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Bushido para la vida cotidiana (II): Convirtiendo las debilidades en fortaleza

Bushido para la vida cotidiana (II): Convirtiendo las debilidades en fortaleza

Ciertamente vivimos tiempos convulsos. El ritmo de la vida, nuestra educación, la dependencia de las redes sociales y la aprobación externa suele hacer que la confianza en nosotros mismos se tambalee. También los hay, temerarios, que hacen gala de una confianza muy por encima de sus posibilidades, claro está. Se nos ha impuesto un canon del éxito (en todas las facetas de la vida) así como una serie de criterios a la hora de medir nuestras opciones de victoria. Por suerte para todos y para todas, el bushido rebate la mayor parte de los argumentos al respecto, y lo hace sin necesidad de discursos elaborados o un complejo sistema retórico. Al contrario, lo hace desde las tripas y desde una mirada liberada del yugo de una racionalidad hipertrofiada.

A fin de ilustrar esta afirmación con un ejemplo claro y sencillo, recurriré al aikido. Imaginemos la siguiente situación: el enfrentamiento entre dos personas, una alta y corpulenta y otra de baja estatura y complexión delgada. Si tuviéramos que hacer una apuesta, estoy convencido de que la mayor parte la haría por el luchador de mayor envergadura. Y tal vez estarían en lo cierto… aunque no siempre.

Como afirma «Ō-sensei» Morihei Ueshiba, fundador del aikido, «es necesario desarrollar una estrategia que utilice todas las condiciones físicas y los elementos que están al alcance de la mano. La mejor estrategia se apoya en un conjunto ilimitado de respuestas».

"Las distintas cualidades físicas de cada oponente no pueden garantizar la victoria de antemano"

Volvamos al escenario que he sugerido. Las distintas cualidades físicas de cada oponente no pueden garantizar la victoria de antemano. Únicamente determinan la necesidad de llevar a cabo un planteamiento y una estrategia diferente para cada uno de ellos. Por ejemplo, la persona más baja tendrá que forzar menos el tren inferior y deberá analizar los puntos débiles del contrincante desde ese punto de vista. Tal vez, en lugar de tratar de golpear su cabeza, deba atacar las costillas o el plexo solar. O, si nos centramos en el aikido, intentará por todos los medios hacer que el otro «baje», ya que toda tentativa de desestabilizarlo desde o hacia arriba le resultaría más complicado y le obligaría a aplicar más fuerza y a perder su propio equilibrio. Mientras que el más corpulento golpeará con más dureza, el más delgado, con toda probabilidad, también será el más rápido (repito, tampoco tiene por qué ser siempre así). Por su parte, el más alto se verá forzado a trabajar mucho con el tren inferior, con el consiguiente desgaste; tendrá que «agacharse» un poco a fin de mantener el contacto… O bien intentará asestar un golpe potente y fulminante, sirviéndose de su mayor masa corporal.

Asimismo, el pequeño puede jugar con el factor sorpresa. Después de todo, ¿quién va a pensar que un luchador diminuto puede derribar a uno mucho más fuerte? ¡Eso sólo pasa en las películas!

En resumen: el de menor tamaño se servirá de su rapidez para evitar ser interceptado, del factor sorpresa (ambos conceptos, rapidez y factor sorpresa, ampliamente tratados en el clásico de Sunzi El arte de la guerra) y de las dificultades que el otro tendrá para apresarle. Y el más grande recurrirá a una mayor fuerza bruta. De antemano, empero, no es posible adivinar el resultado.

"¿Qué es más conveniente, corregir nuestras debilidades o convertirlas en nuestra fortaleza?"

¿Hay magia en el asunto? ¿Debemos ceder a la épica cinematográfica o literaria repleta de personajes que parecen ganar los combates sin moverse, con los ojos entrecerrados, como si una energía mística y poderosa se ocupase de todo? A ambas cuestiones respondo que no. Si el grande apresa o golpea al pequeño, es casi seguro que el combate habrá terminado. Y, dicho sea de paso, tampoco la lectura de libros al respecto o visionados de vídeos ilustrativos nos será de gran ayuda. A pelear se aprende peleando. En El libro de los cinco anillos, Miyamoto Musashi también nos previene al respecto: no hay otra.

¿Cómo podemos aplicar estas enseñanzas fuera del ring o del dojo? A la luz de estas consideraciones, podemos reformular la cuestión: ¿qué es más conveniente, corregir nuestras debilidades o convertirlas en nuestra fortaleza? Al igual que en otros asuntos, tiendo a proponer «la vía del camino medio», es decir, explotar nuestros puntos fuertes y tratar de mejorar nuestras deficiencias. Ahora bien, dado que la vida es muy corta y no siempre disponemos del tiempo necesario, o las ganas, para dedicarnos al cultivo de nuestro desarrollo personal, resulta más ventajoso focalizarse en lo que se nos da bien, en lo que nos hace diferentes y únicos, en lo que dominamos por la razón que sea.

