Cadáveres

Llega la Navidad. Te guste o no, en Frankfurt no tienes donde esconderte. El centro de la ciudad se enmascara tras un ambiente de luz y alegría, engalanado con las más de doscientas casetas que conforman el mercado de Navidad más grande de Alemania.

Desde Hauptwache hasta el margen del río, los puestos aparecen de un día para otro, montados con una rapidez que ya querría para sí algún plusmarquista jamaicano. Los renos, los muñecos de Santa Claus y los árboles de Navidad se ven por las calles en una profusión a un paso de ser abrumadora. Aun así, no llega a haber tanta gente como para resultar agobiante, ni siquiera los días más señalados.

"Paseando por el mercado me asalta un aroma recurrente. Es un olor áspero y dulce que en un primer momento no puedo identificar, hasta que me dicen de qué se trata: es el famoso Glühwein"

El ambiente navideño es contagioso. En ocasiones se ve a grupos de personas que forman en círculo con guitarras y partituras y se ponen a cantar villancicos como si tal cosa. En la plaza de Römerberg hay un bonito tiovivo y un árbol de navidad de más de treinta metros de altura que es visible desde prácticamente cualquier terraza de la ciudad.

Paseando por el mercado me asalta un aroma recurrente. Es un olor áspero y dulce que en un primer momento no puedo identificar, hasta que me dicen de qué se trata: es el famoso Glühwein, un vino caliente y especiado que se toma tradicionalmente en esta época del año y que viene muy bien para combatir el frío. Por todas partes veo a gente con tazas humeantes llenas de este licor. El olor no me atrae en absoluto, pero estamos a dos grados y la posibilidad de tomar algo caliente es demasiado tentadora, así que me decido a pedir uno de esos.

El sabor del vino se mezcla con el del anís, la canela y otros ingredientes. Cada uno de estos elementos podría llegar a gustarme por separado, pero todos juntos en este mejunje caliente resultan una mezcla amarga y seca a la que no le termino de ver la gracia. Lo mejor del Glühwein es que te lo sirven en una bonita taza que te puedes quedar de recuerdo. Para eso te la cobran, claro.

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En algunas calles también han aparecido pequeños recintos cerrados en los que venden los tradicionales Tannenbaum o árboles de Navidad. Son abetos, creo. Su precio varía en función del tamaño del que escojas y resulta muy curioso ver a tantas familias entusiastas que van de un puesto a otro, comparando y tratando de decidirse por uno con el que adornar sus hogares.

Dada la profusión de estos tenderetes, deduzco que los Tannenbaum son cosa seria aquí. Por las noches se pueden ver estos árboles adornados e iluminados a través de las indiscretas ventanas de las casas. Se podría decir que, de alguna manera, comparten parte de su encanto con quien tenga la fortuna de verlos desde la calle.

También se pueden encontrar Tannenbaum en los parques, las plazas y en las proximidades de algunos colegios, con adornos de papel y cartón elaborados por los propios escolares que, sorprendentemente, aguantan estoicamente en su sitio hasta el final de la Navidad.

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Cuando acaban las fiestas, el entusiasmo navideño se disipa con la misma rapidez con la que llegó, si no más. De un día para otro ya no es navidad. Ya no hay mercado, glühwein ni villancicos. Todo regresa a la normalidad de una forma tan brusca que tiene un punto desolador.

Durante las semanas posteriores a la Navidad, los Tannenbaum vuelven a adquirir un inesperado protagonismo. Había escuchado que en algunas ciudades los queman en una gran hoguera o los llevan al bosque para volver a plantarlos y permitirles una nueva vida. Puede que algunos lo hagan, pero en Frankfurt la realidad es mucho más cruel.

Los árboles de Navidad vuelven a tomar las calles, despojados ya de sus adornos y del fervor con el que fueron adquiridos. Al principio de forma tímida, se pueden ver algunos aquí y allá, entre los contenedores o en medio de algún parque. Conforme pasan las semanas, se olvida todo pudor y empiezan a verse en medio de la acera, estorbando el paso o en grupos de tres o cuatro, que parecen darse ánimos unos a otros.

Asemejan a cadáveres abandonados en un campo de batalla después de un gran asalto.

"Estos Tannenbaum abandonados ilustran a la perfección el pragmatismo alemán. El sentimentalismo no tiene cabida en esta sociedad"

Con el tiempo se convierten en parte del paisaje. Tengo la sensación de que los servicios de limpieza de la ciudad tampoco hacen un gran esfuerzo por recogerlos. Estos Tannenbaum abandonados ilustran a la perfección el pragmatismo alemán. El sentimentalismo no tiene cabida en esta sociedad. Cuando los árboles de Navidad dejan de tener sentido en casa, no les duele en absoluto darles puerta. Es probable que las familias que dejan estos Tannenbaum en medio de la acera sean las mismas que, no hace tanto, estaban tan emocionados y nerviosos mientras escogían uno de esos árboles que habría de adornar sus vidas durante las fiestas.

Estoy tentado de adoptar alguno, pero sé que antes o después me hartaría de él y terminaría abandonándolos también. Sin embargo, cuando paso junto a estos Tannenbaum, tengo la sensación de que me observan. De que me dirigen miradas lastimosas con las que imploran una segunda oportunidad. «Todavía puedo ser útil», parecen gritar.

Desde hace unos días, cada vez que me cruzo con uno de estos Tannenbaum, aprieto el paso para dejarlo atrás cuanto antes, embargado por un inesperado sentimiento de culpabilidad.

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