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Boyton comienza su aventura española

Boyton comienza su aventura española

A continuación reproducimos la segunda entrega de la serie dedicada a Paul Boyton, aventurero y gran amante de los deportes acuáticos, escrita por Ramón J. Soria.

A nuestro amigo no le gusta el asunto, así que se vuelve a los EEUU y al poco se embarca hacia Europa, se alista en el cuerpo de francotiradores de la Armada Francesa e interviene en algunas batallas de la Guerra Franco-Prusiana. Como esa guerra termina pronto, viaja al sur de África y se dedica sin éxito a buscar diamantes. Volverá a su país, pero no a descansar. Organiza un Servicio de Salvavidas y será nombrado Capitán del Servicio de Salvamento de la ciudad de Atlantic City. Como responsable de la supervisión de los equipos que se deben comprar prueba el traje de caucho Merriman y queda encantado. Gracias a ese invento Paul descubrirá su verdadera vocación natatoria. Salvará de morir ahogadas a más de setenta personas e influirá en la legislación de seguridad marítima, para que dentro de todos los barcos yankis haya trajes de “hombre rana” y barcas de salvamento. Pero, entusiasmado con las posibilidades de navegación autónoma del traje de caucho, bajará metido en él parte del Mississippi, el Allegheny, el Ohio, el Connecticut, el Arkansas o Hudson, cruzará el Canal de la Mancha, el estrecho de Gibraltar, la Bahía de Nápoles, el Estrecho de Mesina, el Lago Míchigan y en la vieja Europa tramos importantes del río Tíber, el Loira, el Ródano, el Po, el Rhin y el Danubio, ayudado con un remo y una pequeña vela y, sobre todo, empujado por una buena campaña de publicidad que dio bombo y algo de dinero para financiar sus remojones. Han calculado que recorrió enfundado en su traje de caucho unos 40.000 kilómetros de agua, muchas veces fumándose un puro, así aparece en alguna ilustración. Su viaje más largo lo hizo en 1881. Comenzó en Cedar Creek, en Montana y terminó en San Luis, tras recorrer ¡5.760 kilómetros del gran río Misouri! hasta el lugar en el que confluye con el padre Mississipi.

"Es un aventurero que, como también por entonces William Buffalo Bill Cody y su triste Wild West, sabe vender su producto"

Paul Boyton se pasará dieciocho días de febrero metido en el agua del Tajo pero antes de su proeza le da un poco al marketing. Es un aventurero que, como también por entonces William «Buffalo Bill» Cody y su triste Wild West, sabe vender “su producto”, domina el arte de mandar a los diarios y revistas sus andanzas antes de llegar al lugar, escribir las cartas adecuadas, hacer contactos en la prensa local y codearse con quienes mandan. En Madrid le invitan a una de las fiestas que se dan por la boda de Alfonso XII con su prima María de las Mercedes. Ha vuelto la monarquía. Tras el derrocamiento de Isabel II “la campechana”, la Gloriosa de 1868 y luego los tejemanejes de las élites del poder de entonces para volver al orden monárquico legítimo. Su “Restauración” debe brillar en fastos y gestos: “Quieren hoy con más delirio/ a su rey los españoles./ Pues por amor se ha casado/ como se casan los pobres.”  La futura reina de las coplas tiene diecisiete años y el rey veinte. Han visto poco mundo y no verán mucho más. Ella apenas vivirá cinco meses más y morirá de tifus.

Fumigación de viajeros en París, en 1834, llegados de Toulouse y Marsella, huyendo de la epidemia. La Ilustración Española y Americana

Él está tuberculoso y durará aún siete años más.  Es relevante apuntar que el tifus es una infección por Salmonella typhosa, un germen que contamina el agua, o las lechugas, a partir de su contacto con restos fecales de otros enfermos. No sabemos dónde bebió Mercedes el agua emponzoñada o quién preparaba sus ensaladas sin lavarse las manos. El agua potable siempre fue en España un lujo, hasta para los reyes. Hace muy pocos años que ha llegado el agua corriente a Madrid. En 1858 se ha conectado por fin el Pontón de la Oliva, no lejos del pueblo de Patones, con el grifo de la casa de Lucio del Valle, ingeniero del proyecto. El canal del Lozoya dará agua corriente a 250.000 madrileños. Los “viajes de agua” que construyeron los árabes, las fuentes de la ciudad y el trabajo de los aguadores repartiendo de casa en casa agua potable tienen los días contados.

