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César González Antón: «Siempre que haces un viaje en el tiempo hay que pagar un precio»

César González Antón: «Siempre que haces un viaje en el tiempo hay que pagar un precio»

El periodista César González Antón publica su primera novela, 83 segundos (Minotauro), un divertimento sobre viajes en el tiempo donde combina un pasado en el Madrid de principios de siglo con otros saltos que sería fatídico desvelar. Obsesionado con ese subgénero, González Antón la firma con el doble filo de escritor y de fanático.

***

—¿Es su primera novela?

—Sí.

—¿Por qué lo hizo?

"Cuando llegó la pandemia y cerraron los bares, me salió una novela. En el mundo-pandemia encontré un refugio en escribir"

(Se ríe) Esta era una obsesión mía personal desde siempre, una idea que yo tenía en la cabeza para desarrollar. A mí me hicieron una putada: me hicieron jefe muy pronto. Con 29 palos estaba dirigiendo La Sexta, y entonces no he tenido tiempo de hacer nada más que centrarme en esa película. Y además la tele es un tema muy colaborativo, donde tienes que trabajar mucho. Y para mí esto era como un refugio. Entonces cuando llegó la pandemia y cerraron los bares, me salió una novela. En el mundo-pandemia encontré un refugio en escribir. O sea, encontré un refugio en conectarme con ese yo que escribía siendo un chaval más jovencito, que tenía muchas pretensiones de escribir en algún momento de mi vida… Y ya con los cuarenta y siete cumplidos, en una pandemia, me dio por conectarme otra vez con ese refugio, con esa terapia. Para mí es una terapia. Tú, que eres psicólogo, lo puedes entender muy bien. Para mí es una terapia, además una terapia para refugiarme del trabajo, del ruido, de la tele. Incluso de la familia. O sea, tener un tiempo en el que estaba construyendo algo yo solo y que además encima en un principio era únicamente para mí. Luego se fue convirtiendo en un «para mis amigos» y después, por azares del destino, pues ha acabado como novela.

—¿Y por qué una novela y no un ensayo o una crónica periodística de esto que está contando: de su vida, del periodismo?

—Porque como era una terapia, la clave era huir. Lo importante era escapar de lo que yo vivo todos los días. Todos los días me enfrento a una escaleta de lo que está pasando, y entonces lo que no me apetecía nada era escribir sobre lo que estaba pasando, ni escribir sobre periodismo. De hecho, tanto es una huida que incluso se escapa en el tiempo. Viaja a otra época, porque claramente es una novela terapéutica. Y esa es la razón fundamental.

—Su novela tiene una gran cantidad de referencias a otros viajes en el tiempo. Incluso hay guiños a aproximaciones tan recientes como El Ministerio del Tiempo. Usted, ¿en qué novelas de viajes en el tiempo, entiendo que esencialmente también para no repetirse, pensaba al escribir ésta?

"Siempre pongo el ejemplo de Terminator. Terminator usa saltos en el tiempo que tienen una incoherencia de la hostia. O sea, se basa en una premisa falsa"

