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‘Brexit: The Uncivil War’: Estudia al enemigo, derrota al enemigo

‘Brexit: The Uncivil War’: Estudia al enemigo, derrota al enemigo

Hoy es el primer día del resto de la vida del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y con ese motivo traemos a este blog esta película, centrada en la peculiar figura de Dominic Cummings, no tanto el ideólogo como el influencer en la sombra que halló la fórmula mágica para lograr ese 52% de votantes que dijeran sí a que su país abandonara la Unión Europea tras casi medio siglo en ella. Benedict Cumberbatch interpreta a Cummings con un toque de su Sherlock moderno, en una película que lo define como un outsider que veía las cosas claras mientras que alrededor de él todos se le oponían… hasta que les consiguió lo que deseaban. Al menos para ese 52%.

[Aviso de destripes de uniones plurinacionales en todo el texto]

Los libros sobre temas de actualidad son un asunto espinoso, ya que por un lado no quieres esperar décadas a que las cosas se enfríen para enterarte desapasionadamente de lo que está pasando, y por otro la falta de distancia puede convertir un texto en obsoleto casi antes de que se publique. Para escribir el guion de esta película, hecha para el Channel 4 británico y estrenada directamente en televisión en enero de 2019, James Graham recurrió principalmente a All-Out War: The Full Story of How Brexit Sank Britain’s Political Class, de Tim Shipman, responsable de la sección de política del Sunday Times, y Unleashing Demons: The Inside Story of Brexit, de Craig Oliver, director de política y comunicaciones de aquel primer ministro británico, David Cameron, que convocó dos referéndums durante su mandato: el de la independencia escocesa (1-0) y el de la permanencia en la Unión Europea (1-1, y eliminado por penalties). Es decir, un libro de un periodista (todo aquello de que el periodismo es el primer boceto de la historia, etc) y el de un operador político de primera línea.

En principio el proyecto iba a tratar sobre Cameron, pero pronto Graham encontró a Cummings mucho más interesante. En el siglo XXI nos hemos acostumbrado a ver largas historias contadas desde el punto de vista de auténticos cabrones como Tony Soprano, Walter White de Breaking Bad o Vic Mackey en The Shield, y la verdad es que si uno deja a un lado un momento sus conceptos políticos y sociales, Cummings aparece aquí como alguien con quien simpatizar, que sabía lo que había que hacer y lo hizo, adelantándose a sus rivales y derrotando ideas preconcebidas y anticuadas. Al fin y al cabo, como se menciona muy brevemente en el guion, cuando el equipo de Barack Obama fue pionero a la hora de movilizar las redes sociales para llevarlo a la presidencia estadounidense, eso se recibió como un golpe maestro. Pero claro, no es lo mismo elegir al primer presidente negro de una potencia ex-esclavista que romper una unidad política apelando a los miedos y ansiedades más negativas de la población.

Pero nos adelantamos un poco. La película, de apenas hora y media, se centra en el momento en que Cummings es elegido para llevar la campaña de los leavers contra los remainers (nombres que desde hoy se han quedado anticuados) y acaba con el día de la votación, con la victoria de los primeros en junio de 2016. No dice casi nada de la carrera previa de Cummings, llena de altibajos, peleas y fracasos mezclados con pequeñas victorias, y que daría para su propia serie. «Britain makes a noise» («Britain» es lo que de hecho más usan los británicos para referirse a su país, más que «Great Britain» o «United Kingdom»), empieza diciendo. Y él parece ser el único que oye ese «ruido», un «quejido», de una manera incluso física, especialmente en una visita electoral a una zona deshecha por la desindustrialización y el paro, donde incluso llega a pegar la oreja al asfalto, cual indio de las películas de vaqueros. Es el sexto sentido de quien busca oro, o agua en el desierto, o petróleo, como su propio padre, que trabajaba en plataformas extractoras, y que él ahora aplicará a una nueva bolsa a la que conectar una manguera: una bolsa de votantes frustrados, descontentos e incluso verdaderamente enfadados, y que no aparece en los registros hasta ahora, de puro hartazgo. En las primeras escenas se nos lo sigue presentando como alguien a quien le cuesta callarse las verdades incómodas y que cuando no puede más y las suelta, o estás con él o contra él de manera acérrima. En su discurso mezcla conceptos hipergeneralistas como que «estamos entrando en una serie de profundas transiciones económicas, culturales, sociales y políticas como el mundo nunca ha visto», que se pueden usar en cualquier momento y lugar, junto a retazos de historia antigua mal leída, hablando de «educación odiseica, racionalidad apolonia e intuición dionisíaca». Sigue un breve montaje con imágenes reales de la formación de la UE y la entrada británica en ella, con la Thatcher, el euro y todo esto, y finalmente estamos ya en 2016, cuando habiendo ganado el referéndum sobre la independencia de Escocia, Cameron se crece y convoca otro en torno a una cuestión rápidamente bautizada como «Brexit».

