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Carlos Escobedo (Sôber): «La música me vale de terapia, escribo una canción y cuento cómo soy»

Carlos Escobedo (Sôber): «La música me vale de terapia, escribo una canción y cuento cómo soy»

Carlos Escobedo (Madrid, 1975) cuenta a Zenda que, cuando llega la hora de remangarse y gestar canciones, pasa de escuchar discos y de leer libros para evitar cualquier tipo de condicionantes: “Es una manera de buscar dentro de ti la melodía y la narrativa”. El cantante, bajista y compositor de Sôber celebra el trigésimo aniversario de una banda que forjó un estilo propio, que fue estafada con su primer disco –Torcidos– y que ahora recupera, resucita y rebautiza como Retorcidos (Dromedario Récords, 2024). Conversamos con el frontman de un grupo pionero en el rock y el metal alternativo español sobre retrovisores, vértigos, habitaciones de hotel y, cómo no, literatura.

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—Cantaba el tanguero que “veinte años no es nada”. ¿Y treinta?

—Se llevan a las espaldas, ¿eh? (Risas) Sigo con las mismas ganas y la misma ilusión. Realmente, me dedico y hago lo que más te gusta. Esos treinta años sí que pesan cuando echas la vista atrás. Hemos regrabado este primer disco y dentro hemos metido fotos antiguas, de cuando tenía diecinueve años. Las ves y dices: “¡Madre mía, lo que ha pasado desde entonces!”. ¡Yo tengo una hija de veinte!

—¿Qué es lo que ve cuando mira por el retrovisor?

"Nos sacaron 1.600.000 de pesetas por un disco que se grabó en un fin de semana. Tiene una parte jodida este disco"

—No veo un cambio muy grande. Sigo con una rutina muy parecida a la de entonces, pero han pasado un montón de cosas. El retrovisor no te da una visión muy clara. De este primer disco, por ejemplo, tengo muy buenos recuerdos. Pero también es un disco maldito, nos engañaron. Nos sacaron 1.600.000 de pesetas por un disco que se grabó en un fin de semana. Tiene una parte jodida este disco.

—¿A mayor historia y mayor éxito, mayor vértigo?

—Mucha gente te dice: “Bueno, ya estarás acostumbrado…”. Hostias, yo, antes de salir al escenario, antes de preparar una gira, estoy con una tensión… incluso te aparecen miedos que antes no tenías. Hay una carga, una responsabilidad. Cuando éramos jóvenes, no pensábamos tanto en las cosas. Éramos más inocentes, teníamos más ímpetu, y ahora meditas más, aparecen los miedos y tienes que ir trabajándolos poco a poco, como dice mi psicóloga.

—El gran Bunbury dice que ha renunciado “a demasiado en los últimos años / realizando un esfuerzo total / para un modesto resultado”. ¿Le ha pasado esto también?

—Conozco esa canción, y no me siento identificado con ella. No he renunciado a nada. Coincidía muy bien mi vida personal con la música. Cuando en el 99, al principio de los dos mil, arranca nuestra carrera y empieza algo vertiginoso, pierdes un poco la percepción de dónde estás. En 2004, tomamos el receso, queremos afrontar lo que viene de una manera más natural y sin perder el norte. Soy padre. Como padre, he vivido con mi hija mucho más que a lo mejor un padre que tenga un trabajo más normal. El fin de semana lo tenía con mucho lío, pero llegaba el lunes y estaba en mi casa. Y no he renunciado nunca a mi parte más personal: sigo haciendo deporte, sigo teniendo vínculo con mis amigos de la EGB… Con respecto al resultado: me siento muy orgulloso de cualquier canción que he escrito. Todo tiene una época. Siempre he escrito y he compuesto lo que me salía de dentro. Con mucha sinceridad.

—Recuperan Torcidos con Retorcidos. ¿Razón principal?

"¡Desde hace treinta años, teníamos esa maqueta pendiente! Ahora nos hemos quedado a gusto, hemos plasmado el sonido que queríamos"

—Como te comentaba al principio, Torcidos fue un disco un poco maldito. No nos grabaron un disco: nos grabaron una maqueta. Hasta los timbales no se grabaron en esa producción: tuvimos que ir a un estudio aparte. Engañaron a una serie de grupos en Madrid, a diez. Lo que hacían era sacar un adelanto de autores a nuestro nombre para esa producción. En esa producción gastarían 200.000 pesetas, y el resto, 1.400.000 pesetas, se lo repartían entre tres personas. Visto de esta manera, aquello era la maqueta y, hasta ahora, no habíamos podido grabar el disco. ¡Desde hace treinta años, teníamos esa maqueta pendiente! Ahora nos hemos quedado a gusto, hemos plasmado el sonido que queríamos. Teníamos esa espinita clavada y hemos cerrado el círculo. Yo no quería tocar ninguna canción de esa época, macho. No era por renunciar a las canciones, sino por esa parte negra que estaba alrededor del disco.

