La historia viva de Cervantes volvió a latir en Alcalá de Henares en 2024. La Sala de Tapices del Círculo de Contribuyentes acogió la presentación de la novela Un testigo llamado Cervantes, de Begoña Valero, acompañada por Ramón Villa, ambos miembros de la Asociación Escritores con la Historia. El acto no fue una simple puesta de largo literaria, sino un acontecimiento memorable, al proyectarse por primera vez ante el público complutense la declaración que Miguel de Cervantes realizó en Valencia en 1580. Todo ello a raíz de su testimonio ante la justicia por la muerte de un joven, donde el propio escritor se describe como “natural de Alcalá de Henares” y firma el documento de su puño y letra.
La partida bautismal y la prueba de Valencia
La polémica sobre el lugar de nacimiento de Cervantes no es nueva. Córdoba o Alcázar de San Juan han aspirado a disputarle el honor a Alcalá de Henares, apoyándose en la existencia de otros homónimos coetáneos. Pero las pruebas son contundentes.
En el libro original de bautismos de la parroquia de Santa María la Mayor de Alcalá figura la partida de Miguel de Cervantes, fechada el 9 de octubre de 1547. Como lo habitual era bautizar a los niños a los pocos días de nacer, se supone que vino al mundo el 29 de septiembre, día de San Miguel. Sus padres aparecen registrados como Rodrigo de Cervantes y doña Leonor de Cortinas.
Años después, tras haber combatido heroicamente en Lepanto y padecido cinco años de cautiverio en Argel, Cervantes volvió a dejar constancia de su origen. En la Información de Argel, trámite indispensable para ser liberado en 1580, se declaró “natural de Alcalá de Henares”. Y en el documento valenciano hallado por Villalmanzo lo reafirmó, esta vez con firma autógrafa.

Firma de Cervantes en su declaración.
Lepanto, el estropeado y el orgullo de la cicatriz
Otro aspecto que arroja luz sobre su identidad es su célebre herida en la batalla de Lepanto. Cervantes recibió un disparo que inutilizó su mano izquierda, motivo por el cual se le apodó erróneamente “el manco de Lepanto”. Él mismo prefirió hablar de su mano “estropeada”, y lo hizo con orgullo: “…la mano izquierda, para gloria de la diestra, fue estropeada en la batalla naval de Lepanto…”, escribe en el prólogo a las Novelas ejemplares (1613).
Esa herida, lejos de ser una marca vergonzosa, se convirtió en símbolo de honor. Para Cervantes, Lepanto había sido “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros”, como dejó escrito en el Quijote.
¿Por qué Saavedra y no Cortinas?
Aquí surge una pregunta inevitable: si su madre era Leonor de Cortinas, ¿por qué el escritor firmaba como Miguel de Cervantes Saavedra?
La clave parece estar precisamente en la herida de Lepanto y en los años de cautiverio. Según la historiadora Luce López-Baralt, “Saavedra” podría proceder del árabe magrebí shaibedraa, que significa “brazo tullido o estropeado”, y se pronuncia de forma muy similar. Un apodo que, con el tiempo, Cervantes habría transformado en un apellido evocador. Así, a partir de la década de 1580 comenzó a utilizarlo con frecuencia, casi como un “nombre artístico”, que sonaba más distinguido y literario que “Cortinas”. No era solo un guiño lingüístico: era la reivindicación de su propia herida como seña de identidad. Un gesto de orgullo que convirtió la cicatriz en símbolo, y el apodo en apellido.
Cervantes o Cerbantes: cuestión de letras
Otro motivo de confusión ha sido la alternancia entre “Cervantes” y “Cerbantes”. En el Siglo de Oro la b y la v se pronunciaban igual y la ortografía no estaba normalizada. De hecho, el propio escritor firmaba habitualmente como “Cerbantes” (se puede observar en el documento procesal firmado), aunque la imprenta acabó fijando la forma “Cervantes”, que se impuso definitivamente en el siglo XVIII.
Epílogo
Las pruebas documentales, antiguas y recientes, son concluyentes: Miguel de Cervantes nació y fue bautizado en Alcalá de Henares, y él mismo lo reiteró en vida en varias ocasiones. Su elección del apellido “Saavedra” no oculta un misterio genealógico, sino un gesto consciente de dignidad y creación literaria. El soldado que regresó de Lepanto con la mano “estropeada” supo convertir esa marca en símbolo, y con ello firmar, quizá por primera vez en la historia, el destino de un escritor que hizo de sus cicatrices materia de eternidad.



Su artículo es una buena aportación al conocimiento de Cervantes. Está bien documentado, como todas las obras de Begoña Valero.