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Carta a Fernando el Católico

Carta a Fernando el Católico

Admirado rey Fernando el Católico:

Escribo “admirado” y digo bien, aunque reconozco que no todo lo que hiciste es digno de admiración. Pero, como dice uno de los personajes de mi novela sobre ti, un rey no es como el resto de los hombres, y hay que considerarlo de diferente manera. Mucho más un rey de tu época.

Escribo “admirado”, aunque no todo lo que hiciste me gustara, efectivamente, pero recuerdo lo que una vez le leí a Carmen Iglesias, que eras el mejor rey de la Historia de España, y con lo que sé de ti puedo decir que estoy de acuerdo.

Ya incluso dudo ahora de cómo tratarte, y elijo el tuteo tal vez por la cercanía que me da haber escrito una novela sobre ti. Creo que no quedaría muy natural tampoco trataros de otra manera.

Tienes fama de brillante político y diplomático, y fuiste buen soldado en tu juventud; le ayudaste mucho a tu mujer Isabel a ganar su guerra de Sucesión, y luego a ganar la guerra de Granada y terminar la Reconquista. Sabías conseguir mucho más con palabras que con armas, y en esto creo que muestras no sólo tu habilidad sino tu sabiduría. Fuiste famoso en Europa y los grandes hombres de la época, reyes y papas, alababan tus virtudes y talentos, tu capacidad, ya digo, política y diplomática.

En 2008, si no recuerdo mal, cuando terminé de escribir Pedro J.: Tinta en las venas, mi biografía sobre Pedro J. Ramírez, me decidí a escribir una novela sobre ti. Compré libros, los leí, escribí la novela, más bien ligera y sin pretensiones, pero que ahora que ha pasado bastante tiempo puedo decir que me gusta mucho más que cuando la escribí, en aquel 2008. Recuerdo de entonces, entre otras vivencias, mis partidos de tenis  con el artista Pedro Ruiz.

La trayectoria de este libro, amigo Fernando, da idea, creo yo, de lo difícil que es el mercado literario español. Tardé siete años en publicar la novela, y me ayudó mucho a ello la serie Isabel, de Televisión Española. Era un ambiente muy propicio para que el público recibiera Fernando el Católico: El destino del rey, y ahora, para escribir esta carta he vuelto a mi libro, y por eso puedo decir que me gusta más, mucho más, que cuando lo escribí, porque entonces no sabía muy bien lo que había hecho. También me gusta mucho más que cuando lo publiqué, momento que respondió a una coyuntura de urgencia, poco propicia para la reflexión. Aunque recuerdo que en la presentación de la novela estuve hablando media hora seguida, mucho para lo que yo acostumbro en estos actos.

Se me ocurrió hacer el libro porque leí, para entrevistar a su autor, Pedro González-Trevijano, el libro La mirada del poder, sobre Historia y Arte, sobre personajes históricos, entre los que te encontrabas tú, uno de los diez personajes más importantes del segundo milenio, a juicio del autor. Me gustó mucho este libro, y el personaje que más me llamó la atención fuiste tú, Fernando el Católico. Y no lo digo para alabarte, por supuesto, sino simplemente proclamo una verdad.

Fue entonces que me apeteció escribir una novela sobre ti, sobre tu vida, y unos años después lo hice. A menudo vuelvo sobre antiguos proyectos, sobre manuscritos que tengo medio abandonados, notas, ideas, etc. para hacer nuevos libros, o mejor dicho, quizá, renovarlos.

Siempre que hablo sobre ti digo que eres el personaje literario ideal, porque eres muy importante, yo diría que de los más importantes de la Historia, y al mismo tiempo eres muy desconocido, con lo que das mucho juego, muchísimo juego.

A mí me dicen con frecuencia que mi mejor novela es Cid Campeador, pero también me dicen, otros, que el libro que más les gusta de los míos es Fernando el Católico: El destino del rey. Últimamente también me dicen que el libro que más les gusta es Confesión, reeditado hace poco. Y es verdad que antes me lo decían mucho de Relámpagos y de Pedro J.: Tinta en las venas, más antes, cuando se publicaron estos libros.

En suma, hay mucha gente que se siente atraída por tu historia, como me ocurrió a mí. Quizá por tu figura como personaje. Me documenté mucho, y ahora que he vuelto a la novela para documentar esta carta, puedo ver en ella, como al trasluz, cuánto leí para escribir el libro, cuánto estudié, pero es cierto que también me moví con libertad, con gran libertad. Me documenté mucho, pero luego escribí el libro rápido, de forma directa, sin consultar apenas notas ni libros. La documentación creó en mí más bien una base, como suele ocurrirme cuando escribo novelas históricas.

Debo decir que a mí también me gusta mucho esta novela tuya, y que gran parte de su mérito residió en contar con tan buen personaje como fuiste tú, como eres tú.

El mejor rey de la Historia de España, como dice Carmen Iglesias. Y en la Feria del Libro de Madrid suelo decir, espero no equivocarme, para atraer a los lectores, que eres el forjador de España, o de la España Moderna. Tú mismo decías, cercano a la muerte, que en tus éxitos políticos en gran parte estaba la mano de Dios, pero que algún mérito te correspondía a ti, porque fuiste un rey muy entregado y muy trabajador.

Te doy las gracias por todo, por haber sido un buen compañero mío todos estos años. Y quedo contento, te lo he de confesar, porque al regresar a mi novela para escribirte me encuentro con ella satisfecho, con todos los defectos que pueda tener, porque todos los libros tienen defectos, y yo diría que más las novelas. Yo suelo decir que los libros son como las personas, que tienen defectos.

Quizá yo haya madurado un poco como hombre y como escritor, y esto sea bueno para enjuiciar los propios escritos, aparte de que creo que el paso del tiempo mejora dichos escritos, dotándoles una pátina que se revela muy positiva.

Yo sé que tú sabrás entenderme, porque llevas vivo, en mi sentir, más de 500 años, en la Historia, y más modestamente en las páginas de la literatura, que no deja de ser, si nos fijamos bien, otra forma de Historia, o de historia, mejor dicho, más imaginativa y creativa, o creadora, acaso no menos verdadera. Ojalá te sientas cómodo en esta pequeña historia que escribí para ti, con respeto y admiración.

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1 mes hace

Don Eduardo, le tengo que dar a usted las gracias por haber escrito tan certeramente sobre mí. Su intuición vale un elogio.

Pero, nadie puede reflejar realmente todo lo que fui, todo lo que pasó por mi cabeza, todo lo que me vi obligado a ceder, a consensuar, a sobrellevar. Maquiavelo me pone como modelo de príncipe pero realmente no fui tan maquiavélico, aunque intentara seguir siempre lo que él describe como “virtus”.

Mi boda la forjó el destino. Una boda de estado. Sufrí con tanta religiosidad, tanto ámbito monjil y tanto puritanismo matrimonial. Lo de Granada estuvo bien; lo del psicótico de Colón y su aventura, fue un desastre, ya que desvió esfuerzos y políticas en vano; lo de los judíos no estuve de acuerdo y me dejé llevar por la monja con la que me casé.

Luego, mi viudez me hizo libre, hasta cierto punto. Me vi obligado a ciertas cosas… pero nadie descubrió como mandé envenenar al gilipollas del marido de mi hija. Hubiera sido una desgracia para todos. Recluir a mi hija resultó fácil y me hizo recuperar de nuevo todo el poder.

Germana fue el alivio de mi vejez. Y una posible descendencia malograda ya que los habsburgo no me gustaban lo más mínimo.

Realmente, todo salió fatal…