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Cadena perpetua: La redención de Andy Dufresne

Cadena perpetua: La redención de Andy Dufresne

Andy Dufresne (Tim Robbins) fue acusado y condenado como asesino de su mujer y de su amante. A dos penas de cadena perpetua. Ingresó en la prisión de Shawshank proclamando, como todos, su inocencia. Un tipo cultivado, banquero de profesión, se encontró arrojado junto a una jungla humana tan peligrosa como impredecible y un alcaide y unos funcionarios de la prisión venales y corruptos, que so pretexto de puritanismos pseudorreligiosos y apelaciones a la disciplina, no son menos peligrosos que los reclusos. Todo lo que sucede desde la llegada de Dufresne a la prisión es consecuencia de ello. Dufresne es la viva imagen de la decencia y el estoicismo. Le suceda lo que le suceda, nunca pierde la dignidad en un ambiente en el que esa palabra, como los sueños o la esperanza, no cotizan. Nada de eso le importa, porque Andy Dufresne sólo vive a cargo de su dignidad de persona, su decencia, sus sueños y la esperanza de que todo puede cambiar. Buena parte de ello forma la columna vertebral de esta hermosa película, The Shawshank Redemption (Cadena perpetua, 1994). Algunos pueden pensar que Dufresne es una suerte de ángel, destinado a, padeciendo, cambiar el mundo. Esa idea no está mal. La película tiene, a ratos, un sabor Capra, nada oculto. Pero me gusta más otra idea cristiana que ya sugiere el título original de la película, redención. Una redención que es personal, y el propio Dufresne así lo entiende y se lo expresa a su amigo Red (Morgan Freeman), pero también de mucha gente de la prisión, amén de que su plan supone, siendo astuto como serpiente tanto como cándido como paloma, destruir la corrupción y crueldad de la dirección de la prisión y de sus acólitos, mediante otro tipo de corrupción. Dufresne consigue un rato de relax y cervezas muy frías para sus compañeros que con él trabajan en el alquitranaje del tejado de la prisión, obtiene libros, una biblioteca y graduados escolares. Red lo comenta en off mientras beben esas cervezas muy frías: en mucho tiempo no se habían sentido tan libres. Como cuando a través de la megafonía difunde un aria de ópera que detiene, en belleza, delicadeza y esperanza, la dureza gris y sin fisuras que ocultan los muros de la prisión.

He visto muchas películas de cárceles, de El código penal a El hombre de Alcatraz, de La evasión a Fuga de Alcatraz, de Celda 211 a Modelo 77. Esas películas, y muchas otras, pueden ser buenas, malas o regulares; pueden ser duras, reivindicativas, sentimentales o panfletarias. Lo que no son, ninguna, es como Cadena perpetua, una obra maestra sin paliativos, una adaptación magnífica de un relato de Stephen King, todo obra del guionista y director Frank Darabont, autor de una exigua filmografía, cuatro películas —Cadena perpetua, La milla verde, La niebla y The Majestic— que vale por toda la poblada filmografía de otros colegas. El limpio clasicismo de su puesta en escena, el dominio de todos los tópicos del cine carcelario para ofrecerlos con una nueva visión, el manejo sutil de la narración en off, tan llena habitualmente de trampas y autocomplacencia, la capacidad cervantina de parar el relato y arriesgarse a excusiones aparentemente digresivas pero que acaban revelando su coherencia con el relato principal, como sucede con el conmovedor recluso Brooks (James Whitmore), un anciano al que la presión ha destruido como ser humano para vivir en libertad, o la magnificencia física de un reparto fantásticamente elegido con soberbios recitales de Robbins, Freeman y el veterano Whitmore; todo ello convierte a Cadena perpetua en una película clásica, esto es, de permanencia a lo largo del tiempo. Moralmente ejemplar, haciendo buena la cita cervantina sobre el bien precioso y preciado de la libertad, la crueldad de un sistema penitenciario que no sólo te priva de ella, sino que degrada tu condición de ser humano armado de dignidad destruyendo cualquier esperanza, empeorando tu debe con las víctimas y la sociedad, convirtiéndote en un pelele golpeado hasta la más íntima conexión con lo humano.

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Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994). Producida por Niki Marvin. Dirigida y escrita por Frank Darabont, adaptado la novela corta de Stephen King, Rita Hayworth y la redenciaón de Shawshank). Fotografía de Roger Deakins. Música, Thomas Newman, Montaje, Richard Francis-Bruce. Vestuario, Elizabeth McBride. Diseño de producción, Terence Marsh. Interpretada por Tim Robbins, Morgan Freeman, James Whitmore, Bob Gunton, William Sadler, Clancy Brown, Gil Bellows, Mark Rolston. Duración, 142 minutos.

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Gabriel Fernández
Gabriel Fernández
3 meses hace

En esta peli descubrí a TIm Robbins para después verlo actuar en Mystic River, me hizo ver a uno de los actores que más me gusta y enamorarme de su arte.

No hay papel que haga en una película que no me emocione más como actor.

Manuel
Manuel
3 meses hace

Solo 4.6 de 5? Es la mejor peli de la historia