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Carlos Augusto Casas: «Las heroínas femeninas tienen más tirón»

Carlos Augusto Casas: «Las heroínas femeninas tienen más tirón»

Viste de traje, pero no cualquiera. En el número 29 de Ortega y Gasset el estampado de cuadros de su terno reluce entre trajes azul marino, castellanos color borgoña y alguna que otra alfombrilla de yoga. Allá donde vaya, Carlos Augusto Casas destacará. Acaso por su humor negro, su bigote a lo Spínola o los paños vistosos de su ropaje. Pero eso no lo explica todo. No de momento.

Es el menor de cinco hermanos, el benjamín de la familia que formaron un padre lisboeta y una madre española. Desde hace ya unos años vive a caballo entre el periodismo y la literatura. Comenzó en Diario 16 como reportero de investigación, y desde entonces ha trabajado para la agencia EFE, así como para medios televisivos como Antena3, Cuatro, La Sexta o Telecinco.

Tras publicar en 2017 su primera novela, Ya no quedan junglas adonde regresar, regresa ahora con El Ministerio de la Verdad (Ediciones B), un thriller ambientado en la España de 2030, una sociedad tan contemporánea como orwelliana. Y aunque sus editores se afanen en describirla como una distopía, esta es una novela realista.

En sus páginas, Carlos Augusto Casas plasma una sociedad volcada en el consumo y en la que todos aceptan de forma voluntaria la pérdida de libertades y las prohibiciones. Nadie se hace preguntas y da como ciertas respuestas que nunca aparecen del todo. En ese mundo marcado por la eclosión de una Gran Pandemia, una joven periodista, Julia Romero, decide llevarle la contraria al sistema.

Convencida de que algo no cuadra en la versión de la desaparición y el suicidio de su padre, que, como ella, es periodista, Julia está decidida a buscar una explicación y encontrarla. Sus investigaciones la conducirán al Ministerio de la Verdad, el organismo responsable de controlar y manipular la información que llega a los ciudadanos.

Mientras la heroína intenta dar con el paradero de su padre, una red clandestina sigue de cerca sus pasos. La vigilan. Son ellos quienes a menudo dejan en los buzones de quienes están en peligro ejemplares de 1984. Orwell es a esta novela lo que hashtag a Instagram. Sobre eso, además de literatura y periodismo, habla Carlos Augusto Casas en esta entrevista. 

—Todo ocurre en 2030, un futuro en el que prácticamente ya estamos metidos. Más que una distopía es una novela realista.

"Pretendo que sean los lectores quienes decidan si se trata de una novela realista o una distopía"

—Lo de referirse a la novela como una distopía ha sido una decisión de la editorial. Pretendo que sean los lectores quienes decidan si se trata de una novela realista o una distopía. Creo que los elementos que utilizo para construir ese Madrid y esa España de 2030 son actuales. No es una novela de ciencia ficción. Tiene que ver más con la realidad que con un futuro distópico.

—Ser periodista condiciona su percepción y su forma de construir las historias, sin duda. ¿Pero hasta qué punto?

—Tanto en la primera como la segunda novela quise abordar temas que dominara. Más que como periodista, en esta novela reflexiono como ciudadano. No creo que por el hecho de ser reportero haya tenido acceso a datos que no domine una persona cualquiera. La sensación de pérdida de libertad es algo generalizado. Hasta hace bien poco la dábamos todos por sentada. Lo cierto es que, aun viviendo en democracia, existe una percepción generalizada de la merma de las libertades que es cada vez mayor, como la infantilización de la sociedad. Existe además un tic autoritario general: cada vez hay más prohibiciones y se explican menos las cosas a los ciudadanos.

—Esta novela tiene a George Orwell y 1984 como columna vertebral para demostrar que la sumisión de los ciudadanos es voluntaria.

"La intención era saber qué parte de lo que ocurre en 1984 podría estar dándose hoy"

—La novela nace de esa reflexión. La intención era saber qué parte de lo que ocurre en 1984 podría estar dándose hoy. Esa es parte de la premisa con la que me planteé escribir la historia. De ahí que existan una serie de homenajes a Orwell, que me parecen bastante evidentes.

—Llama la atención que la heroína que va contra el sistema sea tan joven e inexperta.

—Hay algo de esperanza en las nuevas generaciones, pero lo que salta a la vista es que Julia se mete en este lío casi de manera involuntaria. Ella quiere descubrir quién es su padre, y cuando consigue averiguar quién era él y por qué dejo el periodismo es cuando comienza a mirar más allá de ese telón, lo que hay por detrás de esta sociedad, y descubre que está basada en una serie de engaños, que la mayoría acepta a cambio de seguridad. Cada vez entregamos más de nuestra libertad individual a cambio de estabilidad. Son ideas que venían rondando en mi cabeza. La pandemia ha contribuido a exacerbar todo esto. Ahora la gente desconfía mucho más de las instituciones.

—La Antonia de Juan Gómez-Jurado, la protagonista de Talión, y ahora Julia. ¿Un arquetipo o la heroicidad femenina está al alza?