Las varias facciones en torno a ambos bandos han de unirse en campañas oficiales únicas, una por cada opción, de acuerdo con las reglas electorales. Sin haber conseguido esta unión, se le ofrece a Cummings llevar la campaña del Out, pero él solo acepta si se le ofrece control total. Se le dice que sí a la cara, «pero ya iremos viendo» en voz baja, y van apareciendo una ensalada de nombres que resultarán más o menos familiares para cada espectador: el lobista y estratega político Matthew Elliot, el único diputado del United Kingdom Independence Party (UKIP), Douglas Carswell, el garrulo millonario Arron Banks, el político y perdedor en serie de elecciones Nigel Farage (jamás ha logrado un escaño en el Reino Unido en siete intentos, aunque sí como europarlamentario), y varios pesos pesados del partido conservador, todos ellos blancos, muy mayores y casi completamente ignorantes de los facebooks y los twitterings esos.

Elliot, Carswell y Cummings buscan una oficina, y ahí Cummings continúa con sus peculiaridades: nada de maderas ni pantallas de corcho para clavar cosas en él: escribe las cosas directamente sobre las paredes y los cristales, y arroja citas de Napoleón, Von Bismarck, Alejandro Magno, Sócrates, Sun Tzu, Mao… Su lugar preferido para estar es a solas en el cuartucho de la limpieza, en cuya puerta por dentro escribe también ideas, conceptos y citas… Y sin embargo, lejos de parecer un majara, nos acaba entrando como alguien un tanto peculiar, como aquel Sherlock Holmes que Cumberbatch también interpretó, pero que tiene su propio proceso, con el que consigue resultados, y si te lo tomas a chirigota, pues tú verás. Parte importante de ese proceso: ir al pub a preguntar y tomar notas. ¿Qué es lo que no te gusta de la Unión Europea? ¿Qué piensas de la inmigración? ¿Y de la cuestión racial? ¿Crees que hay demasiados «de ellos»? ¿Qué países que ya están no te gustan? ¿Qué países que podrían estar no te gustan? De estas conversaciones, que no entrevistas, mientras se juega al billar o a los dardos, van saliendo los primeros datos consistentes: preocupación por el futuro de los críos, falta de confianza en las instituciones (excepto en el NHS, el National Health Service, la Seguridad Social), pérdida de identidad nacional… Cummings está convencido de que hay que destilar todo esto en una sola idea clave y repetirla machaconamente. Se menciona la famosa campaña de Bill Clinton en Estados Unidos en 1992: «It’s the economy, stupid». ¿Cuál es nuestro mensaje?, se pregunta Cummings. No vale un eslógan vacío, tiene que capturar un sentimiento. Y acaba cristalizando en «Take control». Simple, claro, «empoderador».