—Cuando uno es un niño, que es cuando uno más coherente y más sensato es, tiene tres pasiones fundamentales: volar, ser invisible y viajar en el tiempo. Son básicamente las tres pasiones en las que uno se mueve cuando es una persona coherente, que es cuando es un niño. Digamos que cada uno se desarrolla en la que quiera. La mía siempre ha sido la de viajar en el tiempo. He leído mucho sobre viajes en el tiempo. Siempre me ha gustado ese tema. He visto películas sobre el tema. Y además siempre las he visto desde una perspectiva, no del disfrutón-espectador o del disfrutón-lector, sino un poco del arquitecto. A ver cómo se ha construido la paradoja en este caso. A ver si tiene sentido este druida, o a ver si tiene lógica, si tiene coherencia. Siempre pongo el ejemplo de Terminator. Terminator usa saltos en el tiempo que tienen una incoherencia de la hostia. O sea, se basa en una premisa falsa. El padre del héroe se supone que era el amigo del colega, y entonces no tiene sentido. El bucle nunca puede empezar por el final. Entonces, para mí encontrar la lógica de esa paradoja era muy importante. Hay gente que pinta soldaditos, gente que colecciona mariposas: cada uno tiene sus perversiones. Y mi perversión, una de mis perversiones, era la ciencia ficción y los saltos en el tiempo. Entonces, he leído a Asimov, he leído a Mark Twain, a Wells… Wells arranca 83 segundos. La primera frase de la novela es un pequeño homenaje al arranque de La máquina del tiempo. «El viajero del tiempo empezó a caminar sin saber qué era un viajero del tiempo», y luego cómo va eso construyéndose. Y hay una en concreto que para mí sí que es mi favorita: Replay, la de Ken Grimwood, porque tiene una cosa que me gustaba mucho: un tipo normal al que le pasa algo de forma arbitraria. No hay druidas, no hay conjuros, no hay portal, es una cosa arbitraria, y la primera decisión que toma no es ni salvar el mundo, ni pretender estar en un momento crítico de la historia, ni salvar a una raza de lo que sea: es simplemente su primer impulso. El que creo que tendríamos todos: a ver cómo me forro con la quiniela, o a ver cómo recupero una novia que me dejó amargado y quiero ver si ahora lo puedo hacer bien para ver si sigo con ella. Me molaba mucho esa idea de arrancar con un impulso muy primario. O sea, ¿tú qué harías si pudieras volver en el tiempo? Pues acertar la quiniela o pillar el número del gordo.

—Siempre me ha gustado Regreso al futuro, aunque yo creo que la mayoría no nos comportaríamos como Michael J. Fox, sino como Biff (n. del e.: el malvado de la saga).

—Exacto. Ese es el enganche. De hecho, hay un punto, que no he querido nunca mencionar en una novela, de la peli de Bill Murray, Atrapado en el tiempo. Tenía un punto que estaba bien, con un arranque un poco canalla: a ver cómo aprovecho esto, cómo lo hago antes de que desaparezca esta locura que me está pasando. Y que sea arbitrario, que no tenga sentido.

—Frente a otras novelas o películas de viajes en el tiempo, usted nos cuenta sus trucos. Es decir, hay un epílogo donde cuenta los trucos de su novela. Supongo que eso fue tan divertido como escribir la novela.

"Me apetecía contar a quien lo leyera cómo había sido parte del proceso. En ese ir contando todo, hay parte de esa historia, de desvelar parte de los trucos"

—Me encantó esa parte. Y además tuve una duda, porque una de las personas que me animó a sacarla fue un viejo amigo, que es Fernando Rodríguez de la Fuente. Y me dijo: «Coño, no cuentes esto. Esto es para ti, esto no es para contarlo». Pues me gusta, me apetece contarlo. Porque soy periodista, no soy escritor. Tengo un poco de síndrome del impostor, porque estoy metiéndome en un mundo distinto. Me apetecía contar a quien lo leyera cómo había sido parte del proceso. En ese ir contando todo hay parte de esa historia, de desvelar parte de los trucos.

—Sin conocerle demasiado, noto que sí lleva muy grabada su memoria sentimental.

—Hay un poco mío en todos los personajes. Y sí que hay un punto generacional en la novela, de conexión con la gente de mi generación. Hay un objetivo de viajar a unos tiempos felices que tienen que ver con la edad y con el lugar temporal. Con cómo era ese año 2000, en el que todavía no se habían caído las Torres Gemelas, en el que todavía mirábamos el móvil solo de vez en cuando para jugar al Snake y en el que todavía teníamos muchas ilusiones. Era un mundo donde teníamos veinte años y era un momento de felicidad. Como la novela es un poco de escapismo y terapia, una de las cosas que yo quería era viajar a un momento feliz, aunque luego fuera duro, porque también baja a 1985, a la adolescencia del 85, que era heroína, violencia… Pero había ese punto de ilusión. O sea, son dos momentos de ilusión, porque como es una novela escapista es una novela que intenta ser terapéutica, busca momentos que te ataquen la nostalgia. En el fondo, es una novela cabrona en el sentido de que tiene el truco de irte a tocar una fibra que te duele, que es la nostálgica: imaginarte comiendo bacalao en casa Labra, en el Moby Dick viendo un concierto de un grupo mítico, yendo al Pasapoga de juerga una noche, tomando un bocata por la noche en el Iberia, ya con taxistas, o en el Brillante de calamares. Hay una conexión muy madrileña.