Pero no seamos tristes agoreros todavía. Estamos de fiesta y a Alfonso le impresiona aquel americano intrépido, que se atreve a recorrer una parte salvaje de su reino con ese traje tan raro, así que le da todos sus parabienes y recomendaciones. Ordena a su ministro que mande un mensaje a todas las villas por donde pasará el aventurero para que sea tratado como amigo del monarca.

 

La Filoxera y Ilustración Española dan cuenta de la locura de Boyton entre el humor y el asombro.

"Para los nobles madrileños siempre ha sido más fácil construir un mito, una genética atrasada, una leyenda bonita y pintoresca sobre pasiegos, gitanos, vaqueiros"

Respiramos el aire frío del Madrid de 1878. Para la Corte, sus leguleyos, burócratas e intelectuales, a pesar del pago de impuestos, el dibujo de mapas más o menos precisos, las desamortizaciones y demás gestos civilizatorios, algunos territorios del oeste del país siguen siendo tan desconocidos o tan míticos como las selvas o los desiertos de América. Esas comarcas aún son tierras de Vettones, de Hurdes oscuras, de Serranas asesinas, de tribus no contactadas, de gentes semisalvajes. Para los nobles madrileños siempre ha sido más fácil construir un mito, una genética atrasada, una leyenda bonita y pintoresca sobre pasiegos, gitanos, vaqueiros, agotes o hurdanos antes que acabar con la miseria, la atroz pobreza y el retraso socioeconómico de esos territorios periféricos del reino que aún no se dice “vacíos” ni “vaciados”. Casi desearían que allí no hubiera nadie. La Extremadura de los valles esculpidos por los afluentes del río Tajo está a menos de 200 kilómetros de la capital, pero para esa Corte y sus ministros son peligrosas, remotas y exóticas comarcas.

Mucho después, en 1922, visitará su hijo Alfonso XIII parte de este Lejano Oeste “para averiguar las condiciones de vida de sus pobladores.” ¿Aún no lo sabían?  Once años después Buñuel hará su docudrama de terror. Los caminos y puentes que comunican este territorio son de la época de los romanos, pocas obras o ninguna se habían hecho allí desde Trajano, salvo reventar cuando la invasión napoleónica de 1808, con pólvora negra, esos antiguos puentes y no reconstruirlos después.

Con la capucha puesta, que hace frío en febrero

Dejemos la “tierra sin pan” por ahora,  volvamos a lo nuestro. El capitán Boyton baja a Toledo para ver el río en persona. Todo lo que le han contado en Madrid es tremebundo e increíble: leyendas y monstruos. Lo que le cuentan en Toledo no es mejor. Lo que ve con sus propios ojos, tampoco. Alquila una mula y va río abajo por donde puede para descubrir la realidad de un río turbulento, a ratos estrecho, muchas veces rabioso, encañonado, sin accesos o caminos que lo bordeen. Los mapas que le ha dado el ministro el día de su partida de Madrid son muy deficientes. No indican las distancias hasta las poblaciones ribereñas, ni los caminos, ni está definida con un mínimo rigor la topografía de la orilla. Aun así, nuestro hombre rana se decide a intentarlo. No le va a acobardar un río plebeyo, español, de medio pelo, a él, que ha bajado todos los nobles, célebres, caudalosísimos e ilustrados ríos de Norteamérica y Europa.

