A César González Ruano le extrañaba ver cómo alguien que había escrito “invenciones admirables, páginas de observación verdaderamente prodigiosas…” no le importaba un bledo la Literatura. Era un ser auténticamente aliterario, dijo, que nunca hablaba de nada relacionado con el mundo de las letras. A Josep Pla le conmocionaba su falta de sensibilidad hacia la actualidad y los hombres que la conforman con su quehacer diario. Nunca había conocido a nadie igual. Sin embargo, Julio Camba llegó a ser uno de los grandes columnistas de la historia de España. Quizás el mejor de una época, en un género en el que arte e información se entrelazan hasta confundirse.
Autodidacta, anarquista, humorista y bon vivant, salió de su Galicia natal hacia la Argentina, como polizón de un buque que le llevaría, como a miles de gallegos, a Buenos Aires. Allí empezó a escribir en unos panfletillos anarquistas, motivo por el cual sería deportado a España. Dos años después, en 1906, fue detenido tras el fracasado atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII el día de su boda.
De vuelta a España, comenzó a ganarse la vida escribiendo en diversas publicaciones: Diario de Pontevedra, El País, España Nueva o Los Lunes de El Imparcial, hasta su debut como corresponsal en Estambul para La Correspondencia de España. Después, viaja como redactor de El Mundo a París, Londres y Múnich, escribiendo lo que para Umbral era “un periodismo costumbrista, sociológico y literario que iba bien para los suplementos dominicales”.
Vivió en Berlín hasta el comienzo de la I Guerra Mundial, trabajando para ABC desde 1913, cuando ya era uno de los periodistas más leídos y mejor pagados de España. Durante los años veinte recorrió los Estados Unidos y buena parte de Europa, acrecentando su fama de gourmet exquisito reflejado en su libro La casa de Lúculo o el arte del comer.
“Francia tuvo a Paul Morand y España tuvo a Julio Camba. Morand era un poeta de las ciudades. Camba era un sicólogo de las grandes urbes que se servía de la paradoja incesante para explicarnos el alma de los sitios que visitaba. Julio Camba era tan esnob que no podía vivir en Madrid”. (Francisco Umbral)
En 1949 se retira a la habitación 383 del hotel Palace de Madrid, “el solitario del Palace” lo llamaría Ruano, estancia que habitó hasta su muerte en 1962. Durante esos años, ya sea desde Madrid o desde cualquier ciudad europea, Camba cultivaba un género híbrido entre la información y la opinión, en el que encontró la forma perfecta de expresión.
En Maneras de ser periodista, tomo en el que se reúnen los artículos escritos por el gallego sobre la profesión periodística, encontramos un texto que nos da la medida del Camba articulista, un escritor de periódicos que vivía por y para su columna, que reducía todas sus experiencias a la superficie literaria de 150 centímetros cuadrados. Una fábrica de artículos que no cerró mientras estuvo vivo.
“Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas que leo en el Daily Telegraph que con las obras completas de Voltaire. Yo me voy al mar, por ejemplo. No cabe duda de que el mar es una cosa grande y hermosa. Pues para mí como si fuese un sombrero de paja. Toda su hermosura y toda su grandeza yo la reduzco rápidamente a una columna escasa de periódico; mando las cuartillas a su destino, y ya se han acabado para mí los encantos del mar, y, como los encantos del mar, las mujeres bonitas, y como las mujeres bonitas las obras maestras, y como las obras maestras las catedrales góticas, y los buques de guerra, y los campos sonrientes, y la primavera, y las fiestas movibles y todo. El articulista no puede gozar de nada, porque todo, en su organismo, se vuelve literatura, así como esos enfermos que no gozan de ninguna comida porque todas ellas se les convierten en azúcar. Esos enfermos son fábricas de azúcar, y nosotros somos fábricas de artículos”. [Julio Camba. “Cómo escribo mis artículos”, en La Tribuna (29-05-1913)]
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