—Amosis fundó, según leo en National Geographic, “la dinastía más poderosa de Egipto”.

—Fue idea de mi hermano (Jorge Escobedo), que había ido a Egipto y quería hacer una intro que tuviese sonidos de esa cultura. Ahora sí hemos podido hacer la intro que queríamos. Va a ser la que abra nuestros conciertos. Este disco, sobre todo a nivel de melodías, es un poco moruno.

—¿Y qué fundó Sôber?

"A día de hoy, hay muchos grupos que suenan a Sôber. Nosotros hemos generado, dentro de nuestra humildad, ese estilo"

—En los inicios, nos dieron de todos los colores. Hacíamos rock metal en castellano. Y no había un referente. Los medios de comunicación decían: “¿Esto qué es? Suena cañero, a metal, pero hay un tío cantando letras muy etéreas”. Estábamos acostumbrados a los grupos de rock urbano como Barricada, con un mensaje muy reivindicativo, y lo nuestro era todo lo contrario, eran canciones que hablaban de sentimientos. ¿Qué ocurre? Se va forjando el estilo Sôber. Y, a día de hoy, hay muchos grupos que suenan a Sôber. Nosotros hemos generado, dentro de nuestra humildad, ese estilo. El grupo arranca cantando en inglés y, en un momento dado, digo: “Yo no me creo esto”. El inglés que sé es muy de andar por casa y lo que quería expresar no me lo creía. Entonces, empezamos a cantar en castellano, encontré mi manera de expresarme y el público empezó a decir: “Me identifico con lo que cuentas”. Mal no lo estaremos haciendo para que muchos grupos quieran parecerse a nosotros.

—Permítame torcer y retorcer, si llega a ser necesario, algunos de sus versos. En primer lugar, ¿dónde está su paz?

—Eso es complicado. La canción va desde la niñez hasta ahora, que soy viejo. Pienso si me hice yo a mí mismo o fue el qué dirán. Es una manera de hacer balance de la carrera y de tener claro que todo lo que has hecho en tu vida, para estar en paz, debe ser sincero. Debe ser de verdad.

—Vayamos a “Habitación 208”, que también sonará en el videojuego Oxide Room 208, de la empresa española WildSphere. ¿De qué locura se quiere olvidar? ¿De qué cárcel de cristal quiere salir?

—La composición de esta canción arranca por una petición. Cuando hablamos con la gente del videojuego, me cuentan que va de una chica que está encerrada, que hay una mente muy macabra que está experimentando con ella, que tiene que escapar de esa habitación y, cuando escapa, se encuentra con los bichos que tiene que ir matando.

Vi el videoclip. Es un poco Silent Hill.

"Me gusta escribir de una manera amplia para que la gente se lleve la canción a su terreno"

—Sí, es el rollo (risas). Entonces, ¿qué hago? A la hora de componer, me llevo esa historia a lo mío. Al entrar, entras en los miedos. Muchas veces te sientes encerrado en la mazmorra. Y tengo que decir que fue muy fácil de escribir esa canción. Fue como encontrar un guía. Gran parte está escrita en la habitación de un hotel. Cuando me lo dijeron, estaba de bolo. Tras acabar un bolo, es imposible dormirse. Entonces, ¿qué ocurre? Empecé con el móvil a escribir frases, en esa habitación solitaria, sintiéndome solo, y diciendo: “Quiero salir de este momento tan angustiante”. Puedes salir de un concierto, donde te han aplaudido y tal, pero llegas a la habitación del hotel, solo, te encierras, y sientes lo contrario que has sentido en el escenario. Si le das la vuelta a esa angustia, consigues ese momento de liberación. El estribillo es superépico, esperanzador. Me gusta escribir de una manera amplia para que la gente se lleve la canción a su terreno. Y estoy recibiendo mensajes en Youtube, en plan: “Estáis describiendo el momento que estoy pasando ahora, tengo una relación muy tóxica, etcétera”. La canción no es sólo tuya: es también del que la está escuchando.