—Mis personajes femeninos son fuertes. En la primera novela, Ya no quedan junglas a las cuales regresar, no se sabe muy bien quién es el protagonista porque es una historia coral. En esta me apetecía que fuese mujer, que coincide con la historia del padre. Por supuesto, las heroínas femeninas tienen más tirón en el thriller, porque hay que darse cuenta de que la mayoría de las personas que leen en España son mujeres, y las prefieren. Además, tanto en el policiaco como en la novela negra como en el thriller hay que acabar con algunos tópicos. Siempre el protagonista es un comisario borracho, deprimido, que escucha jazz… También hay una parte de renovación del género y no sólo desde el punto de vista estético, sino por el cambio de las historias que cuentas. El abanico se ha abierto muchísimo. Ya no es tan purista. Ahora lo que se considera negro o policíaco o thriller plantea historias más originales, con otro tipo de personajes, y eso necesita protagonistas femeninas, o ancianos.

—Se suele preguntar a los periodistas por qué escriben ficción, cuando podría ser un paso natural. ¿En su caso ha habido un proceso de decantación?

"Llegaba a las ocho a la redacción y no sabía dónde iba a dormir"

—Ha sido muy largo mi proceso de decantación, por un tema práctico: la falta de tiempo. Llevo mucho tiempo trabajando en televisión, haciendo periodismo de investigación. Llegaba a las ocho a la redacción y no sabía dónde iba a dormir. Quizá haya escritores que puedan compartimentar unas cosas con otras, pero yo no, al menos no cuando estoy metido en una historia que me obsesiona.

—La primera la escribió en dos meses.

—Pero esa novela llevaba años en mi mente. Claro que al sentarte a escribir ocurren milagros o, al revés, que cosas que te parecían magníficas sean un desastre en la realidad. Lo que intento decir es que tengo que tener toda la novela en la cabeza: los diálogos, los personajes… El 90% de la novela está en mi cabeza. Tardo muy poco en escribirla porque tardo mucho en concebirla.

—Iba a aludir a una segunda razón que retrasó su llegada a la novela.

—Pues la cantidad de excusas que uno se pone para no escribirla, por el miedo al fracaso. Debido a que mi mujer se quedó embarazada. Ella, por ser autónoma, no puede pedir una baja, así que la pedí yo. Pese a que fueron mellizos, dispuse de tiempo suficiente, así que en dos meses escribí Ya no quedan junglas. Fue una liberación demostrarme a mí mismo que era capaz de terminar una novela.

—Aunque exista un imperio de la ficción televisiva, la novela está dando su batalla más fuerte frente a las series. ¿Cree que ha sido una relación saludable?

"Tengo una novela que aún no está publicada, La risa de la hienas, de la que ya me han comprado los derechos para hacer una serie"

—Mucho. A los escritores nos viene muy bien. Junglas está vendida a Boomerang, que quieren hacer una película. Tengo una novela que aún no está publicada, La risa de la hienas, de la que ya me han comprado los derechos para hacer una serie.

—¿Hay un condicionamiento del quehacer literario a su capacidad de adaptación?

—En España no existe esa costumbre, porque no tenemos industria, pero hay muchísimos escritores norteamericanos que se dedican a producir series. Richard Pryce ha hecho The Night Of, además de haber escrito The Wire. Esa relación aquí es inexistente. Creo que los escritores nos damos demasiada importancia, cuando es un halago que una novela mía sea llevada al cine o a las series. Me encantaría meterme en ese mundo y escribir algún guion.

—Bueno, Nabokov adaptó Lolita para el guion de Kubrick. Scott Fitzgerald y Chandler también escribían para cine…

—Es algo absolutamente normal. Quizá exista el caso de un escritor que no quiera, pero es que además me parece una forma maravillosa para que los escritores puedan subsistir. Las productoras deberían tirar más de las novelas y de los escritores españoles, porque ahora mismo estamos viviendo un momento de oro del negro y el policiaco. Se están haciendo cosas muy distintas y originales, con muchos puntos de vista.

—¿Qué fue primero: el periodismo, la literatura o lo audiovisual?

—Yo siempre he sido periodista, pero ocurre que desde pequeño he estado siempre inventándome historias. Soy el menor de cinco hermanos, y siempre tenía que jugar solo. Quizá viene de ahí el asunto de la imaginación y dar vuelta a las cosas.

—¿Cuál es su primer recuerdo audiovisual o relacionado con un libro?

"Tengo una fijación con los piratas. Debe de ser una vida estupenda"

—Fue audiovisual. Había un programa en la tele, que entonces era en blanco y negro, y era un Ulises, una versión totalmente infantil, y recuerdo al personaje desafiando a Neptuno desde un barco. Yo debía de tener cuatro o cinco años.

—¿El primer libro que recuerda haber leído?

La isla del tesoro, y todavía me acompaña. Tengo una fijación con los piratas. Debe de ser una vida estupenda.

—¿La tele escribe?

—Sin duda. A mí ha venido muy bien trabajar en televisión. En general, ser periodista me ha venido muy bien, porque tengo el hábito de escribir todos los días, y con la tele en particular he desarrollado la capacidad de sintetizar. En mis novelas no recreo en exceso. Me voy mucho al diálogo más que a las descripciones. Lo entendí leyendo a George Higgins: es posible escribir una novela basada en el diálogo.

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