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En busca de la verdad

En busca de la verdad

Cerca de mi apartamento, plantadas en medio de la acera, hay tres placas de bronce. Están tan bruñidas por el paso de los caminantes que cuando les da el sol refulgen con insolencia. Es como si gritaran. Son pequeñas, apenas diez centímetros por cada lado, pero es imposible no reparar en ellas.

Cuando leo las inscripciones, compruebo que esas placas no están allí por casualidad y observo el edificio que tengo delante con renovado respeto.

«Aquí vivió Rudolf Schifft, nacido en 1884, deportado en 1942, asesinado en la Polonia ocupada».

Sólo tengo que investigar un poco para comprobar que hay muchas de estas placas repartidas por la ciudad. Se trata de las Stolpersteine, también conocidas como Piedras de la Memoria, uno de los monumentos conmemorativos del holocausto nazi más importantes del mundo. Son obra del artista alemán Gunter Demnig y constituyen un homenaje a todas las personas que fueron deportadas, exiliadas, encerradas en campos de concentración, asesinadas o incluso llevadas al suicidio por el nazismo. Evidentemente, las Stolpersteine no son patrimonio exclusivo de Alemania y se encuentran repartidas por todo el mundo, incluidas varios cientos de ellas en España.

"Las placas se colocan frente a la última residencia conocida de las víctimas, incluso si los edificios ya no existen. La idea es que te inclines para poder leerlas, que es una manera de presentar tus respetos a las víctima"

Las placas se colocan frente a la última residencia conocida de las víctimas, incluso si los edificios ya no existen. La idea es que te inclines para poder leerlas, que es una manera de presentar tus respetos a las víctimas. Están unos milímetros por encima del nivel del suelo, para que tropieces con ellas si no las ves. De esa manera no podrás olvidar que están ahí. Es una buena manera de que el recuerdo de las terribles consecuencias de la ideología nazi no se pierda en el tiempo.

Dada su importancia económica, el colectivo judío residente en Frankfurt am Main era muy numeroso, por lo que sufrió con mucha beligerancia la ira del pensamiento nazi. Sólo aquí más de diez mil judíos fueron deportados. Por eso es una de las ciudades que tienen más de estas Piedras de la Memoria repartidas por sus calles, alrededor de 1.500, sólo superada por Berlín, Hamburgo y Colonia.

Es difícil no experimentar un acceso de respeto al cruzarte con alguna de estas Stolpersteine. Por eso, cada vez que descubro una en la que no he reparado antes me detengo a leer la inscripción. Es un gesto mínimo, insignificante, pero estoy convencido de que ayuda, de alguna manera, a que la memoria de todas estas víctimas no caiga en el olvido.

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La importancia económica de Frankfurt perdura hasta nuestros días, por lo que sigue siendo la ciudad escogida por bancos de todo el mundo para establecer sus sedes centrales. De hecho, los rascacielos que conforman su skyline pertenecen mayoritariamente a entidades bancarias.

No contentos con esto, se siguen edificando nuevas torres a velocidad de vértigo. Aquí y allá se pueden ver los cimientos de edificios que en poco tiempo formarán parte de la inconfundible silueta de «Mainhattan». Se rumorea que muchos de estos nuevos edificios surgen como respuesta a la más que probable salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Si se consuma, se da por hecho que muchas empresas abandonarán el país en busca de nuevos lugares en los que establecerse y Frankfurt se prepara para recibirlas con los brazos abiertos.

Es una forma de pensar tan oportunista como apropiada. ¿Cómo esperar otra cosa de una ciudad que dispone de sus propias Torres Gemelas? Se trata de los rascacielos del Deutsche Bank, conocidos «cariñosamente» como Crédito y Débito.

En Frankfurt se mueve mucha pasta. Sólo hay que darse una vuelta por el distrito financiero para comprobarlo. Esto atrae a los inversores y, naturalmente, permite que florezcan muchos negocios subsidiarios. Y claro, un entorno así garantiza la buena salud de una profesión muy concreta: la de detective.

"Resulta comprensible que a las agencias de detectives no les falte el trabajo en una ciudad como esta"

Dando un paseo por el centro me topo con varios carteles muy vistosos que anuncian los servicios de varias agencias de detectives. Resulta curioso ver todos esos letreros luminosos que se contraponen a la pretendida discreción que pregonan. Resulta comprensible que a las agencias de detectives no les falte el trabajo en una ciudad como esta: la cantidad e importancia de las empresas que se asientan aquí favorece la aparición de casos de fraudes y espionaje industrial.

Por si fuera poco, la presencia del barrio rojo es otro aliciente que estimula la bonanza de la investigación privada. Infidelidades, maridos que se gastan en prostitutas parte de su sueldo, esposas que ejercen la prostitución en secreto, individuos con un vicio que les lleva a visitar las narcosalas de forma ocasional… Sólo son algunos ejemplos de los casos con los que tienen que lidiar los detectives de esta ciudad. La cercanía del enorme aeropuerto internacional convierte a Frankfurt en un lugar de paso para miles de personas cada día: muchas de esas personas contratan a detectives aquí; otras son vigiladas por ellos.

Se trata de un caldo de cultivo formidable para sentar las bases de mi nueva novela. He decidido que el protagonista será un detective privado y la naturaleza de sus investigaciones lo llevará a conocer a fondo el barrio rojo y la Bahnhofviertel. Siento mucha afinidad por los perdedores, así que mi detective no pertenecerá a una de las grandes agencias que ejercen en la ciudad, sino que trabajará por su cuenta ofreciendo sus servicios al mejor postor.

"De fondo estará Frankfurt, una ciudad apabullante a la que no le da miedo mostrar sus rincones más oscuros ni siquiera a plena luz del día"

La profesión del detective está tradicionalmente influenciada por los libros y el cine, si bien en la vida real no se trata de un oficio con tanto glamour como pudiera parecer. De hecho, en cuanto una investigación se cruza con alguna ilegalidad debe pasar a manos de la policía. Lejos queda la figura del huelebraguetas que pone en peligro su integridad para resolver sus casos, bordeando la ley en demasiadas ocasiones.

Aún así, si hay algo que me fascina de esta profesión es que la materia prima del trabajo de un detective sea algo tan intangible como «la verdad». ¿Acaso existe una única verdad? Todos tenemos secretos y, a menudo, escarbar en ellos sólo sirve para provocar dolor y sufrimiento a los que nos rodean.

Como dijo Rousseau, «al salir de ciertas bocas, la misma verdad tiene mal olor».

Mi detective deberá enfrentarse a un caso pretendidamente sencillo, que se irá embrollando a medida que avanza la historia. Será la base de una trama clásica que incluirá engaños, secretos, vicios y perdedores que ven en la mentira una forma de resistencia como otra cualquiera. Mi cabeza echa humo al pensar en las posibilidades, y los dedos se me disparan sobre el teclado cuando empiezo a tocar los acordes de la historia que quiero contar. De fondo estará Frankfurt, una ciudad apabullante a la que no le da miedo mostrar sus rincones más oscuros ni siquiera a plena luz del día.

Me falta buscar otros personajes: o bien secundarios que acompañen al detective a lo largo de la trama, o bien otros protagonistas que la conviertan en una novela coral. Si tomo esta vía, tendré que hacer que varias historias se crucen en algún momento. Hacerlo de un modo verosímil supone a la vez un quebradero de cabeza y un desafío. También quiero buscar una conexión con España, lo que me permitiría llevar la trama en algún momento a terreno conocido.

¿Saben una cosa? Adoro este trabajo.

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