"Su primer contacto con dos aborígenes se salda con los dos fornidos madereros corriendo despavoridos colinas arriba al ver a aquel extraño monstruo"

El frío 31 de enero que se tira al agua Paul Boyton los toledanos se han congregado en la orilla para ver desaparecer al pobre americano loco. Lo repetimos porque es chusco, curioso e increíble, considerando que estamos en la tierra de Cortés, Orellana y Pizarro, pero nadie ha recorrido aún ese río por el agua hasta el mar en ninguna barquichuela, nao, piragua o almadía jamás. Toledo está a “tres mil quinientos pies de altura” sobre el nivel del mar, así que Paul intuye que la bajada no va a ser fácil pero nunca imaginó que fuera a ser tan peligrosa. “A veces tiene una milla de ancho y es tranquilo y liso como un lago, pero a la siguiente curva no hay otra cosa que rápidos entre rocas o se vuelve un canal profundo que corre a la velocidad de un tren para luego terminar en un cañón con un remolino o una cascada o las dos cosas”.

Pasará metido ahí dieciocho días con sus dieciocho noches, poniendo a prueba su experiencia, su valentía, su salud y su famoso traje Merriman. Hoy estamos muy acostumbrados a ver documentales de aventurerillos mediáticos que nos cuentan sus proezas en famosos escenarios naturales de países subdesarrollados, ayudados por GPS, drones y cámaras digitales para filmar, embarcaciones fuera borda de apoyo, médicos expertos en enfermedades tropicales, duchas calientes, operadores de sonido y productores que han planificado a qué hotel llegarán a dormir o qué marca de agua mineral beberá el equipo, todo esto patrocinado por alguna casa comercial y arropados por alguna empresa de seguros rumbosa. Pero Boyton no tuvo nada de eso. Tampoco saben nada los ribereños, analfabetos y aislados, de la recomendación borbónica. Su primer contacto con dos aborígenes se salda con los dos fornidos madereros corriendo despavoridos colinas arriba al ver a aquel extraño monstruo “sin mirar atrás ni una sola vez”, escribe en sus memorias Boyton. “Pensé que llegaría a Puebla de Montalbán la primera noche, pero debido a las extraordinarias curvas que da el río, pasando cascada tras cascada, rápido tras rápido, comienza a oscurecer y no se ve un alma”. Toca la pequeña corneta y acuden a su ayuda unos pastores que le llevan hasta su cabaña no lejos del agua.

Dibujo del proyecto de navegación de Carlos de Simón Pontero 1753.

INTERMEZZO PASTORIL

Allí Boyton describe un sistema de calefacción que le sorprende “una masa negra que cuando se sopla se ve un resplandor rojo que da un calor considerable”. Nuestros pastores tienen en el chozo un brasero de picón o de cisco, es decir, de carbón vegetal de encina. La comunicación oral entre Boyton y los cabreros es imposible, pero ellos comparten con él su queso y su sopa, le dan abrigo, refugio, un lugar caliente donde dormir. El yanqui sabe que la hospitalidad es un idioma universal. Aquí irá comprendiendo que es algo más: una antiquísima ley inquebrantable, una obligada estrategia social de supervivencia y un gesto de bien nacido.

Caza del jabalí en un campo nevado. 1870

Los pastores también viven al margen. Son los últimos nómadas del país junto con los gitanos y los arrieros. Gente rara, independiente, autosuficiente, muy libre, con leyes propias. La lana de merino fue una forma de riqueza fácil para la nobleza y los reyes en la Edad Media y el Renacimiento. Mantenían y protegían esa forma de ganadería con leyes peculiares y favoritismos diversos. Todavía en este siglo XIX siguen funcionando las cañadas reales, los cordeles, las veredas ganaderas y toda la infraestructura de descansaderos, refugios y privilegios de paso. Las Vías Pecuarias forman más de 125.000 kilómetros de rutas trashumantes bien trazadas y acotadas. Por comparar, el ferrocarril de hoy apenas tiene 15.000 kilómetros de vías. La cañada Real Leonesa, la Galiana y la de La Plata, reguladas por edicto real de Alfonso X el Sabio en 1273, pasan por aquí cerca. Tiene cada una más de 700 kilómetros de largo y una anchura de 90 varas castellanas, eso son 72 metros, mucho más que cualquier carril de autovía de hoy. Rebaños de miles de ovejas y vacas suben y bajan todos los años del norte al sur, de las montañas a los llanos, buscando los pastos verdes que propician las estaciones.