Desde el punto de vista de Cummings, la campaña empieza, de hecho, con tres enemigos: los remainers, los propios leavers más extremistas, como Banks o Farage, que si se adueñan de la campaña la arruinarán con sus mensajes dirigidos solo a los ya convencidos, y algunos dinosaurios leavers del partido conservador, que en este caso están en contra de su propio líder y primer ministro. La batalla contra los carcamales del partido conservador es otra ocasión en la que uno se acaba poniendo de parte de Cummings. De hecho, el que parezcan carcamales anticuados en lugar de pozos de sabiduría veterana es precisamente lo que Cummings consigue. Como él mismo razona, «llevan veinte años fracasando en esta causa y ahora me querrán dar lecciones de cómo ganar esta guerra, ya verás». Él quiere tomar decisiones basadas solamente en datos, algoritmos y análisis estadístico, mientras que ellos abren con lo que saben de antes: posters, folletos, puestos en mercados, gente sobre el terreno. Cuando Cummings insiste en que no se trata de una guerra por tierra, sino por aire (las ondas), lo tachan de friki anarquista. El concepto de que la mejor manera de contactar con la gente para algo es llamar a las puertas de una en una en lugar de dejar que las redes te hagan el trabajo pesado es la mejor ilustración de esta diferencia. Cummings amenaza con irse y llevarse a todo su equipo, y en lugar de ser despedido quien se tiene que acabar yendo es el principal dinosaurio, John Mills. Tras eso, llega el enfrentamiento con Farage y Banks, que quieren basarlo todo en la inmigración y en que con una pinta de cerveza en la mano es como se es británico de verdad. Tienen el cabreo fácil, la lengua larga, y solo hace falta darles cuerda suficiente para que algún día digan alguna cosa lo bastante gorda y lo estropeen todo. Si las encuestas y los datos dicen que Farage sería una buena baza para la campaña, estará, y si no, no, pero por ahora este tío «es una paradoja matemática: cada vez que su popularidad sube, baja la del apoyo al Brexit». Así que se quedan fuera, pero, taimadamente, serán ellos quienes vayan soltando por ahí proclamas contra los inmigrantes que hagan mella en los votantes, sin conexión con la campaña oficial, que así mantendrá sus manos limpias.

Mientras, en el bando remainer va surgiendo también la figura equivalente a la de Cummings, Craig Oliver, el autor del segundo libro fuente de esta película. A diferencia de ahora, en que Boris Johnson ha hecho un partido cien por cien leaver, sin respondones (o solamente con respondones aún más leavers que él), en 2016 el primer ministro Cameron era remainer, hizo campaña por la permanencia y Oliver era el encargado de ganar el referéndum, como ya se había ganado el escocés. Oliver ya tiene historia previa con Cummings, pero no se trae a colación más que en reflejar su opinión de que «Dominic Cummings, básicamente, está de atar. Prácticamente tuvimos que prohibirle entrar en Downing Street. Está desesperado por que se lo vea como un visionario arquitecto de un nuevo orden mundial, pero de hecho es simplemente un egoísta con una bola de demoliciones». Cummings, por su parte, piensa que «el convencionalismo es una enfermedad a la que los británicos son peculiarmente susceptibles, y Oliver ciertamente no ha sido vacunado».