—Al igual que hay una nostalgia en ese sentido de tiempos felices, también hay una cosa que te conecta con el gran miedo de nuestra época, que es el cambio climático. Hay un balanceo muy interesante entre la nostalgia y el miedo a una negritud futura.

"Al final hay un punto de céntrate mejor en pasártelo bien, en hacer las cosas bien, no te obsesiones con el pasado. Puede haber ese punto de moraleja"

—Es verdad que eso está jugado muy al final. Porque hay una cosa que a mí no me apetecía nada, que era hacer una novela con moralejas, ni con mensaje. De hecho, me están preguntando en algunas entrevistas cuál es el objetivo que pretendía alcanzar, pero yo no pretendo nada, yo pretendo que te lo pases bien leyendo mi libro, aunque es verdad que creo que en todo lo que hacemos tiene que haber un punto de conciencia. Entonces, a mí sí me apetecía al final lanzar un juego. Pero juego con ese mensaje final, que no voy a desvelar, pero que tiene ese punto apocalíptico. Un juego para dar más coherencia a la trama que por ese juego en sí mismo. No quiero dejar al lector ahí, con un pensamiento trascendental como «tengo que aprovechar mi vida».

—Todo viaje en el tiempo es al principio una ilusión infantil, pero siempre se descubre que es una maldición. Ten cuidado con lo que deseas.

—Hay ahí ese punto que conecta mucho con un cuento maravilloso de Ted Chiang, el autor de Exhalación. Conecta mucho con esa idea de que puedes conocer tu pasado mejor, puedes aprender de él, puedes descubrir cosas ocultas, pero cambiarlo es muy jodido. Porque en el fondo hay un punto de determinismo, en el fondo las cosas han pasado por algo. Y ese salto hacia atrás y a rebobinar tu vida no es tan sencillo. Al final hay un punto de céntrate mejor en pasártelo bien, en hacer las cosas bien, no te obsesiones con el pasado. Puede haber ese punto de moraleja. Por lo menos al protagonista que está ahí le pasa. Luego a ti igual te pasaría otra cosa, pero esta es la historia de un tipo. A ese tipo sí que le ocurre eso. Le ocurre que busca en pasado cosas que al final no acaba encontrando y tiene que pagar un precio. Siempre que haces un viaje en el tiempo hay que pagar un precio. Esto está en el manual. No vale saltar y que no pase nada.

—Una de las ideas de la novela es que ese precio que tienes que pagar, que se descubre en la novela, va mucho más allá que el de la premisa inicial del dolor de 83 segundos.

—Es un mcguffin, sí. Tiene una explicación con números, pero vamos, es intrascendente. Lo relevante es ese juego con el destino, ese juego como si hubiera una especie de Dios arbitrario. Y es ese juego de que si tientas mucho al destino, pues ten cuidado, porque se puede girar y te puede dar una hostia y te puede dejar temblando.

—Al igual que habla de su memoria sentimental, personal y demás, hay otra cosa que recorre el libro: el periodismo. No sé si el periodismo, sino el negocio empresarial de los medios. Usted, que lo conoce bien, ¿ha sido justo con ese mundo o no?

—Qué pregunta más…

—En Zenda somos unos liantes.