No está de más recordar las palabras de Bruce Lee, doctor en filosofía —por si alguien no lo sabía—: «No le temo al hombre que ha dado diez mil patadas una vez, sino al que ha dado una patada diez mil veces». La diferencia está muy clara (dicho esto, cabe señalar que Lee se decantaba más por la mejora de los puntos débiles).

Sea cual sea el enfoque que adoptemos, la clave residirá en el autoconocimiento.

"A pesar de que el estilo evoca al boxeo, el noble arte ejercitado por el personaje creado por Conan Doyle, Downey Jr. responde con un ejercicio de Wing Tsun"

Veámoslo ahora en un ejemplo tomado de la ficción. Sin duda, recordaréis la escena de Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009), interpretada por Robert Downey Jr. (sí, contra todo pronóstico, yo también prefiero a Benedict Cumberbatch como Holmes, lo admito), en la que tiene lugar una especie de combate clandestino. A pesar de que el estilo evoca al boxeo, el noble arte ejercitado por el personaje creado por Conan Doyle, Downey Jr. responde con un ejercicio de Wing Tsun (una forma de kung-fu que el actor practica desde hace más de una década). Esta escena ejemplifica a la perfección tanto la frase de Ueshiba anteriormente citada (el uso del pañuelo durante el combate ilustra la idea de servirse de los elementos que se encuentren al alcance de la mano, y una metáfora del recurso al factor sorpresa, claro) como la situación que yo mismo he dibujado unos párrafos más arriba.

Algún lector podría objetar que tal planteamiento es muy racional (¿no habías dicho que esto funcionaba desde las tripas?), a lo que respondo con una apreciación: quiero pensar que sabes montar en bicicleta y estoy convencido de que no piensas cómo tienes que hacerlo. Ahora bien, vuelve atrás en tu memoria; retrotráete al momento en que subiste a una bici por primera vez. ¿Acaso no prestabas atención a cada detalle, a cada movimiento? Por supuesto que sí.

Por desgracia, hemos llegado a un punto en el que «las tripas» deben ser entrenadas, reeducadas, a fin de que pueda darse eso que Daisetz T. Suzuki, en su enciclopédico El zen y la cultura japonesa, denomina kufū (kung-fu, escapar del dilema). «Traducido» a nuestro lenguaje, sería el potencial liberado del inconsciente, la acción visceral, aunque sabia, desligada del peso rígido de la conciencia. El momento en el que actuamos por instinto (por si te lo estás preguntando, yo no he llegado a ese punto; estamos en el mismo barco).

" Es cierto que los hombres valerosos cuidan firmemente su talento cuando las dificultades a las que tienen que enfrentarse son importantes"

Estarás de acuerdo conmigo en que el peso de nuestra cultura, la vida pegada a la pantalla y el imperio del racionalismo matemático y mecanicista han contribuido a adormecer cualquier instinto en nuestra especie. Así pues, el bushido enseña a hacer frente a las dificultades desde las tripas, si bien lo hace después de un cierto entrenamiento (¿seguías creyendo en las varitas mágicas?).

No quisiera cerrar esta entrada sin evocar unas palabras del Hagakure acerca de cómo responder a la adversidad, a las pruebas, a lo que, podría parecer, nos debilita:

Hay un dicho que reza: «Cuando sube la marea, el barco se eleva».

En otras palabras, al enfrentarse a las dificultades, se aguzan las facultades. Es cierto que los hombres valerosos cuidan firmemente su talento cuando las dificultades a las que tienen que enfrentarse son importantes.

Constituye un imperdonable error dejarse abatir por las pruebas.

Por suerte para nosotros, y espero que así sea en tu caso, no estamos expuestos de manera continua a la amenaza o el enfrentamiento (aquí sí, en un sentido físico), de modo que podemos prestar un poco de atención a estas cuestiones y tratar de poner en práctica, a nuestro ritmo y de acuerdo con nuestras necesidades, las técnicas del arte de la guerra para llegar —como supongo que intuyes— al arte de la paz, broche final de esta sección.

Tengo la impresión de que, en la próxima entrega, el caballo de viento nos llevará a estudiar algunas cuestiones de carácter práctico como el dinero, la administración de la casa, la etiqueta y las buenas maneras desde una perspectiva samurái. ¿No se os hace la boca agua?

Mientras tanto, brindo por vosotros y por vosotras con un poco de sake tibio.

¡Salud!

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