Llegamos entonces al momento clave de la película, que es cuando Cummings contacta con una empresa de análisis online para micro-objetivos políticos. Es decir: encontrar gente, averiguar todo lo que puedas sobre ella a base de lo que publica sobre sí misma en internet, y a base de algoritmos hacerle una campaña personalizada que consiga convencerla para que vote lo que tú quieras. Esta empresa no se anuncia en internet, lo cual parece contradictorio, pero eso es porque buscan un caso de estudio lo bastante grande, como por ejemplo: ¿a cuánta gente podemos convencer para que voten a favor del Brexit? Especialmente gente que no aparece en los registros electorales oficiales, que son el arma principal del enemigo remainer desde el mismísimo gobierno. Su mayor éxito hasta ahora: conseguir que el político texano Ted Cruz pasara desde un 3% en las primarias republicanas estadounidenses a más del 40, perfilándose como el principal rival de Donald Trump. El anónimo operativo de la empresa incluso dice que estamos dando tantos datos a las redes sociales que Facebook puede saber cuándo te estás «desenamorando» de tu pareja. Y si no sabes lo suficiente de alguien, líalo con algún concurso. Por ejemplo: 50 millones de libras si aciertas todos los resultados del Europeo 2016. ¿Todos los resultados de 51 partidos seguidos, sin fallar? Venga ya. Pues nada, la gente participa por si acaso, y de paso te preguntan que si el NHS, que si Turquía, que si tal, que si cual… Regalas tus opiniones gratis a cambio de una sola posibilidad entre seis TRILLONES. «¿Turquía? ¿Pero no decías que no había que mencionar la inmigración?». «El programa nos dirá lo que mencionar, Michael». ¿Lo mejor de todo esto? Que al personalizar tanto todo esto, ninguna comisión electoral puede patrullar las campañas online. De hecho, cuando Cummings se sorprende de que no esté habiendo respuesta en la prensa a estos micro-objetivos tan extremos, el operativo le revela que es que la prensa no está viendo nada de esto, por lo cual no pueden informar sobre ello, y buen cuidado ponen en que sea así. Vuelve al ejemplo de Obama: no se trata de izquierda contra derecha, sino de lo viejo contra lo nuevo. Según el operativo, le puede encontrar… tres millones de votantes extra.

Todo esto ocurre en la primera media hora de película, que al ser de 92 minutos es un buen tercio de ella, pero aun así, está excepcionalmente bien compactado. A partir de ahí, el monstruo puesto en marcha empieza a funcionar. Las campañas comienzan en serio, y lo que sigue es un auténtico curso de publicidad y política: define al oponente como la opción más arriesgada, critica sus gastos y costes, busca ganarte al centro y los indecisos, dile a la gente lo que quiere oír, y una vez que tengas su oído y simpatía, mételes datos más o menos debatibles que te hagan quedar bien a ti y mal a los otros.

Lo curioso, o quizá no tanto, es que ambos bandos comparten buena parte de sus estudios y conclusiones, aunque mientras que Oliver habla de «segmentar y elegir como blanco», con powerpoints ilustrados, Cummings dice «a estos que los follen», con su sempiterno rotulador por las paredes y cristales. Pero, como pasa con el ADN, puedes compartir el 90% y acabar siendo dos entes complemente diferentes: con los mismos datos, Oliver acaba decidiendo que hay que apelar a la cabeza de la gente, y Cummings que a las tripas. Así, acaba perfeccionando ese mensaje tan buscado, con una sola palabra: «back». «Take back control». En tres breves palabras tienes «actúa», «vuelve al pasado glorioso, mítico, nostálgico, cálido, cuando las cosas eran como tenían que ser», y «sé dueño de tu propio destino». Tres años más tarde, ya fuera de la película, repetiría el mismo truco para Boris Johnson con «Get Brexit done». El mensaje breve y machacón, si hace falta extenderlo a más de tres palabras, también queda hervido, destilado a dos conceptos: «350 millones y Turquía». O sea: el dinero semanal que el Reino Unido «paga» a la Unión Europea (cifra muy discutible, y que no tiene en cuenta los beneficios de ese «pago») y que se propone invertir en el antes mencionado NHS, y el riesgo de que 70 millones de inmigrantes musulmanes (la población entera de Turquía, vamos) puedan entrar legalmente en el país.

Hablando de Boris, las escenas en las que él aparece están claramente puestas en la película porque era un tipo muy conocido anteriormente, y que a base de apariciones públicas un tanto estrambóticas se acabó subiendo al carro del leave cuando no había tirado de él desde el principio, pero al haberse convertido en primer ministro siete meses después de estrenada la película, su papel en ella se realza, como también el de Michael Gove, entonces rival suyo y ahora su ministro de economía.