"Creo que el periodismo no ha cambiado mucho en su grado de maldad y de bondad. Creo que es un grado bastante estable. Lo que ha cambiado es el campo del juego"

—(Se ríe) Si hemos tildado la novela como una terapia, para mí tenía que ser coherente mi terapia, y mi terapia tenía que ser el escape. Y entonces, en el escape tenía que haber un castigo. Y si volcamos en nuestro personaje lo que somos o lo que hemos sido, también volcamos lo que querríamos ser. Entonces, él hace una cosa que se puede permitir y que yo muchas veces tengo tentaciones de hacer: decir «oye, a tomar por culo». Y me lo monto por mi cuenta y a buscarme la vida. Hay un punto canalla en ese personaje que sí que tiene. Hace cosas que igual yo no me he atrevido a hacer.

—¿Pero el periodismo era mejor antes que ahora?

—Sinceramente, creo que no. Creo que el periodismo de antes era de puta madre y era una puta mierda, y ahora hay periodismo de puta madre y hay periodismo que es una puta mierda. Creo que el periodismo no ha cambiado mucho en su grado de maldad y de bondad. Creo que es un grado bastante estable. Lo que ha cambiado es el campo del juego. Y es posible que dónde jugamos el partido, en una sociedad basada en las redes sociales, en la polarización y tal, haga que ese porcentaje de maldad tenga más éxito. Pero los equilibrios entre lo bueno y lo malo son parecidos ahora a los de antes. Es muy bueno ver el documental de José María García en Movistar+: tienes por un lado una parte de nostalgia, y por otro lado te das cuenta de las cabronadas que hacían y lo hijos de puta que eran, que hasta el propio García se sorprende cuando lo ve. Pues yo creo que recordamos el pasado con cierta nostalgia, pero en el pasado se han hecho muchas cabronadas y en periodismo se han hecho muchas burradas. Lo que seguramente sí que ha cambiado es el campo de juego que, con esta sociedad polarizada de redes sociales, hace que la maldad tenga más capacidad de tener éxito.

—Si pudiese viajar a una época de su vida, ¿a cuál se iría?

—Creo que después de dos años escribiendo esta puta novela, y con todo lo que me ha costado, una de las claves es que no me iría hacia atrás. Creo que si pudiera ir y volver, muy importante, iría hacia adelante. La pregunta clave es, ¿el billete es de ida y vuelta o es solo de ida? Hasta que no me respondas esta pregunta, no iría a ningún sitio.

—Que utilice Los enamoramientos de Javier Marías en su libro creo que explica su concepto de novela. En ese sentido, ¿cuán importante fue para usted Marías?

"Haz cosas memorables, cuenta cosas que tengan la suficiente importancia, interés, pasión, para que al espectador, el lector o el oyente le permanezcan en su memoria"

—Con Marías tengo una relación muy difícil, porque él despreciaba profundamente lo que yo hago profesionalmente. Él era un tipo que nos daba unas hostias descomunales a La Sexta. Entonces, era una relación terrible, porque yo amo sus libros. Me parece el mejor. Es muy duro tener a un tío que sabes que te odia profundamente y al que tú, sin embargo, admiras con locura. Me he impuesto la obligación de que sus opiniones sobre lo que hacemos nosotros en La Sexta no me influyeran a la hora de valorar la hostia de escritor que es. Para mí es grandioso. Y ese fragmento que pongo en el arranque del cierre del libro es genial, es maravilloso, porque lo que traslada es que no importa lo que se ha dicho en esta novela, lo que importa es lo que quede en tu cabeza. Lo que importa es la memorabilidad. Lo que sea memorable, pero no lo que sea memorable en el sentido de grandioso sino en el sentido de lo que queda en la memoria. Me parece que ese es el mejor consejo, no para escribir, sino para un periodista: haz cosas memorables, o sea, haz cosas, cuenta cosas que tengan la suficiente importancia, interés, pasión o tal, para que al espectador, el lector o el oyente le permanezcan en su memoria. Y luego baje al bar y diga: «Joder, no sé dónde lo he visto, pero he visto esto».

—¿Se le ha quedado cuerpo para escribir otra?

—Voy a escribir, seguro. Hay dos cosas que son como mi yoga y mi terapia: jugar al fútbol y escribir.

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Autor: César González Antón. Título: 83 segundos. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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