algunos argumentos aportados suenan condescendientes, tópicos, de primero de indignadito. En este sentido, la novela patina cuando los autores abusan del impostado discurso aliado. Ese barniz sobra, no es creíble. Ya lo bordan en el desarrollo argumental, en las burradas de los personajes masculinos. Los King dejan muy claro —y ahí sí, están muy bien— que las mujeres, sin ser santas, aportan la cordura y la reflexión, que son imprescindibles, mejores que los tíos, y que los tíos, en general, somos unos egoístas que las hemos tratado/las tratamos como el culo.

Va un ejemplo lúcido de esto último:

—No sé cómo vamos a explicar esto a la policía del estado —comentó Frank—. Muchos muertos, muchos heridos.

—Ahora mismo todo el mundo está desbordado por Aurora —dijo Clint—, y probablemente la mitad de los policías ni siquiera se presentan a sus trabajos. Cuando vuelvan todas las mujeres… si es que vuelven… esto no le importará a nadie.

Detrás de ellos, Evie habló en voz baja.

—Les importará a las madres. A las esposas. A las hijas. ¿Quiénes creéis que limpian el campo de batalla cuando cesa el fuego?

En mi opinión, lo mejor que tiene Bellas durmientes es su sentido del humor. Desde un punto de vista implícito, la novela es una sátira brutal sobre los hombres, pero también sobre los recortes en servicios sociales o sobre el papel de los medios de comunicación —en especial, la televisión, irrisoria e hipócrita—; desde uno explícito, está plagada de chistes: un personaje basa la escala de imbecilidad partiendo de Donald Trump y los caníbales, un yonki tiene tatuado en el cuello al Señor Mojón, la cagarruta parlante de South Park…, etcétera.

"No alcanza el nivel de El resplandor, Apocalipsis o El misterio de Salem’s Lot, pero cumple con creces las expectativas del lector fiel del maestro del terror."

¿Lo peor? En el libro aparecen unos setenta personajes. No es esto cosa nueva en los mamotretos de Stephen King, pero en Bellas durmientes sí que hay bastantes tipos intrascendentes, que no aportan nada al tronco argumental, salvo algún detallito, cuando no simple relleno. Por otro lado, hay algunos que sí son claves y que aparecen en la página cuatrocientos o quinientos y pico —en un total de 765—. En los momentos de barullo, de acción trepidante, hay tantos nombres implicados en el asunto que uno, salvo con los tipos principales, puede perderse: ¿este es de los buenos? ¿De los malos? ¿Un bueno que se ha pasado a los malos? ¿Al revés?

En definitiva, Bellas durmientes, de Stephen y Owen King, es una novela conjunta basada en la idea del segundo pero que parte del molde, del esquema básico habitual del primero. No alcanza el nivel de El resplandor, Apocalipsis o El misterio de Salem’s Lot, pero cumple con creces las expectativas del lector fiel del maestro del terror. Así que, editores patrios, no escondan al coautor bajo una solapa. Pobretico. No hay necesidad, de verdad.

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Autor: Owen y Stephen King. TítuloBellas durmientesEditorial: Plaza Janés. VentaAmazonFnac y Casa del libro

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