"Pastorear es un oficio complicado, sin horarios, transmitido de padres a hijos desde hace siglos, milenios"

Pero también hay pequeños rebaños que no viajan, se quedan ramoneando la poca hierba que hay en los perdidos, los barbechos y los montes comunales. Pastorear es un oficio complicado, sin horarios, transmitido de padres a hijos desde hace siglos, milenios. No es un trabajo cualquiera que pueda aprenderse en un taller o una escuela, “hay que mamarlo”. Los pastores son los que mejor conocen el campo. Saben dónde están las fuentes y cuándo se secan, dónde se encama la liebre o la perdiz, en qué arbustos espinosos salen los mejores espárragos, si caerá el granizo o se echará mañana la helada negra, los diversos sabores que tiene la leche según los pastos que coman las ovejas, qué plantas son venenosas y cuáles curativas, dónde se esconden las garrapatas, los alacranes o las querencias volubles del temido lobo. No son saberes pintorescos, son vitales. No son conocimientos curiosos, sino fundamentales para evitar la ruina, el hambre, el frío o el miedo. Hoy hay pocos pastores trashumantes, tampoco quedan muchos pastores de intemperie. La ganadería intensiva es ahora una industria cárnica rentable, naves gigantescas llenas de animales que apenas se mueven, que comen piensos fabricados con maíz, soja transgénica y antibióticos, vigilados por cámaras y sensores. Bichos controlados por la precisa ciencia del engorde y limitados por las sutiles normas del “bienestar animal”. Cerdos, vacas, cabras, ovejas que ya no viven libres ni se alimentan en las dehesas. Este ganado solo es una fábrica de carne cuidada por un personal que tiene sus horarios, seguros y días de vacaciones. Pero aún tendrá que pasar más de un siglo para eso.

Don Miguel no tuvo mucho éxito con su pastora Galatea

Los que Boyton se encontrará en su viaje son los otros, la estirpe de los «Habirû», los huidos, “los que reniegan de un paraíso” que se inventó en Mesopotamia siete mil años antes. Un paraíso urbano y sedentario que ha ido metiendo en el redil a todos los pueblos de mundo salvo a los lapones, mongoles, tuareg, chichimecas, zíngaros… Estos pastores que se encuentra nuestro hombre acuático no son trashumantes, pero sí viven al margen, se encargan de sacar al monte a unos pocos animales suyos y de otros muchos vecinos del pueblo que tienen sus tres o cuatro ovejas o cabras para su autoconsumo de leche. En el tórrido verano mesetario y en los crudos inviernos de la estepa, estos pastores conocen bien los refugios y las zonas donde aún queda hierba o ramajos verdes comestibles. Se hacen allí sus chozos, cerca de una fuente, de un arroyo o un río. Viven en esos márgenes laborales y territoriales, en la tierra de nadie o de todos. La perdiz hizo el nido al pie de un esparto reseco junto a la piedra del Duende, así que esa noche podrán hacer una buena tortilla de doce huevos con sus migas de bacalao y su guindilla. Yo mismo he visto cosas “que no creeríais”. El vuelo giratorio del garrote haciendo un vector perfecto hacia la carrera velocísima de la liebre nada más arrancarse, después la intersección se convirtió en unas judías con liebre que olían a gloria y hacen relamerse a los dos perrillos mil leches que cuidan de las ovejas. La literatura siempre tuvo un filón inspirador en este oficio. Hasta inventaron un género propio. Igual que hoy tenemos la “novela negra” o los bestseller “de romanos”, la novela pastoril, la poesía pastoril, hasta el teatro pastoril impregna por igual a Teócrito, Virgilio, Garcilaso, Cervantes o Lope ¡y por supuesto también Cervantes!

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Entrega anterior:

Las aventuras del intrépido capitán Boyton y su descenso por el salvaje río Tajo.

Entregas posteriores:

Boyton descubre la legendaria hospitalidad española

Boyton y el abismal salto del gitano

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