—¿Le gustaría comprar tiempo?

—¡Oh, me encantaría! ¿A quién no?

—¿Y en qué emplearía ese tiempo comprado?

—A veces vamos con piloto automático, hacemos cosas y no nos damos cuenta. Nos olvidamos del mindfulness del que todo el mundo habla. Ahora, por ejemplo: me estás entrevistando y yo estoy disfrutando de ello; hace unos años, a veces, estaba haciendo una entrevista y pensando en otra cosa. Hago meditación desde hace un tiempo. Sigo conductas para disfrutar al máximo el tiempo que me queda. La canción va de eso. Hemos perdido a dos compañeros que estaban en Sôber: Alberto Madrid y Big Simon. Joé, echo de menos esa época, les echo de menos a ellos… Entonces, en esa canción hablo de que te das cuenta de que el tiempo corre, corre rápido, y nunca te espera. Yo tengo familia. La época de los seis a los diez años de mi hija, por ejemplo, ha pasado muy rápido. Es como: “¿Qué ha pasado ahí?”.

—Sigamos retorciendo versos. ¿Buscamos demasiado “entre el lodo” la razón de nuestro ser?

"Yo soy una persona supertímida y supervergonzosa. Mi primer concierto lo di de lado. No podía ni mirar al público"

—Sí. Sobre todo ahora, cuando tienes una edad, echas la vista atrás y ves que hay que sacar de ese lodo, de ese fango, pequeños traumas. Para eso tengo que decir que el psicoanálisis viene muy bien (risas). Tienes que hablar con el yo pequeño que ha tenido tantos miedos y que, en cierto modo… No sé cómo decirlo (piensa). No es tan negativo: nosotros hemos forjado una identidad y una personalidad. Yo, quizás, gracias a ello, me dedico a la música. Yo soy una persona supertímida y supervergonzosa. Mi primer concierto lo di de lado. No podía ni mirar al público. Y, al subir al escenario, soltaba lo que tenía reprimido ahí. La música me vale de terapia: escribo una canción y te cuento cómo soy, a todos los niveles.

—Esto es Zenda, una revista literaria, ante todo, así que hablemos de libros y autores. ¿Alguna obra, algún escritor que disparara su vocación?

—Mira, Torcidos viene de Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena. Me marcó.

—¿Algún escritor al que ame por encima de todos?

—Me aficioné mucho, hace cinco o seis años, a Lorca. Cogí un poema suyo, “Thamar y Amnón”, de El romancero gitano, y lo hice canción. Y esa canción la grabaré y la sacaré.

—Bajemos al barro: ¿alguno que le revuelva las tripas?

"No me gusta la autoayuda. Este tipo de charlatanes, en fin…"

—No me gusta la autoayuda. Este tipo de charlatanes, en fin… Por otro lado, he leído algún libro de Mario Alonso Puig y, aparte de ser doctor, me parece un tío que escribe muy bien. Y Marián Rojas Estapé también tiene libros que están muy bien. Pero detesto las cosas del estilo “¿Cómo hacerte millonario?” o las que buscan cómo atrapar al que está muy hecho polvo o desesperado.

—¿Qué está leyendo ahora?

—Estoy con la saga de Carmen Mola. Me leí el otro día La novia gitana y estoy ahora con La red púrpura. Me gusta ese tipo de novela que te atrapa y te mantiene fuera de tu día a día.

—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?

—Sí. Que la conexión entre el cuerpo y la mente es tremenda. Ahora mismo, por ejemplo, que estoy con tanto estrés de la preparación del disco, he empezado con los dolores de lumbalgia. La mente te dice que como estés mucho tiempo ahí, el cuerpo te va a pasar factura.

—Y, para finalizar, ¿qué tal la experiencia de grabar con José Mota?

—Todo surge porque me llama mi amigo Sayago Ayuso, que es director de cine y está haciendo una película de un músico que lo tuvo que dejar en su día, porque no daba para más, y decide retomar el grupo después. Y me dice: “El personaje principal es José Mota y quiero que salgas en un par de secuencias”. Entonces, empatizo muy bien con él y me dice: “¿Te molaría salir en el especial de Nochevieja? Tengo un sketch para ti que es brutal. Además, no quiero que te disfraces: quiero que seas tú. Y habla sobre el tema de los calvos”. Yo, que a los dieciocho me rapé la cabeza, no tengo ningún problema con ello. Fue brutal y me lo pasé en grande.

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