Una escena que particularmente me gusta es la del focus group, cuando reúnen a gente de varias opiniones para hablar del Brexit, y al principio son todos razonables y corteses, aunque con sus diferencias: para unos la UE es lo que ha garantizado la paz entre naciones que toda la vida antes se habían estado matando entre ellas, mientras que para otros son «esos que no te dejar deportar a terroristas». Pero la segunda vez ya han sacado los cuchillos, empiezan a mencionar el racismo, y una de las participantes acaba llorando. En pocas frases, condensa bastantes conceptos y razones comunes, que demuestran que en realidad la gente no votó por el bien general del país, sino por lo que a cada uno le iba en ello: si eres joven, universitario y quieres viajar, votas remain. Si tienes cincuenta y tantos y estás en el paro, votas leave. Al mismo tiempo, se nota que empiezan a repetir lo que oyen en los medios: que si Project Fear (Proyecto Miedo). Que si echa a los inmigrantes y da sus empleos a británicos. Que si sistema de puntos. E inevitablemente… 350 millones y Turquía.

A medida que van pasando las semanas, todo se va haciendo muy alarmante para el bando remainer. Cada vez que ellos sacan a un premio Nobel de economía, el otro lado manda a un diputado, que no sea parte del gobierno, y por tanto con cero consecuencias, a decir algo sobre Turquía, y como en los medios hay que dar cancha a todo «por igual» para ser neutral, te pasas el resto del día diciendo Turquía, Turquía, Turquía. Las tropas de tierra vuelven a las oficinas diciendo que los votantes están cada vez más belicosos y que decirles que «salirse perjudica la economía» no funciona en sitios donde ya están sin blanca. Aparte, el líder laborista, Jeremy Corbyn, que famosamente votó Leave en el referéndum anterior, en el 75, no está ayudando gran cosa a la campaña Remain ahora, más bien al contrario. Oliver se lo autosintetiza: «No me había dado cuenta, y ahora es demasiado tarde: su campaña empezó hace 20 años. O más. Una gota constante de miedo y odio, sin nadie que la pare. Y peor aún: nosotros mismos también metimos el pie ahí. ¿Cuántos de nosotros en nuestro bando hemos echado la culpa a Europa o a los de fuera cuando era políticamente conveniente?».

Y llega de repente el momento que hace a muchos parar la borrachera un momento, aunque sea volviendo a beber después: el asesinato de la diputada laborista, pro-remain, Jo Cox. La película resume el sentimiento con imágenes reales de archivo y una conversación ficticia entre Cummings y Oliver, de nuevo con una pinta por el medio. Ninguno de los dos pensaba que se iba a llegar a esto, aunque Oliver ya había dicho antes que tras lo que había visto en Escocia venía escamado. Y sí, un referéndum divide a la gente en tribus, pero ¿no debería ser posible, incluso vital, que un país pueda hacerse preguntas a sí mismo y responderlas sin odio y muerte? Oliver se preocupa por las consecuencias a largo plazo: un futuro donde el debate político sea carente de civilización, de complejidad, de amabilidad, de expertos y de autoridad independiente. Cummings rechaza los cargos: «Hay una nueva manera de hacer política y no la vas a poder controlar». «Cuidado con lo que deseas: tú tampoco podrás controlarla».

A todo esto, la película se abre y se cierra con la predicción de que para 2020 Cummings será investigado por su uso indebido de datos privados con fines políticos, un poco como le pasó a Mark Zuckerberg con Facebook. En esa comparecencia comenzará con algún concepto razonable sobre el cambio, la imaginación, la visión de futuro, las falsas promesas y el cortoplacismo, pero al final su discurso se deshilachará y se largará sin más. Por último, se nos informa de que la misma gente que ayudó a Cummings con sus análisis fue la misma que ayudó a Trump (¿dónde quedó Ted Cruz?). Bienvenidos al futuro. Y ahora, salíos de las redes (excepto para leer Zenda).

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